La eterna paz [Namida, Fujitora]
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10 de Diciembre de 15 D.K
Temblo de las doce Gotas, País del Agua, Isla del Norte
13:07 PM
La historia cuenta, sobre una pequeña Isla donde sus habitantes aún siguen viejas costumbres: paz, tranquilidad y armonía. Parecía un lugar para el retiro, un lugar en el donde se podrían pasar los últimos años de vida. Pese a los cambios traídos por el Imperio Boshoku, no causó un gran "impacto" por estas tierras. Así que era bastante común, ver todo tipo de gentes andando por aquí y por allá. El natural olor a sangre que se filtraba en la niebla por Kirigakure, aquí no existía. Haciéndolo un lugar puro, apto incluso para un "Sabio" asesino como lo es nuestro querido antagonista. — ... — Tanta mierda vivida a lo largo de los años, fue el detonante, por primera vez en su vida decidió buscar aquella paz, que hasta ahora, creía inexistente.


En los alrededores, se podía ver a los monjes y sacerdotisas caminando y haciendo sus obligaciones, acaban de rezar a los Dioses de los Mares, y lo demostraban entre risas y murmullos. " Es bastante estúpido... " Pensó el adulto de ojos turquesa, muy similares a los de un felino. En su municiosa observación, trató de identificar a alguna Kunoichi o Shinobi, pero no le fue posible. Recibía miradas amigables, así como saludos. Aunque él optaba por responder con un simple y gentil movimiento de cabeza — Así que ese es el templo... Dicen que hay una fuente donde puedes ver el mundo de los espíritus. — Al acabar, emitió un bufido cargado de un aire escéptico. Fue escuchado por una jovencia curiosa de unos veinte años aproximadamente,  vestía un kimono y adornos especiales, además de llevar el símbolo del clan Taiki. — Ohhh, vaya que pareces un viejo gruñón que no cree en nuestros Dioses. — Yumi pegó un brinco y provocó que Rhooh frenará, ella no iba a dejar que siguiera caminando y entablaron una muy "extraña conversación. — ¿Qué dices, mocosa? ¿Acaso no sabes quién soy?. — Preguntaría en un tono tranquilo, esos ojos asesinos le causarían miedo a cualquiera, pero no a la fémina. — Esa espada... Esa vestimenta. Ya lo sé. — Mostró un semblante travieso y curioso — Eres alguien que está perdido, buscas una pequeña luz entre tanta oscuridad y desesperanza, mientras vagas por el mundo hacia donde el viento te lleve. Hmmm. ¿Un espadachín Vagabundo? ¿Un Hitokiri Battōsai arrepentido?. —Sonrió, dándose una media vuelta y se echó a andar hacia el templo. Los estaban esperando cientos y cientos de escalones. — ¿Hitokiri Battōsai? — Diría con los brazos cruzados mientras seguía caminando en la misma dirección  que la sacerdotisa — Significa... " Aquel que asesina con la espada", desprendes un aura maligna, no sé a cuántos haz matado... No importa, al menos no aquí, nadie va a juzgarte por tu pasado y presente. — Cayó de forma torpe, al tropezar con una piedrita. ¿Qué hizo Rhooh? Absolutamente nada, sencillamente continuó con su camino, hasta que la energética Taiki lo alcanzó — ¡Oye! ¡Además de mudo, vaya que eres un desalmado! —

Se podían escuchar las quejas infantiles de Yumeko desde largas distancias, pero Rhooh no le respondía, sólo mantuvo los ojos entrecerrados con una amable sonrisa.
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Al final de la extensa escalera de piedra conformada por cientos de peldaños, y protegido por un paisaje boscoso y nevado, se erguía imponente el sagrado y antiquísimo templo de las Doce Gotas.

Dispuesta a llevar a cabo el mismo ritual de todos los días, Namida ya estaba ahí. Vestía un hakama gris oscuro, de tela gruesa y abrigada, y un kimono blanco con delicados bordados azules que trazaban las líneas de olas y bonitos motivos florales. El largo cabello platinado lo llevaba recogido en una coleta alta, dejando que algunos mechones cayeran con libertad sobre su frente.

Aquella jornada se presentó en el templo un poco más tarde de lo habitual. Había tenido una mañana terrible, porque su hermano sufrió una descompensación y debió ocuparse de atenderlo y estabilizarlo. Últimamente tales situaciones se daban con frecuencia, ya que desde finales del verano la salud de Suien no había hecho más que deteriorarse con preocupante velocidad. Para colmo, la llegada del húmedo y frío clima invernal solo contribuiría a empeorar las cosas.

Tras cruzar la última puerta que separaba el mundo físico del mundo espiritual, y que conducía hacia el santuario, Namida detuvo su andar frente al temizuya para purificar su corazón y su alma antes de seguir avanzando. Siguiendo el protocolo, tomó uno de los cazos de madera disponibles y lo hundió en la fuente, llenándolo de agua. Vertió el líquido primero sobre su mano izquierda y después sobre la diestra. Luego volcó agua en la zurda y con ella lavó su boca, y de nuevo enjuagó la mano. Finalmente inclinó el cazo para que el resto de agua que aún contenía purificara el mango del mismo, y lo dejó donde estaba. Ya ''limpia'', la Hoshigaki podría continuar su camino hacia la capilla, la parte más sagrada de aquel lugar.

Al llegar al oratorio, entregó su ofrenda y realizó un par de reverencias profundas. Juntó sus manos casi a la misma altura y aplaudió dos veces, y solo entonces comenzó a rezar.

Previsiblemente, había un pedido en particular sobre el que Namida hacía énfasis cada vez que transmitía sus plegarias a los Dioses y este era, por supuesto, que volcaran sus bendiciones sobre Suien y lo colmaran de salud. Cada día, una y otra vez, pedía por lo mismo. Tenía fe, creía que en algún momento sus oraciones serían escuchadas y el cuerpo enfermo de su hermano recuperaría la vitalidad.

Permanecería un rato allí, a los pies del altar, tomándose su tiempo para rezar y pedir por todos sus seres queridos, los vivos y los muertos. Procuraría también expresar su gratitud por cada bendición que los Dioses desparramaban en su vida, y por los años de paz que, a pesar de las turbulencias del mundo exterior, mantenían la dichosa tranquilidad que caracterizaba a la Isla.
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¿Qué era esa sensación de tranquilidad? Era extraña, sentía como su alma era abrazada por una calidez indescriptible. ¿Era ese calor del sol? ¿Era ahí donde las almas descansan antes de ir al mundo espiritual? Le era difícil creer, que la alegría que transmite la jovencita hiciera sentir tranquilo al forajido — Heheheheh... ¡Bueno, te he guiado hasta aquí, señor gruñón! — Los gritos cesaron y Yumeko se paró frente a Rhooh haciendo una muy respetuosa reverencia, que fue correspondida adecuadamente — Hablas mucho. — Respondería amable, desviando la mirada con los ojos entrecerrados que hacía un perfecto contraste junto a su vacía sonrisa. 


Los monjes y sacerdotisas, seguían andando por aquí y por allá. Yumeko, se perdió entre ellos, tan escurridiza como un felino. Rhooh, no descartaba la posibilidad de volverla a ver y tal vez pedirle que lo vuelva a guiar en tal caso de que vuelva a "perderse". Él se quedó casi sorprendido, la adoración del interior del Templo sagrado era única, había visto todo tipo de artes y dibujos, pero nada se comparaba a esto — Madre... La última vez que te vi, tenía solo diez años. — Murmuró dirigiéndose a un paso tranquilo hacia la capilla. Su arma "Sol" se movía de lado a lado, emitiendo aquel extraño sonido entre la funda y metal, hasta que finalmente, al detenerse, observaría a una dama de piel peculiar ¿Azul? ¿Cómo alguien podría tener tal color de piel? — El País del Agua no deja de sorprenderme. — Lentamente dejó de lado sus armas, ahí en el suelo, asegurándose de que nadie fuese a tropezar con sus más preciadas pertenencias. — Espero no interrumpir. — Hablaría a Namida, para luego irse a orar por su difunda madre. Al arrodillarse y juntar las manos, la energía natural entraba en su cuerpo, de una forma inexpicable. No es como si tratara de entrar en modo sabio, simplemente sucedía así sin más, volviendo el ambiente pesado y puro a la vez.


— El viento, por extrañas circunstancias me han guiado hasta aquí, desde un lugar bastante lejano. Espero no molestarla con mi presencia, señorita. —
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Aferrado aún a los placeres de mi etapa ermitaña, valoraba con sumo cariño aquello que irradiase una paz inalcanzable para determinados lugares o personas. Kirigakure me proporcionaba un cobijo del cual dependía, pero no significaba que la villa tuviera todo lo ideal para mí, y aunque había abandonado ciertos rasgos de mi vida ascética, aún seguía conservando algunos de los placeres que me proporcionaba ese estilo de vida, ya que valoraba profundamente cualquier ambiente meditativo, calmado y lejos de cualquier dinámica frenética que incluso separaba al ser humano de su perfil más nativo y natural.

Me resultaba grato frecuentar lugares en el que su paz abundaba por doquier, y para mi detrimento, los templos eran sitios en los que parecía que hasta el más impulsivo, fiero y mezquino de los shinobis, guardaba cierto reparo para no quebrantar la atmósfera y respetar las costumbres religiosas que lo envolvían, por creencias o sin ellas, pero era un curioso comportamiento digno de estudiar. En mi caso, se me conocía ya de antemano en muchos de los que rodeaban la capital del agua, y aun sabiendo que mi forma de compartir el uso de los templos no era par a la de la mayoría de los feligreses, los monjes de los propios templos siempre se alegraban de verme por tan largos años de presencia y respeto que procesaba hacia ellos y el lugar que mantenían. Una vez más, como todos los finales de año, el Templo de las 12 Gotas era mi destino para cerrar el ciclo anual y escapar del bullicio de la villa, el templo se alzaba imponente, en lo alto de una gran escalinata de piedra fría con algo de nieve en sus extremos esquinados, rodeado de una densa arbolada característica del lugar, y vestida en lo más alto de sus copas de blanco. Cualquiera con una pizca de humanidad y buena vista, podría admitir que el aura de aquel sitio podría ir mucho más allá de cualquier ser, y procesaba un cobijo espiritual que no juzgaba a nadie con buenas intenciones de estar en él, a pesar de todas las atrocidades que pudiera haber cometido a lo largo de su vida.

- Quizá haya nacido para ser monje, me lo debería de plantear aunque tenga que transmitir una falsa creencia hacia sus dioses... pero estar aquí es como vivir con el tiempo pausado, sencillamente ideal -

Procesaba hacia mis adentros mientras recortaba escalones subiendo por ellos, saludando a monjes y sacerdotisas conocidos, los cuales me devolvían con una reverencia grácil el mismo gesto. Amaba profundamente la quietud y el sosiego de sus gentes, además de la belleza de la estructura, sus acabados, sus calidades y la atmósfera que transmitía en su conjunto, por ello, tras hacer el pertinente protocolo de limpieza con un agua tan fría que hasta cortaba la circulación de la sangre, me interné calmado hacia su interior. Mi característica gran envergadura, y mi yukata morado generaba siempre daba parte de que el gran hombre pelinegro había vuelto, y algunas miradas familiares de los lugareños se desviaban hacia mí, devolviéndolas con un gesto calmado de la cabeza, una leve sonrisa y los ojos entrecerrados. Me interné tanto hasta llegar al profundo oratorio, el cual siempre presentaba curiosos ambientes según la época del año por lo que tenían entendido, y en aquel mes, imponentes velas y artilugios vinculados a la oración que albergaban brasas y fuego, rodeaban sus paredes y sus gruesas columnas, generando un abrazo cálido para los feligreses que rezaban en los bancos de su centro, pero yo, al contrario que ellos, me reunía con sus muros por la pura contemplación y el silencio sepulcral del sitio. 

Embelesado por el grato calor y el baile de las llamas, me desligué de aquel plano y descubrí mi presencia de entre las robustas columnas laterales de la estancia, moviéndome entre ellas, recorriéndolas hacia la puerta de entrada sin molestar las oraciones de los allí presentes, de entre los cuales, uno de ellos llamó mi atención por sus ropajes y por su armamento, lo cual era raro de ver dentro del templo, mi curiosidad se fijó en la característica espada que el llamativo hombre posó cuidadosamente en el suelo, y acercándose hacia una joven la cual transmitía una gran concentración en su rezo, le dirigió unas leves palabras que no alcancé a escuchar quedándose en un murmullo para mis oídos. Caminé hacia la puerta y salí de esta, no pretendía interrumpir sus oraciones ni ningún tipo de fuga espiritual que quisieran tener allí dentro, y aguardando en una posición serena con los brazos cruzados y las holgadas mangas del yukata recolgando, esperé en su centro para calmar la curiosidad que me invadía sobre aquel particular ser, pues el oratorio no era el mejor sitio para intercambiar palabras ni pareceres.
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Un tenue pero reconocible sonido metálico captaría la atención de Namida Hoshigaki, y la curiosidad le obligaría a agudizar el oído, aunque sin necesidad de moverse ni voltear. Oyó pasos lentos acercándose hacia el altar, y también notó que algunos objetos eran reposados en el suelo con cuidado.

La voz que irrumpió en el silencio, en efecto, de igual manera interrumpiría sus oraciones. La mujer entreabrió los ojos por una brevedad de segundos, y desde el rabillo escaneó fugazmente la gran figura que se hincaba junto a ella, adoptando la misma postura de oración. Con facilidad se dio cuenta de que aquel hombre no era una persona que frecuentara el templo, ni tampoco la Isla, ya que su rostro era nuevo para ella. Naturalmente, se disparó en el sistema de Namida una cuota de suspicacia. Desde su reencuentro con Kurosame, la Hoshigaki mantenía sus escudos y defensas más arriba que antes, siendo cautelosa en sus interacciones con desconocidos.

Concentrándose nuevamente en sus oraciones, ella no respondió, siquiera cuando el sujeto habló una segunda vez. Por respeto a los Dioses, no pronunciaría palabra alguna hasta terminar.

Fue solo tras ofrecer las últimas reverencias frente al altar que Namida enderezó su cuerpo y se puso de pie. Las delicadas manos azules se entrelazaron y escondieron bajo las amplias mangas del kimono bordado, y al girar sobre sus talones se detuvo por un momento antes de retirarse del lugar. Con su característico y apacible tono de voz, finalmente habló:

Tu presencia no es molestia para mi, espadachín. Mas es a los Dioses a quienes debe complacer —Los ojos cerrados se abrieron otra vez y mantuvo la viste al frente, atenta—. Grato es que con el susurro del viento te hayan guiado hacia ellos. Bienvenido.

Sin mediar más palabras, pues no era correcto ponerse a platicar en el interior de aquel recinto sagrado, Namida reanudó su andar y caminó despacio hasta el gran portal que era entrada y salida. Si acaso el albino de pelo largo tenía algún interés en conversar, podían hacerlo en el exterior del santuario.

Fuera del oratorio, la Hoshigaki se quedó merodeando e intercambiando saludos con sacerdotes y visitantes conocidos. Como siempre, había muchas caras familiares y otras no tanto, así que los ojos de oro barrieron el templo completo con sutileza, tratando de identificar a los extraños. Destacó, por ejemplo, la figura gigantesca de un hombre que vestía un llamativo yukata de color púrpura, imposible de ignorar. No lo conocía, o al menos no recordaba haberle visto antes, pero sin duda se animaba a juzgar por la particular cicatriz que surcaba su rostro que no se trataría de un civil normal y corriente. ¿Tendría algo que ver con el espadachín que momentos antes se había puesto a orar junto a ella?
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Al parecer, había cometido una gran equivocación al hablar en la capilla. Durante ese momento, no recibió respuesta alguna y lo único que fue capaz de sentir fue algo de vergüenza por si mismo. Pero, no se sentía culpable ¿había que dejarle pasar la ofensa? Durante años de matanza y guerras, para él se perdió el significado de muchas cosas y esta era una de ellas. El Samurai, ante honorable, era un auténtico ser salvaje e irrespetuoso " U-umh... Tal vez no estuvo bien. " Pensamiento que resonó como un fuerte eco dentro de su cabeza, hasta que luego de unos segundos, la voz dulce y tranquila de la fémina fue escuchada. — Para los  Dioses comunes, soy solo un pequeño error. Dudo poder complacerlos con simples plegarias. Jamas... Obtendría su perdón. — Levantó la mirada, ojos entrecerrados — Mis manos, siguen manchadas con tanta sangre inocente. Esto solo complace a los Demonios que me siguen. — Finalmente cerró los ojos, exhalando nostálgico. 

Los suaves pasos y delicados, cada vez se hacían más distantes, dejando en evidencia la ausencia de la jovencita de piel azul en la capilla. Ese momento, lo tomó para comunicarse con su difunta madre, y lo único que fue capaz de escuchar fueron sus mismas palabras — Pon tus ojos en la sabiduría y no vuelvas a fumar. Esos años... No volverán, mi pequeño Rhooh. — Un viaje en el tiempo y recordando cuando solo tenía quince años, provocó un sentimiento olvidado, pero él no sabía que era la última vez que lo volvería  a sentir. Las lágrimas no tardaron en hacerse presente con sus ojos finalmente abiertos. ¿Era eso el dolor y la tristeza de ya no tener familia?.

Unos minutos transcurrieron, y cuando se aseguró de que sus ojos perdieran aquel brillo y limpiara las lágrimas, volvió a levantarse, esta vez estaba totalmente firme. — He tomado mi decisión final. — Los hombros pesaban, no sabía porque. — Es el momento de sellar mi destino. Voy a darlo todo. — Figuras fantasmagóricas acompañaban al señor, para finalmente desaparecer — Mi último acto, será en la Hoja. — ¿A qué militar no le gustaría morir y ser enterrado en sus tierras?.

Recuperó su armamento, en especial la funda vacía tallada con varios Kanji relacionados a cuervos y oscuridad, para luego salir de la capilla tranquilamente. Sus ojos permanecían entrecerrados, pero aún así era capaz de ver. Una vez más, vio a Namida, quien se encontraba acompañada por un sujeto que Rhooh no había visto antes, pero a juzgar por su vestimenta, parece seguir el camino del Kenjutsu — Dicen que en el País del Agua nacen los espadachín más hábiles. — Hablaría a Fujitora para luego voltear a ver a la muchacha y sonrierle — Permitanme presentarme... Harataka Rhooh, de la hoja. — Pese a la revelación, su relación con la Aldea se ponía en duda debido a la bandada tallada horizontalmente — ¿Les interesa ir por algo de Sake? Yo invito. — Preguntó el alcohólico, esperando una respuesta.


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Última modificación: 25-12-2023, 04:04 PM por Fujitora.
Mi espera no se hizo mucho más de rogar cuando los dos shinobis del interior del oratorio decidieron salir de este momentos después de hacerlo yo. Mi calma y mi serenidad eran tan palpables como lo era mi presencia en aquella calmada antesala, tan pura como perdurable, que ni el más impulsivo de los seres se atrevería a alterar, pues era grato tal silencio como el tintineante desliz de los calzados sobre su suelo de las diferentes personas que caminaban sobre él, en mi caso, usar geta de madera provocaba un armónico choque entre los azulejos y el canto de madera de estos. Pronto comenzaron a salir y percibí los primeros detalles de la joven que se adelantó a aquel desconocido espadachín, la chica para mi sorpresa, parecía compartir rasgos con aquella lastimosa y perturbada joven que tuve el desencuentro de proteger, en una aldea no muy lejos de aquí, lo que me hizo suponer que esta podría ser también una shinobi de la niebla.

- Ah, ¿de Kirigakure señorita? -

Me atreví a preguntar enviándole un ligero giro de cabeza en señal de saludo cordial y formal, evitando quizá un desafortunado comentario respecto a su piel, pues ignoraba si la kunoichi pudiera tener algún tipo de complejo relacionado con ella y así no molestarla. Una sutil pregunta que podría dar pie a una vuelta de la misma, y que no me importaría continuar, pues me agradaba la idea de conocer gente que compartía aparentemente gustos tan pares a los míos, gustos parejos a la calma, el silencio, la comida y la bebida siempre serían bienvenidos conmigo. Su supuesto acompañante, peliblanco y de hombro marcados, la siguió instante, deslicé los ojos hasta la mano que agarraba su katana, repasando sus diferentes detalles y subiendo mis pupilas para terminar de evaluar su figura. Pronto, el mismo me refirió unas primeras palabras, tenía la certeza de que él también me habría evaluado mientras se acercaba a mí, una afirmativa sonrisa se dibujo en mi rostro y no tardé mucho en contestarle.

- Parece que la tradición nos da cierta fama, pero últimamente veo demasiado desviado en el camino del filo recto... Fujitora Ka... izaru, Fujitora Kizaru, un placer para ambos -
- ¿!?¿¡!? -

¿Qué mierda había pasado? Era la primera vez que en presencia de desconocidos mi lengua y mi cerebro me podrían haber jugado una mala pasada fatal, y haber desvelado cosas de mí que no debía, quizá por el frío de mis pies desnudos, o el ensimismamiento hacia las armas del tipo habría bajado una guardia perenne en mí. No volvería a pasar.

El tal Rhooh, no perdió mucho el tiempo y enseguida nos invitó cortésmente a un trago que de seguro calentaría los cuerpos, pues el frío estaba muy presente en todo el templo, y los materiales de piedra con los que estaba construido, no ayudaban mucho tampoco sumado a las múltiples aperturas entre las estancias que también disponía en ausencia de puertas que guardasen el calor de estas.

- Conozco algo por aquí para beber, charlar y disfrutar de la tranquilidad de la zona, también tendríamos privacidad, si os parece bien seguidme -

Daría por hecho de que la joven también accedería a aquel improvisado plan, y sabía que a los pies del templo, había digamos una extensión de este donde se alzaba lo más parecido a una taberna para beber y resguardarse del frío, donde los visitantes del lugar podrían ahí charlar sin trabas pero manteniendo la atmósfera pacífica del lugar.

- Y bien, ¿qué os ha traído al templo si no es un compromiso saberlo?, ¿soléis acercaros a menudo?... es la mejor época del año para venir sin duda, siempre es reconfortante alejarse del ruido que hoy en día hay por todos lados, eso calma y templa el alma -

Dije concluyendo, en un tono que apacible e inalterable, casi un murmullo, el suficiente para que los dos pudieran escucharlo suficientemente y no perturbase la del lugar. Mi idea era reconducirlos hasta uno de mis rincones favoritos, un apacible y cómodo sitio donde los visitantes podían acudir para calmar su sed y buscar el regocijo en su estómago, con bebida y la especialidad de gyozas al vapor con mezcla de verduras de cerdo de la zona, además también de su famosa sopa de aleta de tiburón, que solían ofrecer a los nativos de la zona pero, ¿había alguien en su sano juicio que le gustase eso?, seguramente no, o al menos, no me gustaría juntarme con alguien así. 

En aquella taberna, la limpieza y la humildad de su mobiliario eran muy visibles, las mesas estaban separadas unas de otras por mamparas y cortinas engarzadas hasta el techo, cómodos asientos, y redondas ventanas que iluminaban tenuemente la mesa formando un bonito contraste con su azul y la cálida luz de las velas que colocaban para acompañar la estancia en el servicio de los clientes. Estaba seguro de que al llegar, tanto Rhooh como la joven disfrutarían del sitio.
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Última modificación: 06-04-2024, 09:57 PM por Namida.
La voz de Fujitora pescaría a Namida con una pregunta curiosa y sencilla. Apacible, la Hoshigaki se acercó al de la cicatriz dispuesta a responderle, con ánimos de entablar una breve conversación. En su rostro mantenía una expresión amable, las manos las escondía entrelazadas bajo las mangas del kimono.

No había nada en ella que a simple vista la identificara como la kunoichi que un día supo ser, ni que evidenciara su paso por la Aldea de la Niebla. Aunque, si reparaba en la particular piel azulada que delataba la herencia de un linaje guerrero, aquel sujeto podría, con poco esfuerzo, sacar sus propias conjeturas respecto al origen de la mujer.

No —le contestó, sosteniendo una delicada sonrisa—. Pero he tenido el placer de visitar Kirigakure en más de una ocasión. Lo que más me gusta son sus playas neblinosas. Parecen salidas de un cuento, ¿no cree? —comentó—¿Vive usted de allí?

El hombre no tendría mucho tiempo para replicar, ya que el espadachín con quien la Hoshigaki había intercambiado palabras en el interior del templo no se demoraría en hacer aparición detrás de ella. Instintivamente, Namida dio un paso al costado para abrirse y dejarle lugar. No quería darle la espalda.

El albino se incorporó a la conversación, hablando directamente a Fujitora y evidenciando que, al igual que él, también era un espadachín. Luego volteó el rostro hacia la muchacha y le sonrió, mostrándose amigable. Namida devolvió el gesto y prestó especial atención a los detalles, mientras aquel hombre revelaba su identidad y origen.

Fujitora respondió al de cabello blanco y también le dijo su nombre. Pero ese pequeño traspié al presentarse, Namida lo notó. Habría sido, a lo mejor, un simple furcio. Sin embargo la Hoshigaki dudó. Los ojos rodaron sutilmente inspeccionando al shinobi de la cicatriz, prestando atención a sus gestos y lenguaje corporal. ¿Acaso aquel sujeto estaba ocultando su verdadera identidad? ¿Por qué haría eso? 

Y el otro, el espadachín, ¿Por qué casualmente se mostraba tan interesado en ellos dos? ¿Invitarles a beber sake, de verdad? ¿Podía tratarse de alguna trampa, o engaño? Namida había llegado a escuchar sus palabras mientras se retiraba del santuario. Un hitokiri, un hombre que con el filo de su espada manchó sus manos de sangre inocente, desde luego no le inspiraba mucha confianza. ¿Quién era? ¿Un simple shinobi? ¿Un criminal? ¿Un cazarrecompensas?

Después de diez años, la Hoshigaki había vuelto a sentirse paranoica. Siempre supo ser cauta, resguardando su verdadera identidad y manteniendo un perfil bajo a sabiendas de que cometer algún error podía costarle la vida. Cada paso y decisión los tomó en consecuencia, pero con el tiempo se relajó y fue bajando la guardia... hasta ahora. Los últimos meses, después de que Kurosame la descubriera con vida, solo podría ver potenciales amenazas a su alrededor. ¿Podían ellos significar algún peligro?

No interrumpiría la breve conversación entre los hombres. Solo se presentó cuando sintió que había encontrado el espacio justo para hablar.

Mi nombre es Serizawa, Aoko —mintió, como habitualmente lo había hecho por quince años. En ningún momento cambió la expresión de su rostro. Esa sonrisa cálida y apacible continuaba dibujada sobre sus labios azules—. Con gusto les acompañaría pero, no solo no bebo, si no que hay otros asuntos que requieren de mi atención en este momento. Lamento rechazar la invitación. Sabrán disculparme —explicó, completando su excusa con una pequeña pero elegante reverencia.

No podía fiarse, no podía asegurarse de que esos tipos no significaban una amenaza para ella y su familia. Además, no sería propio de una mujer como Namida ir a beber en compañía de dos hombres, los que para colmo eran completos desconocidos.

Si volvemos a encontrarnos, con gusto cualquier día les recibiré en mi hogar con una taza de té —dijo, mirando a Fujitora. Luego se giró hacia Rhooh—. No dudo de la voluntad de los Dioses, que si han guiado sus pasos hasta aquí una vez, seguramente lo harán de nuevo.

Y entonces retrocedió y volvió a saludar inclinando el torno, para después retirarse a continuar con sus actividades en el templo.



Off: Bueno chicos, a sabiendas de que Rhooh ha pasado a mejor vida, ya no tiene mucho sentido continuar con este tema. He editado mi post y me salgo del tema para no dejarlo colgado en la eternidad. Ya habrá otra oportunidad de rolear juntos ♥
Salto de foro:

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