[Monotema Pasado] Las noches sin luna.
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Última modificación: 20-10-2023, 01:09 AM por Fujitora.
Capítulo I. La herencia del hueso.
Fujitora Kizaru, 11 años.


La niebla de Kirigakure siempre estuvo rodeada de un folklore a veces bien merecido y otras algo dramatizado. Bien es cierto que el fenómeno era perenne en la villa y que, todos sus habitantes siempre tendrían para bien o para mal una vinculación con la misma niebla a lo largo de su vida. Siendo esto como un bautismo para toda persona de la capital del agua, el destino y la vida de los Kaguya no era diferente al de los demás, pues también estaban atados a ella.

Kenro Kaguya, patriarca de mi familia llevaba décadas bailando en la niebla, superviviente a la matanza del clan y orgulloso padre y abuelo de una descendencia sana y disciplinada. Luchó día tras día para sacar adelante a su prole con la virtud que le caracteriza, constancia, amor e identidad, pues siempre nos repetía una y otra vez quienes éramos y nuestras capacidades. El abuelo Kenro siempre fue un hombre serio muy preocupado también por nuestra seguridad, preservaba nuestra integridad intentando que creciéramos fuertes e independientes, capaces de tomar nuestras propias decisiones y ser responsables de ellas, en definitiva, el abuelo Kenro nos preparaba para la vida.

Fujinro Kaguya, único hijo de Kenro, mi padre y heredero directo de mi abuelo, ya que sus 2 hermanas menores fueron asesinadas en la todavía tapada caza del clan. Un duro mazazo para ambos que proyectó en ellos algunos de los rasgos más negativos que los Kaguya desean borrar. Mi padre era reservado y aunque siempre estaba pendiente de todos nosotros, tanto en nuestra educación como en la alimentación, era hombre de pocas palabras, el ejemplo perfecto de eterno aprendiz pues siempre tenía en cuenta los consejos del abuelo Kenro.

Marga y Lylin Kaguya, abuela paterna y madre, difuntas tras una revuelta al poco tiempo de nacer Naranai. Murieron en extrañas circunstancias y nunca las volvimos a encontrar de ninguna forma, sus cuerpos se esfumaron para nunca aparecer dejando tras de sí una imborrable herida de desconfianza e inseguridad en el seno de la familia y del clan. Desgraciadamente, solo viven en nuestra memoria y albergo pocos recuerdos sobre ellas, además, era rara la ocasión que estuvieran en la boca del abuelo o de padre.

Fujitora, Fenrujiro, Isona y Naranai Kaguya. Servidor y hermanos por orden de edad. El mejor vínculo que logro recordar que haya tenido en mi vida. Con ellos el significado de familia cobraba sentido, y éramos los que conjuntamente alimentábamos de ilusión a la familia, la llenábamos de esperanza. Creo que mi mayor herida aún sangra en recuerdo a ellos 3, pues es imborrable la conexión que teníamos, un gran equipo que compartía sangre y se ayudaban unos a otros, la mayor muestra de amor y fraternidad que el ser humano podría reproducir, aunque por esto mismo fuera la causa del miedo y el odio que se despertase contra nosotros y como efecto fuéramos cazados.
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Capítulo II. Reviviendo a los Kaguya.
Fujitora Kizaru, 12 años.


Los días en familia se sucedían entre trabajo duro y el amor fraternal que nos procedíamos. Entre todos, habíamos formado un hogar acogedor, pero no me refiero a una casa como bien material, si no a que nuestra familia era nuestro propio hogar. Sustentados por los 2 pilares fundamentales que eran el abuelo Fenro y nuestro padre Fujinro, aprendíamos los verdaderos valores humanos para crecer con ellos de la forma más sana y humana posible, además, nos instruían en dominar nuestro Kekkei Genkai.

Por un lado el abuelo, había sido un gran guerrero del clan según sus historias, de los más peligrosos del país en el cuerpo a cuerpo y un fiero guerrero que usaba su cuerpo como una verdadera arma. Padre en cambio, fue un excelente espadachín, y aunque el abuelo no aprobara del todo su modo de combate con la espada, era tan veloz y preciso como él. Ambos, nos legaban día tras día todos sus conocimientos y nos entrenaban duro para fortalecernos, y en mi caso, me había decantado por el manejo de la espada al igual que mi padre, una decisión que le llenó de regocijo en detrimento del abuelo, pero que se vio compensado cuando mis 3 hermanos menores decidieron orientar su entrenamiento al del anciano Kaguya. Desde muy jóvenes nos enseñaron la historia del clan, sus fortalezas y debilidades, además de practicar en el manejo del Kekkei Genkai, pues las múltiples aplicaciones de los huesos tan solo estaban limitadas a la imaginación del Kaguya, ya que podrían servir para atacar, defenderse e incluso montar una ofensiva a distancia.

Recuerdo aquellas tardes, era cuando solíamos practicar manejando nuestros huesos, muchas de ellas practicábamos con dinas dibujas en árboles gruesos y colocados a una distancia de ellos hacíamos tiro al blanco disparando nuestras falanges. Con la mano extendida apuntando hacia el centro de la diana, fragmentos afilados de huesos salían disparados, clavándose en la corteza como si fuera mantequilla, Fenrujiro era el más especialista en este campo de los 4, en muchas ocasiones siempre lograba acertar con alguna en el centro, y en cuanto al resto a veces era todo un logro o golpe de suerte que lo hiciéramos, en cambio, a él se le notaba un talento con la puntería que empezaba a desarrollar muy tempranamente.

También teníamos otros ejercicios donde moldeábamos el hueso que emergía desde nuestro cuerpo, pero en un sinfín de intentos recuerdo que los 4 estábamos muy verdes comparado a lo que nos mostraban padre y abuelo. Sin embargo, los ejercicios que más nos gustaban eran los duelos que hacíamos entre nosotros, de los cuales, yo solía salir victorioso con suma facilidad aunque seguido de muy de cerca de Isona, pues la tercera de los 4 hermanos era fiera e inteligente en los combates, mostraba una gran determinación y me encantaba medirme contra ella. Las peleas contra mi hermana pequeña son una de las cosas que más nostalgia me causa porque sentía que teníamos una gran conexión, era cierto que la pequeña odiaba morder el polvo, pero por dentro ambos lo sabíamos. Yo por dentro siempre tenía mis dudas si siempre ganaba gracias al noble arte del manejo de la espada o era por mis virtudes, era cierto que mi espada quedaba lejos de las dimensiones de una katana, pero era inevitable no reconocer que me daba un plus de ventaja.

Y todo ese saber que tenía blandiéndola se lo debía a mi padre, pues su proyecto de vida con la espada era yo, y pasábamos largas horas practicando mientras el abuelo lo hacía con el resto de mis hermanos. Aún recuerdo ese cansancio en los hombros, las infinitas repeticiones, las lecciones, las caídas al barro y también algunos reconocimientos que me ganaba tras una dura jornada. Todo esto era en definitiva lo mejor que guardaba mi mente de mi hogar, de lo que yo llamaba hogar, y es algo que siempre llevaré grabado en mí, su legado.
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Capítulo III. El recuerdo imborrable.
Fujitora Kizaru, 13 años.


Siempre existe esa anécdota, o más bien esa historia, de la que tanto para bien como para mal siempre nos acordamos de ella. A día de hoy, no hay persona que la primera impresión que tiene al verme no sea la de compadecerme por lo que fuera que me pasó para tener la gran cicatriz de mi rostro. Y sí, un recuerdo imborrable, pero que a pesar del dolor que me produjo en ese momento, se convirtió y se ha ido convirtiendo con el paso de los años en una gran marca honorífica con la que traigo a la memoria mi amor a mi familia y hermanos.

La gran cicatriz de mi cara fue obra de un indeseado que se cruzó en el camino de mis hermanos. Era habitual que nuestro padre nos mandase a comprar al mercado de la villa la comida que hiciera falta, los 4 hijos íbamos con un gran cesto cada uno para cargar los víveres que necesitáramos para las próximas comidas. Además, era algo que como críos nos estimulaba y nos descubría cosas que en el día a día no gozábamos a ver, como lugares, artesanías, alimentos y por gracia o desgracia personas. Pues fue un día como otro cualquiera cuando el suceso se produjo, y me marcó físicamente para siempre.


Disfrutaba de las idas y venidas con mis hermanos durante el mercado, el rol de hermano mayor a veces me insuflaba un sentimiento fraternal hacia ellos al verlos disfrutar, probar y descubrir todos los estímulos que la aldea ofrecía y que para nosotros nos resultaban exóticos. Pero hubo un día que por caprichos de un mal destino tuvimos un desafortunado encuentro con 3 maleantes, que pretendían aprovecharse de nosotros y de su edad para satisfacer sus intereses, robarnos y extorsionarnos. Recuerdo que me quedé mirando uno de los puestos de artesanía que tanto llamaba mi atención, un humilde puesto de una anciana que hacía de forma muy personal pequeños vasos de barro ornamentados con motivos diferentes y de muy buen gusto, incluso recuerdo también que estrechaba lazos con aquella mujer y siempre que me paraba en su puesto nos poníamos al día para conocer la vida del otro. Desafortunadamente, en uno de esos gratos encuentros, mis hermanos se adelantaron en el camino para más tarde yo alcanzarles, pasando por una calle algo insegura y en la que se produjo el asalto.

Al terminar mi conversación con la anciana retomé el camino y fue cuando presencié la escena, 3 jóvenes mucho más mayores que nosotros, y armados con kunais acorralaron a mis hermanos, que bloqueados se cerraron entre sí para guardarse mutuamente las espaldas pero, en sus rostros vi que aterrados se aferraban a la compra de ese día para no perderla. En menos de un segundo, mi cuerpo entró en cólera y desplegando la espada de hueso que utilizaba siempre, apreté los dientes y me lancé contra ellos. Fue una pelea que recuerdo nítidamente hasta la herida, como aprovechando que estaban de espaldas rebané los talones del más cercano, pero era evidente que estaba en desventaja, y el que parecía el cabecilla y más habilidoso, respondió rápido. Me atacó instintivamente y perdí el conocimiento, el resto del suceso me lo contaron mis hermanos, que tras presenciar lo que aquel malnacido me hizo en la frente, actuaron con furia y sin piedad contra él y el otro restante.

Al despertar, recuerdo al abuelo y a mi padre frente a mí, en un puesto de enfermería de la villa y con un terrible dolor de cabeza, segundos después irrumpieron mis hermanos. Tenía grapas en la parte superior del rostro como para poner un puesto, y una cicatriz hinchada que supuraba cada vez que gesticulaba cualquier cosa, ese dolor lo recuerdo intenso y constante, y durante semanas me estuvo acompañando y amargando cada noche que intentaba descansar. El abuelo y papá me dieron una buena charla cuando estaba más recuperada que no olvidaré jamás, alabando mi coraje pero reprendiendo mi temeridad impulsiva y que, de no ser por el factor sorpresa y el entrenamiento a los cuales éramos sometidos, podría haber acabado mucho peor, sin embargo, estaban verdaderamente honrados conmigo, y eso era algo que esta cicatriz me recuerda cada vez que la veo en cada reflejo.

Por todo ello, la cicatriz que porto con orgullo me genera una imagen de ellos, me retrotrae a sentimientos especiales y muy íntimos además de acercarme a ellos de nuevo. Una medalla que de por vida llevaré como legado, como recuerdo de mi familia.
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Capítulo IV. Las réplicas de los viejos fantasmas.
Fujitora Kizaru, 13 años.


Aún recuerdo esos días como si fueran el inicio de todas las desavenidas que posteriormente ocurrieron. Pocas semanas pasaron desde el incidente en la villa donde me gané la cicatriz de mi cara, y notaba una calma tensa en el ambiente de casa entre el abuelo y padre. Los días pasaban con normalidad entre nosotros cuatro, pero yo, que aún permanecía convaleciente debido a la herida de la frente, me dedicaba a desarrollar mi observación con mi alrededor y no a entrenar para que no se me abrieran los puntos de sutura y sanasen mejor los cortes. El punto de inflexión fue cuando en una noche, escuché de nuevo al abuelo Kenro levantar la voz, y era inquietante, pues el reconocido tono pausado e inquebrantable del patriarca Kaguya ahora se mostraba tembloroso y exaltado, y eran claros reflejos de que algo no iba bien.

"Nos vuelven a cazar Fujinro"

Mi inocencia no alcanzaba a encontrar aún la lógica de aquella frase que ahora llevo tatuada en mi ser más interior, y que detona cada día con el fin de darle claridad y respuesta. Y si ya me resultaba raro el comportamiento del abuelo, aquello me recargaba de aún más dudas, pero sobre todo de inseguridad. La conducta de los dos Kaguyas durante ese periodo de tiempo la recuerdo recelosa y sobre protectora, y eran rasgos que identificaba claramente mientras permanecía sentado con ellos a la par que mis hermanos entrenaban, pues ya más que supervisar sus movimientos o sus técnicas, montaban una extraña guardia quieta desde su posición intentando esconderla ante nosotros para no levantar sospecha alguna. Me preguntaba a veces si creían que yo al menos no me daría cuenta del estrés al que estaban sometidos, pero eran más que evidente sus miradas fulminantes hacia fuera de la casa o sus pausas silenciosas para afinar el oído como si estuvieran esperan a algo o alguien acechante.

Evidentemente, las interrogantes que me rodearon al respecto no se resolvieron en ningún momento, de hecho, crecieron y crecieron, sumándose con otras hasta resultar una amalgama de sensaciones inseguras que a mis 13 años me preocupaban porque provenían de mi familia. Resulta demasiado inquietante ver como los 2 pilares principales de tu núcleo familiar se desmoronan y te transmiten esas sensaciones negativas que tienen, en este caso, como si fueran 2 ratas perseguidas por gatos callejeros y que no salen de su madriguera por miedo a morir. La situación se prolongó así durante un par de meses, insostenible, y dando como muestra roces entre el abuelo y padre en algunas ocasiones por conversaciones musitadas entre los 2 que no alcanzaba a escuchar, en las que el abuelo increpaba y más tarde rehuía por no saber como gestionar el tema. Me alarmaba que a pesar de ser un gran equipo los 6 no compartieran con nosotros 4 todo aquello que los atormentaba, no se abrían por el miedo que atravesaban, y no sé hasta que punto podrían creer que esa actitud nos protegería más que intranquilizaba, pues sus esporádicos desencuentros habían empezado a despertar también la atención de mis hermanos. Pero ellos seguían sin soltar prenda.

Teniendo en cuenta la posición del abuelo sobre todo y también de padre, ¿Qué clase de amenaza los alteraba hasta tal preocupación?, ¿a qué se refería el abuelo con la frase de aquella noche?, ¿quién o qué nos volvía a cazar? Eran las principales preguntas que me asaltaban, y aun sin encontrarle respuesta, se les sumarían otras más de igual o más peso existencial.
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Capítulo V. La noche sin luna.
Fujitora Kizaru, 13 años.


No se hizo de esperar finalmente, cuando por medio de una decisión del abuelo y padre se decidió por completo como pasaría el resto de mis años en la villa, dando un gran vuelco que perdura hasta el día de hoy.

Me acuerdo de aquel día como si lo estuviera viviendo constantemente, sobretodo las sensaciones que se palpaban en una calma tensa e inquietante, hasta el punto que mis hermanos desde hacía ya varios días también eran capaces de percibir un secreto a voces por parte de los dos patriarcas kaguyas. Pero aquel día se sentía como si de un entierro se tratase, y el entrenamiento matutino fue menos considerado que otros atrás, a pesar que tocaba ejercitar físico y destreza con la espada, y mis hermanos, nerviosos y callados también estaban a merced de que padre y el abuelo anunciaran de una vez por todas lo que durante tantos meses llevaban entre manos, ellos lo sabían y nosotros también, siendo las miradas cruzadas de desesperación las detonantes forzosas de una toma de decisión que cambiaría el rumbo de la familia para siempre.

Aquella misma noche, durante la cena, la comida y el vino eran un mero telón de fondo por lo que estaba por acontecer. Desde el silencio más incómodo que recuerdo, y las cabezas cabizbajas de mis hermanos, el abuelo se aclaró la garganta para tomar la palabra tras un trago largo del vino. Papá lo siguió tragando lo que le quedaba de puré de patata, apoyó sus codos sobre el mantel, entrelazó las manos y dejó la mirada perdida en un punto del comedor. El anciano kaguya nos llamó a cada uno de los cuatro por nuestro nombre, y cuando obtuvo nuestra atención, nos comunicó con voz áspera y firme que emprenderíamos un viaje para no volver jamás a Kirigakure. Sin mediar más palabra ni detalle, volvió a tomar otro trago más hasta vaciar la copa de barro, y un silencio sepulcral inundó el comedor ahogándonos a los seis, pues las preguntas al respecto afloraban en nuestras cabezas, pero sin poderse materializar, esperando de alguna forma por gracia divina que el abuelo nos contase algo más, por que había mucho más. Sin embargo, no soltó prenda, provocando mi sobresalto y haciendo estallar mi paciencia.

Nada más que reseñar en este capítulo sobre gritos y lágrimas durante esa escena en la mesa. Incomprensión, miedo, secretos... era obvio, pero no justo, y ha resumidas cuentas, lo que dejó esa cena fue la fisura de una familia que por algo que desconocía, había roto con la estabilidad que tanto disfrutábamos. Lo que más me lastimaba de todo es que los seis nos amábamos y no queríamos nada de lo que estaba sucediendo, pero a la mañana siguiente al alba, el abuelo, padre, fenrujiro, Isona y Naranai se despidieron de mí. Decidí quedarme en el sitio en el que nacimos y guardarlo mientras ellos estaban en la búsqueda de un nuevo hogar, para que una vez se asentaran, pudiera acudir a ellos. Con la poca madurez que a esa corta edad podía juntar, me armé de valor para quedarme en el hogar que nos vio nacer y criar, pues me provocaba tal herida abandonarlo a su suerte, y en él se mantenían tantos recuerdos con mis hermanos, mi padre Fujinro y el abuelo Kenro, que sería un horrible parto de un bebé ya fallecido el tener que abandonarlo y dejar que el tiempo o desconocidos lo consumieran. No sería así.

No experimenté tal azote emocional tan grande en mi vida como la partida de mi familia hacia quien sabe donde. Una congoja por un adiós incierto que ni el más certero de los destinos podría cerciorarse de que saldría bien, pues tanto los patriarcas Kaguya como yo, teníamos miedo de la división y lo que pudiera venir. Por eso, con los abrazos más profundos, y las lágrimas más densas y verdaderas, fuí despidiendo uno a uno a todos ellos, cerrándonos finalmente en un círculo para un abrazo grupal que nos atravesó a cada cual, asentando aunque ya lo fuera, que estaríamos unidos para siempre.
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