Nigatsu 27, En algún lugar del Sur.
Milier, el prisionero inmortal, se movía con una gracia sobrenatural a través de la oscuridad de la noche. La fortaleza Shoseki quedaba atrás, sus muros testigos de la traición maestra que había llevado a cabo. En sus hombros, llevaba una caja que contenía a Muken, ahora un rehén impotente. Las manos y los pies del Uchiha estaban atados con firmeza, su boca sellada por una mordaza, y sus ojos permanecían envueltos en la oscuridad de una venda. El viaje hacia el sur era una danza silenciosa entre las sombras y la incertidumbre. Milier, con su carga preciosa, avanzaba con una determinación fría. El peso de Muken en la caja no parecía afectarle, como si llevara consigo una carga que había llevado muchas veces antes. La luna, testigo silencioso de su marcha, arrojaba una luz tenue sobre el terreno irregular que se extendía ante ellos. A medida que avanzaba por el terreno desconocido, Milier parecía conocer cada rincón del camino. Sus movimientos eran precisos, evitando peligros y obstáculos con una destreza que sugería una familiaridad innata con la ruta. En la distancia, las sombras se proyectaban como fantasmas danzantes, pero Milier avanzaba con confianza, como si estuviera siguiendo un mapa invisible tallado en su mente. Muken, dentro de la caja, estaba atrapado en la oscuridad física y metafórica. Sus sentidos, limitados por las ataduras, solo le permitían percibir vibraciones y sonidos amortiguados del mundo exterior. El vaivén del viaje y el susurro del viento eran los únicos acompañantes en su aislamiento. La mordaza le impedía pronunciar palabras y la venda le negaba la visión, sumiéndolo en una prisión sensorial. Milier, ajeno al mundo contenido en la caja, avanzaba hacia el sur en busca de una iglesia de su secta. La oscuridad de la noche era su aliada, y su determinación ardía más fuerte que nunca. Sabía que cada paso lo acercaba a su destino, donde podría desvelar los secretos que la fortaleza Shoseki había intentado mantener ocultos. El camino estaba marcado por colinas ondulantes y bosques sombríos. El ulular de los búhos y el susurro de las hojas eran la música que acompañaba el viaje. Milier se movía como una sombra entre las sombras, con Muken como su prisionero silencioso. Aunque las estrellas brillaban en el cielo, sus destellos no revelaban los giros y vueltas del camino, manteniendo oculta la ruta de Milier en la oscuridad. A medida que avanzaban, Milier empezó a notar la quietud de Muken en la caja. El rehén, a pesar de la inmovilidad impuesta, emitía una presencia que Milier podía sentir. La conexión entre ambos, aunque físicamente separados, resonaba en un nivel más profundo. Era como si el prisionero inmortal pudiera percibir el latir del corazón de Muken, la pulsación de su esencia vital. El viaje se volvía cada vez más intrincado a medida que Milier se adentraba en territorio desconocido. La senda se estrechaba, obligándolo a sortear obstáculos con más cautela. A pesar de la dificultad del terreno, Milier mantenía su ritmo constante, llevando consigo la carga que se volvía más que un prisionero: un enigma envuelto en misterio. En algún momento, el viaje alcanzó un punto crítico. Milier, con la certeza de que se acercaba a su destino, intensificó sus movimientos. El sonido de sus pasos se volvió más firme, y la carga en sus hombros parecía haber adquirido un peso simbólico adicional. La caja, que llevaba como un sarcófago ambulante, albergaba a un prisionero que era más que un simple shinobi. Era un peón en un juego mucho más grande. A medida que la noche avanzaba, la silueta de Milier se recortaba contra el lienzo oscuro del paisaje. La iglesia de su secta se encontraba en algún lugar del sur, y Milier estaba decidido a llegar allí, llevando consigo a Muken como una moneda de cambio en el juego de secretos y lealtades. La oscuridad era su aliada, y la noche guardaba los misterios que solo se revelarían cuando el primer destello del amanecer iluminara el nuevo capítulo de su viaje.La iglesia de Jashin, un lugar de culto oscuro y misterioso, se alzaba en la cima de una imponente montaña. La majestuosidad de esta montaña era tan imponente que parecía tocar las nubes. Sin embargo, la verdadera maravilla yacía oculta dentro de sus entrañas, donde la iglesia de Jashin había encontrado su morada. El camino hacia la cima de la montaña era empinado y serpenteante, desafiando a aquellos que intentaban llegar a la iglesia. En la base, la maleza y los árboles se apiñaban, ocultando la entrada secreta a la montaña. Solo aquellos que conocían los rituales y los secretos del culto podían descifrar el camino que llevaba al corazón de la oscuridad. Una vez dentro, el ambiente cambiaba drásticamente. Las paredes de piedra natural revelaban pasillos intrincados y galerías secretas. La montaña, en su inmensidad, albergaba la iglesia de Jashin en su interior, como si la devoción al dios de la destrucción y la inmortalidad estuviera protegida por las propias entrañas de la tierra. La iglesia estaba esculpida en las entrañas de la montaña con maestría, con arcos y columnas que se asemejaban a las raíces retorcidas de un árbol gigante. El techo estaba sostenido por pilares tallados con símbolos del culto de Jashin, una amalgama de figuras retorcidas y runas antiguas. A medida que los devotos avanzaban por los pasillos oscuros, las antorchas iluminaban los intrincados detalles de las esculturas que adornaban las paredes, representando escenas de destrucción y sacrificio. A pesar de la magnitud de la montaña, la iglesia de Jashin no estaba llena de seguidores. A diferencia de otros lugares de culto más concurridos, esta iglesia se erigía en el aislamiento, un refugio de devoción para unos pocos selectos. La falta de multitudes no disminuía la intensidad del lugar; más bien, reforzaba la solemnidad y el secreto que rodeaban el culto. En el corazón de la iglesia se encontraba la cámara principal, un vasto salón tallado en la piedra misma. En el centro, un altar oscuro se alzaba, decorado con ofrendas y símbolos de sacrificio. Grandes estatuas de Jashin, de aspecto monstruoso y devorador, flanqueaban el altar, observando silenciosamente a aquellos que se postraban en adoración. A pesar de la grandeza de la cámara, la atmósfera era íntima y cargada de una energía palpable. Los devotos, aunque pocos en número, irradiaban una lealtad feroz hacia su dios oscuro. Las sombras danzaban en las esquinas, creando una sensación de misterio y anticipación en el aire. La iglesia de Jashin, en la cima de la montaña, era un lugar de retiro y reflexión para aquellos que habían abrazado la oscuridad. Su grandeza se medía en la intensidad de la fe de sus seguidores más que en la cantidad. En este santuario escondido en las entrañas de la tierra, la devoción ardía con la misma intensidad que las llamas que iluminaban las figuras retorcidas y los símbolos de Jashin tallados en la roca.
Milier, con su carga preciosa en la forma de Muken, llegó a la entrada principal de la iglesia de Jashin. La pesada puerta de piedra, adornada con intrincados símbolos del culto, se abrió lentamente ante él. Un seguidor devoto se adelantó para recibir al portador de tan misteriosa carga. -Has traído algo de gran valor, Milier-, dijo el seguidor con reverencia, sus ojos brillando con una mezcla de respeto y expectación. Milier asintió solemnemente, sosteniendo la caja con cuidado. -Este es Muken, un guerrero formidable. Jashin nos guiará en cómo utilizarlo en nuestro beneficio-. El seguidor asintió y tomó la caja con cuidado, siguiendo las instrucciones de Milier. Mientras lo hacía, Milier se dirigió a otros dos seguidores que se acercaron, listos para cumplir sus órdenes. -Preparen la celda en la parte más profunda del recinto-, ordenó Milier. - Sellad su chakra y bríndenle todo lo necesario para mantenerlo en buena salud. Este prisionero es valioso para nuestros designios-. Los seguidores asintieron en entendimiento y se dirigieron a cumplir las instrucciones de Milier. La caja fue llevada con cuidado hacia las entrañas de la iglesia, donde las sombras se cerraban alrededor de ellos. El seguidor encargado de la tarea sabía que el contenido de la caja era más que un prisionero común; era una herramienta para los oscuros designios del culto. En el camino hacia la celda, el seguidor llamado Kurogane, que llevaba la caja, se detuvo ante un altar oscuro. Colocó la caja cuidadosamente sobre la superficie fría del altar antes de comenzar un ritual. Con movimientos precisos, trazó símbolos en el aire, murmurando palabras en un antiguo dialecto relacionado con las enseñanzas de Jashin. El sello de chakra que envolvía a Muken se activó, anulando temporalmente su conexión con la energía espiritual. Este acto aseguraba que Muken quedara temporalmente incapaz de utilizar sus habilidades ninjas, una precaución sabia para evitar cualquier intento de escape o resistencia. Mientras el sello se completaba, otros seguidores preparaban la celda en la parte más profunda del recinto. La celda estaba tallada en la roca misma, con paredes robustas y una puerta reforzada. Una tenue luz provenía de una antorcha en la esquina, revelando una estera en el suelo y un plato con comida. Cuando el sello estuvo completo, Kurogane levantó la caja nuevamente. -Está sellado, Milier. La celda está lista. ¿Algo más que necesites?-, -No, Kurogane. Ahora, Muken es nuestro invitado especial-, dijo Milier con una sonrisa siniestra. -Que Jashin guíe su estancia en nuestra iglesia.- Con esto, el seguidor se dirigió hacia la celda, llevando consigo a Muken, cuya existencia ahora quedaba suspendida entre la oscuridad de la celda y los planes inescrutables del culto de Jashin.
Muken despertó en la oscuridad abrazadora de la caja, sintiendo la incomodidad de su confinamiento casi de inmediato. Al principio, su mente luchó por comprender la realidad de su situación. La falta de espacio y la opresión del encierro se cerraron a su alrededor, como si estuviera atrapado en un mundo de sombras y limitaciones. La primera vez que intentó moverse, chocó contra las paredes de la caja, sintiendo la dureza de la madera contra su cuerpo. El espacio reducido apenas le permitía cambiar de posición, y la falta de luz le robaba la noción del tiempo. La caja se balanceaba con cada paso de Milier, recordándole su impotencia. Con el tiempo, la sensación de hambre comenzó a acompañar la opresión física. Milier le proporcionaba raciones mínimas de agua y comida, apenas lo suficiente para mantenerlo con vida. El hambre constante mordía su estómago, y la falta de movimiento le robaba la fuerza muscular. Muken, acostumbrado a la libertad de movimiento, ahora estaba confinado en una prisión de madera. Las horas se volvían días, y los días se convertían en semanas. La monotonía del viaje dentro de la caja se asemejaba a una tortura silenciosa. La falta de estimulación visual y la repetición de sonidos amortiguados le quitaban cualquier referencia temporal. Los músculos de Muken se atrofiaban lentamente, y la incomodidad constante se convertía en una compañera constante. Las molestias físicas eran solo una parte del tormento. La mente de Muken, acostumbrada a la libertad y la acción, se sumía en la inactividad forzada. Los pensamientos de venganza y liberación se volvían sus únicos compañeros en la oscuridad. La claustrofobia mental se mezclaba con la claustrofobia física, y Muken anhelaba desesperadamente el momento en que podría liberarse de su prisión móvil. Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, la caja se detuvo. El sonido de la apertura resonó en sus oídos como el canto de la libertad. Milier lo sacó de la caja y la luz de la iglesia de Jashin lo recibió con su fría bienvenida. El contraste entre la oscuridad de la caja y la luz de la iglesia cegó momentáneamente a Muken. Cuando sus ojos se ajustaron, se encontró en el interior de la iglesia, rodeado por seguidores de Jashin. Su cuerpo débil y cansado protestaba con cada movimiento, pero su mente ardía con una sola idea: la venganza. La sensación de estar de pie después de tanto tiempo lo hizo tambalearse. Los músculos adoloridos protestaron por el esfuerzo, pero Muken se obligó a mantenerse en pie. Su mirada se encontró con la de Milier, quien lo observaba con una expresión de triunfo. En ese momento, la determinación de Muken se encendió como una llama dentro de él. La sed de venganza ardió más intensamente que nunca. No había espacio para la debilidad ni la resignación. Ahora, dentro de las paredes de la iglesia de Jashin, Muken solo tenía un objetivo en mente: escapar y hacer pagar a Milier por cada segundo de su encierro.
Milier no tardo en darce cuenta que Meken aun contaba con determinación en sus ojos, una llama de venganza que Milier y los seguidores de Jashin consideraban peligrosa. No estaban dispuestos a permitir que ese fuego de rebelión persistiera, así que decidieron doblegar su espíritu con métodos crueles y tortuosos. En la primera semana de su estancia en la iglesia de Jashin, Muken fue sometido a un régimen brutal diseñado para quebrantar su resistencia. El proceso comenzó con su captura por varios seguidores, quienes lo inmovilizaron y lo arrastraron hacia una cámara oscura en las profundidades de la iglesia. La sala de tortura estaba impregnada de un aire opresivo y un olor a sangre antigua. Cadenas colgaban del techo, y en las paredes, se veían marcas de antiguas aflicciones sufridas por aquellos que desafiaron la voluntad de Jashin. Muken fue amarrado a una mesa de piedra fría, sus extremidades extendidas y su cuerpo vulnerable a cualquier forma de castigo. Milier, observando con satisfacción, dio instrucciones a los torturadores encargados de doblegar a Muken. La tortura no solo era física; también buscaban desgarrar su voluntad, hacer que el fuego de su determinación se extinguiera. La primera forma de tortura consistió en golpearlo repetidamente con látigos de cuero con puntas afiladas. Cada golpe rasgaba su piel, dejando surcos profundos y generando un dolor agudo que penetraba hasta su alma. Muken, a pesar de la agonía, mantenía sus dientes apretados, negándose a dar el placer de sus gritos a sus captores. Después del castigo físico inicial, lo suspendieron en el aire mediante cadenas, dejándolo en una posición incómoda y vulnerable. Le privaron de sueño, manteniéndolo despierto durante largas horas mientras los torturadores alternaban entre métodos de golpes y estrangulamiento. El agua helada se convirtió en otra herramienta para romper su resistencia. Muken fue sumergido repetidamente en un barril lleno de agua helada, llevándolo al borde de la asfixia y congelando sus huesos. La sensación de ahogo y la parálisis del frío eran parte de la estrategia para debilitar su voluntad. A lo largo de esta semana de tormento, los torturadores también utilizaron técnicas psicológicas. Imágenes y sonidos aterradores llenaron la cámara, tratando de romper la cordura de Muken. Los interrogatorios implacables buscaban descubrir sus debilidades y temores más profundos. A pesar de la brutalidad, Muken se aferraba a su espíritu indomable. Cada golpe, cada tortura, solo avivaba su deseo de venganza. La resistencia que mostraba ante la adversidad desconcertaba a sus captores, pero Milier estaba decidido a doblegarlo. Al final de la primera semana, Muken, aunque físicamente maltrecho, seguía siendo un prisionero de espíritu inquebrantable. La lucha entre la voluntad de Muken y la crueldad de sus captores estaba lejos de llegar a su fin, y la iglesia de Jashin se sumergía más profundamente en la oscuridad de sus propios métodos despiadados.
En la segunda semana de su cautiverio en la iglesia de Jashin, Muken continuó resistiendo con tenacidad los esfuerzos de sus captores por doblegar su espíritu. A pesar de la brutalidad de las torturas y las técnicas psicológicas empleadas, el fuego de su determinación aún no se extinguía por completo. Los torturadores, frustrados por la resistencia aparentemente inquebrantable de Muken, intensificaron sus métodos en un intento desesperado de someterlo. Cada día se volvía una nueva pesadilla para el joven Uchiha, cuyos músculos doloridos y mente acosada anhelaban solo la liberación. En la segunda semana, los métodos físicos continuaron siendo parte integral de la estrategia. Muken fue sometido a sesiones de golpizas más prolongadas y feroces. Los látigos dejaron marcas adicionales en su piel, algunas de las cuales empezaban a infectarse debido a las condiciones insalubres de la celda de tortura. La privación de sueño se agravó, con los torturadores impidiéndole descansar durante días. Los momentos de vigilia prolongada se volvieron tortuosos, con Muken sintiendo que su mente se deslizaba hacia la delirio. Voces susurrantes y figuras fantasmales se manifestaban en las sombras de su cansada mente. La tortura del agua helada se convirtió en una rutina constante. Sumergido repetidamente en barriles de agua gélida, Muken luchaba por respirar mientras el frío penetraba en sus huesos. La hipotermia amenazaba con debilitar aún más su cuerpo, pero su resistencia persistía. Además, los torturadores comenzaron a explorar técnicas más especializadas. Agujas afiladas fueron insertadas estratégicamente bajo sus uñas, infligiendo un dolor agudo con cada movimiento. Electricidad fue aplicada en dosis controladas, provocando sacudidas que hacían que los músculos de Muken se retorcieran involuntariamente. En el ámbito psicológico, la segunda semana introdujo la manipulación de sus recuerdos. Ilusiones perturbadoras se proyectaban en la celda, desdibujando la línea entre la realidad y la ficción. Voces que imitaban a seres queridos susurraban promesas de liberación si Muken renunciaba a su resistencia. A pesar de todo, Muken se aferraba a su cordura y su determinación. Cada intento de sus captores por romper su espíritu solo fortalecía su resolución. Aunque su cuerpo se debilitaba y su mente era acosada por la tortura, la chispa de venganza seguía brillando en sus ojos. La segunda semana fue un enfrentamiento implacable entre la resistencia inquebrantable de Muken y la crueldad despiadada de la iglesia de Jashin. Mientras el joven Uchiha soportaba el tormento diario, sus captores se sumían más profundamente en la oscuridad de sus métodos, decididos a doblegar a un prisionero que se negaba a rendirse.
En la tercera semana de tortura en la iglesia de Jashin, Muken se encontraba en un estado físico y mental extremadamente precario. Aunque sus captores persistían en su cruel empresa de doblegarlo, la resistencia del joven Uchiha seguía siendo sorprendentemente fuerte. Las sesiones de golpizas y torturas físicas continuaban, con los torturadores buscando cualquier indicio de debilidad en el cuerpo maltratado de Muken. Sus músculos, ya mermados por semanas de malnutrición y castigo constante, temblaban con cada golpe, pero su determinación aún no flaqueaba. La privación de sueño, que se había convertido en una tortura constante, estaba alcanzando niveles peligrosos. Muken, exhausto y al borde de la desesperación, luchaba contra la somnolencia constante que amenazaba con sumirlo en la locura. Imágenes distorsionadas y pesadillas le perseguían incluso en los breves momentos de reposo que le permitían. En un giro más retorcido, los torturadores comenzaron a utilizar sustancias químicas para provocar alucinaciones. Muken, ya debilitado, se encontraba enfrentando ilusiones que le mostraban horrores indescriptibles. Sus captores buscaban desmantelar su percepción de la realidad, pero la resistencia de Muken persistía. La tortura del agua helada se intensificó, con períodos más prolongados de inmersión en barriles de fría agonía. Su piel se tornaba pálida, y sus extremidades entumecidas apenas respondían a sus deseos. La hipotermia continuaba siendo una amenaza constante. Además, los métodos psicológicos se volvieron más sádicos. Los interrogadores exploraron sus miedos más profundos y traumas pasados, presentándolos de manera distorsionada en un intento de quebrar su voluntad. Voces susurrantes le recordaban eventos dolorosos de su vida, y sombras del pasado se mezclaban con el presente. A pesar de todo, Muken seguía resistiendo. Su mente, aunque fatigada, se aferraba a la realidad. La chispa de venganza en sus ojos aún no se extinguía. Cada tormento infligido por la iglesia de Jashin solo alimentaba su deseo de liberarse y buscar retribución. En la tercera semana, la batalla entre la voluntad de Muken y la crueldad de sus captores alcanzaba nuevos niveles de brutalidad. La celda de tortura, testigo silencioso de su sufrimiento, se convertía en un campo de batalla donde la resistencia y la oscuridad se enfrentaban sin tregua.
Tres meses de tortura habían dejado a Muken en un estado desgarrador. Su cuerpo, una sombra de lo que alguna vez fue, llevaba las cicatrices físicas y mentales de incontables sesiones de brutalidad. La resistencia que había mantenido con tenacidad ahora se tambaleaba en el precipicio de la rendición. La privación constante de sueño y la tortura física habían desgastado su resistencia a niveles inimaginables. Muken, una vez indomable, se encontraba ahora en un rincón oscuro de su propia mente, luchando por mantener un atisbo de cordura. Las ilusiones y pesadillas se mezclaban con la realidad, y sus pensamientos se volvían un torbellino de confusión y desesperación. Los torturadores, bajo las órdenes de Milier, intensificaron sus métodos crueles. Cada día, Muken era sometido a nuevas formas de agonía, desde descargas eléctricas hasta la aplicación de químicos que exacerbaban su sufrimiento. La sangre y las lágrimas se mezclaban en su piel, formando una mosaico de tormento. La tortura psicológica se volvió más sutil pero igualmente devastadora. Los interrogadores exploraban los recovecos más oscuros de su mente, resaltando sus miedos más profundos y manipulando sus recuerdos. Voces susurrantes le decían que la única salida era someterse al culto de Jashin. Milier, observando desde las sombras, veía cómo la voluntad de Muken se resquebrajaba lentamente. Había esperado este momento con paciencia, sabiendo que la resistencia del joven Uchiha no podría durar para siempre. La rendición de Muken era vital para los oscuros propósitos de la iglesia de Jashin. Finalmente, en un día que se confundía con la oscuridad perpetua de la celda, Muken cedió. Agonizado y quebrantado, pronunció las palabras de sumisión. Bajo la influencia del sufrimiento, la desesperación y la manipulación psicológica, Muken aceptó la voluntad de Jashin y juró lealtad al culto que lo había torturado. El cambio en sus ojos era palpable. La chispa de venganza que antes ardía con intensidad se extinguía, reemplazada por una mirada vacía y sombría. Muken, ahora un instrumento roto y doblegado, se convirtió en un seguidor más de la oscura iglesia de Jashin. Milier sonrió satisfecho. Había logrado su cometido. La voluntad de Muken, una vez indomable, se había quebrado, y ahora se alineaba con los designios oscuros de Jashin. La victoria del culto se reflejaba en el cuerpo maltratado de Muken, testigo de la brutalidad que había llevado a la rendición de un alma que alguna vez resistió con valentía.