Durante la meditación de la mañana, podía percatarme de todo lo exterior a mi casa sin la necesidad de estar ahí. Desde el silencio, la contemplación a veces no necesita visión y basta con escuchar y sentir lo que hay al otro lado de los muros, incluso metros más allá. Los tonos de voz, la rueda de los carros como antes dije, son rasgos suficientes para saber si alguien empezó mal su mañana por no descansar bien la noche anterior, o va con prisa hacia su puesto por el ritmo desenfrenado que llevan las ruedas de su carromato. Creo que son detalles que personas que al fin y al cabo disfrutan de la soledad se percatan, pues el silencio en su entorno agudiza sus sentidos, además de facilitar ese viaje hacia su interior que tanto puede aterrar.
- La tormenta en el mar -
Muchas veces, desde esos pensamientos intrusivos que el subconsciente nos tira a la cara salen las peores y mejores decisiones que una persona toma a lo largo de su vida, ya sea por su tormento o motivación hacia ellos, es algo que a veces nos empuja a realizar o centrarnos en algo. Pero había una frase que me causaba a partes iguales motivación y tormento, pues con el paso de los años, le había otorgado presencia en mí desde un contexto interior que agolpaba sensaciones venideras de mi juventud. Me hacía temblar a veces, y era la causante de un hormigueo estomacal nervioso que me inquietaba, pero que a la vez provocaba que un latir fuerte y constante se alzara en mi pecho.
- Creo que demasiada importancia te has cobrado durante todo estos años, aunque no puedo mirar para otro lado, pues siempre te inmiscuyes hasta en mis más íntimas recogidas, para hacerlo explotar todo, para levantarme y sacarme de esta zona de confort que me he labrado -
Desde el suelo alcé la barbilla y comencé a desdoblar las rodillas para deshacer la posición de loto que tanto me acompañaba para meditar, me incorporé y alcancé el cazo de hierro que dejé cociendo para prepararme el té de cada mañana. La humedad hoy parecía retrasarse, y tras una rápida mirada al poco cielo que aparecía en la ventana, deduje que probablemente hoy el día fuera seco y frío. Preparé cuál ritual la pequeña malla donde colocaba las hierbas secas y machadas que infusionaba con el agua caliente del cazo, soltándola al fondo del vaso de barro cromado con el que asiduamente bebía té, añadiéndole posteriormente el agua y tapándolo con el mismo platito donde más tarde lo usaría para apoyar el vaso. Cogiéndolo para templarme las manos, caminé con él hasta la única silla de la mesa del comedor, era inservible tener más. Destapándolo, el agua se teñía hacia un verde oscuro debido a lo opaco del vaso, aunque podía ver perfectamente la superficie del agua y las pequeñas hojitas que se escapan de la malla y que tan poco me gustaba encontrármelas mientras bebía. Un primer sorbo comprobó que la temperatura del agua aún estaba demasiada alta como para disfrutar del té.
- Joder... -
Respondí tras sentir molestia en el labio por la leve quemazón, provocando que colocase de forma descontrolada la base del vaso sobre el platito, alterando el agua que contenía en su interior y desencadenando los primeros nubarrones de este mar. Fue algo así como una visión personal y subjetiva aquello que contemplé desde arriba y que me dejó abstraído, teletransportándome al medio de dios sabe qué océano, inmerso en él y con el agua hasta el cuello intentando flotar en la leve marejada. Estaba incómodo, confuso y desorientado. Un impulsivo giro de cuello buscando algún tipo de salida celestial o ayuda me hizo ver que a mi espalda, un frente oscuro en el cielo se avecinaba trayendo consigo una tormenta tan densa como infinita. Abrumado y sobresaltado, abrí los ojos y tras rebotar en la silla, sequé mi sudor con la manga de la yukata, tenía la boca seca y la respiración acelerada.
- Es obvio, y no puedo esconderme más de mi mismo, mi momento ha llegado. -
~ Narro ~ Hablo ~ Pienso ~