— ¡Puta madre! — Exclamó el rubio. Aquello quizás había sido un simple grito que nadie escucharía y terminaría ahogándose en los muchos metros a la redonda, pero no era algo que le preocupase en aquel instante.
El cuerpo del Konjiki giró y giró, cayendo de aquella montaña moderadamente “alta”, por suerte su cuerpo impacto de manera armoniosa donde debía y aquellos giros acabaron ayudando a amortiguar su caída al momento de llegar a los pies de dicha elevación rocosa. — ¡Mierda! — Gritó una vez más.
Yacía en el suelo aquel Konjiki golpeado y un tanto aturdido por la estrepitosa caída, no obstante, y para su suerte no había sufrido más allá de algunos moretones y rasguños… ¿Era aquella la suerte del chico? Improbable y muy difícil de cerciorar, ciertamente.
El de guantes cabellera dorada se levantó con algo de dificultad y apoyó su cuerpo sobre la pared de rocas que tenía detrás, precisamente, los pies de aquella montaña que lo habría recibido con cada uno de sus salientes en lugares un poco blandos. — Han sido varios metros de altura, pero creo que ha acabado mejor de lo que pretendía. — Entre sus manos resguardaba una pequeña joya de color rubí; no era más ni nada menos que un extraño mineral que había estado siendo avistado en las alturas de muchos de los montes, pero que era bastante “riesgoso” de extraer, incluso para alguien como él con habilidades “particulares”.
El joven manipulador del acero, llevó su antebrazo a la altura de su frente y secó una mezcla de sudor y sangre, aquellos raspones aún estaban al rojo vivo, por lo cual no evitó inclinarse ligeramente al sentir aquel roce. — Lo mejor será limpiar mis heridas y regresar. — Pensó en voz alta. Entonces, poniéndose de pie como pudo, llevaría aquel mineral entre sus pertenencias para partir hacia uno de los poblados más cercanos, pues en él encontraría un pequeño riachuelo que ya había frecuentado anteriormente y donde podría lavar y tratar de forma bastante básica sus heridas…
El cuerpo del Konjiki giró y giró, cayendo de aquella montaña moderadamente “alta”, por suerte su cuerpo impacto de manera armoniosa donde debía y aquellos giros acabaron ayudando a amortiguar su caída al momento de llegar a los pies de dicha elevación rocosa. — ¡Mierda! — Gritó una vez más.
Yacía en el suelo aquel Konjiki golpeado y un tanto aturdido por la estrepitosa caída, no obstante, y para su suerte no había sufrido más allá de algunos moretones y rasguños… ¿Era aquella la suerte del chico? Improbable y muy difícil de cerciorar, ciertamente.
El de guantes cabellera dorada se levantó con algo de dificultad y apoyó su cuerpo sobre la pared de rocas que tenía detrás, precisamente, los pies de aquella montaña que lo habría recibido con cada uno de sus salientes en lugares un poco blandos. — Han sido varios metros de altura, pero creo que ha acabado mejor de lo que pretendía. — Entre sus manos resguardaba una pequeña joya de color rubí; no era más ni nada menos que un extraño mineral que había estado siendo avistado en las alturas de muchos de los montes, pero que era bastante “riesgoso” de extraer, incluso para alguien como él con habilidades “particulares”.
El joven manipulador del acero, llevó su antebrazo a la altura de su frente y secó una mezcla de sudor y sangre, aquellos raspones aún estaban al rojo vivo, por lo cual no evitó inclinarse ligeramente al sentir aquel roce. — Lo mejor será limpiar mis heridas y regresar. — Pensó en voz alta. Entonces, poniéndose de pie como pudo, llevaría aquel mineral entre sus pertenencias para partir hacia uno de los poblados más cercanos, pues en él encontraría un pequeño riachuelo que ya había frecuentado anteriormente y donde podría lavar y tratar de forma bastante básica sus heridas…