Caos, polvo, muerte… el eco de una guerra no se apaga fácilmente, y aún resuenan las sombras de los que sucumbieron. En el teatro de la devastación, el desorden dejó su marca, y los vestigios de la batalla se confunden con la arena del tiempo. Pero al final, llegó el silencio, como un manto sereno que envuelve la sala donde la tragedia halló su culminación: una derrota estampada en el marcador, 4-1, en favor de los caminantes de la superficie. Este silencio, sin embargo, no es solo el fin de una contienda. Es también un silencio de liberación, un murmuro casi imperceptible para aquellos que lo han anhelado desde las sombras. Es el eco apagado de una victoria amarga para las cuatro mujeres que, al borde de la desolación, encontraron un resquicio de esperanza en medio del tormento. Su libertad, ese anhelo sublime, se materializa en una ironía cruel: para que puedan celebrar su emancipación, tuvieron que enfrentar la muerte, como una sombra inevitable que precede al amanecer de su nueva existencia.
Al recobrar la conciencia, Kin emergió de las tinieblas del tormento con una lentitud dolorosa, sus ropas destrozadas como el reflejo desgarrado de la furia que había enfrentado. La sala, un desolado campo de ruinas, estaba invadida por escombros y el silencio mortal de las mujeres caídas, sus enemigas vencidas en la danza macabra del destino. Un capricho de fortuna había jugado a su favor; la explosión, en su furia destructiva, había lanzado fragmentos de los muros que, al precipitarse, formaron una barrera fortuita. Este escudo accidental había protegido a Mei, cuya audición, aún ensordecida por el estruendo, había encontrado alivio en la improvisada defensa. Aunque su dolor se había mitigado, la inconsciencia y la proximidad de la muerte seguían amenazando su frágil existencia. Kin, con esfuerzo monumental, se levantó de entre los escombros, y se dirigió hacia Ren, su corazón palpitando con urgencia. Al hallar a Ren, su cuerpo extenuado se desplomó a su lado, absorbiendo el dolor de sus propias heridas para continuar con la misión de rescate. Ren, respirando entrecortadamente, estaba cubierta de polvo y sangre, una imagen viviente de la batalla que habían enfrentado.
La habitación, ahora envuelta en un silencio sobrecogedor, ofrecía un raro y preciado respiro de paz. Sin embargo, en medio de esta serenidad, Ren sintió un ardor penetrante en su brazo, un dolor que se extendió como fuego hacia su espalda. Kin, con el ceño fruncido por la preocupación, le preguntó con voz temblorosa si estaba bien. Ren, a pesar del dolor que desfiguraba su rostro, intentó ofrecer una sonrisa, un gesto de fortaleza que apenas lograba ocultar el sufrimiento.
El aire en la habitación se volvió denso mientras los papeles empezaban a caer lentamente desde las estanterías destrozadas, cada uno flotando de manera caótica hacia el suelo, creando una lluvia de documentos que narraban historias perturbadoras. Uno de los papeles, desgastado por el caos de hace unos segundos, describía detalladamente la Anomalía 359, que ahora yacía tiesa en la mesa hexagonal o más bien, lo que quedaba de ella. Esta anomalía, conocida como la mayor de su tipo, formaba parte de una familia descubierta en una remota isla al norte, hace alrededor de 16 años, solo dos años antes de ser contenidas por la fundación. La isla, habitada únicamente por una tribu de mujeres, había sido un enigma para los investigadores. Estas mujeres, que parecían reproducirse sin la intervención de hombres, desafiaban las leyes biológicas conocidas. A medida que envejecían, perdían gradualmente el sentido de la vista y del tacto, pero en un extraño intercambio, sus otros sentidos se amplificaban notablemente, especialmente el oído. Sus cuerdas vocales también sufrían una transformación, tensándose de tal manera que les permitía emitir sonidos y frecuencias inaudibles para el oído humano normal, pero que tenían efectos desconocidos y potentes. La documentación revelaba que, en un esfuerzo por comprender esta anomalía, habían sido extraídas
ocho mujeres de esta tribu para ser estudiadas en instalaciones secretas. Los estudios iniciales fueron intensos y polémicos, ya que se intentó entender la base de su reproducción asexual y las transformaciones sensoriales que sufrían con la edad.
Los investigadores se fascinaban y aterrorizaban a partes iguales con sus descubrimientos: las mujeres de la tribu desarrollaban capacidades auditivas extraordinarias, capaces de detectar incluso los más mínimos cambios en su entorno. Esta amplificación sensorial las hacía extremadamente sensibles a cualquier tipo de variación acústica, algo que los científicos apenas podían comprender. A través de pruebas y análisis extensivos, los estudios también descubrieron que estas mujeres utilizaban una forma de comunicación ultrasónica, lo que les permitía mantenerse en contacto a largas distancias. Sin embargo, el costo de estos estudios fue alto, tanto ética como emocionalmente, ya que las mujeres sufrían enormemente al ser separadas de su entorno natural. Los documentos, ahora dispersos por el suelo, eran testimonio de una ciencia que había traspasado los límites de la moral en busca de respuestas.
Mientras Kin y Ren se aseguraban de estar a salvo, otro papel aterrizó suavemente a su lado, destacando entre los escombros. Este documento hablaba de la Anomalía 93, una de la que solo habían visto sus manos. Era esta anomalía en conjunto, un grupo de adoradores de un culto jashinista que poseían la capacidad de extraer la sangre de otros y utilizarla para matarlos a distancia mediante un rito. Estos individuos habían sido retenidos por la Fundación Sin Nombre durante más de cincuenta años. Sin embargo, lo más sorprendente no era su devoción al culto, sino el hecho de que parecían tener más de doscientos años de edad, desafiando toda lógica y entendimiento humano. La documentación detallaba los experimentos que la fundación estaba llevando a cabo para descubrir cómo eliminar a estos adoradores, ya que parecía ser una tarea prácticamente imposible. Los métodos utilizados habían sido variados y extremos: desde ahogamiento y desmembramiento hasta incineración completa. No obstante, sus niveles de regeneración superaban cualquier expectativa, sugiriendo que la clave para su inmortalidad estaba fuera del alcance de la comprensión actual de la fundación. El documento ofrecía detalles impactantes sobre los intentos fallidos de destruir a estos seres, pero justo cuando la información prometía una revelación crucial, el papel estaba roto. El caos había cobrado de víctima la mitad de aquella importante hoja.
Lo que si podrían ver, en el reverso del documento, un anexo titulado "Víctimas", con fotografías espeluznantes de individuos que habían sufrido las heridas infligidas por los ritos jashinistas. Al examinar las imágenes, Ren se daría cuenta con horror de que las lesiones mostradas eran inquietantemente similares a las que ella misma había comenzado a sentir en su brazo y espalda. Las marcas y cortes eran idénticos, como si las fotos estuvieran prediciendo su destino. Aquella situación era aún más grave de lo que habían imaginado, y las heridas de Ren no eran coincidencia, sino una manifestación del oscuro poder que la Anomalía 93 ejercía sobre sus víctimas.
Y hablando de oscuro poder…
Kaizen descendió por el abismo de un pozo oscuro, su habilidad de katon proyectando una luz titilante que danzaba en las sombras del túnel. El agua, en su abrazo acolchado, suavizó la caída y le permitió alcanzar un pasillo sin más heridas que las del alma. A medida que avanzaba, el silencio opresivo y la desolación del lugar calaban en su ánimo, como un eco de soledad en un mundo olvidado. El pasillo, desprovisto de vida, lo condujo hacia una zona bañada por una tenue luz. Allí, tomó una antorcha, su llama parpadeante un faro en la penumbra mientras se adentraba en el serpenteante laberinto que se desplegaba ante él. El pasadizo, en sus curvas sinuosas, lo llevó a una puerta que se abrió a otro túnel, aún más oscuro y cargado de un penetrante olor a sangre. Finalmente, descubrió a un hombre yacente en el suelo, inconsciente y con una herida sangrante en la cabeza. Kaizen comprendió que el hombre había caído víctima de su propia desesperación, golpeándose hasta perder el sentido. Cerca del sujeto, un círculo de sangre se extendía, y Kaizen, con una precisión fría, remató la escena con un kunai, no para hacer daño, sino para examinar el símbolo en la sangre.
Afortunadamente para Sazaki, el símbolo había caído fuera del círculo de sangre, desprovisto de su influencia maléfica. Kaizen siguió su senda, y pronto encontró a otro individuo, de pie sobre un círculo idéntico, atormentándose con golpes en la espalda. Sin perder tiempo, Kaizen intentó establecer contacto, formulando preguntas con la esperanza de desentrañar el misterio de la situación, su voz resonando en la oscuridad como un rayo de claridad en un tormentoso mar de incertidumbre.
El hombre de piel verde, imperturbable ante la presencia de Kaizen, percibió cada detalle con una calma casi sobrenatural. El eco de los pasos y el resplandor de la antorcha no eran sorpresas para él; el sutil aroma que delataba la llegada de compañía ya era conocido. Dándole sus espaldas a Kaizen, dejó caer la cadena que lo había auto-flagelado y murmuró con una voz enigmática: "
Naze kore o hon'yaku shiyou to shite iru nodesu ka? Koko de jikan o mudanisuru no hayamete, yomi tsudzukerubekidesu." La risa, un sonido gutural y escalofriante, rompió el silencio, retumbando en las paredes del túnel y envolviendo el ambiente en una aura de inquietante amenaza.
Mientras tanto, en un rincón oscuro del laberinto de alcantarillas, una pareja de anomalías jashinistas intercambiaba sus roles en un ritual macabro. El azotado se transformaba en azotador, y el cultista "aliado" de Ren desató una lluvia de golpes con la cadena sobre la espalda de su compañero, quien había probado la sangre de Kaizen y ahora sufriría una tortura similar. Cada latigazo en el jashinista se convertía en un eco doloroso que se reflejaba a la distancia, abriendo heridas casi vivas en la piel de Kaizen, su espalda y pecho desgarrados por la cruel sincronía del sufrimiento compartido.
Jashin: gishiki
ID: JASHIN201
JASHIN
KOSEI
Al ingerir la sangre de otro ser vivo, el usuario Jashinista podrá iniciar un ritual donde enlazará las vidas de ambos. Para ello, durante al menos 2 segundos, trazará en el suelo y con su propia sangre un círculo y triángulo superpuestos. Su piel se tornará negra, y marcas blancas recubrirán su cuerpo otorgándole un aspecto similar al de un esqueleto.
Mientras el Jashinista permanezca dentro del círculo, todo el daño que reciba también lo recibirá aquel ser vivo enlazado a él, reflejando las mismas heridas y daños en su cuerpo.
Aclaración: las heridas generadas por coste de jutsus no son letales. Por ejemplo: un jutsu Kaguya de extracción de huesos provocaría que se produzcan las marcas por donde salen los mismos, pero no extraería los huesos del objetivo.
La bestia frente a él, un ser abominable vinculado a Mei, giró lentamente, sus ojos inyectados de sangre fijos en Kaizen, como si su furia se concentrara en él. Con un salto brutal, se apartó del círculo, pues quedarse en él para devorar otra vida ajena a la sangre consumida era un pecado imperdonable. Extendiéndose en un gesto feroz, la criatura lanzó un torrente de sangre desde sus palmas, un chorro poderoso que se desbordaba de su ser con una violencia primitiva, como si cada gota arrastrara consigo la esencia de la oscuridad misma.
Akajou
Requiere Ketsuryugan Activado
ID: CHN202
SELLOS: UNO
CHINOIKE
NINJUTSU
El usuario estirará ambas manos hacia uno o dos objetivos, y disparará dos chorros gemelos de sangre en espiral desde las palmas de sus manos, hasta un máximo de 25 metros de distancia. No solo eso, pues acierte a un objetivo o no, creará un charco de sangre allá donde hubiese caído la sangre. Puede utilizarse también para propulsarse impactándolo contra una superficie, recibiendo el usuario un +10 de agilidad en ese breve momento, pero solo se podrá realizar como acción evasiva si usa los dos chorros.
Coste: 25 Chakra 15 Vida
Efecto: 50 Vida
El líquido oscuro y viscoso se lanzó hacia Kaizen con una rapidez asombrosa, como si hubiera sido disparado desde una catapulta invisible. El fluido, que parecía una mezcla de sombras y veneno, lo envolvió casi por completo, cubriendo su cuerpo en una capa resbaladiza y maloliente. El impacto fue tan brutal que lo empujó hacia atrás, haciéndolo tambalearse mientras el dolor de sus heridas recientes se multiplicaba, intensificado por el ardor penetrante de la sangre corrosiva que se derramaba sobre su piel.
El laberinto en el que se encontraba había puesto a prueba cada uno de sus límites, obligándolo a enfrentar sus miedos más profundos. Sin embargo, el enigma que lo envolvía debía ser resuelto a toda costa. Frente a él, el ser que había desencadenado aquel rojo torrente de sangre comenzó a gritar con una voz que resonaba como una trompeta de advertencia. El estruendoso grito se propagó por los corredores oscuros del laberinto, alertando a todos los seres que se ocultaban en las sombras de que había un intruso en su territorio. Cuando el grito finalmente cesó, el eco de la risa macabra del ser se esparció por el túnel, llenando el aire con una sensación de maldad pura y cruel. La risa resonaba como un carruaje sin ruedas en un camino desolado, implacable y aterradora, mientras las paredes del túnel parecían vibrar con cada carcajada retumbante.