Llevaba varios días de camino y en algunos momentos aprovechaba para practicar técnicas sobre las que había sido instruida en la academia, otras veces me inspiraba a escribir algún poema sobre lo que la naturaleza en su majestuosidad y belleza me regalaba. Llegué a pasar hambre y maldije el momento en que decidí viajar con las manos vacías, pero luego alguna fruta silvestre apareció al rescate. Sin embargo, tampoco soy alguien que se sacie con facilidad y es que la carne es parte esencial de mi dieta. Noté a lo lejos un cuerno que se alzaba entre las ondulaciones de la conjunción de varias dunas << Si los cuervos fuesen al menos como una asquerosa paloma, probaría cazar un par de esos que sobrevuelan el cadáver. >> Casi al tiempo redescubrí el lugar en que estaba. << ¿En qué momento atravesé la frontera? ¿ya estoy saliendo del desierto del Reino del Cobre? >> Noté que más allá en el horizonte que me quedaba por recorrer empezaban a aparecer montes de tierra árida, donde la arena a penas vestía el camino.
Sabía también que al acercarme a las minas del Reino de Marfil podría encontrar algún lugar poblado en el que pudiese tener algún contacto humano. Aunque me gusta el silencio y la soledad, aquella situación comenzaba a ser desesperante y el silencio se hacía insoportable de vez en cuando.
Cuando estaba por caer la noche sobre las montañas, logré ver las luces de una pequeña villa y me dirigí rauda hacia el lugar. Al llegar, presencié un fenómeno de lo más natural en ese tipo de poblaciones: las personas acostumbran a salir a caminar con su familia, comprar algunos pasabocas o cenar en un restaurante, gastar un poco de dinero en las ferias y salir de la monotonía durante las horas nocturnas; cuando la noche se hace más oscura solamente quedan los ebrios, los amigos de fiesta y ciertos tipos de mujeres. << Pues a buena hora he llegado >> me dije, al tiempo que deslizaba un plato a través de la ventana de un restaurante.
Como si fuese una comensal más, me acomodé en otro puesto de comida y disfruté de mi recién preparado platillo. Si bien yo quería verlo todo color de rosas, mi presencia no pasaba desapercibida, después de todo era una pequeña villa en la que prácticamente todo el mundo es familia y se conocen hasta los más íntimos secretos. Los lugareños, inicialmente cautelosos, observaron mi llegada con una mezcla de curiosidad y recelo. Pese a las miradas suspicaces aquella fue una oportunidad para observar la vida cotidiana de aquellos que llamaban hogar a ese rincón del mundo. Mientras saboreaba platos tradicionales, mis ojos se encontraron con miradas y sonrisas que contaban historias propias. << Me pregunto cuántas de esas son sonrisas reales >> De hecho, puedo percibir emociones contradictorias en ciertas interacciones que se dan lugar a mi alrededor, como si se tratase de una cordialidad impostada en muchos casos: dos amigos hablando de lo feliz que es la vida de cada uno, interrumpidos por un tercero que cree que el tema va de ver quién es menos miserable y empieza a hablar con pretenciosidad. O el caso de aquél caballero bien vestido de pies a cabeza, que se ha quitado el anillo de matrimonio justo al acercarse aquella joven que aparenta estar en sus veintes.
En cada encuentro, en cada rincón, buscaba comprender la esencia de las interacciones, entender la naturaleza de aquellas personas que me rodeaban. Así pasé entretenida durante algunas horas, hasta que finalmente me sentí lo suficientemente cansada como para ir a dormir, decidí caminar para emprender la búsqueda de una posada o algo parecido, igualmente podía improvisar una tienda y dormir << ya que puedo pasar la noche en una villa, que sea en una cama, lo más cómoda posible >>. A medida que avanzaba por la pequeña villa, sentí la necesidad de desentrañar los misterios que susurran entre las calles estrechas y las fachadas de las casas antiguas. Cada paso era una danza delicada entre la aceptación y la reserva, y yo, una vagabunda que simplemente había dejado todo y nada atrás.
Me había alejado del centro de la villa mientras buscaba una posada, pensé que una ubicación central quizás no era el mejor sitio para un lugar de reposo, mientras la música de las ferias y las risas de la gente se opacaban a la distancia, sentí la brisa nocturna abrasarme. De pronto, de la nada escuché un grito, seguido de una desagradable sensación que recorrió todo mi cuerpo. La tensión se tejió como una sombra inesperada sobre mi travesía. Las miradas se cruzaron, y el silencio se volvió palpable. Las sombras alargadas de las casas parecían acercarse sigilosamente mientras avanzaba por las estrechas calles de piedra. En cada esquina, susurros apenas audibles se mezclaban con el susurro del viento, creando una sinfonía de intriga.
Fui abordada por dos hombres de baja estatura, pero sus brazos eran testigos de su arduo trabajo en las minas, aquellos hombres, con una mezcla de nerviosismo, autoridad y curiosidad, preguntaron de dónde venía y hacia dónde me dirigía. << ¿A caso no hay criminales peligrosos en esta zona? >> Me pregunté, mientras con la mirada interrogaba a quienes me truncaban el paso. - ¿Es eso algo que debo responder? – Miré al que aparentaba más edad y luego a su acompañante - ¿Quiénes son ustedes y por qué me abordan a gritos? – Pese a mi inicial negativa, procedí a explicar el motivo de mi presencia, no quería perder tiempo enfrascándome en una discusión sin sentido, después de todo no me había bañado en días y mi sola presencia no debería ser muy agradable, además esta desafortunada cicatriz me quita cualquier aire de bondad, solamente quería dormir así que no iba a crear una tormenta en una gota de agua.
Algunos habitantes observaban desde la distancia, como sombras que acechan en la periferia de la luz. Mis palabras eran pronunciadas con cierto cuidado, como si cada frase escondiera un secreto sin revelar. La tensión flotaba, invisible pero palpable, creando una atmósfera en la que la fragilidad de la confianza se extendía como un hilo fino.
A punto estuvieron de alejarse y dejarme ir a lo mío, escuché nuevamente otro grito, esta vez era apremiante, alguien a mi espalda me reclamaba: - ¡Es ella! ¡La ladrona que se llevó nuestra comida! – Giré para encontrarme con el rostro acusador, era un anciano, señalándome acusadoramente. El murmullo de la gente se intensificó, y me vi rodeada de miradas que pesaban sobre mi conciencia. Manteniendo mi rostro inexpresivo, me enfrenté al anciano y respondí con calma - No sé de qué estás hablando. No he robado nada.- El anciano, sin inmutarse, replicó con voz ronca - Te vi merodeando cerca de nuestras mesas y además has llegado con un platillo de otro puesto. No hay duda de que fuiste tú. -
Mi mirada se volvió más intensa, y mi tono, aunque tranquilo, denotaba una firmeza que pocos conocían. - Puede que haya merodeado, pero no soy ladrona. Si tienes pruebas de que lo que puse en mi mesa no me pertenecía, entonces señálalas ahora – Era la palabra de ambos en tela de juicio, no había forma de que probara lo dicho, incluso aun cuando evidentemente me había visto. Las opiniones de los pocos presentes se dividieron entre quienes apoyaban mi versión y aquellos que, influenciados por la acusación del anciano, mantenían sus dudas. La tensión en el aire era palpable, pero no mostré ni un ápice de debilidad.
- ¿Y qué nos impide pensar que el viejo Bajuk realmente dice la verdad? - gritó una mujer desde el fondo, a penas detrás del anciano, a quien de ahora en adelante podría reconocer como Bajuk.
Mi respuesta fue directa y sin titubeos - ¿Tan pocos crímenes has visto que crees que puedes acusar a cualquiera de cualquier cosa que se te ocurra? ¿Qué sigue? ¿Me lincharás en nombre de este tal Bajuk? -
Algunos asintieron, otros murmuraron entre ellos, pero la disputa verbal continuó durante un tiempo. – Lárgate de aquí y no quiero volverte a ver. – Intervino de forma decisiva e infranqueable el primero de los sujetos que me intervino. Sentí un gran alivio de que aquella conversación terminara, pero al tiempo me sentí impotente, incapacitada por mis propias debilidades sociales y mi incapacidad para llevar una vida normal, el no haberme forjado esa vida que todo el mundo tenía; en el fondo tenía las respuestas << esa no es la vida que quiero, no quiero vivir para trabajar y trabajar hasta morir >>. La marca en mi mejilla ardía sutilmente, como solía pasar cada vez que un sentimiento reprimido intentaba aflorar a toda costa en contra de mi voluntad.
La noche se cernía sobre mí, enigmática y llena de incertidumbre, pero estaba decidida a enfrentar lo que vendría. En mi cabeza, mientras a paso ligero huía de todos ellos, los rostros ceñudos de los aldeanos me rodeaban como un coro discordante, cada palabra áspera resonando en mis oídos como un eco incesante. No era la primera vez que mi pasado se alzaba para recordarme las elecciones que me llevaron por este tortuoso camino. El frío viento nocturno cortaba mi piel, pero no era tan punzante como las miradas acusadoras que me perforaban.
Algunos vociferaban sus reproches con fervor, mientras otros simplemente observaban en silencio, como jueces impasibles ante mi juicio improvisado. Me había puesto en medio de una confrontación que no buscaba, pero que, de alguna manera, esperaba inevitable. Mientras avanzaba las lágrimas se escaparon de mis ojos y me ocultaron el camino que debía seguir, sin darme cuenta y en medio de mi autocontemplación me adentré en territorio desconocido en medio de la noche, en una oscuridad que ya era casi absoluta.
Sabía también que al acercarme a las minas del Reino de Marfil podría encontrar algún lugar poblado en el que pudiese tener algún contacto humano. Aunque me gusta el silencio y la soledad, aquella situación comenzaba a ser desesperante y el silencio se hacía insoportable de vez en cuando.
Cuando estaba por caer la noche sobre las montañas, logré ver las luces de una pequeña villa y me dirigí rauda hacia el lugar. Al llegar, presencié un fenómeno de lo más natural en ese tipo de poblaciones: las personas acostumbran a salir a caminar con su familia, comprar algunos pasabocas o cenar en un restaurante, gastar un poco de dinero en las ferias y salir de la monotonía durante las horas nocturnas; cuando la noche se hace más oscura solamente quedan los ebrios, los amigos de fiesta y ciertos tipos de mujeres. << Pues a buena hora he llegado >> me dije, al tiempo que deslizaba un plato a través de la ventana de un restaurante.
Como si fuese una comensal más, me acomodé en otro puesto de comida y disfruté de mi recién preparado platillo. Si bien yo quería verlo todo color de rosas, mi presencia no pasaba desapercibida, después de todo era una pequeña villa en la que prácticamente todo el mundo es familia y se conocen hasta los más íntimos secretos. Los lugareños, inicialmente cautelosos, observaron mi llegada con una mezcla de curiosidad y recelo. Pese a las miradas suspicaces aquella fue una oportunidad para observar la vida cotidiana de aquellos que llamaban hogar a ese rincón del mundo. Mientras saboreaba platos tradicionales, mis ojos se encontraron con miradas y sonrisas que contaban historias propias. << Me pregunto cuántas de esas son sonrisas reales >> De hecho, puedo percibir emociones contradictorias en ciertas interacciones que se dan lugar a mi alrededor, como si se tratase de una cordialidad impostada en muchos casos: dos amigos hablando de lo feliz que es la vida de cada uno, interrumpidos por un tercero que cree que el tema va de ver quién es menos miserable y empieza a hablar con pretenciosidad. O el caso de aquél caballero bien vestido de pies a cabeza, que se ha quitado el anillo de matrimonio justo al acercarse aquella joven que aparenta estar en sus veintes.
En cada encuentro, en cada rincón, buscaba comprender la esencia de las interacciones, entender la naturaleza de aquellas personas que me rodeaban. Así pasé entretenida durante algunas horas, hasta que finalmente me sentí lo suficientemente cansada como para ir a dormir, decidí caminar para emprender la búsqueda de una posada o algo parecido, igualmente podía improvisar una tienda y dormir << ya que puedo pasar la noche en una villa, que sea en una cama, lo más cómoda posible >>. A medida que avanzaba por la pequeña villa, sentí la necesidad de desentrañar los misterios que susurran entre las calles estrechas y las fachadas de las casas antiguas. Cada paso era una danza delicada entre la aceptación y la reserva, y yo, una vagabunda que simplemente había dejado todo y nada atrás.
Me había alejado del centro de la villa mientras buscaba una posada, pensé que una ubicación central quizás no era el mejor sitio para un lugar de reposo, mientras la música de las ferias y las risas de la gente se opacaban a la distancia, sentí la brisa nocturna abrasarme. De pronto, de la nada escuché un grito, seguido de una desagradable sensación que recorrió todo mi cuerpo. La tensión se tejió como una sombra inesperada sobre mi travesía. Las miradas se cruzaron, y el silencio se volvió palpable. Las sombras alargadas de las casas parecían acercarse sigilosamente mientras avanzaba por las estrechas calles de piedra. En cada esquina, susurros apenas audibles se mezclaban con el susurro del viento, creando una sinfonía de intriga.
Fui abordada por dos hombres de baja estatura, pero sus brazos eran testigos de su arduo trabajo en las minas, aquellos hombres, con una mezcla de nerviosismo, autoridad y curiosidad, preguntaron de dónde venía y hacia dónde me dirigía. << ¿A caso no hay criminales peligrosos en esta zona? >> Me pregunté, mientras con la mirada interrogaba a quienes me truncaban el paso. - ¿Es eso algo que debo responder? – Miré al que aparentaba más edad y luego a su acompañante - ¿Quiénes son ustedes y por qué me abordan a gritos? – Pese a mi inicial negativa, procedí a explicar el motivo de mi presencia, no quería perder tiempo enfrascándome en una discusión sin sentido, después de todo no me había bañado en días y mi sola presencia no debería ser muy agradable, además esta desafortunada cicatriz me quita cualquier aire de bondad, solamente quería dormir así que no iba a crear una tormenta en una gota de agua.
Algunos habitantes observaban desde la distancia, como sombras que acechan en la periferia de la luz. Mis palabras eran pronunciadas con cierto cuidado, como si cada frase escondiera un secreto sin revelar. La tensión flotaba, invisible pero palpable, creando una atmósfera en la que la fragilidad de la confianza se extendía como un hilo fino.
A punto estuvieron de alejarse y dejarme ir a lo mío, escuché nuevamente otro grito, esta vez era apremiante, alguien a mi espalda me reclamaba: - ¡Es ella! ¡La ladrona que se llevó nuestra comida! – Giré para encontrarme con el rostro acusador, era un anciano, señalándome acusadoramente. El murmullo de la gente se intensificó, y me vi rodeada de miradas que pesaban sobre mi conciencia. Manteniendo mi rostro inexpresivo, me enfrenté al anciano y respondí con calma - No sé de qué estás hablando. No he robado nada.- El anciano, sin inmutarse, replicó con voz ronca - Te vi merodeando cerca de nuestras mesas y además has llegado con un platillo de otro puesto. No hay duda de que fuiste tú. -
Mi mirada se volvió más intensa, y mi tono, aunque tranquilo, denotaba una firmeza que pocos conocían. - Puede que haya merodeado, pero no soy ladrona. Si tienes pruebas de que lo que puse en mi mesa no me pertenecía, entonces señálalas ahora – Era la palabra de ambos en tela de juicio, no había forma de que probara lo dicho, incluso aun cuando evidentemente me había visto. Las opiniones de los pocos presentes se dividieron entre quienes apoyaban mi versión y aquellos que, influenciados por la acusación del anciano, mantenían sus dudas. La tensión en el aire era palpable, pero no mostré ni un ápice de debilidad.
- ¿Y qué nos impide pensar que el viejo Bajuk realmente dice la verdad? - gritó una mujer desde el fondo, a penas detrás del anciano, a quien de ahora en adelante podría reconocer como Bajuk.
Mi respuesta fue directa y sin titubeos - ¿Tan pocos crímenes has visto que crees que puedes acusar a cualquiera de cualquier cosa que se te ocurra? ¿Qué sigue? ¿Me lincharás en nombre de este tal Bajuk? -
Algunos asintieron, otros murmuraron entre ellos, pero la disputa verbal continuó durante un tiempo. – Lárgate de aquí y no quiero volverte a ver. – Intervino de forma decisiva e infranqueable el primero de los sujetos que me intervino. Sentí un gran alivio de que aquella conversación terminara, pero al tiempo me sentí impotente, incapacitada por mis propias debilidades sociales y mi incapacidad para llevar una vida normal, el no haberme forjado esa vida que todo el mundo tenía; en el fondo tenía las respuestas << esa no es la vida que quiero, no quiero vivir para trabajar y trabajar hasta morir >>. La marca en mi mejilla ardía sutilmente, como solía pasar cada vez que un sentimiento reprimido intentaba aflorar a toda costa en contra de mi voluntad.
La noche se cernía sobre mí, enigmática y llena de incertidumbre, pero estaba decidida a enfrentar lo que vendría. En mi cabeza, mientras a paso ligero huía de todos ellos, los rostros ceñudos de los aldeanos me rodeaban como un coro discordante, cada palabra áspera resonando en mis oídos como un eco incesante. No era la primera vez que mi pasado se alzaba para recordarme las elecciones que me llevaron por este tortuoso camino. El frío viento nocturno cortaba mi piel, pero no era tan punzante como las miradas acusadoras que me perforaban.
Algunos vociferaban sus reproches con fervor, mientras otros simplemente observaban en silencio, como jueces impasibles ante mi juicio improvisado. Me había puesto en medio de una confrontación que no buscaba, pero que, de alguna manera, esperaba inevitable. Mientras avanzaba las lágrimas se escaparon de mis ojos y me ocultaron el camino que debía seguir, sin darme cuenta y en medio de mi autocontemplación me adentré en territorio desconocido en medio de la noche, en una oscuridad que ya era casi absoluta.