Había llegado un día antes. Su necesidad de controlarlo todo, su ansiedad por dar avance a sus intereses y sus formas al ser una frenética con el tiempo, le impedían definitivamente moverse con calma. Tenía que salir de la aldea y asegurarse de mil formas que nadie la siguiera. Si ese era el caso, debía hacer una parada improvisada, quedarse amaneciendo en un pueblo y luego, salir cuando menos se lo esperaran y lograr que perdieran su pista. Cada vez más, moverse, salir o hacer cualquier cosa sin supervisión era más complejo, sin embargo, por fortuna o desgracia, nadie había entorpecido su camino. La rubia se había hecho amistades en las puertas de la aldea y sin quererlo, conocían de sus salidas con fines investigativos, por lo que no era un foco de vigilancia. Esto, aunado a que, por ser chica, médico, nadie temía lo dañina que pudiera ser. De hecho, se le creía bastante débil como para poder dar problemas, claro, finalmente habían pasado quince años y a Bishamon, nadie más que sus camaradas, de los que no quedaba ninguno, la conocía en batalla.
Sus pasos la llevaron al lugar acordado, en donde luego de aquella misión había decidido reencontrarse con Rukasu. Sus caminos, sin quererlo cada vez iban a ser más sincrónicos así que lo mejor era estar más cerca el uno del otro, total querían lo mismo para el futuro de su aldea. El bosque por otro lado era un lugar lleno de misterios, nunca se sabía que podrían encontrar allí, pero de una u otra forma, aquel lugar era seguro. Dieron sobre las cinco de la tarde, antes de que la rubia llegara al sitio sin complicaciones. Una vez allí entró a lo que parecía ser un antiguo templo budista abandonado. Nadie jamás buscaría nada allí, ni por sospecha. La fachada del edificio estaba caída, maltrecha y con un logo del símbolo de los Uzumaki en el piso. El techo tenía varios agujeros y las escaleras que los llevarían a la entrada del sitio, un espacio que significaba que, efectivamente, el lugar podría caerse en cualquier momento.
—Vaya… no había podido decidir peor lugar, aunque para esto… capaz sí, sea lo mejor— se dijo a sí misma a unos diez metros del lugar y con la derecha en la cintura.
Paso a paso, la rubia se hizo camino hasta entrar al lugar tratando de no tumbar nada ni terminar por despedazar lo que quedara de aquel templo. Al ingresar, la rubia tendría trabajo que hacer. Iba a pasar la noche ahí, así que, no se iba a arriesgar a que las cosas se le cayeran encima. Solidificó con doton los muros de la pared con una técnica de tierra básica que al menos impediría un caos. Posteriormente pasaría la noche y temprano, justo cuando el amanecer empezara a darse, la rubia se había despertado, tenía sus utensilios y su kit médico a la mano y organizaba los mismos sobre una especie de altar que había al final del templo.
No pasó demasiado, antes que los ruidos empezaran a sentirse afuera. ¿Era Rukasu? Como fuera, la rubia estaba preparada. Si era alguien más, lo más fácil era salir por su ubicación para tener un enfrentamiento fuera de las paredes del sitio, no obstante, la voz del Uchiha se hizo sentir en medio de la oscuridad dejando cierta tranquilidad a la rubia, quien le miraría por encima del hombro derecho y sonreiría tranquila.
—¿Y como estás tan seguro de eso joven Uchiha?— respondió al primero antes de sentir una voz adicional. Sus sentidos sin poder evitarlo se alertaron, haciendo que se detuviera en su tarea de golpe. No estaba en planes de Rukasu llegara con alguien, y tampoco que aquella voz le exigiera ayuda. Instintivamente alzó su ceja y se giró despacio. Su semblante, sin embargo, cambió de inmediato a uno de sorpresa. Las facciones básicas de Yatako era muy afines a las de su padre, así como lo era un poco el maquillaje que usaba.
—Ya…Yatako.— dijo con esfuerzo al tiempo que notaba como la niña con la que se llevaba apenas unos años ahora era una mujer. —Vaya, eres… idéntica a él— exageró, quizá, pero después de más de quince años sin ver a Eifen, lo normal era que la chica trajera recuerdos del ex hokage. —Claro ¿qué necesitas?— Se acercó con premura al ver que alguien más les acompañaba. Entendió de inmediato que la ayuda no era para la Uchiha ni su acompañante masculino, sino para quien traían a cuestas. Hizo de inmediato un par de sellos, sabía que iba a necesitarlo. El chakra verdoso de inmediato surgió de sus manos —Déjala en el piso, la examinaré, mientras, me cuentan que ha pasado—.
La rubia vestía mallas como medias hasta la media pierna y botas negras desde la mitad de la pantorrilla dejando libre sus pies. Guantes negros dejando ver sus dedos. Un top en malla también con bordes negros y un kimono corto con detalles blancos, abierto en los hombros dejando ver la malla que tenía por debajo y un cinto negro que tapaba su bandana ninja. Claro, en cuanto volviera a la aldea la dejaría ver de nuevo.
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