El maestro Tsunematsu, un hombre de mediana edad con poca presencia y una mirada distraída, se convirtió en mi guía. Él era conocido por su fanfarronería y su adicción a la bebida, pero también por su rigor en el entrenamiento.
—Yoshisada, el verdadero camino del monje Hakkyo es encontrar la paz interior a través del control del cuerpo y la mente —me decía mientras me enseñaba las posturas básicas del Puño Borracho. Sus movimientos eran errátcos y volátiles, como si cada gesto fuera una extensión natural de su ser.
—Sí, maestro Tsunematsu —respondía, esforzándome por imitar sus movimientos aunque mis extremidades aún no obedecieran con la misma gracia.
El entrenamiento físico era extenuante. Comenzábamos con largas sesiones de meditación para preparar la mente, seguidas de ejercicios de calistenia y técnicas de combate. Aprender a manejar el bo, una vara larga utilizada en combate, se convirtió en mi prioridad. Mis manos se llenaron de ampollas y mi cuerpo se resintió por el esfuerzo, pero cada día sentía cómo mi resistencia aumentaba y mis movimientos se volvían más seguros.
Además del entrenamiento físico, había estudios de textos antiguos y enseñanzas filosóficas. Pasaba horas en la biblioteca privada del Maestro, un lugar lleno de pergaminos y manuscritos que hablaban de la historia de los Hakkyo y sus principios. Era fascinante descubrir cómo el conocimiento y la sabiduría se habían transmitido a lo largo de los siglos.
—Recuerda, Yoshisada, un monje no solo debe ser fuerte de cuerpo, sino también de espíritu. La verdadera fuerza proviene de la armonía entre ambos —me recordaba el maestro Tsunematsu mientras discutíamos uno de los textos sagrados.
Compartíamos comidas sencillas, trabajábamos juntos en las tareas del templo y nos apoyábamos mutuamente durante los duros entrenamientos. Había un sentido de hermandad que nunca había experimentado antes.
Mientras las semanas se convertían en meses, empecé a notar cambios en mí mismo. Mi cuerpo se volvió más fuerte y ágil, y mi mente más clara y enfocada. Las enseñanzas del maestro Tsunematsu comenzaron a arraigarse en mi ser, y empecé a comprender el verdadero significado de ser un monje Hakkyo.
En uno de nuestros momentos de descanso, Tsunematsu me preguntó:
—¿Jun, extrañas tu hogar? ¿Tu familia?
—Sí, los extraño —respondí después de un momento de reflexión. —Pero siento que este es mi lugar ahora. Aquí es donde debo estar para convertirme en quien estoy destinado a ser.
El Maestro asintió, entendiendo mis palabras. Ambos sabíamos que el camino que habíamos elegido no era fácil, pero era uno que nos llevaría a descubrir nuestra verdadera fortaleza y propósito.
Así, los primeros días en el templo Hakkyo fueron un periodo de adaptación, aprendizaje y crecimiento. Cada amanecer traía nuevos desafíos, pero también nuevas oportunidades para avanzar en el camino del monje. Con el tiempo, el templo dejó de ser un lugar extraño y se convirtió en mi hogar, y Tsunematsu, en mi familia.
—Yoshisada, el verdadero camino del monje Hakkyo es encontrar la paz interior a través del control del cuerpo y la mente —me decía mientras me enseñaba las posturas básicas del Puño Borracho. Sus movimientos eran errátcos y volátiles, como si cada gesto fuera una extensión natural de su ser.
—Sí, maestro Tsunematsu —respondía, esforzándome por imitar sus movimientos aunque mis extremidades aún no obedecieran con la misma gracia.
El entrenamiento físico era extenuante. Comenzábamos con largas sesiones de meditación para preparar la mente, seguidas de ejercicios de calistenia y técnicas de combate. Aprender a manejar el bo, una vara larga utilizada en combate, se convirtió en mi prioridad. Mis manos se llenaron de ampollas y mi cuerpo se resintió por el esfuerzo, pero cada día sentía cómo mi resistencia aumentaba y mis movimientos se volvían más seguros.
Además del entrenamiento físico, había estudios de textos antiguos y enseñanzas filosóficas. Pasaba horas en la biblioteca privada del Maestro, un lugar lleno de pergaminos y manuscritos que hablaban de la historia de los Hakkyo y sus principios. Era fascinante descubrir cómo el conocimiento y la sabiduría se habían transmitido a lo largo de los siglos.
—Recuerda, Yoshisada, un monje no solo debe ser fuerte de cuerpo, sino también de espíritu. La verdadera fuerza proviene de la armonía entre ambos —me recordaba el maestro Tsunematsu mientras discutíamos uno de los textos sagrados.
Compartíamos comidas sencillas, trabajábamos juntos en las tareas del templo y nos apoyábamos mutuamente durante los duros entrenamientos. Había un sentido de hermandad que nunca había experimentado antes.
Mientras las semanas se convertían en meses, empecé a notar cambios en mí mismo. Mi cuerpo se volvió más fuerte y ágil, y mi mente más clara y enfocada. Las enseñanzas del maestro Tsunematsu comenzaron a arraigarse en mi ser, y empecé a comprender el verdadero significado de ser un monje Hakkyo.
En uno de nuestros momentos de descanso, Tsunematsu me preguntó:
—¿Jun, extrañas tu hogar? ¿Tu familia?
—Sí, los extraño —respondí después de un momento de reflexión. —Pero siento que este es mi lugar ahora. Aquí es donde debo estar para convertirme en quien estoy destinado a ser.
El Maestro asintió, entendiendo mis palabras. Ambos sabíamos que el camino que habíamos elegido no era fácil, pero era uno que nos llevaría a descubrir nuestra verdadera fortaleza y propósito.
Así, los primeros días en el templo Hakkyo fueron un periodo de adaptación, aprendizaje y crecimiento. Cada amanecer traía nuevos desafíos, pero también nuevas oportunidades para avanzar en el camino del monje. Con el tiempo, el templo dejó de ser un lugar extraño y se convirtió en mi hogar, y Tsunematsu, en mi familia.