Ren, observando el impacto de Mei y el caos que se les acercaba al frente, decidió que era su turno de actuar. Con un movimiento decidido, Ren desató su Daitopa. El vendaval generado por aquella técnica se expandió con una furia incontenible, arrastrando todo a su paso. Las sobras de las puertas de vidrio que daban acceso a la sala de juntas terminaron de ser destrozadas por la implacable fuerza del viento. El sonido de la corriente de aire se volvió ensordecedor. La poderosa ráfaga de viento arrasó con todo a su paso. En la sala de juntas, los papeles que Kin había encontrado se convirtieron en fragmentos volátiles, la mesa y las sillas fueron proyectadas como astillas en todas direcciones, y el proyector que estaba sobre la mesa se hizo añicos, esparciendo componentes electrónicos por el suelo. El vendaval no se detuvo allí; su furia se expandió hacia la oficina al sur. Las puertas que las arañas habían derribado yacían en el suelo, permitiendo que el torbellino de viento entrara sin obstáculos. La oficina fue devastada con la misma violencia: muebles, archivos y equipos fueron arrastrados y destruidos, sumiendo el espacio en un desorden absoluto. Las paredes se agrietaron bajo la presión del viento y los cristales se rompieron en mil pedazos, añadiendo un toque de desolación al panorama.
En el pasillo, la computadora que estaba montada en la pared, resistió al principio, pero pronto sucumbió ante la furia del viento. El aparato se desmoronó, arrastrado por el aire hasta quedar reducido a escombros dispersos por el suelo. Los cables sueltos comenzaron a chispear y a emitir chispas en la pared, creando un espectáculo de luces efímeras en la oscuridad. Mientras tanto y a modo de consecuencia, en el laboratorio al otro lado de la pared, el sonido de los pitidos que anteriormente llenaban el aire comenzó a desvanecerse. El ambiente en el laboratorio inexplorado se llenó de un sonido preocupante, como si algo estuviera perdiendo presión, y los burbujeos y el estallido de cristal comenzaron a llenar el espacio. La respiración que antes habían escuchado ahora se volvió agitada, y múltiple. La presión acumulada y el caos se manifestaron en un bullicio ensordecedor, pero de esto solo dos de ellos se darían cuenta. En el laboratorio inexplorado, ahora una luz roja palpitaba y las alarmas comenzaron a sonar, añadiendo una nueva capa de caos a la escena ya desbordante.
A medida que el vendaval se desvanecía y la tormenta de viento se disipaba, la puerta roja al final del pasillo cedió con facilidad, siendo arrojada hacia adelante con una fuerza inesperada. El pasillo revelado más allá era aún más extenso de lo que habían imaginado, y la aparición de la puerta desmoronada reveló una escena de desorden y caos. El impacto de la ráfaga de viento se hizo sentir en todo el pasillo, reduciendo a las arañas restantes a una masa de hilos deshechos y esparcidos. Solo dos de ellas sobrevivieron al hallarse fuera de la zona de peligro, aquellas que habían dado luz a los lazos eléctricos.
Kin sería quien sintiera aquella destrucción más cerca de su rostro. El primer testigo y casi víctima número uno del caos. Vería ahora, incluso en la oscuridad, como la sala de juntas, antes ordenada y relativamente intacta, se convirtió en un caos total. Solo dos arañas quedaban con vida y esto Kin lo sabía. Desde la perspectiva de la araña, el momento de su muerte fue tan repentino como brutal. Había sobrevivido al viento, pero el verdadero golpe mortal vino cuando Kin, con determinación letal, utilizó su habilidad para desatar un ataque devastador. En un instante, la araña sintió un ardor infernal al ser alcanzada por la energía de Kin. Fue como si el viento mismo hubiera cobrado vida y se hubiera lanzado contra ella, convirtiéndola en un mero objetivo de destrucción. La única araña viva, liberó a Kaizen de su lazo y escapó por la habitación al norte de la sala de conferencias.
En ese momento, las luces del edificio parpadearon y se apagaron brevemente, sumiendo el lugar en la oscuridad. Luego, las luces de emergencia se encendieron, pero en lugar del blanco habitual, ahora brillaban en un intenso color rojo. Habían sobrevivido con facilidad a su primer encuentro con las anomalías , y causando un caos que habría terminado de matar a Weaver si el destino no le hubiera llegado momentos atrás. El caos se detuvo, la alarma distante continuaba, la presencia de las arañas ahora era cosa del pasado.
Capítulo 2: El Caos Desencadenado
Tomoko, con los ojos cerrados en un intento de concentrarse, trataba de discernir la fuente de la alarma, los latidos, la respiración, el laboratorio. La maqueta que había visto le daría una idea aproximada de la ubicación del laboratorio, pero el caos a su alrededor complicaba su percepción. Además de la alarma, escuchaba las respiraciones aceleradas, el crujido del burbujeo y el sonido del cristal roto. De repente, ¡Un impacto brutal! Pero no del laboratorio que escuchaba, si no a centímetros de ella, haciendo que el suelo temblara y se sacudiera con fuerza.
En ese preciso instante, Sazaki ejecutó su movimiento decisivo con una furia incontrolable. Con una determinación implacable, desató su ataque Oukashou. La tierra tembló y el suelo cedió bajo la presión descomunal de su poder. El impacto de su golpe fue tan devastador que el suelo bajo sus pies se desintegró, creando una fractura que se extendió en un radio de diez metros. La ruptura fue como el estallido de una bomba: fragmentos de concreto y escombros se lanzaron violentamente hacia el aire, como metralla en un campo de batalla. Los escombros caían con furia, un peligro inminente para Tomoko, Mei y Kenju, quienes de evitar el torrente de destrucción que los envolvía serían considerados dioses del destino y la suerte.
Aquel impacto sería suficiente para enviar a una Tomoko de ojos cerrados, que segundos atrás había sido la fuente del caos, y ahora su víctima. Tal impacto bastaría para lanzarla contra la pared con una fuerza brutal, su cuerpo se estrellaría contra el sólido concreto, haciéndola caer al suelo. A Mei quien por su cercanía y dándole la espalda, perfectamente se vería atrapada en la vorágine de escombros, lanzada al suelo, aturdida y herida, su cuerpo dolorido por los impactos. Kenju, el único que vería el golpe de frente e intentando encontrar refugio, sería arrojado contra la pared del elevador que nadie quiso utilizar. El impacto sería tan severo que la estructura del elevador se deformaría y colapsaría con el militar dentro, precipitando el cuerpo del doctor y de él hacia abajo a través de los pisos, atrapado entre las ruinas que se derrumbaban.
Para Kin y Kaizen, el caos no llegaría de inmediato por sus metros extra , pero sería igual de devastador. El vendaval creado momentos atrás y la explosión del suelo por el violento impacto del golpe formarían un torbellino de escombros y destrucción. Desde sus pies, a sus alrededores y encima. La fuerza del ataque convirtió el que una vez fue un sitio para hablar de estadísticas y políticas de la fundación en un escenario apocalíptico. Aquella sección del edificio, que antes se alzaba con dignidad, pasillo, oficinas, sala de conferencia, ahora todo se desmoronaba en una cascada de ruinas en una caída unos diez metros hacia abajo. Los escombros, lanzados por el aire como fragmentos de un gigantesco rompecabezas roto, caían sin piedad. La caída de escombros y el colapso de la estructura principal transformaron la escena en un campo de guerra, donde salir sin derramar sangre parecía una cuestión de pura suerte.
El primer piso del edificio, alguna vez bullicioso y vibrante, ahora se había transformado en un abismo de caos y desolación. La estructura, que antes era el corazón palpitante de la vida diaria, se desmoronó de manera dramática, como si el propio edificio estuviera sucumbiendo a su propio colapso interno. Los fragmentos de concreto y escombros descendían en una lluvia interminable, sus trayectorias erráticas iluminadas de forma esporádica por la débil luz roja que emanaba del agujero.
En el segundo piso, justamente debajo de donde una vez combatieron las arañas, la oscuridad los seguiría. En el recibidor del segundo piso, apenas iluminado por unas dos luces temblorosas provenientes de las puertas al sur, ahora llovería caos.
El techo del segundo piso, es decir, el suelo del primero, se abrió y dejó entrar la luz roja de arriba. Cada estruendoso impacto de los escombros que caían se mezclaba con los crujidos agudos y angustiosos de la estructura que se desplomaba. El sonido era abrumador, una sinfonía discordante de destrucción y caos, que resonaba como una sentencia de muerte para el edificio y sus ocupantes. La entrada al segundo piso, antes un lugar de orden y estructura, ahora se había convertido en un campo de ruinas, donde la devastación era tan completa que cada rincón parecía gritar desesperadamente por ayuda.
Los escombros del primer piso ahora cubrían el suelo de aquella habitación del segundo piso en una capa impenetrable., Los escritorios, antes firmes y resistentes, los estantes, ficheros, computadoras e incluso la misma entrada del elevador estaban ahora todas agrietadas y sepultadas bajo las ruinas. El caos era total; cada rincón de aquel nuevo piso donde caerían estaba invadido por fragmentos de concreto y metal retorcido, que se habían convertido en un laberinto peligroso e implacable. Las rutas de escape eran casi inexistentes, y los caminos, ahora transformados en trampas mortales, ofrecían pocos lugares seguros para refugiarse.
En medio de esta tormenta de escombros y la creciente oscuridad, sobrevivir se había convertido en una hazaña casi sobrehumana. Cada segundo que pasaba parecía aumentar la intensidad del peligro. Esa sección del edificio se había convertido en una trampa mortal, un lugar donde la esperanza de escapar intacto se desvanecía con cada ráfaga de escombros y cada temblor de la estructura en descomposición. La desesperación y el caos dominaban el lugar, y la supervivencia en medio de tal devastación parecía un objetivo cada vez más inalcanzable.