A mi vera tenía tres pilas de platos con cuatro o cinco cada una de ellas y frente a mí otro bol de ramen de carne. Acerqué la cara para dejar que el humo que emanaba del recipiente bañara el rostro, inspiré pronfundamente para estimular las glándulas gustativas y así con la diestra los palillos para empezar a dar buena cuenta de la comida. A pesar de la cantidad de comida ingerida, aquel olor todavía hacía que salivara. Jamás había comido nada similar. ¡Todo aquello estaba delicioso! Sin embargo toda la felicidad me abandonó súbitamente, tornándome el semblante serio y grave.
Por la puerta acababa de entrar aceleradamente el mismo tipo que se había chocado conmigo a mi llegada. ¿Me estaría siguiendo? Si no, ¿a cuénta de qué aparecería allí de aquella manera? No parecía haberse percatado de mi presencia al haberme sentado en un lateral, cerca del ventanal en lugar de en mitad de la sala o de la barra. ¿Tendría algo que ver con la tipa huída? Como fuera, si quería problemas los iba a tener. A fin de cuentas y a pesar de la situación, si mataba a aquel desgraciado tenía total libertad de acción y tan solo unas pocas palabras me bastarían para quedar indemne. Una cosa era que obviara lo que nada tenía que ver conmigo y otra muy distinta que aquel tipo quisiera venir a por mí personalmente. Mis ojos cambiaron de color, adoptando un patrón de tres aspas negras. Tan solo los del interior del local podrían verlos. Tomé con la diestra uno de los platos que tenía en la pila junto a mí tras soltar los palillos y se lo lancé al tipo sin previo aviso. Con la zurda desenvainé ligeramente la katana. En cuanto reaccionara me abalanzaría sobre él sin intención de matarlo… todavía. Necesitaba que respondiera a mis preguntas y muerto de poco me serviría.