Última modificación: 25-06-2024, 05:29 PM por Kaito.
El frio congelante de la noche del desierto castigaba la piel con su implacable fuerza. Kaito, con su figura imponente y su presencia aterradora, se encontraba en un lugar apartado, lejos de miradas indiscretas. Ante él, dos cadáveres yacían inertes: Higasa y Stella Pakura. A su lado, el hermano moribundo de Stella respiraba con dificultad, sus heridas graves, ligeramente curadas por Sayuri con anterioridad y un poco tratadas por el medico Kaito lo mantenían al borde de la muerte.
Kaito se tomó un momento para contemplar la escena. La limpieza había sido minuciosa y meticulosa; no quedaba rastro alguno que pudiera delatar lo ahí sucedido ni lo que estaba a punto de hacer. Con un gesto decidido, comenzó a preparar el impío ritual del Edo Tensei, una técnica prohibida y blasfema que desafía las leyes de la naturaleza.
Kaito comenzó a dibujar un complejo sello en la arena, utilizando su chakra para trazar las líneas con precisión. La arena se movía bajo su control, formando un círculo que brillaba con una luz siniestra. Colocó el cadáver de Higasa en el centro del sello, seguido de un largo pergamino negro a su lado y luego posicionó al hermano moribundo de Stella a su lado.
—La vida y la muerte son solo dos caras de la misma moneda, —murmuró Kaito, sus ojos centelleando con una mezcla de emoción y determinación.— Hoy, esa moneda se volcará a mi voluntad.
Realizó una serie de sellos manuales, cada movimiento cargado de poder oscuro y prohibido. El aire a su alrededor se volvió denso y pesado, impregnado de una energía malévola. Finalmente, Kaito golpeó el suelo con sus manos, liberando el chakra acumulado en el sello.
El cuerpo de Higasa comenzó a temblar y a levantarse lentamente. La arena se arremolinaba a su alrededor, formando una espiral de energía que lo envolvía. Mientras tanto, el cuerpo del hermano de Stella se convulsionaba, sus ojos desorbitados reflejaban el dolor y la angustia del proceso mientras el cuerpo del moribundo hombre agonizaba, del largo pergamino montones de cenizas comenzaron a envolver al cadaver como a su anfitrión, poco a poco desapareciendo en ceniza al Higasa mientars el pobre jiven pakura comenzaba a tomar la apriencía de quien antes había sido su lider. Para finalmente caer al suelo, y abrir los ojos extrañado pero inmóvil. Con el Higasa resucitado y en control, Kaito se volvió hacia el cadáver de Stella Pakura. Con precisión y frialdad, comenzó a extraer los órganos que necesitaba. Sus movimientos eran rápidos y eficaces, sin mostrar ningún signo de vacilación o remordimiento. Los órganos recolectados fueron colocados cuidadosamente en frascos de vidrio, cada uno sellado herméticamente para preservar su integridad.
—Cada pieza tiene su propósito, —dijo Kaito mientras colocaba el último frasco en su bolsa.— Nada se desperdicia en mis manos.
Kaito se preparó para la siguiente fase de su plan. Con otro conjunto de sellos manuales, invocó a su gran ajolote, Katsuryoku. La criatura apareció en una nube de humo, su imponente tamaño y aspecto místico eran una visión formidable en medio del desierto.
—Katsuryoku, lleva estos frascos a la ciénaga Kanesa, —ordenó Kaito, entregando la bolsa con los órganos al ajolote.— Allí estarán seguros hasta que los necesite.
Katsuryoku tomó la bolsa con sus delgados y largos dedos bulbosos, asegurándose de no dañarla. Con un gesto de asentimiento, el ajolote habló —Siempre es agradable tener nuevos cuerpos para experimentar, o no muchacho—, tras hablaár y un rapido sello en conjunto a Kaito desapareció en otra nube de humo, llevándose los frascos a su destino.
—Perfecto, —murmuró Kaito, satisfecho con el progreso de sus planes.— Todo está en su lugar.
Kaito miró una última vez a Higasa en su nuevo cuerpo, verificando que la resurrección había sido exitosa, un enorme ataúd negro surgió detrás de aquel shinobi revivido, encerrandolo en lo que sería su nuevo hogar, solo para volver a hundirse en la arena y desaprecer.
Kaito desapareció en el horizonte, dejando atrás una escena de resurrección y oscuridad, una prueba más de su dominio sobre las artes prohibidas y su insaciable sed de poder.
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Kaito se tomó un momento para contemplar la escena. La limpieza había sido minuciosa y meticulosa; no quedaba rastro alguno que pudiera delatar lo ahí sucedido ni lo que estaba a punto de hacer. Con un gesto decidido, comenzó a preparar el impío ritual del Edo Tensei, una técnica prohibida y blasfema que desafía las leyes de la naturaleza.
Kaito comenzó a dibujar un complejo sello en la arena, utilizando su chakra para trazar las líneas con precisión. La arena se movía bajo su control, formando un círculo que brillaba con una luz siniestra. Colocó el cadáver de Higasa en el centro del sello, seguido de un largo pergamino negro a su lado y luego posicionó al hermano moribundo de Stella a su lado.
—La vida y la muerte son solo dos caras de la misma moneda, —murmuró Kaito, sus ojos centelleando con una mezcla de emoción y determinación.— Hoy, esa moneda se volcará a mi voluntad.
Realizó una serie de sellos manuales, cada movimiento cargado de poder oscuro y prohibido. El aire a su alrededor se volvió denso y pesado, impregnado de una energía malévola. Finalmente, Kaito golpeó el suelo con sus manos, liberando el chakra acumulado en el sello.
El cuerpo de Higasa comenzó a temblar y a levantarse lentamente. La arena se arremolinaba a su alrededor, formando una espiral de energía que lo envolvía. Mientras tanto, el cuerpo del hermano de Stella se convulsionaba, sus ojos desorbitados reflejaban el dolor y la angustia del proceso mientras el cuerpo del moribundo hombre agonizaba, del largo pergamino montones de cenizas comenzaron a envolver al cadaver como a su anfitrión, poco a poco desapareciendo en ceniza al Higasa mientars el pobre jiven pakura comenzaba a tomar la apriencía de quien antes había sido su lider. Para finalmente caer al suelo, y abrir los ojos extrañado pero inmóvil. Con el Higasa resucitado y en control, Kaito se volvió hacia el cadáver de Stella Pakura. Con precisión y frialdad, comenzó a extraer los órganos que necesitaba. Sus movimientos eran rápidos y eficaces, sin mostrar ningún signo de vacilación o remordimiento. Los órganos recolectados fueron colocados cuidadosamente en frascos de vidrio, cada uno sellado herméticamente para preservar su integridad.
—Cada pieza tiene su propósito, —dijo Kaito mientras colocaba el último frasco en su bolsa.— Nada se desperdicia en mis manos.
Kaito se preparó para la siguiente fase de su plan. Con otro conjunto de sellos manuales, invocó a su gran ajolote, Katsuryoku. La criatura apareció en una nube de humo, su imponente tamaño y aspecto místico eran una visión formidable en medio del desierto.
—Katsuryoku, lleva estos frascos a la ciénaga Kanesa, —ordenó Kaito, entregando la bolsa con los órganos al ajolote.— Allí estarán seguros hasta que los necesite.
Katsuryoku tomó la bolsa con sus delgados y largos dedos bulbosos, asegurándose de no dañarla. Con un gesto de asentimiento, el ajolote habló —Siempre es agradable tener nuevos cuerpos para experimentar, o no muchacho—, tras hablaár y un rapido sello en conjunto a Kaito desapareció en otra nube de humo, llevándose los frascos a su destino.
—Perfecto, —murmuró Kaito, satisfecho con el progreso de sus planes.— Todo está en su lugar.
Kaito miró una última vez a Higasa en su nuevo cuerpo, verificando que la resurrección había sido exitosa, un enorme ataúd negro surgió detrás de aquel shinobi revivido, encerrandolo en lo que sería su nuevo hogar, solo para volver a hundirse en la arena y desaprecer.
Kaito desapareció en el horizonte, dejando atrás una escena de resurrección y oscuridad, una prueba más de su dominio sobre las artes prohibidas y su insaciable sed de poder.
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