Atravesar el desierto
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Llevaba varios días de camino y en algunos momentos aprovechaba para practicar técnicas sobre las que había sido instruida en la academia, otras veces me inspiraba a escribir algún poema sobre lo que la naturaleza en su majestuosidad y belleza me regalaba. Llegué a pasar hambre y maldije el momento en que decidí viajar con las manos vacías, pero luego alguna fruta silvestre apareció al rescate. Sin embargo, tampoco soy alguien que se sacie con facilidad y es que la carne es parte esencial de mi dieta. Noté a lo lejos un cuerno que se alzaba entre las ondulaciones de la conjunción de varias dunas << Si los cuervos fuesen al menos como una asquerosa paloma, probaría cazar un par de esos que sobrevuelan el cadáver. >> Casi al tiempo redescubrí el lugar en que estaba. << ¿En qué momento atravesé la frontera? ¿ya estoy saliendo del desierto del Reino del Cobre? >> Noté que más allá en el horizonte que me quedaba por recorrer empezaban a aparecer montes de tierra árida, donde la arena a penas vestía el camino.

Sabía también que al acercarme a las minas del Reino de Marfil podría encontrar algún lugar poblado en el que pudiese tener algún contacto humano. Aunque me gusta el silencio y la soledad, aquella situación comenzaba a ser desesperante y el silencio se hacía insoportable de vez en cuando.

Cuando estaba por caer la noche sobre las montañas, logré ver las luces de una pequeña villa y me dirigí rauda hacia el lugar. Al llegar, presencié un fenómeno de lo más natural en ese tipo de poblaciones: las personas acostumbran a salir a caminar con su familia, comprar algunos pasabocas o cenar en un restaurante, gastar un poco de dinero en las ferias y salir de la monotonía durante las horas nocturnas; cuando la noche se hace más oscura solamente quedan los ebrios, los amigos de fiesta y ciertos tipos de mujeres. << Pues a buena hora he llegado >> me dije, al tiempo que deslizaba un plato a través de la ventana de un restaurante.

Como si fuese una comensal más, me acomodé en otro puesto de comida y disfruté de mi recién preparado platillo. Si bien yo quería verlo todo color de rosas, mi presencia no pasaba desapercibida, después de todo era una pequeña villa en la que prácticamente todo el mundo es familia y se conocen hasta los más íntimos secretos. Los lugareños, inicialmente cautelosos, observaron mi llegada con una mezcla de curiosidad y recelo. Pese a las miradas suspicaces aquella fue una oportunidad para observar la vida cotidiana de aquellos que llamaban hogar a ese rincón del mundo. Mientras saboreaba platos tradicionales, mis ojos se encontraron con miradas y sonrisas que contaban historias propias. << Me pregunto cuántas de esas son sonrisas reales >> De hecho, puedo percibir emociones contradictorias en ciertas interacciones que se dan lugar a mi alrededor, como si se tratase de una cordialidad impostada en muchos casos: dos amigos hablando de lo feliz que es la vida de cada uno, interrumpidos por un tercero que cree que el tema va de ver quién es menos miserable y empieza a hablar con pretenciosidad. O el caso de aquél caballero bien vestido de pies a cabeza, que se ha quitado el anillo de matrimonio justo al acercarse aquella joven que aparenta estar en sus veintes.

En cada encuentro, en cada rincón, buscaba comprender la esencia de las interacciones, entender la naturaleza de aquellas personas que me rodeaban. Así pasé entretenida durante algunas horas, hasta que finalmente me sentí lo suficientemente cansada como para ir a dormir, decidí caminar para emprender la búsqueda de una posada o algo parecido, igualmente podía improvisar una tienda y dormir << ya que puedo pasar la noche en una villa, que sea en una cama, lo más cómoda posible >>. A medida que avanzaba por la pequeña villa, sentí la necesidad de desentrañar los misterios que susurran entre las calles estrechas y las fachadas de las casas antiguas. Cada paso era una danza delicada entre la aceptación y la reserva, y yo, una vagabunda que simplemente había dejado todo y nada atrás.

Me había alejado del centro de la villa mientras buscaba una posada, pensé que una ubicación central quizás no era el mejor sitio para un lugar de reposo, mientras la música de las ferias y las risas de la gente se opacaban a la distancia, sentí la brisa nocturna abrasarme. De pronto, de la nada escuché un grito, seguido de una desagradable sensación que recorrió todo mi cuerpo. La tensión se tejió como una sombra inesperada sobre mi travesía. Las miradas se cruzaron, y el silencio se volvió palpable. Las sombras alargadas de las casas parecían acercarse sigilosamente mientras avanzaba por las estrechas calles de piedra. En cada esquina, susurros apenas audibles se mezclaban con el susurro del viento, creando una sinfonía de intriga.

Fui abordada por dos hombres de baja estatura, pero sus brazos eran testigos de su arduo trabajo en las minas, aquellos hombres, con una mezcla de nerviosismo, autoridad y curiosidad, preguntaron de dónde venía y hacia dónde me dirigía. << ¿A caso no hay criminales peligrosos en esta zona? >> Me pregunté, mientras con la mirada interrogaba a quienes me truncaban el paso. - ¿Es eso algo que debo responder? – Miré al que aparentaba más edad y luego a su acompañante - ¿Quiénes son ustedes y por qué me abordan a gritos? – Pese a mi inicial negativa, procedí a explicar el motivo de mi presencia, no quería perder tiempo enfrascándome en una discusión sin sentido, después de todo no me había bañado en días y mi sola presencia no debería ser muy agradable, además esta desafortunada cicatriz me quita cualquier aire de bondad, solamente quería dormir así que no iba a crear una tormenta en una gota de agua.
Algunos habitantes observaban desde la distancia, como sombras que acechan en la periferia de la luz. Mis palabras eran pronunciadas con cierto cuidado, como si cada frase escondiera un secreto sin revelar. La tensión flotaba, invisible pero palpable, creando una atmósfera en la que la fragilidad de la confianza se extendía como un hilo fino.

A punto estuvieron de alejarse y dejarme ir a lo mío, escuché nuevamente otro grito, esta vez era apremiante, alguien a mi espalda me reclamaba: - ¡Es ella! ¡La ladrona que se llevó nuestra comida! – Giré para encontrarme con el rostro acusador, era un anciano, señalándome acusadoramente. El murmullo de la gente se intensificó, y me vi rodeada de miradas que pesaban sobre mi conciencia. Manteniendo mi rostro inexpresivo, me enfrenté al anciano y respondí con calma - No sé de qué estás hablando. No he robado nada.- El anciano, sin inmutarse, replicó con voz ronca - Te vi merodeando cerca de nuestras mesas y además has llegado con un platillo de otro puesto. No hay duda de que fuiste tú. -
Mi mirada se volvió más intensa, y mi tono, aunque tranquilo, denotaba una firmeza que pocos conocían. - Puede que haya merodeado, pero no soy ladrona. Si tienes pruebas de que lo que puse en mi mesa no me pertenecía, entonces señálalas ahora – Era la palabra de ambos en tela de juicio, no había forma de que probara lo dicho, incluso aun cuando evidentemente me había visto. Las opiniones de los pocos presentes se dividieron entre quienes apoyaban mi versión y aquellos que, influenciados por la acusación del anciano, mantenían sus dudas. La tensión en el aire era palpable, pero no mostré ni un ápice de debilidad.
- ¿Y qué nos impide pensar que el viejo Bajuk realmente dice la verdad? - gritó una mujer desde el fondo, a penas detrás del anciano, a quien de ahora en adelante podría reconocer como Bajuk.
Mi respuesta fue directa y sin titubeos - ¿Tan pocos crímenes has visto que crees que puedes acusar a cualquiera de cualquier cosa que se te ocurra? ¿Qué sigue? ¿Me lincharás en nombre de este tal Bajuk? -
Algunos asintieron, otros murmuraron entre ellos, pero la disputa verbal continuó durante un tiempo. – Lárgate de aquí y no quiero volverte a ver. – Intervino de forma decisiva e infranqueable el primero de los sujetos que me intervino. Sentí un gran alivio de que aquella conversación terminara, pero al tiempo me sentí impotente, incapacitada por mis propias debilidades sociales y mi incapacidad para llevar una vida normal, el no haberme forjado esa vida que todo el mundo tenía; en el fondo tenía las respuestas << esa no es la vida que quiero, no quiero vivir para trabajar y trabajar hasta morir >>. La marca en mi mejilla ardía sutilmente, como solía pasar cada vez que un sentimiento reprimido intentaba aflorar a toda costa en contra de mi voluntad.

La noche se cernía sobre mí, enigmática y llena de incertidumbre, pero estaba decidida a enfrentar lo que vendría. En mi cabeza, mientras a paso ligero huía de todos ellos, los rostros ceñudos de los aldeanos me rodeaban como un coro discordante, cada palabra áspera resonando en mis oídos como un eco incesante. No era la primera vez que mi pasado se alzaba para recordarme las elecciones que me llevaron por este tortuoso camino. El frío viento nocturno cortaba mi piel, pero no era tan punzante como las miradas acusadoras que me perforaban.
Algunos vociferaban sus reproches con fervor, mientras otros simplemente observaban en silencio, como jueces impasibles ante mi juicio improvisado. Me había puesto en medio de una confrontación que no buscaba, pero que, de alguna manera, esperaba inevitable. Mientras avanzaba las lágrimas se escaparon de mis ojos y me ocultaron el camino que debía seguir, sin darme cuenta y en medio de mi autocontemplación me adentré en territorio desconocido en medio de la noche, en una oscuridad que ya era casi absoluta.
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Cuando volví a ser plenamente consciente de lo que hacía me detuve en seco. Observé a mi alrededor como una niña recién nacida, sin querer mirar realmente, con el rostro empapado. Me encontraba en medio de una arboleda cuya extensión desconocía. La penumbra de la noche se veía acentuada por las ramas entrelazadas de los árboles, creando sombras grotescas que danzaban a mi alrededor. Pocos lugares eran tan desagradables como aquel en medio de la oscuridad, donde cada sonido se magnificaba y la imaginación tejía misterios en cada rincón. La espesura del bosque parecía cerrarse a mi alrededor, dejándome sin más opción que avanzar a través de la maleza densa, sin un rumbo claro y con la incertidumbre como única compañera. La brisa nocturna susurraba secretos entre las hojas, añadiendo una capa de misterio a la escena que me envolvía. Sin otra guía que mis propios instintos, me adentré en la oscura maraña de árboles, enfrentándome a un destino incierto que aguardaba entre las sombras.
Situaciones como esta me hacían recordar mi vida en la academia ninja, cuando dedicaba cada aliento a ser mejor que el día anterior. <<A pesar de todo sé que nada de eso fue suficiente...>> Me lamentaba no sólo el hecho de haber dedicado mis esfuerzos en tratar de enorgullecer a mis padres, sino que la decepción del abandono me había hecho sentir tanta ira hacia el orden y las leyes, la academia y todo lo que relacionado con la justicia, que había dejado de lado todo entrenamiento de supervivencia y ahora apenas me daba cuenta de lo mucho que había dejado por el odio.

Así, luego de meditarlo en medio del sentimiento de incertidumbre que me gobernaba, decidí que empezaría a entrenar para volver a ser una ninja desde ese momento. Mi vida de osadía, irresponsabilidad y robos se acabaría desde ese momento. En la soledad de aquel bosque oscuro, con cada paso que daba entre las sombras de los árboles, sentía renacer en mí la chispa de la determinación. Recordaba los movimientos ágiles, las tácticas de sigilo y la conexión espiritual con la naturaleza que una vez dominé. La oscuridad del bosque se convirtió en mi refugio de práctica, donde los susurros del viento eran mis instructores invisibles. Gracias a esa misma oscuridad y a la tenue luz de la luna, dejé de preocuparme por aquellas cosas que escasamente podía ver, cerré los ojos y me concentré en las cosas que podía sentir. Repitiendo secuencias de movimientos y técnicas que habían estado olvidadas en mi memoria. Cada golpe, cada salto, era una afirmación de mi resolución de recuperar la fuerza que alguna vez poseí. La luna llena, testigo silente de mi renacer, iluminaba mi entrenamiento nocturno como una aliada leal en esta nueva travesía. La marca en mi mejilla parecía arder, no solo con el ardor del pasado, sino con la promesa de un renacimiento.

Las horas pasaron en una danza de sombras y movimientos gráciles. A medida que mi cuerpo respondía a la antigua disciplina, la oscuridad del bosque dejó de ser amenazante y se convirtió en un terreno de juego. Bajo la luz plateada de la luna, empecé a recuperar la confianza que el abandono me había arrebatado. Entre los árboles, encontré la fuerza que había olvidado tener, una fuerza que no dependía de la aprobación de otros, sino de mi propia voluntad de persistir. Con cada movimiento, sentía cómo el pasado se desvanecía y un futuro incierto se abría ante mí. No sabía hacia dónde me llevaría este renacimiento, pero estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera con la valentía de una ninja decidida a forjar su propio destino en medio de la oscuridad.
- ¡quia! – Un grito típico que me ayudaba a liberar la tensión tras cada uno de mis golpes, en cierto momento se sintió más poderoso que eso. La primera vez no presté mucha atención, pero a medida que el cansancio se apoderaba de mí y que la adrenalina me abandonaba, empezaba a emplear de forma más errática mi chakra. - ¡QUIA! – Sentí como una fuerte onda sonora resonó atravez de mi y se expandió bruscamente frente a mí. Un acto instintivo que descubrí en medio de la noche… Inspiré profundamente, sintiendo la energía fluir a través de mí, y liberé mi voz con una fuerza que desconocía poseer. Las ondas sonoras resonaron en la quietud de la noche, mezcladas con el poder del chakra, creando una proyección agresiva que cortó el silencio.
A medida que las ondas sonoras impactaban contra los árboles circundantes, me di cuenta de que había descubierto una técnica oculta en mi propio repertorio. El sonido agresivo reverberó en el bosque, creando un espectáculo impresionante y, al mismo tiempo, revelador. Era como si la misma naturaleza se estremeciera ante la manifestación de mi habilidad recién descubierta.
De pronto y sin previo aviso, sentí como las fuerzas me faltaron << he viajado demasiado tiempo y apenas he descansado para comer... Además esta… ¿técnica? >> Ahora que la noche empezaba a marcharse pude ver con mayor claridad a mi alrededor, aunque no la suficiente para acertar con detalle a descifrarlo todo. Aún con todo, desprovista de toda comodidad, me resigné a dormir en aquel inhóspito lugar. La dureza del suelo se hizo evidente al entrar en contacto con mi fatigado cuerpo. La oscuridad de la noche, aunque cedía ante el amanecer, aún mantenía su manto sobre la arboleda. Cerré los ojos, buscando escapar temporalmente de las tensiones acumuladas. El cansancio físico y emocional se apoderó de mí, y aunque el suelo era duro, encontré en él un lecho provisional. No supe cuánto tiempo pude dormir, pero fue un sueño intranquilo, interrumpido por el frío que se filtraba entre las hojas de los árboles y el murmullo de la naturaleza nocturna. Mi mente, inquieta, divagó entre sueños fragmentados y susurros de recuerdos.

Al despertar, la luz del amanecer comenzaba a filtrarse tímidamente entre las hojas. No tenía un reloj para indicar la hora exacta, pero estimé que debía ser temprano por la posición del sol en el cielo. Al abrir los ojos, lo primero que llegó a mi mente fue la urgencia de continuar mi viaje. La realidad de mi situación se hizo patente, y, desprovista de lujos y comodidades, me preparé para enfrentar los desafíos que aguardaban en aquel día incierto. << ¿técnica? >> Como si recordase un pasado lejano intenté recapitular en mi mente las últimas horas de mi vida <<tengo suerte de que ningún animal salvaje haya dado conmigo >>
No sólo había estado expuesta a criminales y otros ladrones, sino a la misma naturaleza con sus respectivas alimañas. Me había abandonado a mi misma a un cansancio extremo, como si mi integridad valiera menos que el destino que deseaba vivir en adelante << Mis tonterías y yo… ¿cómo se puede cambiar toda una vida en una noche? puff>> Chasqueé la lengua, discutiendo internamente conmigo misma. Es cierto que mi camino debía cambiar, pero ni un entrenamiento de una noche me haría volver a ser una kunoichi respetable y tampoco lo haría el simple deseo de cambiar de rumbo.
Había, sin embargo, algo que me inquietaba y era realmente ese extraño justu que de manera improvista había logrado ejecutar horas antes. << ¿acaso será un nunjutsu de la aldea natal de mis padres? ¿o algo genético? >> No tenía claro lo que había ocurrido, pero no me detendría a preguntarle a la nada, serían respuestas que encontraría sobre la marcha o que quizá no necesitaba en realidad.
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Mientras avanzaba no podía dejar de pensar de lo que había tenido que vivir la noche anterior. De hecho, en cierto momento me di cuenta de cómo el hecho de haber corrido sin rumbo durante la noche, con los ojos empapados en lágrimas, había causado un efecto dominó en contra de mis planes. En mi desesperación, había perdido la orientación. En lugar de dirigirme hacia el norte, al País del Viento, mi rumbo se había redirigido sin previo aviso hacia la costa marítima del Reino de Marfil: A medida que el sol comenzaba a elevarse sobre el horizonte, iluminando el paisaje, me encontré rodeada de una arboleda frondosa y una brisa fresca que venía del océano. El sonido suave de las olas rompiendo en la playa se filtraba a través de los árboles, y el aroma salado del mar impregnaba el aire. Mi corazón, aunque cargado de pesar, se sintió momentáneamente aliviado por la serenidad de aquel lugar costero. << Esta vez será mejor que me comporte, si quiero evitarme más problemas. >> Si bien no tenía prisa alguna por llegar hasta el País del Viento, tampoco había previsto estar tan cerca del mar y sólo hasta entonces agradecía el momento en que decidí robar aquellos platos de comida con tal descaro que ni siquiera hui del lugar, como si hubiese dado por hecho que a nadie le importaría. << Alguna vez entenderé por qué hice algo como eso... ja >>

En cuanto mi calzado se comenzó a hundir en la arena, sentí la imperiosa necesidad de descalzar mis pies. Ni siquiera me lo pregunté un momento, tomé mis zapatillas entre mis dedos y caminé sintiendo el calor de la arena y su agradable textura bajo la planta de mis pies. Observé el horizonte de un azul infinito y las nubes a lo lejos, inmensas, como montañas flotantes. Comencé a caminar lentamente, observando la gracia de cada detalle que me rodeaba. << De todos los años que tengo, esta es la segunda vez que veo el mar... >> Sonreí con melancolía y como por acto reflejo cubrí la marca en mi mejilla con uno de mis despeinados mechones. Siguiendo la línea de la costa, llegué a una pequeña villa pesquera. Las casas de madera se alineaban a lo largo de la playa, pintadas con colores vivos que reflejaban la frescura del mar. Redes de pesca colgaban secándose al sol, y los barcos pesqueros descansaban en la arena, esperando la próxima jornada en alta mar.

Los habitantes de la villa, pescadores y lugareños se movían con la calma característica de quienes han vivido en comunión con el mar. Sus rostros, curtidos por el sol y el viento, reflejaban la fortaleza que solo se obtiene enfrentándose a las tempestades del océano. Al llegar, me recibieron con miradas de curiosidad, pero también con la amabilidad inherente a aquellos que conocen la importancia de la solidaridad en un entorno tan cambiante. Saludé a cada desconocido con la amabilidad que correspondía, no soy muy buena mostrando emociones y mucho menos afecto, pero conozco la importancia de una sonrisa en un primer contacto. << Estando tan cerca, a menos de un día de camino, tal vez alguno de estos pescadores y transeúntes estuvo en la feria en aquella villa de anoche >>. Cuando aquellos pensamientos y dudas me asaltaron preferí alejarme y seguir mi rumbo por la costa, eso era exactamente lo que una viajera cualquiera haría. << Sólo necesito encontrar provisiones para el camino y algo para desayunar >>

Mientras caminaba por la playa para alejarme de la villa, tuve la oportunidad de observar de cerca a los pescadores ocupados en sus quehaceres diarios. La idea de pescar para desayunar comenzó a tomar forma en mi mente, y mis pasos me llevaron hacia un anciano pescador que reparaba sus redes cerca de la orilla. Me quedé allí, observando el vaivén de las olas y sopesando las opciones que se presentaban ante mí. Por un momento, mi instinto más básico y arraigado sugería la posibilidad de "tomar prestada" una caña de pescar sin que nadie se diera cuenta. La lucha interna entre la necesidad apremiante y la moralidad se reflejaba en mi expresión indecisa. << Solamente debo hacer una pregunta... Ya me las ingeniaré si no es posible. >>

Finalmente, decidí resistir la tentación de la transgresión y me acerqué al anciano pescador con respeto. - ¿Qué tal? - Lo saludé, tratando de que mi expresión fuese coherentemente amable, sin exagerar mi repentina amabilidad. El anciano se giró para saludarme, pero también se levantó de su lugar y me respondió con voz cantarina - Hola querida, ¿buscas algo? - Su apertura, ese lenguaje corporal que acompasaba de forma legítima con sus palabras me permitió sentirme segura de hablarle. Le expliqué mi situación y mi deseo de pescar algo para desayunar, y para sorpresa de nadie, él respondió con una sonrisa afable. - Como si las redes o las cañas faltasen aquí. Toma una o dos según qué aparejos necesites... ¿algún anzuelo en especial? - << ¿a-pa-rejos? >> El hombre se había girado para buscar dentro de una caja de madera algunas cañas y otras cosas en pequeñas cajitas, pero ante mi silencio me miró con perspicacia y volvió a sonreír. - Hay varias especies cerca de la costa, que normalmente protegemos para garantizar nuestra supervivencia. - Explicó. - Así que no te puedo prestar una red para esto, pero sí una caña. - Mientras hablaba iba acomodando varias cosas pequeñas y de diferentes colores dentro de una alforja de cuero de tamaño mediano. - Tienes cinco anzuelos, hilo y suficiente carnada... ah y una caña sin carrete. - Agregó entregándome la alforja en una mano y la caña en la otra. - Si te acercas a ese banderín ¿lo ves? - Me preguntó, señalando hacia el norte, hacia las rocas de la orilla donde había un banderín rojo en lo alto. Asentí con un gesto. - Pes bien, a partir de este podrás pescar desde ese punto, pero no saques más de una docena... je je - A pesar de su risa, evidentemente satírica, seguía siendo amigable y le agradecí desde el fondo de mi corazón, aunque mis gestos y palabras no fuesen un verdadero reflejo del júbilo y el agradecimiento que le sentía, pues no sólo accedió a prestarme una de sus cañas, sino que me dio algunos consejos para pescar en la zona. - Lo más importante querida, es la paciencia. - Fueron sus últimas indicaciones antes de verme marchar hacia el punto de pesca.

Agradecida por su generosidad, me dirigí hacia la orilla. El mar extendía su manto azul hasta donde alcanzaba la vista, y con cada lanzamiento de la caña, sentía cómo la esperanza de una nueva jornada se extendía ante mí. Mientras esperaba pacientemente, reflexioné sobre la elección que acababa de hacer, me permití la oportunidad de reconocer que, a pesar de las dificultades, podía mantener la integridad moral y aquello era esencial para redimirme de mi oscuro pasado y construir un futuro más noble. Sin embargo, a medida que las horas pasaban esa alegría se desvanecía. Había seguido pacientemente las instrucciones del anciano, pero cada vez que la boya se hundía tiraba de la caña con todas mis fuerzas, aun así, no lograba atrapar nada.

De pronto, sentí el peso de una mano sobre mi hombro derecho, menos de un segundo me tomó verlo con una expresión de sorpresa. Se trataba del anciano amable, que seguramente se había hartado de verme fallar una y otra vez, y había dejado sus redes para ayudarme. - No se trata solo de fuerza bruta, sino de entender el ritmo del agua y ser paciente - Me dijo, mientras al mismo tiempo empecé a sentir un nuevo peso en la punta de la caña << !Está picando! ¡está picando! >> - La vida es como el océano- continuó y adicionó una leve presión sobre mi hombro, para persuadirme, para que tirase aún de la caña. - A veces, necesitas esperar el momento adecuado antes de actuar. No siempre puedes forzar las cosas, pero cuando sientas la oportunidad correcta, actúa con determinación y gracia. - Entonces liberó mi hombro y recibí un tirón de la presa. La boya se había hundido ya hacía varios segundos y eso había permitido iniciar el enganche del pez, pero cuando aquel tirón final se efectuó a causa de su propia fuerza solamente restaba mi intervención. Tiré con firmeza y sin brutalidad de aquella caña y entonces, propulsado por la elasticidad del hilo de pesca, un pequeño sargo voló hacia la superficie, quedando agonizante a la orilla, junto a mis pies.

- Gracias, es usted un buen maestro. - Le dije, mostrando a penas una pequeña sonrisa que poco hablaba de la alegría que me invadía. No se trataba de reprimir mis emociones, sino más bien de mi incapacidad para liberarlas. - En realidad, eres pésima estudiante ja ja - Aparentemente al anciano le encantaba regodearse con mi incapacidad, pero yo sabía leer a las personas solitarias, iguales a mí. - Vamos, he preparado anchoas, arroz, verduras... - Su voz se perdió a la distancia, pues hablaba mientras avanzaba de regreso a su casa y, por otro lado, yo no me afané en seguirlo. Tomé las cosas que me dio el anciano para pescar y las puse de regreso en la alforja, luego con un breve trote lo alcancé y comencé a caminar a su lado. - ...Pero no me gusta mucho la sal, así que ya sabrás disculparme. -

Su casa era una de las tantas pintadas de colores, completamente de piedra, con techo de madera seca. Las paredes parecían estar cubiertas de cierto material compacto y resistente << Tal vez es para evitar que se filtre el viento o el frío ¡ah! Seguro es para hacer que la casa sea resistente al calor del verano... >> Mi anfitrión sonrió al verme tanteando con la punta de los dedos aquel recubrimiento de una de sus paredes. - Es una mezcla de piedra caliza y arcilla. - sonrió - Inicialmente se utilizaba para que las paredes fuesen más resistentes, cuando se fabricaban todas de troncos y tablones. Pero indirectamente descubrimos que la mezcla hace que las casas sean más frescas en su interior. - La conversación con el anciano continuó, y mientras saboreaba cada bocado, compartimos historias sobre la vida y la sabiduría que se acumula con los años. Agradecí al anciano por su generosidad mientras compartíamos aquella deliciosa e inusual cena de anchoas con verduras.

El sol ya se había marchado y la luna a penas se venía entre los nubarrones que amenazaban tormentas. A pesar del cielo, el entorno tranquilo de la pequeña villa costera creaba una atmósfera relajante. Después de la cena, el anciano amablemente me ofreció un lugar donde pasar la noche y la posibilidad de disfrutar de un baño reconfortante. La combinación de buena compañía, comida reconfortante y la promesa de descanso hizo que la fatiga del día se disolviera gradualmente. Agradecida, me sumergí en la calidez de la hospitalidad del anciano y la paz que la pequeña villa ofrecía.
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Al despertar al día siguiente, me encontré con el sol que luchaba por atravesar las nubes persistentes, pintando el cielo con tonos suaves y difusos. Los rayos débiles iluminaron la pequeña habitación donde había pasado la noche. El aire fresco del mar se filtraba por la ventana abierta, trayendo consigo el suave rumor de las olas que acariciaban la costa. Me levanté de la cómoda cama y me asomé por la ventana, observando cómo las olas danzaban en la orilla. El pueblo, ahora bañado en la luz matutina, revelaba su encanto pintoresco. Casas de colores se alineaban a lo largo de la costa, y los lugareños comenzaban a salir a realizar sus rutinas diarias.
Había descansado a gusto toda la noche y, de alguna forma, me hacía gracia pensar que por primera vez en mucho tiempo ni siquiera había tenido que luchar contra la falta de sueño o las memorias tormentosas que me azotaban en la paz del silencio nocturno. << Tan sencillo como caer y cerrar los ojos… jum… ojalá así fuese cada noche… >>

Ya con la luz del día, pude ver mejor la habitación en la que había pasado la noche, era realmente acogedora. La pequeña estancia emanaba una delicadeza meticulosa en cada uno de sus rincones. Aunque no ostentaba una atmósfera de elegancia estridente o sofisticación ostentosa, la modestia y simplicidad que la caracterizaban dejaban entrever un afecto palpable. En cada detalle, desde las figuras de peces que adornaban las paredes hasta las delicadas flores cuidadosamente dispuestas en el rincón, resonaba la dedicación de aquel individuo que, con esmero, había invertido incontables horas en otorgarle vida a ese pequeño rincón.
El mobiliario, aunque modesto, desprendía una sensación de bienestar, como si cada pieza hubiera sido seleccionada con atención a la funcionalidad y al mismo tiempo, con una apreciación por la estética cotidiana. Una silla de madera en la esquina, gastada por el tiempo, pero robusta y acogedora, invitaba a sumergirse en un rincón de lectura, mientras que una mesa central exhibía con gracia pequeños objetos que evidenciaban una vida rica en experiencias. A pesar de la sencillez del espacio, la atención dedicada a cada detalle creaba una armonía palpable. La luz matutina, suave y acogedora, resaltaba las texturas y los colores de manera que cada objeto cobraba vida propia. No era simplemente una estancia; era un testimonio de la habilidad de transformar lo ordinario en algo extraordinario mediante la devoción y la perspicacia.
Quizás lo más notable no era la ostentación de lujo, sino la autenticidad que emanaba de cada rincón. Aquel espacio modesto contaba la historia de alguien que encontraba la belleza en la simplicidad, que valoraba el tiempo y la dedicación como ingredientes esenciales para tejer los hilos de un hogar cálido y acogedor. La pequeña estancia se erguía como un recordatorio de que, en ocasiones, la verdadera riqueza reside en los detalles aparentemente insignificantes y en el amor que se invierte en cada gesto.

Salí de aquella acogedora habitación y de inmediato me encontré en la sala principal, donde el anciano amablemente me esperaba con una mesa preparada para el desayuno. La mesa estaba provista con frutas, pan y zumo de frutas. El anciano sonrió con calidez, invitándome a tomar asiento. – Lamento haberte incordiado – Me dijo, mientras ambos nos sentábamos a la mesa. - ¿incordiado? – pregunté al ser tomada por sorpresa, no recordaba más que amabilidad y buen trato de su parte. - ¿A qué se refiere? – Él asentía con la cabeza, afirmando ligeramente, pero en un gesto que repitió varias veces. – No debí acusarte sin estar seguro de lo que había visto. – En ese momento un escalofrío recorrió mi espalda, como un rayo. – ¿Ba… juk? – Pregunté, sin poder recordar con claridad el rostro del anciano que me había descubierto en aquella villa y por quien tuve que huir en medio de la noche. Pero al mismo tiempo temía haberme equivocado al pronunciar ese nombre, y que todo terminara por ser un simple malentendido, una coincidencia.

El hombre asintió y entonces tuve un flashback y recordé aquel momento como si lo volviese a vivir. La mujer que dijo su nombre llevaba un pequeño hiño sobre sus hombros y daba la impresión de que fuese algún tipo de luchadora, por su imponente presencia, robusta y su actitud desafiante. Recordé el pánico que sentí cuando con la mirada fija y acusadora inducía a los presentes en mi contra. Cerré los ojos al pensar en lo que hubiera sido de mí, << Caer en manos de una turba enfurecida no debe ser una forma agradable de morir >> el miedo expresado en mi rostro no pasó desapercibido por el anfitrión – Sé que debió ser muy difícil para ti. – Levanté la mirada luego de varios segundos de estar ensimismada y preocupada. Me sorprendió el haber coincidido con el anciano, pero aún más lo hizo el hecho de que se disculpara conmigo. – No tiene por qué disculparse – intenté decir, pero me interrumpió con un gesto de su mano que obedecí de inmediato, instintivamente, había sido educada para obedecer a los mayores en cualquier circunstancia y ahora era algo que se había quedado conmigo, como si fuese una extensión artificial de mi personalidad.
- He tenido la oportunidad de escuchar tu historia y la lucha que haces contra tus propias raíces. O es mejor decir, tu desarraigo… - Dijo, para luego beber un poco de su zumo al tiempo que con un gesto agitado me apremiaba a empezar a comer. – Si todos los errores que podemos cometer en la vida fuesen simplemente robar un plato de comida, ¿crees que habría guerras? – No sentí que debía responder de otra forma que no fuese simplemente negando con la cabeza, le di una mordida a un pedazo de pan y luego bebí un poco de zumo de frutas. Durante el desayuno estuvo hablando de principios, de la moral y de la hipocresía de esta sociedad. Me contó más sobre la historia de la villa, sus tradiciones y los desafíos que enfrentaban. Me ofreció consejos sobre el camino que aún tenía por delante y me deseó buen viaje con una mirada sabia y comprensiva.

No había otra forma más apropiada de expresar mi gratitud que ayudando en la labor de la pesca. – Las mujeres no son buenas para estas labores, por lo general hacen cosas de la casa. Ese es su lugar je je – Había comentado en cierto momento, cuando me vio tratando de desenredar la red pequeña, sin éxito alguno. – Puedo hacerlo. – Le respondí orgullosa, tratando de demostrar que él estaba equivocado. Para mi desgracia, luego de muchos intentos debí aceptar que no podía hacerlo, pues la barca estaba lista excepto porque faltaba mi red. Me despedí del anciano desde la orilla mientras él y sus dos jóvenes ayudantes iniciaban un viaje que duraría algunas horas mientras se internaban en las aguas de pesca. La barca se deslizó sobre el agua luego de un empujón y luego comenzaron a remar.
Sentí melancolía al pensar en lo divino que sería tras un largo día de esmero regresar con un botín a casa y compartirlo con tus seres amados o, al menos, con una desconocida con quien hablarías largamente y con quien compartirías experiencias agradables y no tan agradables.

Tan pronto como se perdieron a lo lejos reanudé mi viaje hacia el norte. Las nubes eran pocas, en aquel cielo ahora azul y limpio, no había alguna posibilidad de lluvia, al igual que sentía mi espíritu estaba renovado y mi determinación fortalecida por la hospitalidad que había experimentado. Caminé por la costa a paso firme, dejando atrás la serenidad de la villa y adentrándome en el desconocido. La brisa marina acariciaba mi rostro, y el sonido de las olas me acompañaba como una melodía reconfortante.
Salto de foro:

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