Vestigios de la Calamidad
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Última modificación: 12-05-2024, 12:05 AM por Krillin.
Vestigios de la Calamidad
9 de Enero, Año 16 D.K. 
Una montaña cerca de la costa oeste, País del Rayo

Solitario bajo el manto de aquel interminable invierno, y ya algo cansado por su ascenso de aquella semejante Montaña, la cual recordaba como un lugar de paz , a media montaña, aproximadamente a unos 500 mts de altura, se encontraba un antiguo Templo abandonado el cual era utilizado como refugio de monjes y escaladores. Aquella pequeña estructura se encontraba al borde de una cueva, sobre una pendiente que señalaba el extenso mar del oeste, y estratégicamente diseñada para gozar reparo de la incesante nieve. En su interior solo algunas pieles y mantos de cuero, algunas fuentes de cerámica disponían miel y agua que serviría de aprovisionamiento.

Kuririn disfrutaba el cálido sol del mediodía en una profunda introspección sobre la naturaleza. Su meditación fue bruscamente interrumpida por un lejano estruendo, la incertidumbre brotó de su pecho con una sensación que pocas veces lo abrumaban, el miedo. Un espectáculo catastrófico era presenciado desde lo alto de la Montaña, algo nunca visto por el viejo Krillin quien rápidamente se alarmo e incorporo con desesperación.

 Refugiado por la distancia, sin saber el origen de aquella explosión que arrasó gran parte de la costa oeste de su País, decidió poner manos a la obra, la tragedia nuevamente había azotado al Rayo, inconscientemente el viejo Krillin recordaba las guerras pasadas y todas las desgracias vividas,  su espíritu empático no demoró demasiado en conquistar sus emociones y ponerse en marcha.

 El joven anciano, con su espíritu indomable, descendería la montaña a un paso sobre humano, deslizándose con la nieve y aprovechando el desliz que esta generaba. Con tan solo veinte minutos Krillin conseguiría el descenso y emprendería su viaje hacia la Costa. A su suerte contaba con unas cuantas provisiones, podría viajar a gusto y proporcionar apoyo sin problemas. Llegada la tarde habría conseguido recorrer mitad del trayecto, ya vislumbrando las consecuencias de aquella devastadora explosión. En dirección contraría a la que viajaba el pequeño monje, un sinfín de criaturas alejándose del lugar, sin duda una escenario particular, que no demoraría demasiado en atestiguar y registrar. Aprovecho para descansar y hacer unos dibujos de las criaturas vistas y un pequeño relato de lo acontecido.



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El sol comenzaba a declinar en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos morados mientras Kuririn continuaba su descenso hacia la costa. A medida que avanzaba, las huellas de la tragedia se volvían más evidentes. Árboles retorcidos y casas reducidas a escombros marcaban el camino, testigos mudos de la furia desatada por aquella explosión desconocida. El bosque que rodeaba la costa, a los alrededores de la explosión, quedo prácticamente calcinado, como si se tratara de un cementerio de arboles, una escena muy triste para Krillin.

El aire parecía cargado de un silencio pesado y abrumador interrumpido solo por el susurro del viento y el crujir de la nieve bajo los pies de Kuririn. La desolación del paisaje era abrumadora, y el corazón del anciano se apretaba con cada paso que daba. ¿Qué podría haber causado semejante destrucción? ¿Cuántos seres inocentes habrían sido arrastrados por la furia de aquel evento catastrófico? Probablemente artimañas Shinobi, o al menos esto pensaría el viejo.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un movimiento entre los escombros. Al acercarse, Kuririn divisó una figura entre los restos de una casa derrumbada. Era una niña, apenas consciente y herida. Sin dudarlo, el anciano corrió hacia ella, arrodillándose a su lado y examinando sus heridas con cuidado.

 Tranquila, pequeña. murmuró Kuririn con voz suave.
 Estás a salvo ahora. 
 Te llevaré a un lugar seguro.

Con delicadeza, Kuririn levantó a la niña en sus brazos y reanudó su marcha con la determinación de encontrar ayuda para aquellos que habían sufrido la ira del desastre, si era necesario construiría algún pequeño establecimiento provisorio para los heridos . La noche caía sobre ellos, pero el fuego de la esperanza ardía en el corazón del anciano monje, alegrado por la aparente buena salud de quien lo acompañaba, decidió continuar su búsqueda a la mañana siguiente y procurar la buena atención de la niña. 


A primer hora, sin haber pegado un ojo, el viejo se prepararía para continuar su viaje, no sin antes indicarle a la joven que de aviso al pueblo más cercano, en este caso un pueblo costero a pocos kilómetros de allí. La devastación dejada por la Calamidad del Rayo reverberaba en cada rincón de la región, como un eco eterno de la furia desatada por fuerzas que desafiaban la comprensión humana. Kuririn, con determinación serena pero firme, se adentraba en el corazón de la tragedia, dispuesto a ofrecer ayuda y encontrar respuestas en medio del caos.

A medida que avanzaba entre los escombros y las ruinas, se encontraba con supervivientes desesperados, cuyas historias eran testigos de la brutalidad del desastre, en un momento dado llego a lo que había sido un pueblo cercano a la explosión, la mayoría habían perecido por lo que no tuvo más remedio que consolar a unas pocas personas y formar un pequeño grupo de heridos. Escuchó relatos de pérdida y desesperación, inclusive una supuesta batalla, pero también de valentía y esperanza, mientras las comunidades locales se unían para reconstruir lo que habían perdido el viejo monje poco a poco atendía y registraba lo que allí sucedía.

El día continuo su marcha, como el anterior, solo que a la noche pudo descansar en una pequeña choza armada junto con algunos transeúntes que circulaban por la zona y al igual que Krillin habían decidido colaborar. En fuerza conjunta, a pocos kilómetros del centro de la explosión, se coordinaba un pequeño campamento para refugiados. El escenario desastroso poco a poco se desvanecía, aunque la angustia de la gente era más que evidente, la única alegría del tercer día fue un cargamento de alimentos que provino de un pueblo cercano. 

Al finalizar el día con gratitud y conforme con su servicio, decidió escribir un registro en sus cuadernos, los relatos que había escuchado eran por lo menos enigmáticos, por sobre todo el que un anciano herido le sugirió. -El hachibi a vuelto...- susurro el viejo compareciente mientras relataba como una criatura de enormes tentáculos emergía del océano. Varios testigos relataron los mismos acontecimientos o similares, algo de razón habría en ello. A partir de entonces y como de costumbre, buscaría más a fondo, su próximo objetivo sería adentrarse en el epicentro de la explosión con el propósito de estudiar la naturaleza de semejante poder.
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Misión Finalizada
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