La búsqueda [ Priv. Issei ]
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Parecía increíble que estuviera de camino a la cárcel y no fuera por cumplir con algún deber mayor. No dejaba de ser un deber, eso es cierto, pero era uno personal. Hubiera gustado de ir al encuentro de aquella persona por razones más agradables. Sabía bien que últimamente su vida se basa en aquel único hecho de su vida que le había dado la vuelta a todo: su familia. La persona a la que buscaba no debía ser desconocedora de lo familiar que siempre había sido Noa, por el especial hecho de que era de lo que más hablaba normalmente en sus tiempos más jóvenes y por como era con quienes más había podido interactuar frente a los ojos del que había sido su profesor en ocasiones. Noa estaba ligada a su familia por un lazo tan fuerte que por esa misma razón se había visto envuelta en esos sentimientos tan caóticos y desconsolados que le había provocado la ausencia de todos ellos. Y ante esa ausencia, creyó que visitar a su antiguo profesor pudiera satisfacer algunas dudas internas. 

Esas dudas internas no paraban de manifestarse en el interior de sus pensamientos mientras se dirigía con un paso constante. Quizá no era la idea más acertada, pero por lo poco que conocía, o lo suficiente de él, iba a ir a aquella cárcel en busca de él con la esperanza de que estuviera. No sabía ni a qué hora ni si aquel día le tocaba ir a aquel lugar, pero ella igualmente marcharía. Su paso era calmado, constante y tan suave sobre el suelo que el sonido del mismo era casi imperceptible, aun no era aquella su intención y tampoco es que pusiera mucho esfuerzo, tan solo tenía la costumbre de caminar como si fuera por nubes de manera normal, o al menos cuando más inmersa en sus pensamientos estaba.

Estuvo esperando en la entrada del lugar durante un largo rato, especialmente porque no se decidía si debía entrar a preguntar por el o debía esperar a que apareciera en algún momento inesperado. Se quedó a un lado entretenida haciendo origami con unos papeles que llevaba en su bolsillo hasta que finalmente decidió que había sido demasiado tiempo esperando y comenzaba a perder el tiempo. Tenía que ser activa, debía afrontar la vida de otro modo. ¿Por qué había tardado tanto en tomar esa decisión? Siempre había tomado ella todas las decisiones en ausencia de sus padres, no había nada que lo distinguiera en aquel momento, a excepción de la carencia de sus hermanos. ¿Más allá de ello? Debía sacar la mujer que siempre había sido, que había tenido que ser por el bien del resto.

Después de unos minutos meditando cómo iba a hacer aquello, se adentró para buscar a la persona de guardia más cercana, claramente con las manos en alto en señal de no venir a causar problemas. — Muy buenas, estoy en busca de una persona... — Últimamente casi siempre era ese el motivo de su habla. Tras la persona mostrarse afirmativa a las palabras de la pelivioleta, Noa procedió a describir a su profesor con los mayores detalles posible tras dar su nombre. — Me haría un gran favor si le pudiera hacer saber que deseo hablar con él... — Añadió a aquella persona, quien con cierta molestia acabó accediendo al ver que parecía ser un asunto serio, aunque por su tono neutral era difícil de saber si no lo era siempre. Así fue que vio a esa persona marchar, y ella quedaría esta vez esperando al menos una respuesta más que esperando a la nada que las cosas cambiaran.

Nada iba a cambiar si ella no hacía algo, eso era una lección que debía ir asimilando.
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Issei estaba solo en uno de los baños de la prisión de Kirigakure, el aire estaba impregnado del olor metálico de la sangre mezclado con el frío y húmedo ambiente característico del lugar. Se encontraba frente a un espejo pequeño y agrietado, observando su reflejo con ojos vacíos. Sus manos temblaban ligeramente mientras se lavaba la sangre del rostro, de las manos, y del cuerpo, tratando de quitarse las manchas del último interrogatorio que había llevado a cabo. El agua fría contra su piel no lograba calmar el fuego interno que ardía en su pecho.

Había pasado una semana desde la ejecución de Heizo, pero el recuerdo de aquel día seguía persiguiéndolo. Las palabras del hombre, la mirada de desesperación en sus ojos, el grito silencioso de su hija: todo eso seguía presente en su mente como una herida abierta. Durante el interrogatorio de hoy, su rabia y frustración se habían desbordado. Sus métodos de tortura habían sido tan despiadados que uno de sus compañeros tuvo que intervenir para evitar que matara al prisionero.

¿Qué me está pasando?》 pensó el Chuunin, apretando los dientes mientras el agua teñida de rojo caía en remolinos en el lavabo. 《He hecho cosas mucho peores, ¿por qué esto me está afectando tanto ahora?》 Se sentía abrumado por una mezcla de culpa, remordimiento y confusión. La ejecución de Heizo había despertado algo en su interior, una fragilidad que había intentado ocultar durante mucho tiempo.

De repente, sintió un nudo en la garganta. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y antes de que pudiera detenerse, empezó a llorar. Los sollozos escapaban de su control, resonando en el vacío del baño. Se dejó caer de rodillas, apoyando las manos ensangrentadas en el suelo frío, mientras las lágrimas caían sin cesar. Por un momento, dejó que todo el dolor y la angustia salieran, sin importar lo que eso pudiera significar para su orgullo o su imagen.

Justo en ese instante, uno de los guardias apareció en la puerta, su expresión cambió de sorpresa a preocupación al ver el estado del espadachín. El muchacho se aclaró la garganta, intentando no parecer intrusivo.

Issei-san, hay una chica esperándote en la entrada. Dice que necesita verte —La voz del guardia era cautelosa, como si temiera que cualquier palabra equivocada pudiera desencadenar algo incontrolable.

Issei levantó la cabeza rápidamente, limpiándose las lágrimas con brusquedad. Se levantó del suelo, mientras su expresión se endurecía de nuevo.

¿Qué quieres? —espetó, su tono era rudo y cortante.

Solo quería saber si... si te encuentras bien —la preocupación en los ojos del chico era evidente.

No es asunto tuyo. Sal de aquí —se volvió hacia el espejo, volviendo a frotar su piel para eliminar cualquier rastro de debilidad visible.

El guardia asintió, dando un paso atrás y cerrando la puerta tras de sí. Issei se tomó un momento para calmarse, respirando profundamente. Sabía que no podía dejarse ver en ese estado. Se miró una vez más en el espejo, asegurándose de que sus lágrimas ya no eran visibles y que su rostro había recuperado la compostura habitual.

Con una última mirada al lavabo, donde el agua seguía arrastrando la sangre por el desagüe, salió del baño y se dirigió hacia la entrada. Cada paso resonaba en los pasillos de piedra, un recordatorio del lugar en el que se encontraba y del papel que debía desempeñar.

Al llegar a la entrada, sus ojos se encontraron con una figura femenina que esperaba en el umbral. Por un momento, el Kenju no pudo evitar sentirse intrigado; la chica le resultaba vagamente familiar, pero no podía ubicar exactamente quién era. Su mente, aún nublada por el tumulto emocional, luchaba por poner nombre y contexto a su rostro.

Se detuvo a unos pasos de ella, enderezándose y adoptando una postura más firme. Había limpiado las lágrimas, pero no todo el rastro de sangre de su piel, algo que no parecía importarle en ese momento.

¿Quién eres y qué es lo que quieres? —preguntó, su voz resonó en el pasillo con una mezcla de autoridad y cansancio. Mantuvo la mirada fija en ella, intentando descifrar sus intenciones y preparándose para cualquier eventualidad. Las experiencias recientes le habían enseñado a esperar lo inesperado y a mantener siempre una guardia alta.
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Pasivas
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Esperó con suma calma, paciencia. Toda su personalidad rezumaba despreocupación, incluso en un lugar como aquel. Estaba de brazos cruzados, siendo el único gesto que realmente mostraba que había algo de inquietud en su interior con respecto a encontrarse con su profesor. No sabía bien cómo orientar las preguntas, o quizá era que no sabía como hacerlas llegar de la forma más correcta. Últimamente, se la había pasado preguntando a diversas personas en su vida, pero no encontraba nada. Tal vez Noa siempre supo que no hallaría las respuestas en ellos, pero si en personas que pudieran estar dispuestos en ayudarla en todo aquel trayecto. Una ayuda que no se atrevía a pedir en voz alta. ¿Podía culparse de ello? Por tener miedo... No. Sin embargo, lo hacía a cada hora que se acordaba que estaba en aquel lugar y dirigía la culpa a no ser lo suficiente fuerte para protegerlos, o lo suficiente avispada.

Pero aquel hombre acabaría llegando hasta donde ella estaba esperando, la entrada, y no parecía traer rostro de muchos amigos. ¿Le tenía con otro recuerdo de su época? Su mirada se cayó hacia el suelo, sin dejar salir el suspiro que tiene intención de realizar. No sabía si aquel hombre era el profesor que una vez le dio clases, por alguna extra razón.. le recordaba de otro modo. No se trataba de no tener conocimiento de que fuera él, estaba segura de que sí lo era físicamente, pero... ¿Realmente dentro de él estaba su profesor? Sus palabras quizá aclararon este hecho en cuanto los labios del profesor se movieron para dar semejante pregunta tajante hacia la Onmyoji.

Sensei, soy Onmyoji Noa. — Hizo una reverencia bastante formal, respetuosa por cómo no fue una realmente ligera de a penas inclinar un poco su torso, fue un poco más allá. — Estuve bajo sus enseñanzas en más de una ocasión, supongo que ya ha pasado un tiempo de ello y pueda no recordarme.. — ¿Cuánto tiempo había pasado? Ella ya era bastante adulta y hacía tiempo de ello, cuando aún estaba su familia de su lado. — Deseo poder hacerle unas preguntas por si pudiera ofrecerme su guía y consejo como en el pasado hizo, me temo que tengo un problema personal por el que no sé por donde comenzar. — No era más que una mujer que había quedado completamente sola y sin nada por donde comenzar, pero la pregunta realmente se trataba. ¿Estaría él dispuesto a entregar esa ayuda? Todo quedaba por verse.

Se fijó entonces en los restos de sangre, cuando yo tuvo resuelta la parte de sus preguntas en un no querer retrasarlas para no poner en incomodidad al contrario, o molestia. Tan solo después de ello, se señaló a sí misma un lugar del rostro. — Lo tiene manchado, quizá quiera... — Le ofrece entonces, de uno de sus bolsillos del pantalón, un pañuelo blanco de tela, normal y corriente. — ... retirárselo. — No parecía asombrada, ni preocupada, como si fuera normal para ella ver sangre en el rostro. Y lo era. Tampoco le importaba lo que hiciera en aquel lugar, fuera acabar con la vida de los pobres diablos o solo poner a raya. ¿Ella? Ella no era nadie para juzgarlo de nada. — Siento mucho si interrumpí su trabajo, solo no sabía donde encontrarle de modo más frecuente. — Aclaró.

Su tono siempre había sido calmado, carente de emociones, pero sobre todo serio y entregado en atención del contrario. Si él lograba recordar algo de ella, daría que no había cambiado demasiado y lo que realmente cambió fue que ya no había brillo en los ojos de Noa que denotasen una felicidad interior de la que no era capaz de entregar. Ahora tan solo había vacío, soledad... quizá un sentimiento del que él fuera bastante conocedor.
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Cuando Noa se inclinó ante él con una reverencia tan formal, Issei sintió una chispa de calidez, aunque su rostro permaneció imperturbable.

El nombre "Onmyoji Noa" trajo consigo una oleada de recuerdos. Recordaba a la joven estudiante, dedicada y seria, con un potencial inmenso. Aunque sus interacciones habían sido breves, siempre había visto en ella una determinación que ahora se reflejaba en la mirada que compartían. En su situación actual, este resurgimiento del pasado era un agudo recordatorio de que su vida no siempre había estado envuelta en sombras y sangre.

Noa... —murmuró, casi para sí mismo, mientras sus ojos se suavizaban ligeramente—. Sí que te recuerdo.

Aun así, los vestigios del reciente interrogatorio seguían manchando su rostro y su mente. Cuando la mujer le ofreció el pañuelo, el Kenju observó el gesto con una mezcla de sorpresa y gratitud. Aceptó el pañuelo sin decir nada, limpiando los restos de sangre con una precisión casi mecánica. Sus ojos se encontraron con los de la Onmyoji de nuevo, y por un instante, se permitió bajar la guardia, aunque no del todo.

Gracias —dijo finalmente, con un tono más suave pero aún cargado de una seriedad implacable—. No es frecuente que me visiten aquí. Y, menos aún, una antigua alumna.

Mientras se limpiaba el rostro, su mente trabajaba para encajar las piezas de la solicitud de la muchacha. La veía como alguien en busca de orientación, algo que él mismo había anhelado en más de una ocasión en el pasado. La noción de ser una fuente de consejo y apoyo para ella le recordaba el sentido de responsabilidad que había enterrado bajo capas de deber y dolor.

Claro, dime de qué se trata —dijo, intentando sonar lo más accesible posible, aunque su voz no perdía la firmeza habitual—. Si puedo ayudarte, lo haré.

El hecho de que ella no se inmutara ante la sangre en su rostro y su actitud calmada y seria le recordó que ella también había recorrido un camino lleno de desafíos y oscuridad. El espadachín se preguntó qué clase de problemas personales la habían llevado hasta ahí, y si quizás, en sus propias luchas, ella había encontrado respuestas que él aún buscaba.

Siento el desorden —añadió, haciendo un gesto hacia el entorno sombrío que les rodeaba—. No es el lugar más apropiado para una conversación seria, pero podemos encontrar un sitio más tranquilo. Agradezco que hayas venido a verme, aunque lamento que sea bajo estas circunstancias.

Con un último vistazo a aquel espacio, donde la atmósfera opresiva parecía reflejar sus propios pensamientos, Issei hizo un esfuerzo consciente por centrarse en la persona frente a él. Caminó hacia una parte más apartada de la entrada, invitando a Noa a seguirlo.

Vamos. Te llevaré a un lugar más adecuado para hablar —dijo ahora más firme, aunque sus pensamientos aún revoloteaban entre el pasado y el presente.

Después de aquellas palabras, la conduciría por los corredores sombríos de la prisión, mientras sus pasos resonaban en aquel silencio opresivo. El lugar estaba impregnado de una frialdad que parecía absorber cualquier intento de calidez. Finalmente, llegaron a una pequeña sala de reuniones, un espacio austero pero más privado y apropiado. Cerró la puerta tras ellos, creando un pequeño refugio de la pesada atmósfera del resto de la prisión.

La habitación estaba escasamente iluminada por una única lámpara en el centro de la mesa. Las paredes de piedra desnuda y las sillas de madera ásperas no ofrecían comodidad, pero al menos proporcionaban un respiro del entorno exterior.

Aquí estaremos más tranquilos —dijo mientras le indicaba con un gesto que tomara asiento, a la vez que él hacía lo mismo en la silla opuesta—. Cuéntame, ¿qué es lo que te preocupa?
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Pasivas
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Se sintió algo aliviada de saber que el contrario tenía algún recuerdo al pronunciar su nombre, creyendo que poco a poco podría ir recordando a raíz de ello. Tampoco esperaba que fuera a localizarla en sus memorias, especialmente por el poco tiempo que pudieron coincidir, pero si las enseñanzas que quedaron en Noa como para estar ahí aquel día. — Eso ayuda bastante. — Declaró, pues así no debía dar tantas explicaciones de quien era. 

Se fijó en los detalles del contrario, porque otra cosa no le quedaba mientras le entregaba el pañuelo, y se percató que había cambiado algo su tono al dirigirse a ella, comprendiendo que quizá estaba asimilando que no era tal vez una reunión por trabajo o fuera a saber qué. ¿Quizá tenía algo que ver la información que él le entregó? ¿Le daba las gracias por visitarlo o era por el pañuelo que recién le prestó? Quizá fuera lo mismo, pero Noa por sí sola se complicaba los conceptos más básicos de la vida social. — Supongo que no es un lugar que invite a realizar visitas ajenas a los asuntos que aquí se tratan. — Miró por un instante el entorno, comprobando el lúgubre ambiente. 

Suerte sintió cuando él acabó dejando en claro que le ayudaría en lo que pudiera, que era más que una negación como la que podía esperarse de base. — Agradezco mucho que lo haga, o que esté dispuesto a escucharme al menos. — Pues aún no había dejado caer ni siquiera realmente el centro de todo el asunto por el que había llegado a aquel lugar de mala muerte. — Verá... — Fue interrumpida, no porque él fuera mal educado, si no por mala elección de momento de responder. Tras él indicarle que no era el mejor lugar, que podrían ir a uno mejor, siguió el camino que él le indicó, o al menos se mantuvo junto a él en todo momento. — No se preocupe, se entiende, no tiene que disculparse. — Aclaró. — Yo también me alegro de verle, también hubiera deseado fuera por otros motivos. — Correspondió con una sonrisa que buscaba ser cordial, agradecida, especialmente por cómo se había adaptado al conocer que se trataba de una antigua alumna.

El entorno no es que fuera a mejorar precisamente, ya que aquel corredor hacia la sala de reuniones no fue la mejor de las invitaciones para hablar, pues desconocía qué oídos podrían estar atentos y, por tanto, se mantuvo callada mientras le seguía. Un silencio que perduró hasta que finalmente llegasen a la sala de reuniones.

Como intenté iniciar, siento mucho haberme detenido... — Se acercó a una de las sillas para sentarse en la misma, manos sobre las rodillas y recta, firme, educada. — Hace no demasiado tiempo... en una investigación que realizábamos mis padres y yo... nos atacaron unos yokais de improvisto. — Comenzó a explicar con una calma fría como el hielo, pues el asunto que iba a tratar era tan desolador como aquel lugar en el que se hallaban. — Mis padres cayeron y los yokais desaparecieron, casi como por arte de magia, o quizá estaba demasiado centrada en los cuerpos de mis padre para percatarme... — Mantuvo la compostura, no podía permitir flaquearse nuevamente al hablar del asunto, uno que parecía ya repetirse demasiado. — Fui corriendo a por mis hermanos a casa, pero desaparecieron... y no estoy segura de dónde hayan podido ir, o si puede que estos yokais estén tramando algo mayor. — Desviaría la mirada por un instante. — Llevan mucho tiempo desaparecidos y no tengo pistas, no sé por donde empezar... Ni siquiera sé si esté relacionado, porque el viaje fue largo. Estoy perdida, sensei... — Finalizó, agachando finalmente la mirada ante tal confesión.
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