País del Fuego, Konohagakure
Horas de la mañana.
El escuadrón Anbu confirma la traición de la Hokage, tras meses de investigación y bajo una estricta vigilancia. Descubriendo sus conexiones con Loh Yamanaka y planes de conspiración contra Konoha. La jovencita reportera y emisaria de Boshoku hace una leve pausa tragando saliva. — En otras palabras, el consejo de ancianos tiene un anuncio especial que darles y ordena a todos los habitantes a reunirse en la Torre Hokage, al atardecer. Se castigará con una ejecución pública cualquier ausencia. — Las pantallas se apagan y vuelven a encenderse, comenzando a operar como lo hacen habitualmente.
Los aldeanos dominados por el miedo, sabían que debían asistir a la hora indicada, saben muy bien de lo que son capaces y nadie quiere morir. Por otro lado, en algún rincón de la aldea tenemos al consejo de ancianos, reunidos en una oscura sala. La luz blanca ilumina sólo el centro de la gran mesa y sus miradas, permanecen ensombrecidas y ocultas. — Es cuestión de tiempo para que finalmente la maten. — Una voz misteriosa se escucha al igual que unos pasos entre el silencio. — Los preparativos están listos. Indra dará el golpe final. — Ho'Jin el líder del clan Aburame golpea fuertemente su asiento — ¡Se burló de todos nosotros! Merece un castigo peor que la muerte. — Expresó decepcionado. — Ya, ya. Calmate, siempre tienes que ser tan dramático. Déjame explicarte cuál es el plan... Cuando el Dios del Fuego es presentado ante los ojos del mundo, Indra Tatsumaki arrasará con el Bosque de la Muerte, sabemos que Aiko lo eligió como campo de batalla porque es su sitio favorito para entrenar y en los exámenes Chūnin de su generación, fue reconocida por completar la segunda fase en una hora. —
— El Dios del Fuego ¿Eh? Irónicamente será un Sarutobi. Quien iba a pensar que él sería la persona elegida por nosotros para extinguir la voluntad del fuego. — Diría entre risas un sujeto enmascarado. Luego es interrumpido, por el actual líder del clan Akimichi, este hombre demostró inseguridad y desconfianza, ganandose miradas fulminantes. Sí... PERO, aún así no debemos confiarnos y no subestimar esta maldita "Voluntad del Fuego". ¿Tienes idea de lo vergonzoso qué sería para nosotros? No. No sólo eso, todos y cada uno de nosotros morirá a manos del Raijin y Suijin... Si esto no sale como lo tiene planeado. — Una voz distante y madura, bebe un sorbo de Sake para aclarar la garganta y responde. — ¿De qué mierda estás hablando tú? Nuestros oficiales de más alto rango están preparados y están listos para la batalla, listos para morir por nosotros. Así es la guerra, ancianos y ancianas como nosotros la declaran, para que los jóvenes la luchen por nosotros. Su tono despreocupante no sorprendió a nadie, pues todos tienen ese mismo pensar. El consejo se queda discutiendo y realizando los preparativos para la gran revelación, pues no disponían de mucho tiempo.
Cuando la tarde finalmente cayó, tal cual como la emisaria de Boshoku notificó en la mañana: los aldeanos acudieron a la torre Hokage, llevándose incluso a sus hijos. Algo grande y especial está a punto de suceder o eso pensaba la mayoría. Hasta que en el tejado, un Jōnin de peli azul es el primero en hacer acto de presencia, hablando por un micrófono. Los altavoces intensifican su tono de voz y los medios de comunicación transmiten en vivo, no sólo en el País del Fuego, también en el Rayo, Agua, Viento y Tierra. Incluyendo también algunos países menores. — ¡Por orden del Imperio Boshoku, estamos reunidos aquí para tratar una delicada situación! Aiko Nezu le ha dado la espalda a toda la aldea y a su gente, nos ha engañado. Nos ha escupido en la cara, para al final irse corriendo con las colas entre las patas. — El público yace en silencio, y los que no creían en eso, se esforzaban por no demostrar expresiones molestas o tristes, no querían ser ejecutados. — En su lugar... ¡Kami-sama nos ha bendecido con un nuevo Dios en nuestro mundo! Nos complace revelarles... ¡Al Dios del Fuego! — ¿Esperaban leer Hokage? Esa palabra había muerto hoy, junto con las esperanzas de una población encadenada. La voluntad del fuego se extinguió, aparentemente, en ese tan amargo momento para hombres y mujeres. — ¡¡Sarutobi... Ryōga!! — La elección perfecta entre las filas. El único sin un historial de traición, el único sin rumores, conocido por ser un Shinobi justo y verdaderamente fuerte para ocupar el cargo. Los demás Senchō presente en el tejado, reunidos en una fila horizontal, bajaron sus miradas. Pues, no esperaban que él fuera elegido. — Ahhh... Que maldito fastidio será esto. — Suspiraría dando pasos hacia adelante, a la par que se colocaba un sombrero y capa. El Jōnin que peli azul, realiza una reverencia y se hace a un lado permitiendo que Ryōga se acerque y salude a su gente con una sonrisa incómoda, los más fieles al Imperio, gritaban y alababan su nombre como si de un verdadero Dios en este mundo mortal, se tratase.
Sin embargo, la realidad de la guerra es otra. El pobre desgraciado con la percepción de la realidad alterada, murió llegando a pensar una sola cosa, en lo que la luz de sus ojos se apaga y la sangre recorre el rostro en hileras. No había tiempo para lamentos, todos los presentes saben de ante mano que también pueden morir de la misma forma, hasta peor. El ruido de las explosiones y árboles cayendo, resuena con potencia, obligando a las villas pequeñas más cercanas a evacuar. Por un lado, un dúo de Imperiales asesinaban a un muchacho rebelde, tomando sus brazos y apuñalandolo varias veces con un muy filoso Kunai en el abdomen. Desde otro punto del campo de batalla, una inmensa explosión producto de un estallido de llamas Katon, envuelve el cuerpo de un pelotón Imperial. Estos desafortunados corrían quemándose vivos, pero nadie iba a salvarlos. Las bajas eran mutuas, incrementándose enormemente; el terreno estaba adornado con distintos cuerpos, algunos irreconocibles. Unos cuantos Ninjas con extremidades mutiladas, se arrastraban como gusanos buscando cobertura en algún punto, pero terminaban siendo presas por más explosiones.