-- Fue un placer conocerte, Kin. Vivo a un par de cuadras de aquí. De vez en cuando, suelo entrenar en el campo que está cerca del lago. Si te animas, podríamos compartir algunas sesiones de entrenamiento allí. --
Las palabras de Azazel reflejaban un interés genuino en cultivar una amistad y colaborar en sus prácticas ninjas. Tras la despedida, Azazel continuó su camino hacia su hogar. La soledad de su casa, que alguna vez fue el hogar de sus padres, se hizo evidente, pero la perspectiva de nuevas conexiones sociales despertó un atisbo de cambio en la rutina del joven Uchiha. Con el tiempo, Azazel se sumergió nuevamente en su vida cotidiana. Las misiones, entrenamientos y tareas diarias llenaron sus días, pero la idea de la amistad recién nacida permaneció en su mente. Poco a poco, se acostumbró a la idea de confiar y colaborar con otros shinobi.
Un día, en el campo de entrenamiento que señaló a Kin, Azazel estaba enfocado en mejorar su destreza con las armas arrojadizas. Inspirado por las técnicas de su madre, que aún resonaban en sus recuerdos, intentó replicarlas. En el tranquilo campo de entrenamiento, la luz del sol filtrándose entre las hojas de los árboles proporcionaba una atmósfera serena. Azazel, con determinación, se encontraba rodeado de múltiples objetivos estratégicamente fijados en los árboles circundantes. Algunos de ellos estaban hábilmente ocultos entre las sombras, desafiando la visión del joven Uchiha. Con una gracia inherente, Azazel desenfundó tres shurikens en cada mano, sopesándolos con precisión antes de lanzarlos en una coreografía ninja coordinada. La brillanteza metálica de los shurikens contrastaba con el verdor del bosque, creando destellos fugaces mientras cortaban el aire. En un giro sincronizado, los afilados proyectiles fueron liberados al unísono. El primer par de shurikens trazó trayectorias elegantes, encontrando su objetivo con una precisión admirable. Sin embargo, los siguientes dos, guiados por la hábil mano de Azazel, se desviaron sutilmente entre sí, como si hubiera orquestado su danza para sortear un obstáculo invisible. Esta maniobra calculada tenía un propósito: alcanzar objetivos específicos que se escondían detrás de ramas y hojas, desafiando la destreza del joven Uchiha. La danza de los shurikens continuó, cada uno ejecutando un baile caótico y hermoso en el aire. Algunos chocaron intencionalmente entre sí, desviándose con una precisión milimétrica para evitar colisiones innecesarias. La agudeza de la concentración de Azazel era palpable mientras se esforzaba por superar los desafíos autoimpuestos, su mirada fija en los objetivos que se mantenían ocultos y protegidos. A medida que los shurikens encontraban sus objetivos, el sonido metálico de impacto resonaba en el bosque, marcando el progreso del entrenamiento. Azazel, ansioso por perfeccionar sus habilidades, continuó este desafío autodirigido, inmerso en la búsqueda constante de nuevas alturas en su dominio de las artes ninjas. Cada lanzamiento era una oportunidad para crecer y superar los límites autoimpuestos, llevando al joven Uchiha un paso más cerca de la maestría deseada.