Inicio del viaje
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Última modificación: 29-01-2024, 06:37 PM por Teh.
El sol se filtra por la ventana y queda enfocado directamente en mi rostro, <<pero no quiero levantarme todavía>> me revuelco en la cama por unos minutos. Ya harta, sin poder luchar más contra la necesidad de hacer algo útil, me levanto y bajo al primer piso a buscar algo qué hacer.

Luego de desayunar, subo de nuevo para bañarme y vestir ropas sueltas para poder entrenar un poco, para ver si inicio el día con buen pie, animarme un poco y tomar alientos para algún evento más emocionante.

Estando en el patio de la casa, me puse a entrenar algunos golpes y saltos, movimientos que seguramente me serían útiles en algún momento, pero que por ahora me han de servir para entrar en calor y estirar las piernas.
Lo que pensé que me tomaría algunos minutos me consumió casi todo el día, me enfrasqué tanto en mejorar un poco mi pobre movilidad que olvidé el paso del tiempo. A penas había descansado para comer y refrescarme y luego de un par de horas, volver a entrenar.

Al final del día me di una ducha y me recosté en un sofá en la sala de mi casa.
Estaba aburrida y desprogramada, acostada en el sofá, mirando el techo blanco, en el que jugueteaba la luz de la lámpara haciendo sobras extrañas con las formas de los objetos que se reflejaban en él. Escuchaba los susurros de los árboles abatidos por la brisa y sentía que la noche sería eternamente aburrida...

Pensé en hacer algo mejor y salí de casa en aquella noche, con los pies descalzos a caminar por las aceras vecinas, sentir la fresca brisa y ver un cielo negro y vacío... Después de mucho vagar subí al techo de mi casa a ver el paisaje de casas, techos iguales que en la visión nocturna parecían pintados del mismo color y las calles laberintos tenebrosos, sepulcralmente desiertos y silenciosos... <<Esta puede ser una gran ciudad, pero no tiene alma, parece desolada y sin vida.>>
El cansancio y el sueño por fin tocaron mi puerta, obligándome a entrar de nuevo a casa, cerrar las ventanas y puertas. Así sin más, dormir hasta el día siguiente.
Sin haber dormido mucho y con el cuerpo pesado de cansancio, me desperté a la mañana y levanté despacio para entrar a la ducha, vestirme y luego desayunar algo sencillo y liviano para el estómago...

Arreglé un tanto la casa y aún pesaba dentro de mí la necesidad de salir y cambiar el rumbo de mi vida. Toda aquella paz al principio era agradable y acogedora, pero ahora parecía que mi cuerpo moría en la nada, en la inactividad y en la soledad.
Así salí de casa dejando todo en orden y caminaba despacio entre las calles que ahora estaban pobladas de gente y el bullicio las hacía insoportables. Los gritos de los vendedores y los chicos corriendo y jugueteando. Entonces decidí ir por entre los tejados rápidamente, haciéndome el paso más tranquilo.

Luego de unos minutos, frente a mi aquel edificio aparecía con sombra de autoridad, me recordó los viejos tiempos... Un edificio gubernamental que extrañamente tenía un desagradable parecido con una academia ninja. Me quedé atontada viendo la fachada, de cuclillas en un madero sobre el techo recién remodelado de un almacén de ropa.
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La necesidad de cambio crece en mí como una llama avivada por la monotona vida en esta ciudad sin alma. La idea de emprender un viaje a otro país se convierte en una posibilidad tentadora que no puedo ignorar. Mis opciones se reducen a dos: viajar en dirigible hacia cualquier ciudad principal, o emprender una caminata hacia donde el camino me lleve. Ambas prometen aventuras y encuentros inesperados, pero una elección debe hacerse. La primera, se me antoja que sería un poco más de lo mismo, cambiar de ciudad no me llevaría al cambio que creo necesito.

Opto por la simplicidad y la conexión directa con la tierra y el entorno, así que decido embarcarme en esta travesía a pie. A medida que pongo un pie delante del otro, dejo atrás la ciudad, sus calles bulliciosas y su atmósfera carente de vida. Mi viaje comienza, y no tengo un destino claro, solo la certeza de que encontraré algo nuevo y estimulante. Sé bien que llevo los bolsillos vacíos y ni una alforja, pero al final he vivido una vida nómada y rodeada de vándalos que abundaban en aquella gran ciudad; así que si algo llegase a faltarme ya sabía cómo conseguirlo.

Los paisajes que se despliegan ante mí son tan diversos como cambiantes. A medida que avanzo, los senderos se tornan más escarpados, llevándome a las faldas de colinas que desafían mi resistencia física. Las constantes ventiscas y los animales que se arrastran entre la tierra árida se convierten en mis compañeros de viaje. Cada paso me lleva a lugares que desconocía por completo, pero mi determinación no decae. Al llegar a zonas más elevadas, las vistas panorámicas me dejan sin aliento. Montañas majestuosas se perfilan en el horizonte, sus cimas cubiertas de pastos que parecieran brillar bajo la luz del sol. El aire fresco de la altura llena mis pulmones, renovando mi energía y alimentando mi deseo de explorar aún más.

Las noches me encuentran bajo un manto de estrellas, lejos de la contaminación lumínica de la ciudad. La luna ilumina mi camino mientras descanso en lugares improvisados. No hay horarios, no hay límites, solo el camino que se extiende ante mí. Mi elección de viajar a pie no solo es un medio de transporte, es una conexión directa con la tierra y conmigo misma. Cada paso es una decisión consciente de alejarme de la monotonía y abrazar la diversidad del mundo que se revela ante mis ojos. A medida que avanzo, sé que el destino no importa tanto como el viaje en sí mismo, y estoy lista para lo que la aventura me tenga reservado.
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