[EVENTO GLOBAL] R.E.S.E.T: El El Último Lamento de Kirigakure
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Última modificación: 06-08-2024, 05:59 PM por Kyoshiro.
R.E.S.E.T: El Último Lamento de Kirigakure

Región 3: Este
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En Kirigakure, la tristeza y la desesperación han alcanzado niveles inimaginables mientras la barrera antimateria avanza implacable hacia la ciudad. A unas horas de su llegada, la devastación y el caos reinan en las calles, marcando un contraste cruel con la esperanza que antes solía caracterizar a la región. El panorama es desolador: edificios una vez majestuosos y llenos de vida ahora se yerguen como ruinas silenciosas bajo un cielo grisáceo y opresivo. La gente que queda parece perdida, atrapada entre la realidad de la destrucción inminente y las promesas rotas de un futuro que ya no existe.

La mayoría de los ninjas más poderosos de Kirigakure, conscientes de la amenaza global y del papel crucial que deben desempeñar, ya han partido hacia el norte. Su misión es clara: defender el mundo de la invasión antimateria que se aproxima con rapidez. Estos guerreros, equipados con habilidades y conocimientos únicos, han dejado atrás sus hogares y familias para enfrentar el peligro que se cierne sobre toda la existencia. Su partida, aunque necesaria, deja a Kirigakure desprotegida y vulnerable, aumentando la desesperanza de los que aún permanecen en la ciudad.

La población sobreviviente, ya reducida a un número alarmantemente bajo, ha sido golpeada por una serie de eventos infortunados. Los hospitales, una vez refugios de salud y esperanza, se han convertido en lugares de sufrimiento y desesperanza, colapsados por la demanda abrumadora de cuidados y la escasez de recursos. Las prisiones, ahora vacías de su usual bullicio, han sido transformadas en centros de desesperación y terror. Los que quedan, sin la esperanza de una salvación inminente, se encuentran a merced de las facciones extremas del culto que ha surgido en medio del caos.

Este culto, que ha encontrado en el colapso global una oportunidad para establecer su dominio, está dividido en dos facciones igualmente temibles y peligrosas. La primera facción está compuesta por aquellos que han aceptado el fin como una especie de liberación espiritual. Para ellos, la llegada de la barrera antimateria es vista como un acto divino, un momento de trascendencia que deben recibir con resignación y paz. Estos seguidores, que han encontrado consuelo en la idea de que su sufrimiento pronto cesará, se preparan para enfrentar el final con una calma inquietante. La ciudad se ha convertido en un escenario de devoción casi macabra, donde los rituales se llevan a cabo con una serenidad perturbadora. La gente se reúne en templos improvisados, iluminados por la luz tenue de velas y antorchas, y entonan cánticos sombríos mientras la barrera se aproxima, su resplandor rojizo reflejándose en los rostros de los devotos que esperan su liberación.

Culto
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En contraste, la segunda facción del culto está impulsada por una desesperación frenética. Esta facción, obsesionada con la idea de que aún hay una oportunidad de cambiar el destino, está dispuesta a ir a cualquier extremo para alterar el curso de los eventos. Creen firmemente que a través de sacrificios suficientes, pueden detener la barrera antimateria o al menos mitigar su impacto. Esta facción ha desplegado una ola de violencia y caos, capturando a los pocos sobrevivientes que aún quedan. Los sacrificios son realizados en un frenesí de fanatismo, con la creencia de que cada vida ofrecida podría ser la clave para salvar al resto del mundo. Los rituales son brutales, con víctimas sacadas de sus escondites y llevadas a lugares de sacrificio donde el dolor y el terror son palpables. La ciudad, que alguna vez fue un centro vibrante de vida, ahora se encuentra cubierta por una capa de desesperanza y horror.

Los sobrevivientes atrapados, aquellos que no han logrado escapar a tiempo, se enfrentan a un destino aterrador. Encerrados en centros de detención improvisados, hospitales colapsados y edificios abandonados, son testigos de una pesadilla que se desarrolla a su alrededor. La infraestructura de la ciudad, una vez sólida, ha comenzado a desmoronarse bajo el peso de la crisis. Las calles están llenas de escombros y el aire está cargado de humo y el eco de gritos lejanos. Los centros de detención, improvisados con lo que quedó disponible, están atestados y abarrotados de personas aterrorizadas. El miedo y la desesperación se mezclan con la impotencia mientras los atrapados observan cómo el culto se apodera de su último refugio. Las paredes de estos lugares improvisados están marcadas por el pánico, con mensajes desesperados y marcas que reflejan la lucha de los cautivos por escapar.

A medida que la barrera antimateria se acerca, el sentimiento de inminente destrucción es casi palpable. El horizonte se tiñe de un rojo intenso mientras la línea de la barrera avanza inexorablemente hacia la ciudad. La sombra de la barrera parece engullir todo lo que toca, y las luces de la ciudad se apagan una a una, como si la oscuridad estuviera reclamando el último vestigio de vida. El cielo, una vez claro y vibrante, ahora está cubierto por nubes ominosas que presagian el fin.

Los gritos de los sobrevivientes se mezclan con el sonido de los pasos del culto, creando una sinfonía de desesperación y terror. Las calles, llenas de una multitud de personas que buscan desesperadamente escapar, están plagadas de caos y confusión. Cada rincón de Kirigakure está impregnado de un aire denso y sofocante, donde la desesperanza se siente como una manta pesada que cubre a todos.

Mientras el culto continúa su devastador asalto, los pocos que quedan luchan por encontrar un sentido de normalidad en medio del caos. Sin embargo, a medida que la barrera se acerca y la esperanza se desvanece, la tristeza y la resignación se apoderan de todos. La última resistencia de Kirigakure es una lucha desesperada contra un destino que parece inevitable.

En el último acto de resistencia, las fuerzas que quedaron en Kirigakure se preparan para enfrentar lo que viene con una determinación sombría. Mientras el reloj avanza y la barrera antimateria se acerca, el culto celebra su triunfo inminente. Kirigakure, una ciudad que una vez fue un faro de esperanza, ahora está a punto de ser consumida por el mismo destino que ha reclamado al mundo entero. La tristeza y la devastación llenan el aire mientras la ciudad se prepara para su último adiós, un adiós que será marcado por el silencio eterno y la oscuridad que se avecina.


Código:
1- Hola a todos. Los que quieran unirse, tienen hasta el domingo 11 para postear
2- Después del domingo, las rondas serán cada 72 horas.
3- De no hacerlo, y donde se encuentre el personaje en ese momento, puede que sea consumido por la onda antimateria de R.E.S.E.T. En caso de ser así, tienen 1 turno extra para huir o morir. 
4- Si no postean y no están en riesgo de ser consumidos directamente, usaremos un sistema de 3 strikes. Cada strike los acercará más a la barrera.
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Última modificación: 07-08-2024, 01:43 PM por Kenju Issei.
Después de despertar de la inconsciencia, Issei se sintió como si estuviera atrapado en una pesadilla viviente. Cada músculo de su cuerpo protestaba con un dolor agudo, pero la imagen de su familia en peligro lo impulsaba a seguir adelante. Cada paso que daba era una batalla contra la fatiga extrema y las heridas que apenas habían comenzado a sanar. La preocupación por Hana y sus hijos era un peso que lo mantenía en movimiento, aunque cada aliento se sentía como un tormento. La determinación de volver a Kirigakure lo hizo ignorar las advertencias desesperadas de los pocos sobrevivientes que encontró en su camino. Sus palabras eran flechas de desesperación, llamándolo estúpido por no unirse a la huida hacia el norte, pero no podía permitirse el lujo de escuchar. Su corazón estaba fijado en su hogar y su familia.

El espadachín, normalmente un hombre de complexión robusta y cabello oscuro, ahora parecía una sombra de su antiguo yo. Su cabello, enmarañado y sucio, caía en mechones alrededor de su rostro demacrado. Sus ojos, antes llenos de vida, estaban hundidos y enrojecidos, reflejando la falta de sueño y el constante estado de alerta. Su ropa, rota y manchada de polvo y sangre seca, colgaba de su cuerpo con una pesadez que acentuaba cada uno de sus movimientos. Llevaba días sin ducharse, y el olor a sudor lo envolvía en una nube casi tangible de desesperación.

El puerto, que solía ser un hervidero de actividad, ahora se presentaba como un escenario de desolación y abandono. Los muelles estaban desiertos, sus tablas estaban crujientes y desgastadas por el tiempo, añadiendo un eco sombrío a su entorno. El Kenju buscó frenéticamente entre los restos, con su mente atormentada por visiones de lo que podría encontrar en casa. Finalmente, sus ojos se posaron en una pequeña lancha, su única esperanza para cruzar el mar y regresar a su aldea. Durante la travesía, una sensación de irrealidad lo invadió. Era como si estuviera flotando entre el mundo de los vivos y los muertos, su alma estaba desgarrada por el horror de los eventos recientes y el caos de la guerra. Cada ola que golpeaba la lancha resonaba en su mente, amplificando la sensación de que su cordura estaba colgando de un hilo muy delgado.

Al llegar a la costa de Kirigakure, su corazón se encogió al ver el estado de la aldea. Edificios derruidos, calles desiertas y un cielo gris que presagiaba más destrucción. Pero no tenía tiempo para lamentarse; debía encontrar a su familia. La desesperación lo empujó a moverse rápidamente, aunque tuvo que esconderse continuamente y saltar por los tejados para evitar ser visto. La presencia de los cultos lo ponía en alerta, pero su mente estaba obsesionada con saber qué había pasado con Hana y los niños.

El recuerdo de su hogar, aunque últimamente más lleno de peleas y frialdad que de paz, se mezclaba con el miedo a lo que podría encontrar. A medida que se acercaba a su casa, sus pensamientos eran un torbellino de esperanza y terror. La imagen de Hana y los niños, su única razón para seguir adelante, se mezclaba con la duda y el miedo. ¿Estarían a salvo? ¿Habrían sobrevivido a este caos? Cada sombra parecía un enemigo potencial, y cada sonido lo hacía estremecer. La ansiedad lo atenazaba, y el pulso le martilleaba en las sienes. Finalmente, vio su casa a lo lejos. Con el corazón en la garganta y las piernas temblorosas, se dirigió hacia ella, rezando para que estuvieran a salvo.

No podía permitirse detenerse. Debía seguir, debía llegar a su hogar. El estado ruinoso de la aldea reflejaba la desesperación que sentía, pero aún así, avanzaba con una determinación feroz. La barrera antimateria se acercaba, y cada segundo contaba.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, llegó a las inmediaciones de su hogar. Con su casa a la vista, se preparó para enfrentar lo que fuera que encontrara dentro «Por favor, que estén bien»

Estadísticas de Kenju Issei
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País de ??? Semanas antes de la catástrofe


Izuku Uchiha, el shinobi de la hoja que había creado su propia organización había caído en una terrible enfermedad del corazón, alejado de sus compañeros de equipo por su terquedad de encontrar la iluminación mediante meditación y soledad se volvió una presa facil de la muerte. Por ello decidió cumplir con la promesa que le había hecho a aquel muchacho que selló en su interior y con sus últimos alientos de conciencia realizó una técnica para liberar al ninja de Kirigakure.

Saito apareció completamente desnudo ante Izuku, aquel pelinegro ya había cerrado sus ojos por última vez y Saito sonreía satisfecho de verlo al fin muerto-Izuku Uchiha... me arrebataste todo... mi vida como shinobi de Kiri, mi novia ¡Dejaste morir a la madre de mis hijos! Y fuiste incapaz de darme tiempo con ellos... ahora al fin estás muerto-la mirada de Saito se levantó mirando a los ojos al alma de Izuku.

Volviste a mi hermana y madre en mi contra ¿Para que? ¿Para luchar contra el imperio y morir de esta forma tan miserable? me das asco. Espero que disfrutes el Inframundo, imbécil-el alma de Izuku cerró sus ojos y se convirtió en una pequeña llama azul, esta fue devorada por el Shinigami que llevaba rato esperando por el fallecimiento de Izuku, ahora con su trabajo listo se retiró atravesando un portal.

Entonces ¿Ahí estabas?-Saito se arrodilló al escuchar esa maldita voz en su cabeza y su mirada logró ver la vaga silueta de aquel Dios de la inmortalidad.

¡Jashin! ¡Maldito!-la pesada mano del Dios sujeto la cabeza de Saito para que mantuviera su mirada en el suelo-No te atrevas a mirarme asqueroso humano. Te dí mi poder y fuiste decepcionante. Pero ¿Sabés qué? No importa. He logrado mover muchos hilos y pronto... ¡tú y tu insignificante especie desaparecerán al fin!-el Dios enterró la cabeza de Saito en el suelo y se apartó de él-Y nadie podrá frenarlo-y así como apareció simplemente se fue...

Kirigakure actualidad
Saito se había pasado parte de su tiempo lamentándose por todo lo que había perdido y aquellas palabras de Jashin lo tenían dando vueltas sobre que era aquello que le daría fin a la humanidad. Fuera lo que fuera, solo quería volver a Kiri y ver por última vez a su hermana...

Para su desgracia , Aiko y su madre ya no se encontraban en el hotel familiar, Kirigakure se había convertido en un lugar de caos y miedo ante la noticia del fin del mundo, si, Jashin había dicho la verdad y un evento apocalíptico amenazaba con el final de la vida como todos conocían, era una completa mierda por fin liberarse de aquella prisión mental en la que Izuku lo había sellado y lo primero que llegaba a sus oídos era el fin del mundo.

Sin saber donde estaba su familia, ni Muki, ni sus hijos, ni sus amigos Saito sentía que ya no tenía nada por lo cuál luchar....

Ahora se encontraba en un bar de Kiri, rodeado de cadaveres, unos idiotas que querían llevarselo para un sacrificio o algo así y no pudieron contra la fuerza de aquel ninja inmortal-Ni siquiera me dan el derecho de beber alcohol hasta que mi final llegue, que groseros-el Onmyõji tomó una de las botellas que habían sido abandonadas en ese lugar y pasó a destaparla para beberla, solo un par de tragos antes de simplemente colocarla en la mesa y sentarse derrotado a suspirar

¿A quien engaño? Ni siquiera me gusta el alcohol... joder... daría lo que fuera por esos hongos que Muki me dió aquella vez... también daría lo que fuera por una buena cogida...-tomó la botella y la arrojó contra una pared, estaba harto de esa situacion ¡¿Por qué mierda si vida terminaba así?!

¡Yo solo quería una familia, maldita sea!-golpeó el suelo y destruyó aquel bar que lo aplastó, aunque como si nada salió de los escombros y miró el cielo rojo-¿Que debo hacer, papá? ¿Que harías en mi lugar?-negó con la cabeza, sabía que no tendría respuestas a ninguna de sus preguntas, entró a una de las tiendas de ropa y tras quitarse aquella sucias ropas de Izuku, se colocó algo más decente.
Quizás todos vamos a morir pero... tal vez, pueda hacer algo, soy un Onmyõji después de todo. La muerte va conmigo-Saito le debía varias promesas a ciertos espíritus y debía cumplirlas. Tocaba ir hasta donde sea que se estaban reuniendo los ninjas de la aldea y tratar de hacer algo para frenar esa cosa ¡Y si tenía que luchar contra Dios para eso lo haría!

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Narro-Pienso-Hablo

Pasivas
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No sé por qué estoy aquí, caminando entre las ruinas de Kirigakure, cuando los más poderosos ya han huido o... desaparecido, hacia al norte. Yo no debería estar aquí. - ¿He abandonado la comodidad de la casa del anciano en el país del rayo para terminar aquí? En un lugar lleno de ... - ¿A quién voy a culpar? Nunca fui alguien importante, ni en mi vida pasada como ladrona, ni ahora como una supuesta kunoichi sin aspiraciones. Me convertí en ninja por accidente, o quizás fue una forma de escapar de esa vida. Pero ahora… ahora me pregunto si alguna vez escapé de verdad.

Mientras mis pasos resuenan en las calles desiertas, el sonido del caos me envuelve. Escucho los gritos de los pocos que quedan, de aquellos atrapados por el culto o por el simple terror. Los edificios, que alguna vez fueron imponentes, ahora son escombros apilados, fantasmas de lo que fue el hogar de tanta gente. Kirigakure, una ciudad que nunca me abrazó del todo, está muriendo, y yo soy una espectadora más de su agonía.
El cielo gris amenaza aplastante, pesa sobre mis hombros como una maldición. Cada vez que respiro, el aire se siente denso, como si el miedo se hubiera vuelto tangible. No puedo evitar pensar en cómo llegamos a esto, cómo una barrera de antimateria decidió convertirse en nuestra sentencia de muerte. ¿Qué esperanza podría haber en un lugar como este? Mi vida nunca tuvo mucha dirección, pero ahora, es como si incluso el sentido de estar viva se estuviera desvaneciendo. - tsk... no puedo respirar ¿no puedo respirar? - El aire se siente pesado, pero sé que se debe a esos nervios que no quiero desatar, ese nudo en la garganta por el miedo a lo desconocido ¿o a la muerte?

En un rincón, me detengo un momento y cierro los ojos. El viento trae consigo el olor a humo y la ceniza se adhiere a mi piel, una mancha que no puedo quitarme. Trato de concentrarme, pero lo único que siento es la presión en mi pecho, un nudo de miedo y frustración. No puedo evitarlo, me siento impotente. Si tuviera algo de valor, algo de fuerza… pero no, solo soy yo, siempre he andado sin dirección, una chica que robaba para sobrevivir y que ahora se enfrenta a un destino que nunca pidió.

Camino por las calles con la cabeza baja, evitando la mirada de los pocos que se cruzan en mi camino. ¿Qué podría decirles? ¿Que todo estará bien? No, sería una mentira, una más en mi vida llena de ellas. El culto… sus cánticos resuenan a lo lejos, una mezcla perturbadora de resignación y frenesí. Veo las luces tenues de las velas en los templos improvisados, sombras de cuerpos que se mueven al compás de su fe ciega. No sé si los envidio por tener algo en lo que creer, o si los desprecio por rendirse tan fácilmente.
Los pensamientos se arremolinan en mi mente como un torbellino. ¿Qué haría si tuviera el poder de cambiar algo? La verdad es que no lo sé. Tal vez solo quisiera correr, huir de esta ciudad condenada y de mis propios miedos. Pero entonces, ¿a dónde iría? No hay lugar seguro, no para mí, no para nadie.

Sigo adelante, porque es lo único que sé hacer. Los escombros crujen bajo mis pies, y con cada paso, la desesperación se asienta más profundamente en mi pecho. Los gritos, las plegarias, todo se siente enfermizo, como una historia bizarra de aquelarres que me atormenta y me obliga a apretar los puños con frustración. En el fondo, siempre supe que no estaba destinada a grandes cosas. Pero estar aquí, en medio de esta ruina, me hace preguntarme si alguna vez tuve un destino en absoluto. El fin se acerca, y yo solo soy una sombra más en esta ciudad moribunda, una simple genin que no pudo escapar ni siquiera de sí misma.
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Última modificación: 13-08-2024, 07:16 PM por Riku Ashira.
Riku se encontraba en silencio, observando el horizonte mientras la brisa suave acariciaba su rostro. A pesar del inminente peligro que se avecinaba, había algo en el murmullo del viento que lo calmaba. El cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y violetas, y mientras contemplaba las nubes que se movían perezosamente, su mente se llenó de recuerdos de su aldea.

La cicatriz en su mejilla izquierda era un constante recordatorio de la batalla que había librado cuando solo era un niño. Un recordatorio de que la vida, en su crueldad, podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Aquella vez, su impulso había sido proteger lo que amaba, pero ahora, con años de entrenamiento y experiencia a sus espaldas, sentía el peso de la responsabilidad mucho más profundamente.

Sus dedos jugaron con un pequeño trozo de arcilla explosiva en su bolsa, moldeándolo instintivamente mientras sus pensamientos se sumergían en las enseñanzas de su padre. “La paciencia y la precisión son nuestras mayores armas”, le decía siempre, y Riku había aprendido a valorar esas palabras con el tiempo. Sabía que en la próxima misión, cualquier error podría costarles caro, y eso le llenaba de una mezcla de ansiedad y determinación.

Una leve tensión se asentaba en su pecho, pero Riku la abrazó como lo haría con un viejo conocido. Esa inquietud era lo que le recordaba que estaba vivo, que cada momento contaba, y que cada decisión que tomara debía estar guiada no solo por la lógica, sino también por su corazón. Miró a sus compañeros, quienes parecían absortos en sus propios pensamientos y preparativos. Se preguntó si también sentían esa misma carga, esa mezcla de miedo y coraje que a menudo lo acompañaba antes de una batalla.

No era el más elocuente del grupo, pero sabía que sus acciones hablarían por él. “No estoy solo en esto”, pensó, reconociendo el lazo silencioso que los unía a todos en ese momento. Con cuidado, colocó la esfera de arcilla en su palma, sintiendo su textura familiar bajo sus dedos. “Voy a protegerlos, pase lo que pase”.

A pesar de su habitual reserva, decidió acercarse al grupo, su voz baja pero cargada de la serena convicción que solo alguien que ha visto la fragilidad de la vida puede tener. “Podemos asegurarnos de que no nos sorprendan si preparamos el terreno”, sugirió, aunque sin imponer su opinión, sabiendo que la fuerza de un equipo residía en la confianza mutua.

Mientras aguardaba las respuestas de sus compañeros, Riku sintió que ese viejo amigo, el nerviosismo, comenzaba a desvanecerse, reemplazado por la firme resolución de hacer lo que fuera necesario para cumplir su promesa de protegerlos a todos.

Estadísticas de Riku Ashira
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Estas dos últimas semanas habían sido bastante duras, confusas y extenuantes. Dejé atrás mi último campo de batalla, donde litros y litros de sangre ocultaron el verde césped que cubría el suelo bajo aquellos árboles de dimensiones titánicas. ¿Ese día murieron más shinobis bajo el filo de nuestras espadas, por nuestros jutsus... o por aquella catástrofe de proporciones apocalípticas.? Si había alguien en el mundo que orara a un Dios de la Destrucción, del Juicio Final... pues estas últimas semanas parecían haber escuchado sus súplicas, y el destino se había puesto de su lado, dándole razón a su fe.

Tratar de explicarles lo sucedido es algo que solo podrían entender si lo vieran con sus propios ojos, para así captar la magnitud del asunto. Si alzaran la vista o miraran al horizonte, lo único que sus ojos podrían percibir sería ese rojo cobalto que ha inundado el cielo, que antes era azul celeste o gris, dependiendo del clima... ahora estaba cubierto por este presagio de destrucción que emanaba de su propio color. ¿Por qué el rojo? Quién sabe, no sabría decirte por qué el cataclismo que se aproximaba había decidido tomar el color del líquido que corre por nuestras venas para indicarnos cómo terminarían nuestras cortas vidas. La cuestión es que, una vez esa luz lo abarcó todo, las vidas y cuerpos de la gran mayoría de los presentes se esfumaron en un instante. Quedamos pocos, pero conocemos nuestro destino, y no es agradable.

Había dejado atrás a Juri y a los demás miembros de la resistencia que acudieron a aquella cruel batalla en el Bosque de la Muerte... un nombre curioso para lo que se avecinaba en el futuro cercano. El par de yakuzas con los que me enfrentaba había desaparecido ante mis ojos. Un haz de luz se los había llevado sin más. En ese momento, más que confundida, me sentí aliviada. Pensé que un aliado de un poder inimaginable había llegado al campo de batalla para ayudarnos, pero nada más alejado de la realidad. Muchos de los nuestros también habían perecido de la misma manera. Ya no había imperiales, ya no había resistencia; el motivo de lucha que tenía antes se había esfumado bajo esa presencia roja sobre nosotros.

Pero, pasados unos minutos, una imagen vino a mi mente: mi padre y mi madre. ¿El destino que tocó a los esfumados también les había alcanzado a ellos? No quería ni imaginarlo; ese no podía ser el cruel final que me esperaba. Hasta ahora había hecho todo bien, o al menos eso creía. Un destino así no debería estar escrito en mi libro; debía ser un error. Tenía que asegurarme de aquello. Así partí entonces de regreso a Kirigakure.

Tras un par de días de haber llegado al País del Agua, noté cómo toda la ciudad había sido tratada con la misma fiereza que presencié en el Bosque de la Muerte. Éramos muy pocos los que quedábamos, y el panorama que se presentaba ante mí era desolador. Este lugar, aunque no compartiera los pensamientos de quienes lo gobernaban, siempre había sido un sitio donde todos podían crecer y tener aspiraciones reales. Sí, tal vez debías estar del lado del imperio, pero supongo que era mejor que nada. O, al menos, mejor que esto que hay ahora. Todo era desolador, todo estaba abandonado. Ya no había risas en las esquinas, nadie intentaba venderte una manzana, un dulce... 'Dulces...' La imagen de los sabrosos taiyakis del puerto vino a mi mente. Pero ahora, solo eran eso: un recuerdo. Pasé por ahí, y obviamente no había nada, ni nadie. Algún que otro maleante aprovechaba el momento para hacer de las suyas, pero no tenía tiempo para ellos; debía enfocarme en mi prioridad.

'Si hay caos en todas partes... tal vez también lo haya en las prisiones. No tengo pista alguna de mis padres, y mi única esperanza es que los hayan encarcelado por su pasado... espero que así sea. Ojalá los escritos y archivos sigan funcionando.' De la misma forma que las ciudades y poblados estaban totalmente abandonados, así también era la situación en las cárceles del mundo. Ya no había guardias que las defendieran, e incluso tampoco había prisioneros, ya que, bueno, todos habían tenido el mismo destino que los desaparecidos. 'Por favor, que mis padres no...' La búsqueda, por ahora, no había dado frutos. No los había encontrado, y todo el material archivado había sido quemado o robado, quién sabe... pero no estaba.

Mis esperanzas se reducían con cada hora que pasaba, con cada día que dejaba atrás. Aquel domo gigantesco que había decidido gobernar nuestro destino parecía estrecharse un poco más con cada minuto que transcurría. El final era claro, y no me quedaban muchos días de búsqueda en este lugar. Sin embargo, un pequeño atisbo de esperanza había llegado a mis oídos.

Había, como no, varios grupos cultistas y sectarios que estaban, de alguna manera, colaborando con el holocausto carmesí. Uno de ellos había tomado el camino de la liberación gracias a la barrera antimateria, dejándose fulminar por ella. Estos no me preocupaban; si querían morir o suicidarse, era su problema. Pero el otro grupo sí era un peligro, especialmente porque usaban a los presos que habían conseguido de las cárceles para sus fines, que no eran otros que intentar realizar sacrificios para aquella entidad que perturbaba nuestras vidas. 'Tienen que estar ahí.' Pensé, lo necesitaba... necesitaba que mis padres estuviesen con ellos, necesitaba liberarlos.


Estadísticas de Sayuri Yuki
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Tantas veces me he preguntado si algún día seré capaz de alcanzar la paz que anhelo. Hoy, más que nunca, siento esa duda carcomiendo mi espíritu. ¿Es siquiera posible?

Toda mi vida, cada día, cada noche, la he perseguido. Se presenta ante mi como una mariposa brillante y etérea, una criatura de sueños que más de una vez he visto posarse delicadamente en la palma de mi mano, solo para desaparecer cuando intento cerrarla en mi puño. He sido testigo de su resplandor bajo la luz plateada de la luna y he sentido su cálida presencia, pero, al final, siempre logra escabullirse entre mis dedos.

Me atrevo a decir que jamás me sentí tan dichosa y feliz como en el último tiempo. Había llegado a pensar que mi vida finalmente estaba completa, que había encontrado el equilibrio perfecto entre mis sueños, mis deseos y la realidad. Por un breve instante, todo parecía encajar en su lugar. Pero, una vez más, cuando me convencí de tenerla, la mariposa escapó de mis manos.

Desde que el cielo repentinamente se tiñó de sangre, los días no han hecho más que empeorar. Tal vez abandonar la isla fue un error, ya que las cosas no estaban bien allí, pero aquí, en Kirigakure, la situación es aún más desesperada. Lamento tanto haber arrastrado a Misato a esta pesadilla. He puesto en peligro a mi familia, y eso es algo que nunca podré perdonarme.

Se siente extraño estar de vuelta en este sitio. De lo que una vez fue una aldea próspera y vibrante, apenas ha quedado una lúgubre sombra. El aire es denso y va cargado de una tensión palpable que hace que cada respiración se sienta pesada y laboriosa. La angustia impregna las calles, se ve y se siente, y es imposible ignorar la desesperación que se refleja en los rostros de las personas. Mi corazón se encoge con los gritos, los llantos, las súplicas, la desesperanza. Aquellos desdichados que permanecen aquí, refugiándose entre las ruinas y los escombros, se aferran a la esperanza y rezan por un milagro, abrazando a sus seres queridos con fuerza mientras elevan sus plegarias hacia el cielo carmesí.

Puedo oler el miedo y también la sangre, y el inconfundible hedor de la muerte. Es un recordatorio constante del peligro que acecha. Pero yo no tengo miedo, porque él está conmigo y camina a mi lado, sostiene mi mano con firmeza, me presta su hombro para aliviar el peso de mis pensamientos. Una vez más estamos juntos, enfrentando lo peor, y su compañía es la fuerza que necesito para seguir adelante.

Kurosame sabe cuanto sufro por la situación de Misato y Suien, y sabe también que no existe algo que no haría por ellos, o por él. Nuestro vínculo es un ancla en este rojo mar de incertidumbre. Solo por eso todavía mantengo un hilo de esperanza de que, algún día, aquella mariposa finalmente descansará sin miedo en la palma de mi mano.

Estadísticas de Namida Hoshigaki
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¡Qué maravilla! El centro comercial estaba abierto de par en par, las tiendas intactas, y casi nadie para molestar, solo unos pocos buscando comida o artículos necesarios. Pero ella no estaba ahí por necesidad. Ella había visitado estas tiendas antes, estaba en una cruzada personal, deteniendo cualquier atisbo de altruismo en los pocos que quedaban. La codicia era su motor, su orgullo, el bien de su propio ser. ¿Por qué creer en un futuro dictado por otros? No, ella iba a vivir, y cuando el nuevo mundo se alzara, ella sería la entidad más poderosa y rica.

En su nueva base de operaciones, los antiguos aposentos de un señor feudal de Kirigakure, la joven y sensual Shermie había acumulado toneladas de dinero y riquezas, pergaminos valiosos y un montón de cosas que no tenían valor en el mundo actual, pero que para ella, siempre tendrían algún uso. Con su traje púrpura ajustado, corona metálica, guantes a tono y mallas caoba, estaba en el centro comercial, ratoneando, buscando más ropas y artículos de poco valor para llevar a su mansión.

[Imagen: QQhiHnf.png]

Uuh, esta lencería se ve elegante, me encanta - decía mientras tomaba del mostrador un montón de ropa, llevándola cual gata ladrona, sin preocuparse por el bienestar general ni por esa cosa en el cielo. La delirancia en su estado puro.
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Los ecos del pasado de lo que alguna vez animó estas calles —las risas, el bullicio, el murmullo constante de la vida cotidiana— todos se han desvanecido en un silencio tan profundo que duele. Las calles, que antes vibraban con el pulso de la vida, ahora yacen desiertas y cubiertas de una capa de polvo que parece haber sido puesta por el mismo tiempo, en su eterno y cruel abandono. En Kirigakure, el aire se detiene, atrapado en una inmovilidad que parece congelar el dolor en un instante eterno. En este reino de sombras, la quietud es tan profunda que incluso una aguja cayendo resonaría como un grito en la vasta noche de su desolación.

En el bar "El Navío Anclado", donde la esperanza se ha evaporado como un vapor en la fría noche, Riku se acerca a un grupo de almas resignadas a su destino. Con una calma que parece burlarse del caos que lo rodea, sugiere actuar, moverse, ofrece una opinión sin imponerse, consciente de que la verdadera fortaleza de un equipo reside en la confianza mutua. Sin embargo, sus palabras se pierden en el aire cargado de desesperanza, en un ambiente donde la resignación ha hecho hogar. Los presentes, abatidos por la certeza de su final, están más enfocados en aceptar su destino que en intentar cambiarlo. Nadie escucha a Riku; la resignación ha oscurecido cualquier destello de esperanza. Uno de ellos, Saito, en su desesperación, abandona el edificio.

Saito, saliendo del bar, empuja la puerta con un movimiento lento y pesado, como si cada paso fuera una lucha contra el peso mismo de la desesperanza. Las pocas almas que quedan en Kirigakure están resignadas a su destino, esperando en silencio el momento en que la muerte finalmente los alcance. En la misma calle, Teh camina como una sombra entre los escombros de una ciudad que se desmorona bajo el peso del terror. En aquella calle compartida, Teh y Saito se encuentran una escena inquietante: las últimas personas, desoladas y abatidas, atraviesan la ciudad con hojas en blanco adornadas con una rosa roja. Sus lágrimas surcan sus rostros mientras sostienen estos frágiles símbolos de un último anhelo de belleza en medio del caos. Si el alcohol le permitiera, tal vez Saito podría recordar haber visto una hoja similar en el hotel de su familia ese mismo día, un eco tenue de la conexión trágica que une a todos en su desesperada resistencia.

Teh reconocería, no el papel y la rosa, pero uno de los rostros desolados. Si su memoria le es fiel, reconocería al anciano pescador que conoció en el reino de Marfil hace ya tantísimas lunas. Era el mismo anciano que le enseñó lecciones de paciencia y sabiduría "No siempre puedes forzar las cosas, pero cuando sientas la oportunidad correcta, actúa con determinación y gracia." - Le había dicho una vez. Ahora, el anciano, en una silla de ruedas, era impulsado por uno de sis asistentes. El en cambio, la edad lo ha afectado y observa con tristeza el último barco anclado en el muelle, su vitalidad perdida.

En esa misma calle compartida, otra sería espectadora de aquel desfile de infelices. Era Sayuri, que avanza con pasos pesados hacia un destino incierto. Interrumpida solo por la marcha de los decaídos. Al igual que Saito y Teh, vería los habitantes desolados y los cientos de papeles con una flor roja cubriendo el suelo ¿No eran aquellos los mismos que encontró en las celdas abandonadas? Los papeles, símbolo cruel de la desesperanza, reflejan el dolor y la pérdida que consume a Kirigakure mientras ella continúa su búsqueda, cada vez más desalentada.

Pero no todos los que caminaban aquella calle llevaban el mismo rumbo. Uno de ellos, Issei, corría a través del desfile en dirección contraria rumbo a su hogar. Cuando Issei entra en su casa, la escena que encuentra es desgarradora: La puerta no ofrece resistencia, y un hombre cuelga del techo de su brazo, encadenado de su zurda mientras la diestra sostiene a duras penas una ballesta. Apunta a Issei pero no logra disparar. No porque no quiere, si no porque la tensión se interrumpe con un grito conocido: "¡A él no!" Hana, temblando y llorando, se lanza sobre el hombre que cuelga del techo para impedir que dispare. Le revela que el hombre, Issei, es su esposo.  El militar asiente y entiende. Su nombre es Lee y a pesar de su grave estado, había intentado defender a la familia de Issei. La pelea había sido infernal. Horas y horas protegiendo a Hana y a los niños. Su energía es tan poca que había atado su mano izquierda con cadenas al techo para ayudarse a mantenerse en pie. Lee, debilitado y con la vida desvaneciéndose, deja caer la ballesta. Ahora ahí frente Issei un pobre que es más heridas que hombre. E-entonces, mi labor se ha terminado señorita. Con una última sonrisa, se despide. Hana, sollozando, lo abraza con desesperación, agradeciendo y pidiendo perdón. Alrededor de ellos, yacían al menos siete cuerpos de cultistas de túnicas rojas, testigos mudos de una feroz resistencia. Hana suelta al cuerpo de Lee y abrazando a Issei, confiesa entre sollozos que se llevaron a sus hijos. Se llevaron a Ichi, a Ni y a San. Yo, no pude. Eran muchos y él...” Miró de nuevo al hombre caído, con una mezcla de tristeza y gratitud. "No pudimos, eran muchos.” Al fondo de la habitación, Issei podría ver a los hijos restantes llorando y temblando de miedo. La sangre del militar se mezcla con una hoja blanca en el suelo, estampada con la rosa roja, un cruel recordatorio de la tragedia que se ha desatado.

Mientras tanto...


A cuatro cuadras al norte, el amor se enfrenta al final en una escena desgarradora. Una pareja camina frente al centro comercial, sus pasos resonando sobre un suelo cubierto de papeles blancos con la rosa roja, símbolo silencioso de desesperanza. La atmósfera se siente cargada de una melancolía palpable, como si el aire mismo estuviera impregnado con el peso de lo que está por venir. Las luces del centro comercial parpadean intermitentemente, proyectando sombras inquietantes sobre los rostros de los transeúntes, quienes, ajenos a la tragedia inminente, siguen adelante con sus rutinas diarias. Dentro de ese mismo centro comercial, Shermie, busca ropa y artículos de poco valor para su mansión, su mente parece ocupada en asuntos mundanos que parecen completamente ajenos a la ominosa realidad que la rodea. 

Tanto Shermie desde adentro, como la pareja desde afuera podrían ver un extraño evento.
 
Desde la puerta principal del centro comercial, a unos 40 o 50 metros de distancia de la pareja, un grupo de cultistas en túnicas rojas irrumpe en la escena, arrastrando a una multitud de prisioneros encadenados. Sus rostros reflejan la desesperación y el sufrimiento, cada uno de ellos atrapado en una pesadilla de la que parece no haber escape. El grupo avanza con una precisión escalofriante, su presencia marcando un contraste inquietante con la tranquilidad aparente del centro comercial. La atmósfera se siente cargada de una melancolía palpable, como si el aire mismo estuviera impregnado con el peso de lo que está por venir. Entre los capturados se encuentran adultos, niños, personas en silla de ruedas, enfermos y ancianos, y...será acaso...¿Misato?

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El tiempo para postear de 72 horas ya ha expirado.

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Issei empujó la puerta con cautela, sus sentidos estaban en alerta máxima. La madera cedió con facilidad, pero lo que encontró al otro lado fue mucho peor de lo que había imaginado. La visión del militar colgando del techo, apenas sosteniendo una ballesta, lo hizo llevar instintivamente la mano a la empuñadura de su katana. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, preparado para cualquier amenaza. Pero el grito de Hana lo detuvo en seco.

El eco de su voz resonó en su mente, haciéndole bajar la guardia por un instante. Se quedó paralizado al ver cómo, temblando y llorando, se lanzó sobre el hombre herido. La tensión en su cuerpo se transformó en una ola de confusión y horror mientras trataba de asimilar lo que estaba viendo.

El militar apenas podía sostenerse. Había hecho todo lo posible por proteger a Hana y a los niños, atando su brazo izquierdo al techo para mantenerse en pie, pero la vida se le escapaba a un ritmo implacable. Cuando dejó caer la ballesta, el Kenju sintió un nudo en la garganta, algo entre la admiración y la impotencia. Con un gesto leve, apenas perceptible, inclinó la cabeza en señal de respeto─. Gracias ─ murmuró con voz ronca y cargada de un agradecimiento sincero hacia aquel hombre que había luchado con todo lo que tenía por su familia.

Antes de que diera su último aliento, su esposa se aferró a él, y sus lágrimas se mezclaron con la sangre que manchaba el suelo. Issei, sin saber cómo reaccionar, dejó que su mano derecha, endurecida y cortada por la batalla, se posara torpemente en su espalda. Sentía la desesperación de su esposa a través del contacto, pero también la extrañeza de un gesto que había sido tan escaso entre ellos en los últimos tiempos. Con un esfuerzo, intentó reconfortarla, aunque su mirada estaba fija en los niños al fondo de la habitación, temblando y aterrorizados.

La mujer sollozaba sin consuelo, y la voz que salió de su boca le cortó el alma. Sus palabras se estrellaron contra la pared de su mente, resonando una y otra vez mientras el terror y la rabia crecían en su interior. Sus hijos. Sus pequeños. El hombre que yacía muerto a sus pies había dado todo por ellos, pero no había sido suficiente.

Respiró hondo, tratando de controlar la tormenta que se desataba dentro de él. Con suavidad, separó a Hana y la miró directamente a los ojos, con su mirada llena de una determinación feroz─. ¿Sabes dónde se los llevaron? ─ La pregunta salió de sus labios en un susurro urgente, la desesperación velada tras una capa de control rígido─. Voy a ir a por ellos ─ respondería después, sin titubear. Su voz era baja pero firme, impregnada de una resolución que no admitía discusión. Desenvainó un Tanto de su cinturón y lo colocó con cuidado en la mano de su esposa, cerrándola con la suya─. No podemos quedarnos aquí. La barrera se acerca rápido ─ su voz era firme, pero llena de urgencia─. Voy a llevaros a un lugar más seguro donde podréis esconderos mientras voy a por los demás. Después de eso, huiremos juntos, lejos de todo estoLos encontraré, y cuando lo haga, prometo que nos iremos de aquí, todos.

Se permitió un último vistazo hacia ella antes de soltar su mano. Sin perder tiempo, se arrodilló junto al cuerpo de Lee y comenzó a registrar los cadáveres de los cultistas, buscando cualquier cosa que pudiera darle una ventaja o información útil. Sus manos, cubiertas de sangre seca y suciedad, se movían con rapidez y precisión, la misma precisión que había aprendido en la guerra, la misma que ahora aplicaba para sobrevivir. Después de eso, se volvió hacia el cuerpo del militar, buscando también cualquier objeto útil y sobre todo flechas. Finalmente, agarró la ballesta que había caído al suelo. Era robusta, y aunque pocas veces en su vida había tenido la oportunidad de usar una, podría serle útil.

Estadísticas de Kenju Issei
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Última modificación: 13-08-2024, 01:46 AM por Sayuri.
'Estas calles las recuerdo poco... no solía venir mucho por aquí.' Cada paso que daba en mi hasta ahora ineficaz búsqueda me llevaba a recorrer calles y escondrijos que nunca pensé visitar mientras vivía en esta nación, o al menos, no por voluntad propia. Pero mi necesidad de encontrar respuestas pronto era tal que incluso me había aventurado a entrar en el sector del ocio oscuro. Bares, cantinas, sitios de apuestas, burdeles y otros locales de dudosa reputación permanecían ocultos a los ojos de los ciudadanos de moral más elevada. No porque alguien quisiera que fuera así, sino por decisión propia de cada persona, ya que la ubicación de estas calles era bien conocida por todos, una zona a evitar.

Llevaba conmigo un papel blanco con una rosa roja, un símbolo que parecía reflejar el destino que se cernía sobre nosotros, indicando que el mundo que conocíamos estaba, de algún modo, llegando a su fin. ¿Era posible detener tal destino? Eso lo dejaría para la Sayuri del futuro. La Sayuri del presente estaba demasiado preocupada en su búsqueda como para añadir más preocupaciones a las que ya ocupaban mi mente. Había encontrado este papel en las cárceles que visité buscando el paradero de mis padres. Estaban esparcidos por todo el lugar. Aunque no decían nada, suponía que el color de la rosa tenía que ver con aquel domo carmesí que se lo tragaba todo a su paso. Era la única pista que tenía, y ya fuera por fortuna o no, encontraría más como estos más adelante en mi camino.

Antes de eso, en mi andar, me topé con varias personas que caminaban en una misma dirección, todas parecían dirigirse hacia la costa, hacia los muelles. Se caracterizaban por ese mismo semblante sombrío en sus rostros. La luz que en otrora brillaba en sus ojos, en su piel, parecía haberse agotado, como si aquella fuente de energía maldita que nos recordaba que nuestra existencia en este mundo se iba a acortar, estuviese drenando su vitalidad con cada hora que pasaba. Y ahora, estas personas, con las escasas energías que les quedaban, avanzaban en manada hacia un destino incierto... o tal vez no. '¿Podrán ser del culto...?' Pensé, al ver cómo varias de ellas llevaban el mismo papel que yo, y también cómo iban dejando tras de sí más y más de estas hojas, esparcidas por el suelo polvoriento y abandonado.

Intente acudir a uno de ellos para interrogarle en lo posible. Pero un hombre paso corriendo a toda prisa de entre todos los presentes, iba en dirección contraria a la que iba el triste desfile. -¡Eh cuidado!- Había logrado hacerme a un lado para que no me empujase, y al girar a verlo creí reconocerlo. Me fijé un poco más en él, manteniendo mi vista sobre su persona. Portaba una katana en su cinto, así que por lo menos podría creer que era alguien entrenado. Pero también podría ser como aquellos vagabundos que se aprovechaban del momento para cometer sus fechorías.

-Disculpe, señor...- Tome el brazo de uno de los tantos transeúntes que se dirigía hacia el puerto, fijándome en que este llevase también un papel con la rosa en su mano. -¿A dónde se dirigen?- Uno de ellos iba en silla de ruedas e iba siendo empujado por quien parecía ser su asistente o algo así, o simplemente una persona que vio que alguien necesitaba ayuda y acudió a ella. -Encontré estas mismas en varios lugares.- Mostré la mía propia. -¿De dónde las obtuvieron, alguien se los dio?.- Esperaba con todas mis fuerzas que este par de personas me ayudasen en mi búsqueda, si tan solo podrían contestar a mis súplicas, podría ser un avance. Definitivamente, este acto, este darse a ver con este montón de papeles y rosas rojas, era un acto de grupos que querían darse a conocer, uno de los dos grupos sectarios estaba detrás de esto, y ojalá fuesen los que estaba buscando.

Estadísticas de Sayuri Yuki

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Shermie se encontraba algo distraída y dispersa en sus compras provocativas, hasta había encontrado juguetes para adultos en el centro comercial. Claramente, esa noche sería inolvidable, tal vez la última o la mejor noche de su vida. No importaba realmente, solo era ella caminando por el centro comercial, con una bolsa casual de compras marca Guxxi, llena de lencería, perfumes y cosas que antiguamente eran "ostentosas" mientras jugaba con ese juguetito de silicona de forma poco decorosa, lo golpeaba contra los pilares y barrotes que veía por el lugar, distraída totalmente, hasta que los vio, ahi, a la distancia, entrando en este templo del placer.


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Aquel grupo satánico y cultista era difícil de ignorar, con un arsenal de cosas bellas siendo arrastradas por cadenas y humilladas. Eran el tipo de personas que a Shermie le interesaban. Sonriendo, la joven y sensual reina de la mafia Kiriense (pues solo quedaba ella y unos pocos más) estalló en risa. Su cuerpo se movió como una especie de convulsión poco contenida, mientras se afirmaba el estómago y se encorvaba al regocijarse la vista, no se sentía para nada mal con esta situación, es más, le encantaba ¿si es el fin de los tiempos, porque no mejor divertirse? Luego de un rato, se recompuso lentamente y se apoyó en la baranda que impedía que cayera desde su actual piso del centro comercial hasta donde se encontraban estos cultistas. Desde las alturas, dijo con una sonrisa pícara - Jajaja, Dios, qué buen espectáculo, ¡me agradan!

Apoyando su cuerpo en la baranda, su busto sobre su antebrazo y acercando aquel juguete de silicona a su rostro, la mujer no analizó nada. Simplemente estaba en su delirio, sonreía pícaramente y veía cómo esos niños, ancianos y personas con discapacidad eran torturadas y denigradas. No podía ser más hermoso - ¿Qué debe hacer una dama como yo para que la inviten a participar en lo que sea que están haciendo? Me interesa - dijo, dando un mordisco a la punta de ese juguete indecente sin dejar de sonreír ni de observar a estos satánicos que tenía bajo sus pies, esperando que le diesen la oportunidad de poder torturar a estas personas, mostrando toda su crueldad y dejando libre todo su racismo, facismo, feminismo y machismo libres para poder torturar y masacrar a quien quiera que se le plantase frente, solo buscando una escusa para que su sadismo sea reconfortado.
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Riku salió del bar "El Navío Anclado", sintiendo una creciente inquietud que lo impulsaba a moverse. El ambiente dentro del bar estaba cargado de desesperanza, y aunque sus palabras no habían sido escuchadas, su determinación no se había apagado. Afuera, Kirigakure se extendía como un paisaje desolado, con sus calles cubiertas de una melancolía que parecía detener el tiempo. La sensación de que algo oscuro estaba ocurriendo lo envolvía, y aunque no comprendía del todo lo que sucedía, sabía que no podía quedarse quieto.

Con una resolución silenciosa, Riku tomó un poco de arcilla de su bolsa, sintiendo el frío material entre sus dedos. Su habilidad con la arcilla explosiva había sido perfeccionada a lo largo de los años, y ahora era el momento de utilizarla para encontrar respuestas. Tras cuatro segundos de moldeo, con una precisión que solo la práctica constante podía otorgar, Riku comenzó a formar una paloma de arcilla. Era una técnica que simbolizaba tanto su herencia como su voluntad de elevarse por encima de la desesperanza que lo rodeaba.

Una vez terminada, la paloma de arcilla cobró vida en sus manos, creciendo hasta alcanzar dos metros de largo y uno de alto. Con un gesto rápido y decidido, Riku realizó el sello necesario, infundiendo a la criatura su chakra, que le otorgó una agilidad y velocidad equivalente a su control sobre la energía. Subió a la paloma con destreza, y esta, obedeciendo la voluntad de su creador, se elevó en el aire, desafiando la gravedad y la tristeza que había atrapado a la aldea.

Desde lo alto, a 20 metros sobre el suelo, Riku observó la devastación que se extendía por toda Kirigakure. El aire frío golpeaba su rostro, pero su mente estaba enfocada en un solo objetivo: encontrar pistas, descubrir lo que estaba detrás de esta atmósfera opresiva. Desde esta altura, la perspectiva era distinta, y podía ver más allá de lo que sus ojos habían captado desde el suelo.

La paloma de arcilla voló suavemente sobre las ruinas, su sombra deslizándose sobre los escombros. Desde su posición elevada, Riku estaba listo para cualquier cosa, sus sentidos en alerta máxima, buscando cualquier señal de vida, cualquier indicio que lo llevara a entender lo que había sucedido en la aldea.

Bakuton: Hō
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De los edificios circundantes salían y entraban algunas pocas personas, no sabían a dónde ir, ni qué hacer << Bienvenidos al club >> Luego vi cómo ese desfile de personas sollozantes, lloraban y avanzaban casi en completo silencio, mientras todo se derrumbaba alrededor. Llevaban con ellos hojas en blanco con una rosa roja y parecía que al avanzar dejaban, esparcidas por el suelo como fantasmas, toda esperanza que alguna vez pudieran haber albergado.

En medio de ellos vi al pescador de Marfil, el anciano de la villa que me enseñó a pescar. Corrí hacia él como si fuese una tabla de salvación, no porque sintiera que me salvaría de este lugar, sino porque al menos podría compartir mis últimos momentos de vida con alguien que un día me dio la oportunidad de recomenzar. Fue un rayo de luz en medio de la oscuridad. Su rostro, marcado por el tiempo y la tristeza, me trajo a la mente tiempos más sencillos. No pude evitar sentir una oleada de melancolía y una punzada de alegría al verlo, como si el simple hecho de que aún estuviera vivo fuera un pequeño milagro en este mar de desesperanza.

Recordaba bien sus enseñanzas, las palabras que había compartido conmigo en otro tiempo, en otro lugar. Aquella sabiduría que me había brindado cuando aún había esperanza en el horizonte. Y ahora, verlo en esa silla de ruedas, me llenaba de una mezcla de emociones tan profunda que apenas podía contenerlas.
Hola… —murmuré, acercándome a él con un nudo en la garganta. Mis ojos recorrieron su figura, notando la falta de vitalidad que antes lo caracterizaba. Pero, aunque la vida parecía haberlo tratado con dureza, en su mirada aún había una chispa de reconocimiento, una pequeña llama que se negaba a extinguirse. Él me miró, y por un breve momento, una leve sonrisa apareció en sus labios. Me incliné hacia él, tomando suavemente una de sus manos.

El momento fue interrumpido por una voz, una figura que no había notado en mi estado de ensimismamiento. Era una joven sobre quién casi podría jurar que había visto antes. Ella le preguntó sobre la rosa, sobre el papel, sentí la urgencia en su voz, ¿la información que busca tendrá algo que ver con toda esta destrucción? ¿es algún tipo de culto loco que ha causado esta locura? ¿será posible detenerlo?
Volví mi mirada al anciano, buscando en su rostro alguna pista, alguna señal de que él también veía en esos papeles algo más que desesperanza. ¿Había algún secreto en esos símbolos?
- Este es el último barco del muelle - Respondió el veterano y su mirada acusaba afán, una cierta angustia, había algo que no estaba contando ¿las rosas? ¿el barco? Cualquiera podría pensar que había ignorado la pregunta de la joven, pero habiendo conocido al hombre en mejores días, supe que algo se me estaba escapando y, paradójicamente, algo estaba entendiendo.
Entonces sus palabras azotaron mi mente a través de mis memorias <<No siempre puedes forzar las cosas, pero cuando sientas la oportunidad correcta, actúa con determinación y gracia.>> - No estoy segura de lo que haré. - Dije por lo bajo, con nerviosismo, colgándome a un hilo de esperanza. - Pero si alguno quiere venir, es bienvenido. - Tomé al viejo pescador por su silla y con paso ligero me aproximé hacia el barco que nos había señalado.
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Última modificación: 15-08-2024, 02:05 PM por Saito Yamamoto.
Tras "robar" algo de ropa limpia, Saito salió a la calle sin mucha esperanza de nada pero con animos de hacer una última estupidez antes de que el mundo terminara. Ahí frente a él la gente marchaba con rostros decaídos y un papel en sus manos con el dibujo de una rosa ¿No lo había visto antes? Pues si, llegó a notar varios en su hotel pero no les dio importancia.

La gente se dirigía hasta los muelles de Kiri con paso lento, se notaba que no tenían muchas ganas de llegar a su destino, habían gente que se acercaba a hablar con algunos de los transeúntes, posiblemente eran personas que no sabían de que se trataba todo esto al igual que Saito pero tenían conocidos dentro de la marcha.

Me enferma verlos así-suspiró y rascó su cabeza ¿Que debía hacer? ¿Que hubiera hecho Aiko en su lugar? ¿Que hubiera hecho su madre en su lugar? Las mujeres suelen tener mejor tacto en estas situaciones....

Saito corrió rápidamente hasta el final del muelle mientras realizaba algunos sellos de manos de pronto, un gran cumulo de espectros se formó al frente de aquella fila de personas que acabarían contemplando la creación de un imponente Yokai.
Gashadokuro
¡Gente de Kirigakure! ¡Ustedes me dan lástima!-el Gashadokuro recibió la orden de su invocador y empezó a empujar a la gente fuera del muelle para evitar ese suicidio.

¡Yo quise seguir el sueño de mi padre y ser un gran médico que salvara vuestras vidas! ¡¿Pero que hacen como agradecimiento?! ¡La botan!-el muchacho apuntó al Gashadokuro para empezar su clase-¡Este es un yokai. Nacido por Miles de espíritus que a diferencia de ustedes, murieron sin poder disfrutar su último día!-el muchacho miró a la gente molesto y luego desvió su mirada un poco apenado, hace poco estaba abrazando la muerte con anhelo de que llegara lo antes posible y ahora intentaba alejar a toda esa gente de su inevitable destino.

¡Sé que hoy es el fin del mundo! ¡Y todos están asustados! ¡Pero deberíamos morir con el orgullo de ser el Imperio más pequeño en cuanto a tierras! ¡PERO EL MAS GRANDE EN CUANTO A PODER! ¡Si este es el fin de Kirigakure! ¡Que sea mientras festejamos por todo lo que hemos logrado! ¡Y si no creen que tengan algo por lo cuál celebrar! ¡Simplemente celebren por aquellos que no pudieron hacerlo! ¡Háganlo por ellos! ¡Por qué sé que hubieran querido vernos felices!-quizás mucha de esa gente no lo sabía pero... Saito si, Saito podía ver uno y cada uno de los fantasmas que se encontraban de pie, al lado de sus familiares que los perdieron de alguna manera y otra. Y ni los vivos, ni los muertos, merecían un final tan triste.

Que fea es la descripción del Gashadokuro actualmente ¡Rework al Onmyõji por favor!
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Última modificación: 16-08-2024, 07:37 PM por Kyoshiro.
Riku emergió del bar con manos teñidas de desesperanza, moldeando con una precisión casi cruel la arcilla que pronto tomaría vida. Subió a su creación, y con un batir de alas que parecía burlarse de la tragedia que envolvía la aldea, se alzó sobre las ruinas de Kirigakure. Desde las alturas, veinte metros sobre la tierra moribunda, la vista era un abismo de desolación; la aldea yacía como un cadáver, su esencia arrancada, mientras la paloma, llena de una vida que ya no pertenecía a los kirianos, surcaba un cielo que lloraba la ausencia de todo lo que alguna vez fue.

Lamento
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Desde lo alto, observaría la procesión final de los kirianos, un desfile de almas quebradas que cruzaban el corazón desolado de la aldea, como un río de lamentos que se desbordaba hacia el suroeste, arrastrando con él las últimas luces de vida. No se dirigían al navío que yacía esperando en el muelle; su destino era más oscuro, más profundo. Con pasos arrastrados, cada uno de ellos —niños que aún no comprendían el horror, madres que los sostenían como si así pudieran protegerlos del abismo, ancianos que vertían sus últimas lágrimas al lado de sus nietos— avanzaba todos hacia el borde del muelle. Allí, al final de la madera podrida, el océano los esperaba con los brazos abiertos, un amante frío y sin corazón que les ofrecía el olvido.

Uno a uno, como hojas caídas de un árbol moribundo, se arrojaban al mar. Los cuerpos se deslizaban en silencio, los más cansados se hundían de inmediato, permitiendo que el peso del dolor los arrastrara al fondo, mientras que aquellos con algo de fuerza luchaban contra la corriente, nadando hacia la oscuridad hasta que el cansancio, implacable, los vencía. Entonces, se entregaban al abrazo del mar, permitiendo que la tristeza los llenara de un peso tan profundo que ni el agua podía soportarlo. Era la última marcha de Kirigakure, una despedida de dolor y desesperanza que se sumergía en el olvido, dejando tras de sí solo el eco de los sollozos, los gritos ahogados y el silencio eterno del océano.

Desde su elevado refugio, Riku observaría una escena tan devastadora como confusa: mientras los primeros cuerpos sin vida eran arrastrados hacia la orilla, la tragedia se desplegaba aún más dentro del centro de la aldea. Decenas de figuras encapuchadas en túnicas rojas, como espectros de la desesperación, arrastraban a sus débiles sacrificios —niños, enfermos, ancianos, lo que podían encontrar y someter— hacia los rincones más sombríos de la aldea. Bajo la cruel luz de un sol débil que parecía llorar en silencio, los encapuchados ejecutaban a los inocentes con una frialdad aterradora antes de sucumbir ellos mismos al abismo de la muerte. Un doble sacrificio: Ejecutor y ejecutado de la mano al otro mundo. Una danza de homicidio con un toque de suicidio. Pero solo de unos cuantos encapuchados. Los encapuchados que se negaban de tomar sus propias vidas se encargaban de esparcir papeles blancos adornados con rosas rojas, como crueles epitafios, mientras las calles se llenaban de estos fragmentos manchados de dolor, un testimonio de la última desesperanza y la belleza perdida en el abrazo implacable de la tragedia.

Los papeles con la rosa roja, que Riku había visto flotando en el aire y arrastrados por el viento, eran los mismos que llevaban los desafortunados en su último desfile hacia el muelle. Entre ellos, se encontraba un anciano conocido por Teh, su rostro un mapa de años y penas, ahora transformado en una visión desgarradora de la desesperanza que se cernía sobre la aldea.

En un silencio solemne, el anciano y su asistente avanzaban hacia el muelle, rodeados por el lamento colectivo. De repente, un rostro familiar emergió del grupo. Teh, con la prisa marcada por la urgencia, se acercó a ellos. El asistente se detuvo en seco para permitir que la conversación se desarrollara. El anciano reconoció a Teh a pesar de su avanzada edad. "Jovencita... Qué alegría y tristeza volver a verla en estas circunstancias, que nuestros caminos se crucen nuevamente en el fin del mundo." Con un gesto de resignación, el anciano se volvió hacia su asistente, quien entendió la señal, dejó la silla de ruedas, besó la frente del anciano y se unió al desfile.


El anciano se volvió hacia Teh, y por un breve momento, una leve sonrisa apareció en sus labios. Teh se inclinó, tomando suavemente una de sus manos.

De repente, Sayuri irrumpió en el desfile, deteniéndose junto al asistente que ahora comenzaba a marcharse. Ambos, el anciano y el asistente, llevaban una hoja blanca con la imagen de una rosa roja. Sayuri, con una mezcla de preocupación y determinación, preguntó:

—¿A dónde se dirigen?- El hombre en silla de ruedas la miró con confusión. ¿Acaso ella no entendía el motivo del desfile? Sayuri continuó:

Encontré estas mismas hojas en varios lugares. — Mostró su propio papel con la rosa roja. — ¿De dónde las obtuvieron, alguien se los dio?

El anciano, dándose cuenta de que Sayuri no comprendía la gravedad de la situación, sintió un profundo dolor en su pecho. Con tristeza en la voz, respondió: —Mi niña... lo siento.

Mientras el desfile de personas se alejaba, dejando tras de sí una estela de desesperanza, el anciano miró a Teh y Sayuri con una tristeza profunda en sus ojos. Con un suspiro pesado, les dijo: —Mis niñas, el culto... Lamentatio. — Tomó la hoja con la rosa roja y la extendió para que la vieran. —Llevan semanas secuestrando personas y sacrificándolas para detener el fin del mundo. Dicen que una voz les dio las instrucciones. Patrañas.

Con un gesto decidido, rasgó la hoja en dos. —Han dejado estas por todas partes. — Sus ojos reflejaban una tristeza abrumadora mientras observaba a las dos jóvenes, tan llenas de vida. Luego miró hacia el barco que todos los desfilantes ignoraban. — Este es el último barco del muelle.

En ese momento, Teh, con nerviosismo y esperanza, susurró: —No estoy segura de lo que haré. Pero si alguno quiere venir, es bienvenido. - Tomó al anciano por la silla y se acercó al barco señalado. Sin embargo, el viejo puso el freno en su silla, deteniéndolos.

No, mi niña, no entiendes. — Dijo el anciano con voz temblorosa. — Ese navío es mío. Vinimos al este para salvar a todos los que pudiéramos y para evitar que nos lo robaran, diseñamos el barco para que solo pudiera encenderse con dos llaves pero se llevaron a nuestro capitán. — Sacó una llave del collar que llevaba al cuello. — Pero la otra la tenía Jako.

El anciano comenzó a toser, el dolor era evidente.

Estoy bien, perdón. Pero sin la llave que falta, es imposible encenderlo. Hemos intentado por días. Cada vez perdemos más por Lamentatio. Ya ni se molestan en esconderse. No sé si Jako sigue vivo o si la llave sigue en su cuerpo. Pero de ser así...

Con dificultad, el anciano quitó el freno de su silla y comenzó a girarla, señalando hacia el este.

—Dicen que Lamentatio se encuentra en el muelle este, en "El Lamento".

En ese momento…

Hana se aferró a Issei con desesperación, sus lágrimas cayendo como un río imparable que se mezclaba con la sangre en el suelo, un río que arrastraba su alma con cada sollozo desgarrador. La mano endurecida de Issei, ajada y curtida por la batalla, se posó en su espalda de manera torpe, tratando de ofrecer un consuelo que ambos sabían era insuficiente. Por un instante, el peso de los años de odio y rencor se desvaneció, como si la gravedad misma se hubiese rendido ante la magnitud de su dolor compartido. En ese contacto efímero, se quebraron los recuerdos de las innumerables heridas que se habían infligido mutuamente, como espejos rotos que reflejaban solo las sombras de lo que alguna vez fueron. Con un hilo de voz que ocultaba un mar de tormentas, le preguntó si sabía dónde se los habían llevado, prometiéndole, con una determinación que casi le ahogaba, que iría por ellos y que no descansaría hasta verlos a salvo, lejos de ese lugar que se había convertido en su infierno.

Hana, ahogada en su propio llanto, le respondió que no lo sabía, pero recordó con un destello de dolor la advertencia que Lee le había hecho antes de morir: no acercarse a la costa este de Kiri, al puerto "El Lamento", un nombre que ahora parecía hecho para albergar todo el sufrimiento que cargaban. Ese puerto, una cicatriz en el paisaje de la ciudad, alguna vez vivo y lleno de promesas, se había convertido en un cementerio de sueños, repleto de fábricas y bodegas que encerraban tanto humo como desesperanza. Issei, con la urgencia de quien se enfrenta a un abismo, desenvainó un Tanto y lo colocó en las manos temblorosas de Hana, sellando su promesa de llevarlos a un lugar seguro antes de lanzarse a la búsqueda. Mientras lo hacía, el peso de las absurdas peleas entre rebeldes e imperiales se apoderó de Hana, un peso que aplastaba su espíritu, pues ahora veía con claridad que todo ese odio no era más que una cadena de sufrimiento que ellos mismos habían forjado, eslabón por eslabón, en cada disputa, en cada palabra venenosa que ahora resonaba vacía en sus corazones desangrados.

En ese entonces, desde su casa escucharía un grito proveniente de afuera, un eco distante que se entrelazaba con los sollozos de su esposa y el silencio aplastante de la habitación. Era un clamor lleno de pavor, una llamada desesperada que parecía nacer desde lo más profundo del miedo colectivo. Afuera en la calle, cada palabra que llegaba a los oídos de aquellos caminantes era una herida abierta, un recordatorio cruel de que la tragedia no se limitaba a su pequeño círculo, sino que se extendía como una plaga a cada rincón de la ciudad, infectando a todos con la desesperanza.

Saito, en un arrebato de desesperación, liberó un enorme yokai nacido de la ira y el dolor de miles de espíritus. Su presencia impuso un silencio temeroso en la multitud, y aunque sus palabras resonaron con una furia desgarradora, el dolor que las acompañaba no pasó desapercibido. La gente, sin embargo, ya había tomado su decisión. Podían sentir la desesperación en su voz, pero la sombra de la muerte ya había echado raíces profundas en sus corazones.
Lamento
[Imagen: 1.jpg]

Poco a poco, comenzaron a arrojarse por el muelle principal, buscando cualquier rincón desde donde pudieran lanzarse al abismo. La determinación en sus ojos era aterradora, una aceptación sombría de que sus vidas, como el imperio al que pertenecían, estaban llegando a su fin. Estaban al suroeste de todo Kiri, en el rincón más alejado de la ciudad, y también en el último capítulo de sus vidas. No había gritos de terror, solo el sonido apagado de cuerpos cayendo al agua, cada uno entregándose a la oscuridad con una mezcla de resignación y alivio.

Y hablando de lamento…

A cuatro cuadras al norte, en el centro comercial, el grupo de cinco encapuchados finalmente entraban en el edificio, arrastrando con ellos a cinco prisioneros: dos niños y tres ancianos. Desde las alturas, Riku podría también esta escena con creciente inquietud. Aunque no lo que pasara dentro.

Shermie, hace poco inmersa en la frivolidad de sus adquisiciones extravagantes, transitaba con desdén por el silencioso y abandonado centro comercial, sumida en un mundo de lujo superficial. Sus manos ahora juguetean con un juguete de silicona, como si fuera un amuleto de su propia frivolidad. Desde su elevada posición ha dado a conocer su existencia al grupo de encapuchados que avanza con una determinación inquietante, arrastrando a sus prisioneros —dos niños y tres ancianos— en una cadena de desesperanza palpable. El grupo, implacable y sombrío, la mira. Saben que el campo de batalla no admite intrusos; los encapuchados se preparan para enfrentar cualquier desafío con la certeza de que el que no profese su fe en el lamento es un enemigo a erradicar.

Para uno de los ancianos secuestrados, el avistamiento de Shermie es un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. En su desesperación, imagina que tal vez ella es la salvadora que podría liberarles de su destino horrendo. Sin embargo, esa chispa de esperanza se desvanece cruelmente al darse cuenta de la indiferencia de Shermie, cuya atención está tan apartada de la tragedia que la rodea. Mientras los encapuchados se preparan para la ofensiva, una voz etérea, inaudible para todos menos para ellos, reverbera en sus mentes. Se les nota con dolor. Se sujetan las cabezas. No es algo sencillo ser testigos de aquella revelación.

 “Pero señor... ella...” - murmura uno, solo para ser interrumpido por un tono severo.

 “Claro que no, su divinidad, jamás podríamos...” dice otro, pero la voz, imperiosa e inflexible, corta sus dudas. Un tercer encapuchado, con un movimiento preciso, se mueve hacia adelante. De sus ropajes extrae el arma. Una patada y el anciano cae de rodillas, sin quitar la mirada a la chica. El encapuchado tiembla un poco ¿Miedo? ¿Emoción? Su movimiento es rápido. Desliza su daga por el cuello de uno de los ancianos, y la sangre brota en un rojo vívido y liberador. 

“Jamás dudaremos de ti,” afirma con solemnidad, mientras el cuerpo del anciano cae inerte al suelo. La voz se desvaneció, dejando a los encapuchados en un estado de reverencia tensa. Se miran entre ellos. Se murmuran cosas. Los demás "sacrificios" gritan y tratan de huir pero están encadenados. Sin perder un momento, uno de ellos se vuelve hacia Shermie desde el primer piso y le grita con una mezcla de furia y devoción: “¡Bienvenida a ‘Lamentatio’!”

Otro, con los ojos llenos de intensidad, continúa:
—“¿También has escuchado la voz, oh elegida? ¿Te ha guiado hacia el camino del lamento?”

Y, finalmente, un tercero pregunta, casi con reverencia:

—“¿Eres una Expiatoria o una Sempiterna?”

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Última modificación: 16-08-2024, 10:40 PM por Saito Yamamoto.
Saito había creado un enorme Yokai con la esperanza de detener a su aldea de aquel suicidio en masa, quería intentar darles otro punto de vista a todo y tener un final más satisfactorio. Pero Kirigakure era necia e ignorante y por ello continuaron con su decisión de lanzarse al mar.

¡Detenlos!-el enorme Yokai empezó usó sus brazos para atajar a las personas que buscaban caer y regresarlos a la orilla, pero al igual que un niño intentando tomar juguetes demás, habían algunos que igualmente caían. Saito comenzó a rascar su cabeza, no entendía por qué ¡¿Por qué pasaba esto?! Hasta que escucho esa molesta voz-La humanidad es mía, Onmyõji-esa maldita voz...

¡Me niego a dartelos!-el Yokai recibió la instrucción y se lanzó encima de la gente para empezar a devorarla y aplastarla con sus puños-Si tanto quieren morir ¡Morirán por mi! ¡Maldita sea!-el muchacho odiaba toda esa maldita situación, odiaba sentirse culpable de alguna manera... Así que si era culpable por comenzar (o al menos no prevenir) todo esto, también lo acabaría. Concentrando chakra en la palma de su mano miró hacia adelante y desapareció al Yokai ¿Era una fila de suicidas no? Pues, pronto serían nada... Un mero soplido y una ráfaga de viento arrasó con todo en línea recta en un cono de 40 metros de largo y 20 de anchura. Aquellos que no se convirtieran en un charco de sangre no sobrevivirían mas de 15 segundos.
Daitoppa
¿Para esto salí de mi prisión? ¿Para ver a mi gente morir? ¿Para ver a mi aldea morir?-Saito se había dejado sellar con la intención de mantener a Kirigakure a salvo de aquella organización rebelde liderada por Izuku... ¡Así que tenía cojones la cosa si decidían morirse solo por una estupidez como el final del mundo!
Voy a detenerte maldito Jashin... voy a sellar esa maldita luz roja en el mundo de los espíritus ¡Y gorbenaré esta puta isla si es necesario!-había perdido los cabales. Y ahora corría a todo motor hasta la zona comercial, necesitaría algunas cosas para su ritual de sellado.
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Última modificación: 19-08-2024, 06:28 PM por Teh.
Mis manos temblaban mientras sujetaba con fuerza las empuñaduras de la silla del anciano. Cada palabra que decía era una aguja atravesando mi corazón. El mundo se derrumbaba a mi alrededor, pero no podía permitirme el lujo de sentirlo. No ahora, no cuando aún había esperanza. ¿Había esperanza? Supe la respuesta antes de que mis labios pudieran formular la pregunta. No era el barco lo que me asustaba, ni siquiera las palabras del anciano. Era el peso invisible que caía sobre mí, que aplastaba mi pecho con una fuerza que ni siquiera los mares más oscuros podían igualar.

Mientras el anciano hablaba, mientras revelaba el destino incierto del barco y la llave que faltaba, algo en mi interior se rompió. Quise ignorarlo, quise fingir que todo lo que sentía era solo el estrés del momento, el agotamiento de la interminable lucha. Pero no lo era. Sentí una punzada aguda, una garra helada apretando mi corazón. No dije nada, no podía. Lo único que quería era tomar la llave, reunir a todos los que quedaban y partir de esta tierra maldita. Pero el dolor… el dolor no me dejaba.

Respiré profundo, o al menos lo intenté, pero fue como intentar llenar de aire un pulmón ya destrozado. Me aferré más fuerte a la silla, mis nudillos blancos, como si al sostenerme a ella pudiera evitar que todo se desmoronara. Pero sabía que no podía. Algo estaba mal, tan mal. Y en mi mente, en medio de la oscuridad que comenzaba a nublar mi visión, me vi a mí misma de niña, corriendo por los campos bajo el sol, riendo sin preocuparse por el mundo, sin comprender que un día, todo eso terminaría.

<<¿Por qué ahora?>> pensé. ¿Por qué cuando aún había tanto que hacer, tanto por salvar? No podía ser esto, no podía acabar así. Pero con cada segundo que pasaba, sentía que el mundo se alejaba un poco más, y yo me quedaba atrás, atrapada en un cuerpo que no me respondía, en un corazón que latía cada vez más despacio.

Escuché al anciano decir algo más, pero sus palabras eran un eco lejano, apenas un susurro entre el rugido de mi propia sangre en mis oídos. Mi pecho ardía, como si cada latido fuera el último, un tambor que marcaba el fin de mi marcha. Quise gritar, quise pedir ayuda, pero todo lo que salió de mis labios fue un jadeo ahogado, un sonido tan débil que puede que nadie lo notase.

Todo lo que había hecho, todo lo que había luchado... ¿era para esto? ¿Para morir en silencio, mientras el mundo se desmoronaba a mi alrededor? Mis piernas cedieron, y me desplomé de rodillas junto a la silla del anciano. El suelo era frío, pero no tan frío como lo que sentía dentro de mí. Cerré los ojos, buscando un momento de paz, un suspiro de alivio, pero lo único que encontré fue el vacío.

<<Lo siento>>, quise decir, <<lo siento tanto>>. Pero ya no tenía fuerzas. Sentí cómo mi mano se deslizaba de la silla, cómo mi cuerpo se rendía, y entonces, en un instante de claridad, supe que había llegado el final. No lo que había esperado, no lo que había planeado. Pero allí estaba.

Y en ese último segundo, mientras la oscuridad me envolvía, una lágrima silenciosa rodó por mi mejilla. No por mí, no por mi vida que se desvanecía, sino por todos aquellos que dejaría atrás. Porque en el fondo, más que el dolor, más que el miedo, lo que realmente me asustaba era que, sin mí, ellos también se perderían. - No moriré... hoy no. - Dije, con el poco aire que logré reunir. Y lentamente fui recobrando las fuerzas, pero no fui capaz de ponerme en pie de nuevo, necesitaba descansar, que mi corazón recuperase sus latidos lentamente y mis piernas, sus fuerzas.
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Última modificación: 20-08-2024, 02:08 AM por Sayuri.
Una rosa roja sobre un fondo blanco. 

¿Por qué escoger este símbolo para representar lo que a los ojos de todos los presentes era el final de nuestros días? 

Un rosa roja sobre un fondo blanco. Se supone que lo primero que te llega a la mente al ver esta imagen, es el amor. El rojo puro de sus pétalos, que en un sin fin de veces ha representado tal sentimiento que algunos podrían describir como infinito. Lo hemos visto en miles de cuentos, de novelas, de historias. El regalo de una rosa roja siempre ha significado un sentimiento de cercanía y de cariño hacia dicha persona. Ese caballero de porte galante, cabello bien afeitado y lavado, con su ropa bien detallada y elegida para la ocasión. Su dama a quien le jura amor eterno, vestida y perfilada en las mismas circunstancias que el caballero, ambos deseándose el uno al otro. 

Una rosa roja sobre un fondo blanco. Pero ahora lo que representaba es lo opuesto. Sí, ya que el color que ahora parece representar es el mismo que se eleva por todas nuestras cabezas. Pero eso no es amor, no está representando eso. Lo que corre por nuestras venas, aquello que puede significar tanto la vida como la muerte. ¿Será esto lo que quiere transmitir estos cultistas? 

Una rosa roja sobre un fondo blanco. El sacrificio puede ser el rojo, representando la sangre derramada por estos rituales oscuros que se empezaba a ver en medio de las calles de la ciudad, en cada escondrijo. Pero el blanco, el blanco, podría ser la paz alcanzada gracias a dicho acto, que para algunos podría ser inhumano, pero para otros, como es el caso de estos fanáticos, podría representar esa tan deseada tranquilidad. ¿Por qué esperar impaciente el final de nuestros días?

'Lamentatio'. Así se hacían llamar estos sectarios que decidieron con su verga acabar con la vida de los ciudadanos. Algunos habían accedido por voluntad propia, seguramente siendo engañados. Otros, sin embargo, los que no querían y como yo, optamos por luchar por nuestras vidas, eran capturados y asesinados si no eran lo suficientemente fuerte para defenderse. Esperaba que mis padres fuesen fuertes, o que no fuesen de estos, que en su desesperación, habían aceptado las mentiras de esta gente y ahora fuesen uno de estos tantos que caminaban hacia su fin. 

Tenía una pista, ahora sí. Los estaban llevando al muelle, ahí debían estar. Y también estaba este tal Jako con la otra de las llaves del navío que había traído el viejo. El viejo, parecía que conocía a la chica que a mi lado también preguntaba por lo ocurrido, quería llegar al barco, pero este deseo se esfuminó al instante que ella perdía sus fuerzas y caía al suelo, casi inconsciente. Un desmayo, quizás. Estas últimas semanas no habían sido fáciles para nadie. 'No tengo tiempo para esto... ' Con un rápido sellos de mano, una segunda Sayuri totalmente idéntica apareció a mi lado. -Muy útil su ayuda, señor... pero no debo perder tiempo.- Tome su mano en seña de agradecimiento, y me esfumé de la escena de un momento a otro. El muelle era el camino elegido. El barco, la llave de Jako, mis padres... tenía muchas cosas en mente.
Kage Bunshin no Jutsu


-Estaré aquí unos minutos.- Comentaba el clon mientras se agachaba y se cercioraba de la situación de la chica que se había desplomado al suelo. -¡Hey hey!- acerqué mis manos hacia su rostro. Una de ellas para darle unas leves cachetadas a ver si reaccionaba de alguna manera. La otra la llevé con delicadeza hacia su cuello, buscando la vena a ver si aún mantenía sus pulsaciones activas. -Está bien- Suspire aliviada.

 -Apenas vea que esta chica esté bien, me esfumaré, señor. Pero necesito la descripción de Jako, así mi original sabrá que buscar una vez llegue al muelle.- La chica parecía reponerse poco a poco. La ayude a sentarse firme. -No, por lo menos nosotros tres no...- Le sonreí. -Mi yo original está corriendo hacia el muelle en búsqueda de este Jako, así que lo mejor es que vayan al barco.-

Al este, el viejo había apuntado al muelle que estaba en aquella dirección, ahí debía acudir, y mis piernas comenzaron a acercarme a dicha ubicación.

Resumen
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Shermie parecía desconcertada, casi confundida, mientras trataba de procesar las palabras que le habían dicho. Las ideas de "Sempiterna" y "Expiatoria" le eran ajenas, términos que no encajaban en su mundo ni en su mente perturbada. Las voces que a veces resonaban en su cabeza, le susurraban cosas muy diferentes, cosas mucho más oscuras y violentas. Con una sonrisa torcida, pasó su lengua por el juguete que sostenía, como si el acto la ayudara a concentrarse en sus pensamientos. Se apoyó por completo en la baranda y admitió sin rastro de vergüenza - No sé qué es un Lamentatio, un Sempiterna o Expiatoria, esos nombres extraños no se me dan - dijo mientras ladeaba la cabeza, colocando juguetonamente el juguete sobre su sien como si lo usara para pensar mejor.

Shermie no intentaba convencer a nadie de nada, simplemente estaba siendo sincera. Aunque, en su sinceridad, había un eco oscuro que siempre la acompañaba. A veces, algo resonaba en su cabeza, una voz que no le era familiar pero que estaba allí, latente, esperando el momento adecuado para manifestarse. De repente, lo escuchó con claridad. La voz era inconfundible, grave y llena de malevolencia - Mátalos... mátalos a todos los encadenados... y yo, yo te daré la vida eterna, una fuga para escapar de esto, serás eterna - ofreció la voz con una promesa tentadora.

Shermie, en un tono frío y sin emoción, respondió - ¿Y qué pides a cambio? - Solo tu alma - respondió la voz. La joven lo pensó por un instante, pero luego comenzó a reír, una risa que brotó de lo más profundo de su ser, llena de locura y aceptación - ¡JAJAJA! - rió mientras afirmaba su rostro y observaba a los sectarios a la distancia - ¡JAJAJA SI SOLO QUIERES ESO, PUEDES TOMARLA! - aceptó la oferta con una mezcla de sarcasmo y fervor  ¡SOLO DÉJAME MATAR A QUIEN QUIERA Y CUANDO QUIERA!

[Imagen: Jc51Shr.png]

La voz, satisfecho con su respuesta, continuó - Empieza... por ellos... los inocentes - Shermie, con los ojos llenos de una nueva y peligrosa determinación, gritó - ¡JAJAJA! AL PARECER ME ESTÁ PIDIENDO LA VIDA DE ESOS A QUIENES LLEVAN, ¡ME PARECE BIEN! - exclamó, completamente entregada a la locura que la consumía - Mataré a todos los que me pidas y te cedo mi alma para que hagas lo que quieras - decía mientras bajaba de su posición, avanzando con un contoneo sensual y letal, como una gata acechando a su presa.

Había hecho un pacto, entregando su alma a una deidad oscura, convirtiéndose en una marioneta de Jashin, lejos de ser una Lamentatio o lo que sea que le hubiesen indicado, ella estaba poseída por la maldad pura, un acto que fácilmente podía confundirse como lo mismo que ellos predicaban, pero que esto, esto solo era un desborde de lo sádica que podría llegar a ser esta mujer. Abandonó su bolsa de compras, pues en ese momento no le importaba nada más que la promesa de sangre y muerte. Mientras avanzaba, lamía el juguete de silicona de lado a lado como si fuera una cuchilla, su mirada reflejando un ansia insaciable por la carnicería que estaba por desatar.
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