Conquistando el Corazon de Oso (Maestro de Pacto)
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Última modificación: 05-03-2024, 02:23 AM por Sayuri.
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Cada inhalación se transformaba en una delicada nube de vapor ante mis labios, mientras el aire gélido se colaba en mis pulmones, incendiándolos con su fría caricia. Mis manos, aunque resguardadas bajo la protección de gruesos guantes, comenzaban a perder su calor, sumiéndose en un lento entumecimiento que amenazaba con apoderarse también de mis pies. 'Cualquiera que no comparta mi sangre encontraría insuperables las adversidades de este paraje...', reflexioné. La nieve, caprichosa en su profundidad, me llegaba hasta las rodillas en algunos tramos, convirtiendo cada paso en una lucha titánica, como si las mismísimas montañas conjurasen contra mi avance, intentando disuadirme de proseguir. Sin embargo, en mi interior ardía una llama indomable, un fuego sagrado alimentado por la promesa de lo que aguardaba en el templo. Relatos de una sabiduría ancestral, de una paz y comprensión que trascendían lo imaginable en nuestro convulso mundo. Anhelaba esa serenidad, esa claridad espiritual, para colmar un vacío que, silencioso pero voraz, había crecido en mi interior a lo largo de los años.

A medida que el sol iniciaba su lento descenso hacia el horizonte, la jornada se tornaba cada vez más exigente. El cielo, un lienzo majestuoso, se vestía de tonalidades rosadas y naranjas, pintando un espectáculo de belleza inigualable pero cargado de presagios. Aquellos colores, tan hermosos como ominosos, servían de recordatorio cruel de que el tiempo jugaba en mi contra. La noche en las montañas se cernía implacable, una oscuridad voraz que no perdonaba a los incautos, y la incertidumbre sobre mi capacidad para sobrevivirla al aire libre comenzaba a carcomer mi determinación.

En ese momento, casi como si fuera un secreto susurrado por el viento, el sonido de una campana llegó a mis oídos. Era un sonido tan puro y cristalino, que parecía desafiar la realidad de mi solitaria existencia en las vastas montañas. Alzando la mirada, entre el velo del crepúsculo, divisé a lo lejos la silueta imponente de un templo. Se erguía majestuoso, delineado contra el cielo que se teñía de los últimos destellos del día, como si las propias montañas se hubieran apartado para desvelar su presencia ante mí. En ese instante, una oleada de energía renovada inundó mi ser. Los últimos rayos del sol, ahora teñidos de un rojo ardiente, parecían trazar un camino dorado hacia mi destino. Mis pasos, antes pesados y vacilantes, se tornaron ágiles y decididos, casi flotando sobre la nieve que ya no se sentía tan espesa bajo mis pies. A medida que la oscuridad comenzaba a tejer su manto sobre el mundo, la visión del templo, ahora bañado en la luz cálida de antorchas que danzaban al ritmo del viento, se convirtió en mi faro en la inmensidad de la noche.

Al traspasar el umbral del templo, una oleada de calor me recibió, envolviéndome en un abrazo tan cálido y reconfortante como el de un viejo amigo. Mis ojos, aún acostumbrándose a la penumbra del interior, se maravillaron ante la vista que se desplegaba ante mí. Las paredes, testigos silenciosos de incontables amaneceres y ocasos, estaban adornadas con tapices de colores vibrantes que tejían historias de eras olvidadas.

Al franquear el umbral, una voz resonó en el vacío, fría y penetrante como el hielo que lo envolvía todo. -Sayuri Yuki, hija y guardiana del elemento que nos circunda, el hyoton. Has emprendido el viaje en busca de profundizar tu vínculo con nuestra estirpe, los osos. No obstante, antes de que puedas avanzar, es imperativo que demuestres tu valía a través de unos desafíos. La primera, la Prueba de la Resistencia, ya la has superado con tu arribo a este lugar. La segunda, sin embargo, demandará de ti un uso más intensivo de tu caracter en lugar de tu fuerza física.-

En un instante, la voz que había sido mi guía comenzó a disminuir su intensidad, desvaneciéndose gradualmente hasta perderse en las sombras de un pasillo interminable, escasamente iluminado por la luz titilante de algunas antorchas dispuestas a lo largo de su recorrido.

Con una determinación forjada en el corazón, me adentré en la dirección que creía la voz me había señalado. Habían transcurrido ya varios minutos desde que su eco dejó de acompañarme, dejándome a solas con el silencio y la incertidumbre de lo que me esperaba. Los pasillos se entrelazaban y se dividían en múltiples direcciones, como un laberinto diseñado para confundir o revelar. Y entonces, casi sin advertirlo, me encontré rodeada de espejos.

A primera vista, estos espejos parecían meras superficies reflectantes, pero al observarlos con mayor atención, comprendí que eran mucho más que eso: eran ventanas al alma, a mi alma. A medida que avanzaba, los espejos dejaron de limitarse a reflejar mi silueta para comenzar a mostrar fragmentos de mi pasado.

Uno de los espejos capturó mi atención de manera especial, pues en él se desplegaban escenas de mi infancia, pintadas con los colores vivos de la alegría y la inocencia. Me vi a mí misma, una niña cuyo rostro irradiaba felicidad, corriendo sin ataduras por los campos helados de mi hogar ancestral. No muy lejos, dos figuras se delineaban con claridad en mi memoria, eran mis padres, observando con ternura cómo su pequeña se deleitaba en aquellos momentos efímeros de pura felicidad. Sin embargo, la narrativa de los espejos no se detuvo allí. Otros reflejos me llevaron por un camino de introspección más sombrío, mostrándome aquellos momentos de dudas y miedos que habían poblado mis noches en vela. Me vi a mí misma, sumida en la incertidumbre, preguntándome si sería capaz de reunir la fortaleza necesaria para alcanzar las expectativas que yo misma había sembrado en mi ser. Era imperativo que encontrara a mis viejos, una misión que yo misma me había impuesto como un faro en la oscuridad. Finalmente, los espejos adoptaron una tonalidad más oscura, casi como si se prepararan para revelar los capítulos más dolorosos de mi historia. Comenzaron a reflejar las pérdidas que había sufrido a lo largo de mi vida, y como era de esperar, mis padres ocupaban un lugar preponderante en esta última secuencia. Estos momentos, cargados de tristeza y despedida, habían sido los artífices que me moldearon, forjándome en la persona que soy hoy día.

Pero mi viaje introspectivo aún no había concluido; restaba un espejo por descubrir, y este, al posar mis ojos sobre él, se erigía imponente, notablemente más grande que los demás. El reflejo que me devolvía era de una nitidez abrumadora, más real de lo que jamás hubiera imaginado. En ese instante, el espejo comenzó a vibrar con una suavidad inquietante, y de su esencia emergería una voz profunda y resonante, que llenaba el espacio sagrado con su presencia.

-Sayuri, heredera del clan Yuki-, comenzó el espejo, su voz era como el viento que susurra secretos entre los pasillos eternamente congelados. -Has recorrido los pasillos de tu pasado, enfrentando cada reflejo con valentía y un corazón abierto. Pero, ¿estás lista para aceptar tu verdadera esencia, tu destino ineludible?-

Escuché sus palabras, cada sílaba resonando en mi alma, mientras seguía observando mi figura, ahora magnificada en el espejo frente a mí. -He contemplado mi alegría y mi dolor, mis triunfos y mis pérdidas. Cada uno de esos momentos ha moldeado a la Sayuri que ahora se presenta ante ti. Pero aún albergo miedo, temor de no estar a la altura, de no ser suficiente para salvar a mis padres, de quienes depende mi existencia.-

-El miedo es natural-, respondió aquella voz omnipresente, -pero no es tu enemigo. Es un recordatorio de lo que está en juego, un fuego que purifica y fortalece. Mira dentro de ti, hija del hielo. ¿Qué es lo que ves?-

Inhalé profundamente, dejando que la serenidad del templo impregnara mi ser. -Veo determinación. Veo el amor de mi gente, la voluntad de protegerlos a cualquier costo. Veo a una líder, sí, yo soy esa líder. No porque anhele el poder, sino porque estoy dispuesta a asumir el peso de esta responsabilidad.-

-Exactamente-, respondió la voz en el espejo, ahora con un tono más suave, incluso cariñoso. -Eres la líder que tu clan y tu aldea necesitan, no por linaje o destino, sino por la fuerza de tu carácter y la pureza de tu corazón. Acepta esto, Sayuri, y tu camino se despejará.-

Ante esas palabras, mi corazón reaccionó al instante, y una lágrima comenzó a deslizarse por mi mejilla. Cerré y abrí mis ojos, encontrando mi reflejo sonriente, sintiendo una profunda paz interior. -Lo acepto-, dije con voz firme. -Acepto quién soy y quién debo ser. Por mi clan, por los osos, por mi gente. Enfrentaré cualquier desafío con sabiduría y coraje.-

El espejo brilló con intensidad, una luz cegadora que envolvió todo mi ser, sellando así la promesa que había hecho. Cuando la luz se disipó, el espejo había retornado a su estado de calma, revelando una nueva imagen: un campo inmenso cubierto de hielo y nieve, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y más allá, tras varios kilómetros, se vislumbraban paisajes más cálidos e incluso boscosos. Era evidente la invitación a atravesarlo, a emprender el viaje hacia el lugar donde habitaban los ursarinos.

Con el corazón aún palpitante por la revelación, me acerqué al umbral que el espejo había desvelado. Mis pies, ahora guiados por una determinación inquebrantable, estaban listos para adentrarse en ese mundo desconocido, pero familiar a la vez. La transición del frío gélido a climas más templados simbolizaba el viaje que estaba a punto de emprender, no solo físico, sino también espiritual.
Pasivas
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Última modificación: 06-03-2024, 01:56 AM por Sayuri.
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Con la determinación de un espíritu indomable, inicié mi travesía a través de los diversos y desafiantes paisajes que se desplegaban ante mí como un tapiz de naturaleza inexplorada. Cada paso que daba me acercaba más a mi destino, y con él, a la prueba final que determinaría el futuro de mi vida y el vínculo con las criaturas más veneradas de estas tierras.

Finalmente, tras superar todos estos desafíos, llegué a un claro en el corazón del territorio más sagrado, donde me encontré frente a frente con el rey de los osos, un oso negro de tamaño colosal, cuya presencia imponía un respeto absoluto. Sus ojos, profundos y sabios, reflejaban la fuerza de la naturaleza misma, y en su mirada, sentí el peso de la prueba final que estaba a punto de enfrentar.

El rey de los osos habló, su voz resonaba como un trueno suave, lleno de autoridad y poder. Me explicó que la última prueba no sería de fuerza ni de astucia, sino de corazón y alma. Para sellar el pacto con las bestias y asegurar la protección y prosperidad de mi clan y los suyos, debía demostrar mi capacidad para liderar no solo con valentía, sino con compasión, entendimiento y un profundo respeto por todas las formas de vida. Comprendiendo la magnitud de la prueba, me adentré en una reflexión profunda. Frente a mí, el rey de los osos aguardaba, su mirada penetrante pero serena, como si pudiera ver el alma misma de mi ser. Sabía que este momento era el culmen de mi viaje, no solo físico, sino espiritual. Era el tiempo de demostrar que mi corazón era digno del pacto ancestral.

Con el corazón lleno y la voz firme, me dirigí al rey de los osos, cuyos ojos reflejaban la sabiduría de las eras. -Gran guardian y protector de los osos,- comencé, -mi viaje hasta este sagrado claro no ha sido solo una travesía a través de la tierra, sino también un viaje hacia lo más profundo de mi ser. He aprendido de cada prueba que me imponia, de cada susurro del viento y cada murmullo del río. Hoy, ante ti y los espíritus de este lugar, prometo ser una guardiana de la paz, un puente entre los humanos y la naturaleza. Me comprometo a proteger la vida en todas sus formas y a mantener el equilibrio que nos une a todos.-

El rey de los osos, escuchando atentamente, permaneció en silencio, permitiendo que mis palabras fluyeran hacia el corazón de la gran ciudad de los osos. Cuando terminé, el aire se llenó de una quietud expectante. Bajé la cabeza, esperando alguna señal, un indicio de su juicio. Fue entonces cuando el majestuoso oso se levantó, su figura imponente recortada contra el cielo crepuscular. Con un rugido que parecía contener el eco de mil voces ancestrales, el bosque entero pareció detenerse.

El rugido cesó, y en el silencio que siguió, el rey de los osos bajó su mirada hacia mí. -Tu corazón es puro, y tus palabras, verdaderas,- dijo con una voz que resonaba no solo en el aire, sino en el alma. -La promesa que has hecho hoy no solo te une a nosotros, sino a todas las generaciones futuras. Que tu liderazgo sea tan firme como la tierra y tan generoso como el río.-

Con esas palabras, el rey de los osos inclinó su cabeza ante mí, un gesto de aceptación y respeto que sellaba mi compromiso. En ese momento, supe que había sido aceptada, no solo por el rey de los osos, si no tambien por todos los ecosistemas que se unen en este entorno unico.

Cuando el oso volvió a posarse sobre sus cuatro patas, se acercó a mí y, con un gesto que desafiaba toda expectativa, inclinó su cabeza ante mí. Era un signo de respeto, un reconocimiento de mi valía para liderar y mantener el pacto entre mi clan y las criaturas que llenaban estas fronteras. En ese momento, supe que había superado la prueba final, no solo demostrando mi fuerza y coraje, sino también la profundidad de mi corazón y mi compromiso con la vida en todas sus formas.
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