[Final Chapter] Last Happiness [Priv. Kin]
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Y mirando al vacío se encontraba la figura de una joven, Ren. Ella era una presencia etérea en medio de la desolación que la rodeaba, una silueta en un paisaje devastado, donde la belleza del mundo se había desvanecido, dejando tras de sí solo un eco de lo que una vez fue. Sus largos cabellos albinos, como hilos de plata bajo la escasa luz del crepúsculo, revoloteaban al son del viento como si intentaran liberarse de la gravedad de la tristeza que envolvía su corazón. Cada hebra danzaba con una gracia casi sobrenatural, en un movimiento que parecía ser un último intento de la naturaleza por resistir el embate inexorable del caos.

 Con una mirada profunda y melancólica, Ren se sumergió en sus pensamientos, como una viajera perdida en un océano turbulento de recuerdos y reflexiones. Le costaba aceptar la realidad que la rodeaba, una realidad marcadamente diferente a la que había conocido. El mundo, una vez vibrante y lleno de vida, había empezado a esfumarse lentamente ante los ojos de la humanidad. Recordaba vívidamente los momentos felices—risas en los parques, las luces de las aldeas brillando como estrellas en la distancia, y la calidez de los abrazos sinceros. Sin embargo, esa nostalgia se tornó en amargura al ser invadida por la imagen aterradora de la onda de energía que había llegado sin advertencia, como un monstruo acechante y voraz.

 Era una devastación inminente, una onda oscura que se extendía a través de la nación, engullendo paisajes, silenciosos pueblos y vidas en su camino hacia el final del mundo. Los informes hablaban de un destello brillante precedido por un rugido ensordecedor, un heraldor de muerte y desolación. Una energía implacable que parecía tener voluntad propia, arrastrando todo a su paso y dejando un rastro de cenizas y sombras. Para Ren, cada noticia que llegaba era como una punzada en el pecho; su corazón latía con fuerza cada vez que pensaba en todos aquellos que había querido y que ahora enfrentaban la extinción.

 Mientras la brisa gélida acariciaba su rostro, ella desvió la mirada hacia su mano, donde un pequeño anillo de plata descansaba en su dedo anular, brillante a pesar de la penumbra que la envolvía. Era un recuerdo tangible, un símbolo de promesa y amor, un regalo de alguien que había dejado una huella indeleble en su vida. La historia detrás de ese anillo era una de ternura y complicidad: fue una promesa de permanecer juntos más allá de las tormentas, más allá de las adversidades. A menudo se preguntaba cómo había podido llegar a perderse en un océano de desesperanza, olvidando el amor que siempre había sido su faro en la oscuridad.

 Con una pequeña sonrisa que se asomaba en sus labios, Ren sintió cómo esa simple joya despertaba en su interior una chispa de resistencia. Era un recordatorio de que, a pesar de la devastación que la rodeaba, aún había amor que preservaba el sentido de la vida en medio del caos. Esa sonrisa, tenue y frágil, era su forma de rechazar el desánimo, de recordarse a sí misma que aunque el mundo se tambaleaba al borde de la destrucción, sus sentimientos podían desafiar incluso a la mayor de las tormentas.

 Mientras el viento susurraba a su alrededor, Ren comenzó a visualizar imágenes llenas de vida que la invitaban a recordar lo que había sido. Un campo de flores silvestres que se abalanzaban en un mar de colores, el sonido de las risas resonando como melodías en su mente, y finalmente, la calidez de una mano entrelazada con la suya, que le ofrecía consuelo y... compañía. 

 En ese rincón del universo donde el tiempo parecía haberse detenido, se dio cuenta de que su lucha no era solo por sobrevivir, sino por recordar, por honrar a quienes habían quedado atrás. Sabía que el final del mundo podía ser inminente, pero eso no significaba que debiera ceder al pánico ni a la desesperanza. Con un renovado sentido de propósito en su pecho, ella cerró los ojos y respiró hondo, dejando que la brisa le trasmita un mensaje de esperanza irreversible: incluso en medio de la oscuridad más profunda, siempre habrá un rayo de luz que brille a través de las sombras, una promesa de que el amor y la memoria perduran hasta el último aliento.


El tiempo para postear de 48 horas ya ha expirado.

[Imagen: 8Dus9lA.png]
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La Academia Shinobi de Konohagakure… Un lugar en donde Kin había compartido muchos momentos de su infancia. Risas, enojos, lamentos, etc. Un cúmulo de emociones se habían desatado en su estancia dentro de aquella institución. Pero al final, no eran recuerdos malos, tampoco los mejores, pero podría decir con orgullo que disfrutó aquella etapa.

Sus dedos enguantados con la tela oscura recorrían la madera de las mesas con delicadeza, sintiendo una pizca de nostalgia y tristeza con cada recuerdo que llegaba a su mente de aquellas épocas. Contrastando con la soledad y vacío que ahora llenaban el ambiente dentro de las aulas de la academia. Un ambiente generado por la situación fuera de los confines de la estructura, una destrucción originada por algo que, hasta ese momento, seguía sin entender. La gente corría y gritaba, solicitando ayuda desesperadamente. Los ninjas de Konoha, Imperiales o Rebeldes, unidos para brindar ese servicio, pero, aunque lo hacían, todo parecía ser en vano.

Kin había sido uno de los Jounin designados para atender las llamas de auxilio de todos. Luchó y lo dio todo por ayudar, pero nada funcionaría, nadie era capaz de hacerle frente a la amenaza que se venía de frente. Con un suspiro de la nariz, el Uchiha llevó ambas manos hasta su pecho y simplemente comenzó a presionarlas una con la otra para tronar y relajar sus músculos, pero en el momento que su mirada ámbar se enfocó en sus dedos, recordó aquella ocasión. Aquel momento en el que finalmente se decidió y entregó aquella bonita joya a cierta albina. — Cierto… Talvez ella se enoje… —. Pensó mientras sonreía sutilmente y abandonaba el aula de clases.

Sus pasos solitarios resonaban por los pasillos de la Academia, un lugar que antes había estado lleno de vida, ahora era un lugar más, abandonado por la huida de las personas. Cuando finalmente salió, el aire empujó aquella capucha que llevaba puesta, nuevamente, sus ojos recorrieron su vestimenta, algo ya maltratada. — Sí… Posiblemente también se enoje por esto… —. Antes de que otra cosa sucediera, el espadachín se escabulló por los bosques circundantes, tratando de no ser vistos por los posibles enemigos que ahí hubiera. Su objetivo ahora ya no era combatir, sólo quería reunirse una vez más con Ren, aquella chica de la que se enamoró.

Su agilidad y destreza actuales no se podían comparar con las de antaño, se sabe bien que el joven Kin era alguien muy problemático y hasta malo en lo que hacía, pero su enorme perseverancia y voluntad lo llevó hasta donde sé encuentra ahora. La búsqueda no fue muy larga, sabía bien en donde encontrar a la joven de cabellos plateados. Pudiendo verla cerca de unas casas de los aldeanos, levemente pegadas al distrito del clan. El pelinegro bajó de los árboles y quedó detrás de la chica, su caída fue como una pluma, pues no generó ruido alguno salvo el de su capa golpeando el suelo. — Ren, disculpa la tardanza—. Diría Kin con su clásico tono animado, claro, sin levantar demasiado la voz como solía hacerlo.
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