Capítulo 1: El Último Refugio
La Fundación sin Nombre había visto mejores días. El Doctor Shun, un hombre de mediana edad con el cabello salpicado de canas y un rostro surcado por las marcas del tiempo y el estrés, se encuentra en el centro de este infierno. Viste una bata de laboratorio arrugada y manchada por el sudor de la desesperación. Sus ojos, agudos y calculadores, reflejan la fría determinación de un hombre que sabe que el tiempo es su enemigo más mortal.
—¡Karen! —ordena con firmeza mientras observa el panel de control en el centro de la sala—. ¡Que la puerta esté completamente bloqueada!
Karen, con el cabello recogido en un mal moño y unas gafas que rebotaban queriendo deslizarse por su nariz, se arrodilla frente al panel de control de seguridad. Sus manos, temblorosas pero decididas, ajustan los mecanismos mientras las luces parpadean frenéticamente. El panel, normalmente pulcro y ordenado, ahora está cubierto de cables desconectados y luces intermitentes que parpadean en un rojo ominoso.
—¡Las cámaras! ¡Las perdemos! ¡Están perdiendo señal una a una! —exclama ella, su voz apenas audible sobre el caos que la rodea. Su mirada se desplaza rápidamente de la pantalla a las alarmas que parpadean, tratando de mantener la calma mientras su rostro refleja un pálido terror.
El Doctor Shun se dirige a John, otro asistente con el cabello rizado y una expresión de pánico contenida. John, quien juraba que su final estaría ligado al nivel de azúcar en su sangre y no a esto, está sentado frente a un viejo sistema de comunicación, sus manos moviéndose frenéticamente mientras intenta establecer una conexión con el exterior. La desesperación en su rostro es evidente mientras observa la pantalla parpadeante, intentando superar la interferencia y el ruido blanco que ahoga su voz.
—¡Doctor, estamos perdiendo la señal! —grita John, mientras los cables de la consola chisporrotean peligrosamente.
—¡No podemos permitirnos fallar ahora! —responde el Doctor Shun con una voz cargada de urgencia—. Si no conseguimos comunicar nuestra posición, estaremos condenados. Debemos encontrar una manera de mantener la puerta sellada y esperar ayuda.
El Doctor Shun se acerca a un antiguo sistema de radiocomunicaciones, una reliquia tecnológica en medio de un laboratorio de vanguardia. Es un dispositivo voluminoso, con diales mecánicos y una antena de metal que al igual que el resto del laboratorio subterráneo, parece haber visto mejores días. Con una determinación fría, el Doctor Shun gira los diales y ajusta la frecuencia, tratando de encontrar una señal de comunicación.
—Aquí el Doctor Shun de la Fundación sin Nombre. Solicito asistencia urgente. —Su voz, aunque firme, lleva el peso de la desesperación—. Hemos sufrido una brecha de seguridad. Las criaturas anómalas contenidas en el laboratorio han sido liberadas. Estamos atrapados en el Piso 5, y solo quedamos nosotros cuatro. Necesitamos ayuda inmediata.
En la penumbra de la sala de control, posible tumba para ellos, las luces parpadeantes lanzan sombras inquietantes que bailan en las paredes de metal frío. El sonido de pasos rápidos y crujidos provenientes de los corredores cercanos hace temblar el suelo, señalando la aproximación de las criaturas. La puerta de acceso al vestíbulo, reforzada con múltiples cerraduras y sistemas de seguridad, es la última línea de defensa contra el caos que se desata fuera de su alcance.
El Doctor Shun, sudoroso y agitado, observa el sistema de radiocomunicaciones con una mezcla de esperanza y temor. Cada segundo que pasa sin respuesta aumenta la sensación de urgencia. Las criaturas, ahora claramente audibles, se acercan cada vez más, sus movimientos resonando con una intensidad creciente en los pasillos.
Doce horas han pasado desde aquel mensaje. La noche ha descendido como una capa de terciopelo negro sobre la isla, envolviendo el paisaje en una oscuridad densa y opresiva que parece engullirlo todo. La costa norte, un desierto de rocas afiladas y arena oscura, se extiende en un escenario desolado al borde de una vegetación exuberante y salvaje. El rugido implacable de las olas rompiendo contra las rocas es el único sonido que rompe el silencio nocturno, un constante recordatorio del vasto e inabarcable océano que rodea la isla.
Las antiguas ruinas, el punto de partida de esta historia, una vez orgullosos monumentos de una civilización perdida, ahora se encuentran encubiertas por un manto de musgo y enredaderas que se han adueñado de su estructura. Los pilares y arcos de piedra, desgastados por siglos de intemperie, se alzan como espectros en la oscuridad, sus sombras proyectadas en las piedras caídas y el suelo cubierto de hojas. Los restos de lo que en otro tiempo fueron grandiosos templos y edificaciones, ahora son solo ecos de un pasado distante, enredados en la vegetación que ha crecido sin control.
La entrada a la base secreta se encuentra oculta en el interior de estas ruinas, una estructura de piedra que una vez fue majestuosa y ahora sirve como un refugio sombrío y precario. La vegetación ha reclamado parcialmente la entrada, escondiendo el acceso entre enredaderas densas y rocas caídas. El Doctor Weaver y la fundación han hecho todo lo posible para mantener esta entrada en secreto, un esfuerzo que se ha visto frustrado por la urgencia de la situación ¿Cuánto han de perder ahora que han dejado de ser solo un rumor? ¿Cuánto más hubieran perdido si no lo hubieran hecho? A pesar de sus esfuerzos para camuflar la ubicación, la entrada debe ser conocida por aquellos que podrían ayudar, una paradoja desesperada en una crisis desesperante.
—¿Dónde están? —murmura el Doctor Weaver para sí mismo, sus palabras flotando en el aire frío y húmedo mientras el viento se arrastra a través de las ramas de los árboles cercanos. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas se mezcla con su desesperanza, creando una sinfonía inquietante de la espera prolongada.
Durante las últimas horas, el Doctor Weaver ha estado en contacto constante con sus informantes y contactos en la isla, buscando desesperadamente a cualquier persona que pueda ofrecer ayuda. La noticia del incidente en la Fundación sin Nombre se ha esparcido rápidamente, como un incendio en un campo seco, y los rumores han llegado a oídos atentos en bares y locales clandestinos. La tensión es palpable en cada rincón, con cada sombra en el paisaje y cada sonido en el ambiente intensificando la angustia de la espera. Han pasado ya doce horas desde el momento en que su mundo se hizo público; doce horas ya muy tarde.