La isla se alzaba en el horizonte, una inmensa tortuga de caparazón gigantesco, flotando serenamente en las aguas. Su caparazón, adornado con una pequeña montaña, cascadas y densa vegetación, emanaba una sensación de antigüedad y sabiduría. Iroh se sintió abrumado por la magnificencia de la criatura ancestral que tenía debajo de él.
Cotoise, como si hubiera comprendido la reverencia de Iroh, se sumergió en el agua y se acercó con cuidado a una de las playas de la isla tortuga. El anciano ninja bajó de su espalda y puso los pies en la suave arena, maravillándose ante la vista de Nanpou.
— Increíble, es un honor estar aquí, en la Isla Madre Nanpou —musitó Iroh, con respeto y admiración.
Cotoise, con una amable sonrisa y acariciendo su bigote, le transmitió una sensación de aprobación y bienvenida. La tortuga madre estaba lista para guiar a Iroh en su próxima fase de entrenamiento.
La isla era un espectáculo de vida y belleza natural. Las tortugas más jóvenes nadaban en las aguas circundantes, algunas siguiendo a su abuela mientras otras exploraban las cercanías. Iroh se percató de las tortugas de guerra, con caparazones del tamaño de un navío, patrullando las aguas como guardianes leales.
Cotoise, con un gesto de cabeza, indicó que Iroh lo siguiera hacia el interior de la isla. La vegetación exuberante y las cascadas formaban un escenario mágico mientras avanzaban. Pronto llegaron al templo en lo alto del caparazón de la tortuga, una estructura que parecía fusionarse con la misma esencia de Nanpou.
En el interior del templo, la atmósfera era diferente. Una energía densa y resonante llenaba el aire. Cotoise, a través de su conexión espiritual, guió a Iroh hacia un espacio donde la concentración de energía natural era más intensa.
— Aquí, Iroh, comenzaremos tu entrenamiento con el chakra natural y el senjutsu. Pero ten en cuenta, esta senda no es fácil de dominar. Es un desafío que pocos han superado —advirtió Cotoise, su voz resonando en la cámara sagrada.
Iroh asintió con determinación, preparándose para el difícil camino que tenía por delante. La tarea no consistiría solo en absorber la energía natural, sino en sincronizarse con ella de manera armoniosa. La isla misma era un campo de pruebas, y Iroh estaba listo para enfrentar sus desafíos.
Cotoise lo guió hacia un área donde la energía natural fluía de manera más intensa. Iroh cerró los ojos y comenzó el proceso de absorción, pero esta vez, la energía no respondía tan fácilmente. Era como tratar de atrapar la brisa en sus manos: esquiva y evasiva.
El anciano ninja luchó por mantenerse enfocado, pero la energía natural resistía su dominio. Cada intento se encontraba con una resistencia mayor, como si la isla misma estuviera probando su valía.
Días se convirtieron en semanas, y Iroh persistió en su empeño. La isla le enseñaba paciencia, humildad y la comprensión de que la maestría sobre la energía natural no era un regalo fácilmente alcanzable. Cotoise, en su forma sabia, ofrecía orientación, pero el camino hacia el senjutsu era una senda empinada.
Iroh, lejos de desanimarse, abrazó la dificultad. A medida que enfrentaba los desafíos de la energía natural, comenzó a apreciar la complejidad del equilibrio que buscaba alcanzar. La senda del senjutsu se extendía ante él, pero cada paso debía ser ganado con esfuerzo y resiliencia.
La isla de las tortugas, con su vasto conocimiento y energía antigua, se convirtió en el maestro de Iroh, guiándolo en su viaje hacia la comprensión más profunda del senjutsu.