Veinte minutos más tarde, se encuentra la muchacha en el pasillo del tercer piso. No mueve ni un centímetro su cuerpo, ni siquiera menciona palabra alguna. Detrás suyo hay infinidad de celdas, todas llenas de prisioneros. Cada cinco encierros se encuentra otro guardia en el pasillo. Hay varios de ellos, aunque a muchos se les ve más relajados, incluso hablando con los convictos. Mei no entiende del todo aquello, pero no los imita. Como siempre, busca realizar mejor su trabajo.
De pronto, ruido se genera en su retaguardia. Uno de los tipos que se pudren por años ahí alza la voz tras apegarse a los barrotes. — Ey, muchachita, ¿por qué tan callada? Creí que te habían mandado para que nos entretuvieras. — Y, al instante, tanto él como sus dos compañeros de celda comenzaron a reírse, tomando a Mei como su blanco perfecto para las bromas. ¿Acaso le veían cara de payaso? Sin embargo, ella ni se inmuta, no se mueve. Es como si lo ignorase. Esto no cayó bien la pequeña bandita. De hecho, por algún motivo desconocido, le encomendaron a la muchacha el peor sector de toda la prisión. Los convictos que ahí yacen son esos con los que nadie quiere meterse. Por lo mismo, el resto de uniformados hacen oídos sordos. Incluso aquellos en celdas contiguas prefieren tirarse a la cama e ignorar.
— Ey, ey, creo que no entiendes tu posición. Aquí está prohibido ignorarnos. PROHIBIDO, ¿ENTIENDES? — Y grita lo último, claramente enojado.
Pero nada, no recibe ni una respuesta por parte de Mei. Es como si tuviese una pasiva oculta para ignorar tontos. Es algo intrínseco en ella.
Nuevamente estallan las risas dentro de ese espacio reducido. La joven no se preocupa, asume que los barrotes la protegen. Después de todo, la misión solo le pide entrometerse si abandonan sus “habitaciones” en un horario prohibido. Pero ¿quién dijo que solo pueden salir de la manera legal?
Ahí es cuando un grito proveniente de una auténtica bestia se escucha detrás de ella. Es el mismo de antes, pero con una distorsión en la voz. No solo eso es lo que cambia, sino que también se hace palpable una energía tremenda y un instinto asesino que tiene un solo objetivo: Acheron. Esta se da cuenta al instante y se voltea. Incluso, inconscientemente, su impulso es el de huir, pero detrás suyo se encuentra con una baranda. Aquel rostro serio de antes cambia a por uno que esta vez sí es consumido por el temor. Ella se caracteriza por tener sentimientos fríos, y casi jamás perder la compostura. Pero esta vez es diferente, la situación la sobrepasa.
El recluso ha cambiado de apariencia, siendo ahora similar a un demonio real. Cañones de chakra se crean en su brazo y el cuerpo se impulsado hacia el exterior, exterminando los barrotes que impedían su huida. Como acto reflejo, Acheron saca un kunai para defenderse, pero es inútil. Al intentar frenar la protuberancia que la embiste, el cuchillo se rompe, ocasionando que ella reciba el impacto de forma directa. Cae en el pasillo del frente tras haber salido disparada casi 20 metros, incluso cae en la planta inferior, el segundo piso. Intenta reponerse y volver en sí, pero el daño no puede ignorarlo. Debe ser el golpe más fuerte que le han dado en su vida.
A la vez que esto ocurre, el resto de presos se vuelven locos. Todos gritan y celebran, casi como si estuvieran animando una auténtica fiesta. También se apegan a los barrotes de las celdas, por lo que los guardias, en vez de ayudar a la muchacha, se encargan de reprimir más escapes. ¿Qué pasará con ella? ¿No habrá nadie que la defienda?
— Con esto aprenderás que nunca debes ignorar al fuerte. Claro, si es que vives para contarlo. — Su agresor ya ha llegado hasta ella, pero Mei no se rinde. Como siempre, como toda la vida, debe luchar por proteger su existencia. — ¡Cállate! — Exclama con fuerza. Sus cuerdas vocales en esa palabra se encargan de transmitirse con fuerza, generando daño en el cuerpo ajeno. Él se sorprende, pero no es lo suficientemente potente como para lograr que retroceda. Solo sonríe y ataca con la protuberancia del brazo a la joven, aplastándola con fuerza contra el piso. — Vete al infierno, insecto. — Ella intenta un nuevo truco. A duras penas es capaz de realizar una secuencia de sellos manuales, para luego nuevamente hacer eco de su voz. En esta ocasión, no hay dolor en la figura ajena, pero sí ocasiona que la suelte y mire con extrañeza.
Como si de un pokemon se tratase, se ha confundido.
Aquello le da el tiempo necesario para que aparezca un nuevo personaje en escena, uno que con un golpea en la nuca le quita el conocimiento a aquel de linaje Tenbin. Al poder verlo, Mei identifica al administrador de antes. Este ríe nervioso y se rasca la cabeza. — Lo lamento, me confundí y te coloqué en un lugar incorrecto. Espero no me acuses, jaja. — Acheron no sabe si creerle o no, solo se deja caer nuevamente y descansa. De verdad creyó que su vida se esfumaba cuando se supone solo debe vigilar mientras pasan las horas.
Los accidentes pasan, ¿no? — Idiota...