El sol comenzaba a ponerse en la Aldea de la Niebla, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados mientras las sombras se alargaban sobre el patio de la Academia Ninja. La brisa marina traía consigo el sonido lejano de las olas rompiendo contra las rocas, creando un ambiente sereno y casi melancólico. El patio, normalmente bullicioso y lleno de actividad, estaba ahora prácticamente vacío. Apenas unas horas antes, había sido el escenario de la ceremonia de graduación de nuevos Gennins. Las risas y los festejos aún parecían resonar en el aire, aunque ahora solo quedaba el eco del silencio.
Issei se encontraba en medio del patio. La luz del sol incidía sobre su espada, reflejándose en la hoja afilada y creando destellos que bailaban a su alrededor. Había elegido este momento y lugar para entrenar precisamente por la soledad y la tranquilidad que ofrecía. Lejos de las miradas curiosas y los murmullos de admiración o temor, podía concentrarse plenamente en sus técnicas.
Tomó una posición firme, plantando sus pies con determinación sobre el suelo empedrado. Sus ojos, fríos y calculadores, escudriñaron el espacio frente a él mientras realizaba una serie de sellos con las manos. Cada movimiento era preciso, fluido, cargado de una disciplina y habilidad forjadas a lo largo de años de entrenamiento y combate. Al completar la última secuencia, concentró su chakra y lo canalizó hacia adelante, manifestándolo en un muro de cristal que se elevó imponente frente a él.
El muro de cristal tenía unos diez metros de alto y quince de ancho, una barrera resplandeciente y aparentemente impenetrable. Issei lo contempló con una mezcla de admiración y determinación. Este era el fruto de su dominio sobre el elemento cristal, una manifestación tangible de su poder y control. Sin embargo, su propósito no era simplemente crear el muro, sino superarlo.
Desenfundó su katana con un movimiento rápido y decidido. El sonido metálico resonó en el aire, una melodía familiar y reconfortante para él. Sostuvo la espada frente a él, cerrando los ojos por un momento mientras sentía el peso y el equilibrio del arma. Era una extensión de sí mismo, un conducto para su chakra y su voluntad.
Concentró su chakra una vez más, esta vez canalizándolo hacia el filo de la katana. Su mente se vació de pensamientos, centrándose únicamente en la tarea que tenía por delante. El chakra fluyó como un río, recubriendo la hoja con una capa de agua que brillaba bajo la luz del sol. En ese instante, toda duda y distracción desaparecieron. Solo existía él, su katana y el muro de cristal.
En un parpadeo, se lanzó hacia adelante. Su velocidad era asombrosa, un borrón de movimiento que apenas dejaba tiempo para reaccionar. La hoja de su katana se encontró con el muro de cristal, y en un instante, el obstáculo fue cortado en dos. El cristal se partió como si fuera mantequilla, y pequeñas estelas brillantes salieron despedidas en todas direcciones, reflejando la poca luz que había en un espectáculo de destellos.
El Kenju se detuvo al otro lado del muro, su respiración apenas estaba alterada por el esfuerzo. Observó los fragmentos de cristal caer al suelo, creando una lluvia brillante a su alrededor. En su mente, no había lugar para la complacencia. Sabía que siempre había margen para mejorar, para afinar sus habilidades y perfeccionar sus técnicas.
Issei se encontraba en medio del patio. La luz del sol incidía sobre su espada, reflejándose en la hoja afilada y creando destellos que bailaban a su alrededor. Había elegido este momento y lugar para entrenar precisamente por la soledad y la tranquilidad que ofrecía. Lejos de las miradas curiosas y los murmullos de admiración o temor, podía concentrarse plenamente en sus técnicas.
Tomó una posición firme, plantando sus pies con determinación sobre el suelo empedrado. Sus ojos, fríos y calculadores, escudriñaron el espacio frente a él mientras realizaba una serie de sellos con las manos. Cada movimiento era preciso, fluido, cargado de una disciplina y habilidad forjadas a lo largo de años de entrenamiento y combate. Al completar la última secuencia, concentró su chakra y lo canalizó hacia adelante, manifestándolo en un muro de cristal que se elevó imponente frente a él.
El muro de cristal tenía unos diez metros de alto y quince de ancho, una barrera resplandeciente y aparentemente impenetrable. Issei lo contempló con una mezcla de admiración y determinación. Este era el fruto de su dominio sobre el elemento cristal, una manifestación tangible de su poder y control. Sin embargo, su propósito no era simplemente crear el muro, sino superarlo.
Desenfundó su katana con un movimiento rápido y decidido. El sonido metálico resonó en el aire, una melodía familiar y reconfortante para él. Sostuvo la espada frente a él, cerrando los ojos por un momento mientras sentía el peso y el equilibrio del arma. Era una extensión de sí mismo, un conducto para su chakra y su voluntad.
Concentró su chakra una vez más, esta vez canalizándolo hacia el filo de la katana. Su mente se vació de pensamientos, centrándose únicamente en la tarea que tenía por delante. El chakra fluyó como un río, recubriendo la hoja con una capa de agua que brillaba bajo la luz del sol. En ese instante, toda duda y distracción desaparecieron. Solo existía él, su katana y el muro de cristal.
En un parpadeo, se lanzó hacia adelante. Su velocidad era asombrosa, un borrón de movimiento que apenas dejaba tiempo para reaccionar. La hoja de su katana se encontró con el muro de cristal, y en un instante, el obstáculo fue cortado en dos. El cristal se partió como si fuera mantequilla, y pequeñas estelas brillantes salieron despedidas en todas direcciones, reflejando la poca luz que había en un espectáculo de destellos.
El Kenju se detuvo al otro lado del muro, su respiración apenas estaba alterada por el esfuerzo. Observó los fragmentos de cristal caer al suelo, creando una lluvia brillante a su alrededor. En su mente, no había lugar para la complacencia. Sabía que siempre había margen para mejorar, para afinar sus habilidades y perfeccionar sus técnicas.