Bloody Gems [Priv. Sokaar]
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Mediados de Ichigatsu, 15 D.Y.
Atardecer, Ruta Principal saliendo de Tanigakure no Sato


El astro mayor comenzaba a caer mientras iluminaba a unos pares de kilómetros de Tanigakure, una escena de lo más repugnante y sangrienta. Un conjunto de cadáveres sangrantes y dos espadas partidas a la mitad, tirados a su suerte, comenzando a enfriarse y a la sombra de un carruaje tapado con una lona y varias sogas, que transportaba una importante carga de armas rumbo a alguna base. No fue difícil identificarlos para la figura que había perpetrado el quíntuple asesinato: un carro partiendo desde el camino de la vieja Fábrica de Armas del bélico País de los Ríos, seguramente parte de un grupo rebelde y custodiado por dos "guerreros", que lastimosamente no dieron mucha resistencia antes de enfrentar una cruel y fría muerte.

— Ara, ara... Mira nada más. — Comentó al aire Kiyoko Kurama, sacando un diamante pequeño pero bastante llamativo y claramente costoso de una de las cajuelas del carruaje. Su mejilla izquierda tenía una mancha de sangre proveniente de uno de los caídos, y la hoja de su uchigatana envainada a la cintura había manchado la vaina por los lados. La sangrienta Kiyoko había masacrado a esos hombres sin dejarles casi oportunidad a luchar por sus vidas, y ahora se jactaba de tener un cargamento de armas a su disposición. No le importaba demasiado, pero seguro podía llevarlo y ponerlo en el mercado negro, no por dinero, sino a la espera de un poderoso comprador al que emboscar o seguir para darse con nuevas escaramuzas. Su travesía por la Cordillera del Oeste no había tenido mucha sangre hasta ese momento, pero todavía le quedaban unos días para regresar. Su objetivo en Hoshigakure había sido cumplido, así que reportaría sus utilidades al regresar. Un par de cabezas de rebeldes justificaban cualquier ausencia por parte de la excéntrica Jounin de la Niebla.

Guardó el diamante en uno de los bolsillos de su Haori, y cerró la cajuela, descendiendo después del carro y dirigiéndose a la parte frontal. Los caballos estaban bastante mansos, pues había evitado tocarlos y siquiera alarmarlos tras el breve combate. Si algo le importaba en aquella situación era la tranquilidad de aquellas nobles almas. — ¿Qué sucede, preciosura? — Comentó mientras acercaba lentamente la mano al hocico de uno de los animales, dejando que la oliera y acercándose poco a poco, para apoyar su frente en su hocico y frotarla con una sonrisa. — Tranquilos, mis amores. Dejaremos esta mierda de carga y podrán ser libres de una vez. Conozco un buen establo donde los tratarán como reyes. — Carcajeó dándole una palmada al segundo caballo.
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