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No soy malo, lo juro. Bien, quizás hice cosas que no debieran ser, pero ¿porque le negarías el pan a un niño?
...
Los pueblos en el bosque de Fuego no eran muy ricos, de hecho, el saqueo de los pueblos y aldeas del país, unos años atrás, sumergió todo en la miseria. Ronin, mi maestro, había muerto y Madre Carmel en prisión, algunos niños murieron en sus camas, por el hambre, y otros nos fuimos del lugar.

Mientras caminaba, uno de mis ratones llegó a mi lado. Sí, esa criaturita no se veía como un ratón normal, de hecho, se veía muy negro y como una caricatura. 

-En el norte hay un poblado-dije tras soltar de nuevo a mi ratón. Varios ratones yacían a mi alrededor, a unos 200 metros de distancia, barriendo el terreno y pasándome toda la información que pudieran obtener. Gracias a ello, en mi viaje había logrado evitar peligros como bandidos o gente peligrosa.

Mi estómago rugía, y el pájaro que había cazado ya se había acabado. Las bayas que había recogido me habían hecho ir al baño, por lo que necesitaba urgentemente comida y, ahora, agua.

Finalmente llegué a un pueblo entre los árboles, en un claro artificial, en donde se erigían varias cabañas y algunas vallas que apartaban el escuálido ganado de las calles.

-¿Me podría dar un poco de comida?- pregunté uno a uno a los pobladores, pero todos ellos iban cerrándome las puertas. Todos me decían que no tenían comida, que sus reservas estaban agotadas y que me fuera al próximo pueblo. Casi todos mirándome con recelo, como si quisiera arrebatarles algo.

Sin resultados, sólo faltaría averiguar si lo que decían era verdad. Logré beber de un pozo artesanal unos tragos, y aunque el dueño me corrió del pozo en su finca, logré saciar mi sed. Detecté que un par de ratones habían sido destruidos, quizás por los mismos pobladores al verlos como plaga. Como fuera, los dejaría a mi alrededor mientras dormiría debajo de un árbol, a la espera de que la noche llegara.

En mis sueños, me veía en una mesa, con un gran banquete, mis amigos del orfanato se encontraban ahí. Eso lo había soñado a menudo, al menos desde que partí, pero esta vez veía a mis personajes de caricatura favoritos entre ellos. Era un sueño dulce, tranquilo, hasta que la brisa me despertó.

El día era templado, pero una vez anochecía, el aire se volvía frío. Mi ropa hecha de costales me ayudaba un poco a soportar ese frío, pero me agotaría antes.

Liberé a todos los ratones de mi pergamino, hasta tener en total 28, pues dos fueron destruidos, y los mandé a espiar en las casas. Era ya entrada la noche, y el ladrido de los perros alertó a los moradores de las ratas intrusas. Una a una, fueron destruidas, pero logré ubicar mi objetivo: comida.

Algunas ratas regresaron con pequeños trozos de pan que sus diminutos cuerpos les permitía cargar, por lo que comí boronas. Tras volver a beber del pozo, me acercaría al dueño de esa casa. Me asomé por la ventana y miré hacia el interior.

No había paredes y todos vivían en un monoambiente, durmiendo en el piso alrededor del fuego de una chimenea. 

La puerta estaba cerrada, y no podía forzarla mucho o se despertarían, por lo que opté por la ventana, cosa que tampoco logré.
Evadiendo al único guardia que, muy de vez en cuando, hacía rondines iluminado sólo por una veladora, me acerqué a la que vi como la mejor casa.

Desde la ventana se veía a un sujeto durmiendo en su propia cama; en la sala, un par de trabajadores dormían. En el piso de arriba, un sujeto yacía dormido. Logré entrar por una de las ventanas del baño, mientras mis ratones se encargaban de que los perros que dormían afuera no me detectaran, distrayéndolos.

Avancé por el corredor, metiéndome por el baño hasta llegar a la sala, en donde busqué la cocina con la mirada. Un sujeto pareció despertar, por lo que me pegué a la pared y descolgué una capa, escondiéndome de su vista.

El sujeto sólo se giró sobre su propio edredón y volvió a dormir.

El piso de madera dificultaba mis movimientos, por lo que aprovechaba sus ronquidos para dar pasos largos, acercándome a las cajas de la alacena. Abrí la primera caja, con el mayor silencio posible hasta destaparla. Sólo había trastes. Destapé otra caja, en donde había especias y hierbas. La dejé también de lado, y a la siguiente, logré destaparla y encontré unas carnes secas que me apresuré a guardar entre mis ropas. También había verdura deshidratada y mayonesa. Todo lo guardé con cuidado, pero las cosas salieron mal al hacer ruido de más. Me giré rápidamente, haciendo más ruído.

Ambos sujetos se despertaron y encendieron sus quinqués. No vieron a nadie, pero vieron las cajas abiertas. Se armaron con herramientas de labranza y comenzaron a buscar. Los perros hacían mucho ruido, por lo que uno se asomó a ver hacia afuera, por si veía algo.

El otro sujeto se quedó a centímetros de mí, mirando las cajas abiertas, cuando escuchó el ruido de mi estómago. Mi perfecto disfraz había sido arruinado por mi hambre. Aquel hombre tocó la pared, notando que se trataba de una tela, al jalarla, una especie de duende saltó encima de él.

Dio un fuerte grito y cayó de espaldas, mientras me dirigí hacia la salida. El henge no jutsu me ayudaría a pasar desapercibido, haciendo que me vieran como otra cosa.

-Ese duende salió de la pared-gritó el sujeto, señalándome.

El otro sujeto bloqueó mi escape y, al tratar de darme un golpe, de pronto vio que golpeó una caja.
Aparecí en donde la caja había estado antes, y tras lanzarle al otro sujeto la caja con especias, corrí hacia el baño.

El sujeto de la recámara salió, vestido con pijama pero armado con una pistola de chispa, y el sujeto que dormía arriba, bajó con otro garrote. El mismo vigilante que pasaba cada cierto tiempo, al oír el alboroto, se dirigió a la casa.

Rápidamente, cerré la puerta detrás de mi y salí de nuevo por la ventana. Una a una, las casas encendieron sus luces por el alboroto. Hice un clon de mí, el cual se quedó atrás mientras yo corría hacia el bosque.

Cuando los pobladores vieron al "duende", al lanzarle una piedra, éste comenzó a desaparecer mientras se burlaba de ellos, asustándolos. El hecho de salir de la nada de una pared, de haber cambiado mi apariencia, de haberme intercambiado con un objeto y, al final, desaparecer frente a ellos provocó una histeria, en donde todos se aterraron, convencidos de que un espíritu había entrado a sus casas.

Mientras corría, deshice el henge no jutsu, comiendo las carnes secas que logré robar junto con las verduras deshidratadas. Los múltiples bolsillos y costuras de mi ropa me habían ayudado a guardarme hasta la mayonesa, con lo que alcanzaría a llegar hasta el siguiente pueblo. Quizás sería más rico y podría conseguir algo mejor.
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Mis cabellos caían sobre mi rostro, pero eso no me impedía ver. El día era fresco, y el viento meneaba las ramas de los árboles y mis cabellos. Mis ratones merodeaban por todos lados, indicándome de peligros que hubiera cerca. Unos bandidos, dos malandrines y un par de borrachos. Me dirigí hacia esos ebrios, los cuales dormían a las orillas del camino. Mis ratones comenzaron a buscar entre sus ropas cualquier dinero, comida o bebida que tuviera. Tan sólo dos botellas de sake con un poco de licor, dos monedas y nadamás.

Era muy poco, por lo que me planteé atracar a los bandidos, aunque estos estaban muy juntos. Los dos malandrines, los cuales eran dos chicos poco más que adolescentes, vestían con ropajes sucios y rotos, con tatuajes en el cuerpo y con un saco con algo. Esos chicos se escabulleron entre la maleza y los arbustos, para robar las patatas recién sembradas.

Los dejaría en paz, pero esa noche hice que mis ratones llevaran varias de esas patatas hasta donde me encontraba, a 200 metros, en donde haría una fogata con palos. Me calentaría mientras cenaba las patatas asadas, sin embargo, mis ratones detectaron otro peligro cercano.

Un sujeto huía hacia el bosque, cerca de mi dirección, mientras llevaba consigo un saco en donde llevaba las pocas cosas de valor que había, como unas cuantas monedas y algunos trastes de una época mejor, los cuales podrían venderse.

Rápidamente apagué mi fogata y me subí al árbol, en donde me cubrí con la capa de camuflaje. La horda pasó de largo, persiguiendo a ese sujeto. En pocos minutos, todo habría pasado y el ladrón habría escapado.

Quizás los ratones me ayudarían a encontrarlo, por lo que los mandé a buscar y a seguir al ladrón. Lo seguí por un par de horas, en las que me calentaba el cuerpo con los brazos. Seguí el rastro que mis ratones encontraron y, en poco tiempo, hallé el refugio del bandido. Se trataba de una especie de iglesia abandonada, tétrica, con largas cortinas negras que ondeaban con el viento a través de sus ventanas rotas. Alrededor, las zarzas y los arbustos trepaban una reja de metal oxidada, y las enredaderas crecían sobre las paredes de roca.

Marcas de batalla, pero de hace mucho tiempo, se apreciaba en los árboles y en la misma iglesia. Quizás había servido de refugio a rebeldes, pero fueron encontrados y atacados por el imperio, dejando sólo el campo de combate.

Al acercarme más, pude notar un resplandor rojizo proveniente de la iglesia. Me acerqué con cuidado, mientras mis ratones rodeaban el edificio. Unos cuantos se introdujeron.

-Cuatro personas, armadas con hoces, palos y cuchillos- dije al terminar de espiar. Eran herramientas de labranza y de trabajo, no herramientas de combate. Ellos eran como yo, sólo buscaban que comer.

Quizás debía continuar, buscando mi lugar en el mundo. Quizás cerca de Konoha podría encontrar cosas mejores, pero estaba muy lejos aún. Seguiría vagando en el bosque por mientras.
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La ira, la furia, la impotencia. Todo eso se mezclaba día a día, y mientras unos recurrían al trabajo duro, aún cuando trabajar ya no era suficiente, mientras otros se beneficiaban del arduo trabajo de los primeros.

Entré a esa aldea, una más o menos grande, de un época pasada de gran esplendor, pero que ahora luchaba por no caer. En la entrada, en vez del típico letrero de bienvenida, incluso antes de ver el nombre del pueblo, lucían los cuerpos colgados de los ladrones que entraban a ese lugar. Sabía que eran ladrones, pues de sus cuellos colgaba un letrero con sus crímenes.

Me detuve a ver el cuerpo colgado de un niño, un poco menor que yo, y junto a él los de sus padres ¿porqué debía, entonces, yo tener piedad?

Al ingresar al pueblo, un guardia local, ni siquiera ninja, me cortó el paso.

-¿Que quieres aquí?- me preguntó fríamente.

-Comida-dije.

-Aquí no hay, vete al bosque-me indicó el guardia, señalando lo salvaje detrás mío.

-Una limosna, algo. Haré lo que sea-dije, pero el guardia pareció enojarse. 

-Que te vayas, aquí no hay comida. Y ni se te ocurra volver por ese motivo, que tendré que sacarte a golpes-dijo mientras se me acercaba intimidantemente.

Obviamente no sabía con quien trataba, y de hecho, un simple guardia local no podría detenerme, pero no quería causar un alboroto. Mientras me retiraba, uno de los guardias lanzó una piedra que casi me atina, mientras el resto rió al ver esto.

Me introduje entre los árboles, lo suficiente como para que no pudieran verme. Esperé a que pasara el rato. Me subí a un árbol, y observé el pueblo. Podría pasar de él, pero entonces no tendría provisiones suficientes como para continuar. 
Un mendigo pasó por la entrada del pueblo, y al solicitar comida recibió el mismo trato, sin embargo, él fue más necio, provocando que entre tres de los guardias recibiera una golpiza, arrojándolo después hacia un charco de lodo.

Yo esperé a que se hiciera de noche, comiendo de las patatas que robé. Tras unas horas, llegó la noche. Desplegué mis ratones para adentrarse al pueblo y buscar comida. Con el henge no jutsu, cambié mi forma a la de un perro, y en 4 patas, comencé a vagar. 

El interior del pueblo era polvoriento, solitario y lleno de residencias antiguas. Caminaba por donde los guardias no pudieran verme, pues aún siendo un "perro", no quería que una pedrada o patada deshiciera mi disfraz. 

Mis ratones encontraron comida, indicándome que se encontraba en una enorme residencia tosca, de roca. Se veía deteriorada y casi abandonada, pero aún hacía sentir el viejo esplendor y elegancia que alguna vez tuvo.

Sin que los guardias pudieran verme, trepé la cerca de madera y salté hacia el otro lado, subiendo por las paredes hasta encontrar una apertura. El lugar estaba oscuro, solo, y lleno de muebles viejos pero limpios. Era extraño que mis ratones me hubieran llevado a ese lugar.

Exploré un poco, pero cuando abrí unos cajones, escuché que alguien subía. Me pegué a la pared y me cubrí con una manta, camuflándome.

Uno de los guardias subió con una lámpara de aceite, miró a todos lados y buscó unos pocos segundos, luego cerró la puerta y volvió a bajar.

-¿Un guardia dentro de la casa?- me pregunté. Seguí explorando, y no pasó mucho hasta que encontré algunos artículos que podría vender. Medallas viejas, condecoraciones, cubiertos y monedas viejas. Al abrir la puerta, noté que estaba cerrada, por lo que envié a mis ratones a buscarla. Pasó el rato y no regresaban, por lo que tuve que arreglármelas.

Toqué la puerta un par de veces, hasta que escuché que subía más gente. Me pegué al techo y me camuflé.

Tres guardias entraron de golpe, tras abrir la puerta, y se pusieron a buscar en todos los rincones, mientras tanto, mis ratones hicieron ruido, haciendo sonar las llaves y provocando que uno de los guardias maldijera mientras intentaba recuperarlas. Los 3 guardias bajaron enseguida, olvidando cerrar la puerta. Salí y me volví a camuflar, pues los guardias volvieron a entrar. Así pasaron unos minutos hasta que volvieron a retirarse.

Unos de mis ratones habían muerto, pero ahora entendía mejor que era ese lugar. Era el centro de la ciudad, quizás el cuartel de esos guardias. O un edificio de gobierno.

Entré a una habitación y comencé a buscar cosas. Había ropa de alta calidad, y aproveché para conseguir unas joyas como pulseras, una cadena de oro y unos anillos, pero al momento de leer un poco los papeles que tenía en su mesa, noté que había entrado a la casa del gobernador. Era un criminal que tomó control de la ciudad, y ahora los impuestos dela gente iban directamente hacia él y su gente.

Ahora sospechaba que esos "ladrones" colgados podrían ser gente que se le opuso. Entré de habitación en habitación, buscando y recolectando cosas, encontrando incluso unas galletas de arroz, botellas de sake y cosas que los guardias dejaban en sus dormitorios.

Pasaron varios minutos, cuando escuché que alguien entraba al edificio, hablando con voz alta y malhumorada a sus guardias. Era un hombre obeso, vestido con ropajes japoneses de seda.

-Esas malditas revueltas. Si los campesinos siguen haciendo eso, me quedaré sin gente en las granjas. Desmiembra a los responsables frente al resto, quizás así esos animales entiendan que es lo que no se debe hacer. Ellos viven para trabajar-decía el hombre, dirigiéndose a la cocina. El olor a chuletas de cerdo impregnó el lugar.

Me esperé en el que supuse era su habitación, escondido bajo su cama, camuflado para no ser visto. Finalmente, aquél hombre subió a su cama, la cual se dobló y se quejó, crujiendo por su peso, para luego quedar dormido. 

Comenzó a roncar, cuando de pronto su garganta se inundó de sangre, y no pudo gritar más. Intentó levantarse, pero no pudo hacerlo. De su cuerpo saqueé joyas y bastante dinero.

Bajé a las habitaciones de los guardias, y los que ahí había, les hice lo mismo. No acabé con todos, pero con varios lo logré. 

Con esa confianza, pude bajar a la cocina. Llené un costal de chuletas de cerco, algunos vegetales y llené botellas con agua.

Llené una mochila que encontré en las barracas, osea, los dormitorios de los guardias. Finalmente, antes de salir, comencé a encender fuego por donde pude. Los guardias sobrevivientes, y el pueblo, verían cómo la residencia de su cacique ardía en llamas, aunque para ese punto, yo ya me encontraba lejos, en el bosque, siguiendo mi camino rumbo a otro pueblo en donde pudiera pasar unos días y conseguir más comida.  

Lo que había hecho no sabía si estaba bien o mal, pero al menos sabía que la economía de ese pueblo comenzaría a recuperarse... al meno hasta que otro criminal tomara control de éste.
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