Mas no estaba en el País de las Olas por turismo ni ocio. Le había sido encomendada una tarea de relativa importancia… O de eso se intentaba autoconvencer. Al menos ya no le había tocado hacer de matón de poca monta como en su anterior misión. Esta vez tenía una tarea de inteligencia, transporte y envío de información. Vaya, que debía hacer de cartero, pero ¿es que lo primero no suena mejor?
Un pergamino de un palmo de largo y el grosor de un puño en su diámetro le había sido entregado. Contenía cierta información que la facción rebelde de Kiri quería compartir con sus aliados del País del Fuego y se había establecido un punto de encuentro entre un shinobi de cada uno de ellos a medio camino. Así pues, el País de las Olas y, más concretamente, las ruinas del antiguo puente, eran el lugar en cuestión. Shozu estaba donde y cuando había de estar.
El contenido del pergamino, eso sí, era un auténtico misterio para él. Por supuesto, no ostentaba el rango suficiente como para ser conocedor de ese tipo de información que los cargos altos de la facción rebelde estaban compartiendo entre sí. Le fue advertido, aunque en ningún momento habría sido su intención desplegar el pergamino, que este había sido sellado con cierto fuinjutsu que aseguraría que nadie que no fuera el destinatario previsto pudiera llegar a ver el contenido, incluido por supuesto el propio Shozo. Fuera como fuere, no había de ser una información excesivamente importante o hubieran encomendado tal tarea a alguien con más experiencia, o eso imaginaba el shinobi de Kirigakure.
Ataviado con una camisa de un rosa pálido, Shozo caminaba cruzando aquella zona portuaria. Su fiel abrigo de pluma negro recaía sobre sus hombros, aunque quedaba atado a la altura de su cuello, tapando así la parte inferior de su rostro. A ambos lados de la cabeza del rebelde colgaban pompones de su gorro de dormir, siendo uno rosado el que había escogido para aquella ocasión.
El tercer muelle desde el sur era, con más exactitud, donde el intercambio en cuestión debía de tener lugar. En un par de minutos lo alcanzaría y en cinco sería la hora que le había sido indicada para tal labor, aproximadamente las seis de la tarde, mas, aunque todavía era temprano la noche justo caía en ese momento. El cielo, cubierto en nubes, dejaba caer algunos copos de nieve, pero eran finos y frágiles. Antes de llegar a cuajar, se deshacían en las húmedas tablas de madera del puerto.
Suspiró Shozo alzando la vista. Un copo de nieve se desintegraría en su nariz. Expulsó el vaho gélido con una larga exhalación. Solo quedaba dar con el destinatario.
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