Libélula azul
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Las horas se deslizaron suavemente mientras exploraba la pintoresca costa, mis pasos resonaban en la arena fina, y la brisa salada acariciaba mi rostro con la promesa de aventuras en el horizonte. Esta vez no había tomado tiempo para descansar, pues había dormido tan bien que olvidé incluso la hora de almorzar, apenas bebía agua de entre las provisiones que Bajuk me había dado para el viaje. El sol comenzaba su lento descenso, pintando el cielo con tonos cálidos y dorados. Fue entonces cuando mis ojos se posaron en un pequeño puerto que se alzaba en la distancia… Curiosidad e intriga guiaron mis pasos hacia este enclave marítimo. La escena que se desplegaba frente a mí era como un cuadro viviente: barcos balanceándose suavemente en las olas, redes de pesca colgadas para secarse al sol, y marineros ocupados con sus quehaceres. Aunque distinto al puerto pesquero que había visitado anteriormente, este resonaba con su propia energía, una mezcla de movimiento constante y expectativas de viaje.

El puerto, con sus muelles desgastados y barcos que balanceaban suavemente al compás de las suaves olas, era un rincón pintoresco que parecía conservar historias en cada astilla de madera. Las gaviotas graznaban en el cielo, complementando el murmullo constante del océano que acariciaba la costa. Me aventuré a explorar este rincón marítimo, fascinada por la actividad de los pescadores y el bullicio distinto al de los puertos pesqueros.
Decidí adentrarme en la maraña de callejones que serpentean entre almacenes y casas de pescadores. Las paredes descoloridas por la salinidad y el sol contaban su propia historia, mientras las redes secas se extendían como telarañas entre postes de madera gastada. A lo lejos, una hilera de nubarrones adornaba el horizonte, un presagio visual de los desafíos que el viaje podría deparar.

El edificio de transportes era imponente, una estructura de metal y madera que daba fe de la voluntad férrea de los hombres de la región, que dedicaban su vida a trabajar con la fuerza de las manos y la astucia del pescador. Me adentré entre las estructuras de madera, adornadas con redes de colores ondeando al viento, y decidí explorar un poco más. Las voces de los marineros y el tintineo de los aparejos creaban una sinfonía marina que llenaba el aire. A medida que avanzaba, encontré una pequeña oficina donde vendían billetes para embarcaciones que se aventuraban hacia destinos desconocidos para mí << Puerto Azul, Bahía Verde… Qué nombres tan curiosos >> Imaginaba que alguno de esos puertos estaría cerca del país del Viento o dentro de este, pero no tenía certeza de a dónde dirigirme, << sea cual sea el destino, ni siquiera lo decidí al salir de mi propia casa ¿por qué me preocupo ahora? >> Sonreí sintiéndome algo torpe por mis dudas, << nadie me está esperando en ningún lugar >> Me convencí finalmente.

Después de un momento de reflexión, decidí que era hora de ampliar mis horizontes y embarcarme en una nueva etapa de mi viaje. Adquirí un modesto boleto que prometía llevarme a través de las olas hasta el próximo puerto. El dependiente que atendía la taquilla, con su mirada curtida por el viento y el sol, me guiñó un ojo con complicidad, como si compartiéramos el secreto emocionante de lo que me esperaba en el camino.
Tomé el billete y con una sonrisa para el empleado de la taquilla me di media vuelta para alejarme hacia las pasarelas donde atracaban los botes, algunas embarcaciones eran gigantescas, otras eran realmente modestas. Mientras avanzaba buscando el nombre del barco que me llevaría durante las siguientes horas de camino, me preguntaba cómo sería su apariencia y qué personas estarían allí, con quienes tendría que compartir el viaje y tal vez alguna que otra palabra. Pronto la vi a lo lejos, era una embarcación no muy grande, pero lo suficiente como para llevar a cien personas cómodamente situadas en su interior. De allí noté cómo se mecía suavemente en el agua, lista para zarpar hacia el horizonte desconocido. La madera crujía bajo mis pasos mientras ascendía a bordo, sentí una mezcla de emoción y nerviosismo. El viaje marítimo se extendía ante mí como un lienzo en blanco, listo para ser llenado con las experiencias que aún estaban por venir.

Aunque el entorno irradiaba serenidad, mis emociones internas vibraban con la expectación de lo desconocido. Nunca había surcado las aguas abiertas, y la perspectiva de enfrentarme al vasto océano generaba una inquietud palpable.
El barco se despegó lentamente del puerto, las cuerdas chirriaban suavemente y las gaviotas seguían nuestro rastro con curiosidad desde el cielo. La brisa marina jugueteaba con mi cabello mientras me aferraba al pasamanos, sintiendo la vibración del motor y el suave balanceo de las olas. A medida que nos alejábamos de la costa, la sensación de pequeñez se intensificaba, y mis ojos se perdían en la inmensidad del horizonte.

Las aguas tranquilas, inicialmente acariciadas por el sol declinante, comenzaron a reflejar la creciente oscuridad del cielo nublado. El contraste entre la aparente calma y la incertidumbre en el horizonte creaba una tensión sutil en el ambiente. Los murmullos de los otros pasajeros se mezclaban con el sonido del mar, creando una banda sonora peculiar para mi primera travesía marítima.
A pesar de mi inquietud, procuré encontrar consuelo en la belleza del momento. El sol se sumergía lentamente en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos mientras las olas mecían la embarcación en una danza rítmica. El capitán, con su mirada experimentada, mantenía la calma, y los pasajeros compartían historias y risas para contrarrestar cualquier rastro de temor que pudiera haber en el aire.

A medida que el barco avanzaba, dejé que mi mirada se perdiera en el océano, tratando de discernir formas en las sombras que se cernían a lo lejos. Nubes oscuras que prometían desafíos venideros. Sin embargo, por ahora, la travesía seguía siendo tranquila, con el rumor constante del mar como un recordatorio de la vastedad de lo desconocido que se extendía ante mí.

Como mucho llevábamos dos horas de viaje en la modesta embarcación, ya habíamos previsto la tormenta que nos envolvió después, pero no habíamos podido sospechar que sería tan devastadora. Las olas eran tan inmensas que llegué a pensar que en cualquier momento nos caerían encima y nos aplastarían con su colosal fuerza. La pequeña embarcación se mecía con la cadencia incontrolable de las olas, como si la mar decidiera danzar con furia y desafío. Lo que empezó como una travesía tranquila se transformó en un caos acuático, las aguas embravecidas jugaban con nosotros como marionetas de un titiritero invisible. El cielo, que antes lucía tranquilo, ahora se encapotaba con nubarrones oscuros que amenazaban con desatar su furia.

A medida que avanzábamos, las olas crecían en tamaño y ferocidad, desafiándonos a cada instante. A lo lejos, los relámpagos destellaban en el horizonte, iluminando la oscuridad de la tormenta con destellos eléctricos que parecían danzar sobre las aguas turbulentas.
La modesta embarcación se convertía en una hoja en medio de un océano embravecido, y el sonido ensordecedor del viento y la lluvia se fusionaba con el estruendo de las olas que chocaban con el casco. El frío calaba los huesos, y cada salto del bote parecía un juego macabro entre la vida y la muerte. << Calma, la tormenta es pasajera… >> Me repetía una y otra vez, pero luego mi propia conciencia me azotaba con las dudas y miedos << Eso dijo el capitán hace una hora y nada ha cambiado >> A pesar de que anímicamente el capitán nos había preparado para la tormenta, la realidad superó nuestras previsiones. Las olas, colosales y amenazadoras, nos sacudían con fuerza desmedida. La proa del barco, en ocasiones, se alzaba como queriendo desafiar al cielo y, en otras, se hundía en la negrura del océano como si la propia tierra nos rechazara.
En el barco, miradas de preocupación y temor se cruzaban entre los pasajeros. Las manos se aferraban a los bordes del navío como si la simple fuerza de la voluntad pudiera mantenernos a salvo. Los rostros, bañados por la lluvia, reflejaban la incertidumbre de un viaje que se deslizaba hacia lo desconocido.
El tiempo parecía ralentizarse, cada segundo se estiraba como una cuerda tensa a punto de romperse. La fragilidad de la embarcación era más evidente que nunca, y el temor se palpaba en el aire salado. << ¿Cómo es que hemos pasado de una costa tranquila a este violento enfrentamiento con la naturaleza? >>
Las horas se sucedían como una pesadilla interminable, y cada momento era una lucha por mantener el equilibrio y la esperanza. En la penumbra de la tormenta, la línea entre el cielo y el mar se desvanecía, sumiéndonos en una oscuridad casi total. No podía encontrar la calma, aunque lo intentaba tratando de concentrarme y enfocarme, pero la certeza de que estaba a merced de las fuerzas de la naturaleza se apoderaba de mí, y la única opción era dejarme llevar por la danza frenética de las olas.
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La embarcación se mecía violentamente en las furiosas olas que la azotaban, como si el mismo mar quisiera desgarrarla y devorarla con su furia. El cielo se oscurecía cada vez más, y los relámpagos iluminaban de manera intermitente un paisaje marítimo que se volvía cada vez más hostil. << No puede ser así como termine todo. No… puede… >> Aunque intentaba controlar mis emociones, desbordadas, mis pensamientos y mi propio cuerpo surgían, actuaban por encima de mi propia voluntad. Miré a mi alrededor buscando alguien en quién descargar mis emociones, como una niña que busca los brazos de su padre para hallar refugio, pero todos éramos como pequeñas presas ante un gigante hambriento.

A pesar de los intentos del experimentado capitán por mantener el control, el barco se encontraba en una batalla desigual contra la tormenta. Las lágrimas del cielo se confundían con las mías mientras permanecía agarrada a la barandilla, sintiendo cómo la esperanza se desvanecía con cada ola que chocaba con el casco. << Debí entrenar más, debí dejar de lado a esos desgraciados y centrarme en mí, centrarme en… en ser… f… >> Las lágrimas y la desesperación de aquella inevitable derrota sofocaron incluso mis pensamientos y no pude más que estallar en un grito de desesperanza, uniendo mi voz a las tantas de quienes ya habían rasgado el último hilo de su fe.
El viento aullaba como un lamento, entrelazándose con mis propios sollozos. Los pasajeros, quienes momentos atrás compartían risas y charlas, se aferraban a la cubierta, sus rostros desdibujados por el agua salada y la desesperación. La tragedia se cernía sobre nosotros, y el destino parecía estar inscrito en las olas que nos envolvían.
De repente, una ola colosal se elevó ante nosotros como un titán despiadado. El barco, que ya luchaba por mantenerse a flote, fue engullido por la furia del océano. << Es el fin, mi fin >> Mi vida entera pasó ante mis ojos, como un proyector de cine, pude ver cada uno de mis pasos, mis decisiones, mis errores, mis aciertos. El mundo entero se detuvo para mí unos instantes, mientras mi cuerpo se hundía en el inmenso mar. Un estruendoso crujido resonó en mis oídos, mezclándose con los gritos de los naufragantes. La embarcación se partió en dos, y la oscuridad del agua nos envolvió, dejando atrás un silencio sepulcral.

Cuando recuperé la conciencia, me encontré sola, flotando en un mar que había dejado de ser furioso para convertirse en un abrazo gélido. Los destellos distantes de los relámpagos revelaban fragmentos rotos del barco y cuerpos flotando en la negrura. El pesar se apoderó de mí mientras luchaba por mantenerme a flote, tanto física como emocionalmente. A la deriva en un océano despiadado, comprendí que la travesía que había iniciado con esperanza y determinación se había transformado en un sombrío viaje hacia la tragedia. La marca en mi mejilla parecía arder con la cruel ironía del destino, recordándome que, incluso en medio de la desolación, el pasado siempre seguía presente. << No perderé esta oportunidad, no esta vez. Se acabó. >> Así, entre las olas y los suspiros del océano, me enfrenté a la inevitable verdad de que el cambio, a veces, podía llevar consigo la más amarga de las pérdidas. En mi solitario naufragio, solo quedaba la oscura incertidumbre de lo que yacía más allá del horizonte invisible, una incertidumbre que se deslizaba en mi corazón como las sombras de la tormenta que me rodeaba.

Canalicé mi chakra, tratando de ignorar el dolor en mi espalda y en mis piernas, nada me detendría esta vez. Las aguas se habían calmado y, aunque podía ver a lo lejos la tormenta, tenía la posibilidad de caminar sobre el agua con la seguridad de no gastar mi energía en vano. Estaba a merced del océano, pero ahora las condiciones eran más favorables. - ¡¿Hay alguien aquí?! – Grité, al tiempo que mi cuerpo salía a la superficie del agua y comenzaba a caminar sobre esta. - ¡¿Hay alguien aquí?! – Esta vez pregunté con mayor entonación, alargando mis palabras y luego agudicé mis sentidos para poder escuchar, aunque fuera el más mínimo murmullo.
Avancé hacia los vestigios que flotaban, deslizándome con algo de incomodidad, - ¡¿Hay… - Antes de poder volver a preguntar, una mano emergió de la reinante oscuridad y se aferró a mi tobillo derecho. Con gemidos inarticulados y gestos desesperados, aquella criatura infantil intentaba comunicarse conmigo, pero yo no sabía cómo interpretarle – Por favor, - le dije, tomando sus manos con delicadeza – háblame despacio, con calma. – Me encontraba ahora de cuclillas, mirando a los ojos aquél pequeño que no podía hacérmelo saber con la eficacia de alguien que podía hacer uso de las palabras. Lejos estaba de poder intuir o adivinar que el pequeño era mudo, que aquellas señas o gestos eran un intento desesperado por comunicarme su afán. Así que simplemente se resignó a dejar los sonidos de lado y señaló con insistencia hacia una zona específica, en donde los reflejos de la luz a penas latente dejaban ver una de las mitades del barco, que poco a poco desapareció. – Ven conmigo. – Le dije, al tiempo que tiraba de él y lo alcé en mis brazos, era un jovencito más alto de lo que imaginaba, debido a su peso y a mi falta de experiencia en el uso del suimen hokou no gyou, perdí por un segundo el equilibrio. En cuanto me pude balancear con confianza, volví a correr con el jovencito abrazado a mi cuello mientras sus pies pendían sobre mi espalda.

De entre los restos del barco, había varias tablas de las cuales una serviría para que el pequeño flotase mientras yo volvía a sumergirme en las oscuras aguas. Bajo la estructura que se hundía pude ver una figura, la silueta de alguien que luchaba por liberarse del agarre de la estructura. Me acerqué a él y sin pensarlo, le di un fuerte golpe a la madera, haciendo que se partiese en dos, pero debido precisamente a mi falta de juicio, con el mismo impacto lastime la pierna del sujeto y el dolor le obligó a liberar un grito que acabó por obligarlo a tragar una tremenda bocanada de agua salada. << ¡Lo siento! >> Tan pronto como pude y con la dificultad que la tarea conllevaba, propulsé al hombre fuera del agua, donde debió haber vomitado dos o tres veces.

El cuerpo maltrecho del hombre le impedía nadar, no tenía fuerzas sino a penas para respirar y noté en su actitud que la única razón por la cual no se rendiría era aquél pequeño sin voz. – Iré a buscar a ver si hay más personas. -Les dije, antes de alejarme. En el trayecto, que fue corto, me aseguraba de no perder la orientación. Era una noche tan oscura que escasamente podía verse el mar gracias a los reflejos de los lejanos relámpagos, así que no podía darme el lujo de apartarme demasiado de los otros dos náufragos. Sin embargo, y pese a mi voluntad por ayudar a otros, no pude hacer nada por nadie más. La noche transcurrió con una mezcla de miedo y solidaridad. Utilizamos lo que quedaba de la embarcación para flotar y soportar el cansancio y recuperarnos de los golpes de la tormenta que aún rugía con furia en el exterior. Mientras el hombre se recuperaba lentamente, compartimos historias y experiencias. Esta sería una más para la siguiente oportunidad, pero algo estaba claro y era que yo jamás volvería a navegar, al menos no en el mar.

Con el amanecer, el mar mostró una calma que contrastaba con la tormenta de la noche anterior. La luz tenue del sol iluminó la playa, revelando el alcance de la devastación. Sin embargo, el hombre y su hijo, gracias a nuestra intervención conjunta, estaban a salvo en la orilla, listos para enfrentar un nuevo día. No sería tarea fácil identificar nuestro paradero, dado que no había un alma a la vista. Los restos del barco llegaban como cuentagotas a la costa, entre ellos algunos cuerpos de los desafortunados pasajeros con quienes compartí aquella terrible angustia. No pude evitar llorar al verlos, cada uno de ellos me recordaba a mí misma, mi fragilidad, << pude haber sido yo. >>

No sabía qué debíamos hacer ahora. – Tsuan, tienes la cadera rota, de esta forma no podrás caminar, ni siquiera arrastrarte. – Le dije, con la voz rasgada. Por un instante intentó levantarse, moverse y demostrar que podía, pero sólo se le escapó un gemido de dolor. – Sagato… - Dijo, dirigiéndose al pequeño. – Ve con ella, busca ayuda. – Luego me miró como suplicando, como intuyendo que los dejaría allí para salvarme y escapar de la carga que él suponía eran para mí. – No te vamos a dejar aquí sólo – repliqué y al tiempo Sagato negaba con fuerza ante las palabras de su padre. Él se quedó pasmado, no pude descifrar la expresión de su mirada, pero entendí que le preocupaba que el día entero su hijo tuviese que pasar bajo aquel sol abrasador sin buscar otra opción que la de una espera que podría ser infinita. Luego, estaba otra realidad más cruda, no contábamos con agua potable y mucho menos comida. Estábamos en una playa del desierto del País del Viento, esto estaba claro debido a la ausencia total de vegetación, de manera que no podíamos siquiera pensar en buscar provisiones.
- Hemos quedado a mitad de camino, en medio de la nada. – Agregué, tratando de encontrar dentro de mí la fuerza para transmitir a Tsuan. – Podemos tratar de ir al sur y desandar el trayecto. – continué, al mismo tiempo arrastraba dos tablones por la arena, para improvisar una suerte de trineo en el cual poder cargar a Tsuan. - Pero eso significaría que en algún punto tendremos que atravesar el estrecho que hay entre las costas de Marfil y el País del Viento. – Suspiré, tratando de concentrarme en los pros y en los contras de seguir el camino hacia el norte. – Por otro lado, - dije, sin saber con certeza la frase que formularía, pero fui interrumpida por él – Si seguimos hacia el norte, encontraremos la Bahía Verde… - hizo una pausa como para tratar de recuperar oxígeno, respiró profundo. – Pero yo seré una carga demasiado pesada, si me llevas con ustedes tomará al menos medio día, si es que… - jadeó – vas a necesitar energía para tolerar un viaje así, es imposible. Deben ir ustedes, yo esperaré la ayuda aquí.

En el fondo estaba de acuerdo con Tsuan, pero su estado de salud era preocupante, era evidente que el haber bebido agua del mar le estaba deshidratando con rapidez, además estaba incapacitado debido al golpe que recibió cuando la sección del bote en que viajaba se volcó. Me contó cómo había luchado tratando de balancear lo poco que quedó mientras trataba de desengancharse, pero todo empeoró cuando la estructura se dio vuelta y comenzó a hundirse bajo el agua. Yo llegué con el tiempo justo para sacarlo de ese infortunado apuro, pero ahora hacía falta movernos con rapidez para que pudiese recibir la ayuda médica apropiada.
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Última modificación: 04-02-2024, 12:55 AM por Teh.
Sin mediar más palabras, con habilidad y destreza, comencé a organizar los restos del naufragio en un rudimentario trineo. Utilicé maderas desprendidas, fragmentos de tela de los cuerpos y trozos de hilo metálico que llevaba en mi porta. La arena de la playa se convirtió en mi taller improvisado. Los hilos ninja, normalmente reservados para técnicas sigilosas y estratégicas, encontraron un nuevo propósito. Con cuidado y destreza, los anudé estratégicamente para asegurar las piezas del trineo. La resistencia de esos hilos ahora se traducía en la resistencia de nuestra esperanza, tejida con la misma habilidad con la que un ninja arma su destino.

Una vez completado el trineo, el siguiente desafío se presentó al cargar al Tsuan, el hombre herido, en él. La fragilidad de su cuerpo roto se volvía evidente con cada movimiento, pero no había tiempo para dudas. << Si lo dejo aquí podría morir deshidratado o incluso ser víctima de algún criminal… Este país no es famoso por la seguridad de la que gozan sus habitantes >>. El pequeño, a pesar de su silencio, observaba con ojos ansiosos y expectantes, sabiendo que cada esfuerzo estaba destinado a salvar a su padre.
Así, me coloqué en la posición de arrastre, utilizando todas mis habilidades físicas y mentales para avanzar por la costa irregular. Cada paso era un desafío, y el trineo pesado se hundía en la arena húmeda, << A este paso terminaré rompiéndome el hombro >> pensé, realmente preocupada ya que, aunque el hombre ya era pesado para mí, lo era aún más con la estructura de madera que había improvisado para transportarlo. Pero no permití que la fatiga venciera mi determinación, avancé paso a paso con la misma terquedad en que había cometido todos los errores de mi vida, una y otra vez.

El sonido de las olas, ahora más apaciguadas, se mezclaba con el crujir del trineo improvisado sobre la arena. El pequeño nos acompañaba en silencio, su mirada fija en su padre, cuya expresión transmitía dolor, pero también gratitud. A pesar de la adversidad, una extraña conexión se forjaba entre los tres, una alianza forjada en la lucha compartida por la supervivencia.
Después de horas de arduo esfuerzo, cuando la luz del día se marchitaba, finalmente alcanzamos el atracadero de barcos conocido como Bahía Verde. Lo vi a lo lejos como un espejismo, algo imposible << improbable… >> El nombre “Bahía Verde” adquirió un significado más profundo para mí, ya que la bahía se convirtió en un refugio esperanzador, el último paso que debía dar en esa lucha que había parecido interminable.
A medida que nos acercábamos, la forma de los barcos y el suave balanceo de las olas en el muelle se hicieron más evidentes. El resplandor de las farolas en la orilla iluminaba el contorno de la bahía, revelando pequeñas embarcaciones que se mecían al ritmo del mar. La llegada a este puerto fue como ser recibidos por un antiguo amigo que nos abre los brazos en medio de la oscuridad. Las velas de los barcos parecían susurrar historias de viajes lejanos y aventuras incontables. Nos sentíamos pequeños ante la inmensidad del océano, pero Bahía Verde nos ofrecía una pausa en nuestra travesía tumultuosa.

A medida que nos aproximábamos, la ansiedad y la incertidumbre que nos acompañó durante la tormenta empezó a desvanecerse, dejando lugar a la incertidumbre de qué nos depararía este nuevo refugio. ¿Encontraríamos ayuda? ¿Seríamos bienvenidos en este puerto amable? << Necesito agua, comida >> Decía para mis adentros, pero al tiempo el temor de no ser bien recibidos en aquellas tierras extranjeras me hacía arder el pecho por miedo y ansiedad.
Al llegar al muelle, una figura se recortó contra las luces tenues. Un anciano con el rostro surcado por líneas de experiencia y sabiduría se acercó, su mirada cargada de compasión. Sin que dijéramos una palabra, entendió que necesitábamos ayuda. Sus ojos se posaron en el hombre herido y su hijo, transmitiendo un entendimiento silencioso. - Bienvenidos a Bahía Verde, jóvenes viajeros. Veo que han pasado por momentos difíciles. - dijo el anciano con una voz serena, resonando con la calidez de la hospitalidad marina. De inmediato, como si se tratara del jefe del lugar, empezó a llamar a voces, dando órdenes para que fuésemos recibidos. Varios hombres salieron de una casa junto a cuya puerta estaba el anciano, sólo entonces me percaté que era un bar << el primer edificio de la villa costera es un bar, ¡qué vida tienen estas personas! >> Dije para mis adentros y no pude evitar sonreír con alivio. Dejé caer sobre la arena el lazo que me unía a mi carga, miré al hombre y a su hijo y supe que sería difícil olvidarlos.

El anciano organizó rápidamente la asistencia necesaria para el hombre herido, además a su hijo y a mi nos guiaron hacia una acogedora posada donde encontraríamos descanso. La solidaridad de esta comunidad marítima nos envolvió como una manta reconfortante, devolviéndonos la fe en la humanidad y en la posibilidad de encontrar apoyo en lugares inesperados. El respiro que experimentamos al llegar a Bahía Verde fue más que físico; fue un alivio para el alma. Después de toda la desolación que desgraciadamente había atestiguado, aquellos gestos humanos eran increíblemente reconfortantes.

El hombre perdió el conocimiento, parecía que había resistido con todas sus fuerzas durante ese viaje por el bien de su hijo, pero ya en ese momento se dejó rendir. Entre las personas que nos prestaron su ayuda, uno de ellos reconoció al herido y a su hijo, era el cuñado de aquel hombre. La posada, aunque modesta, ofrecía un ambiente cálido y reconfortante, lo que resultó ser un alivio después de la ardua jornada. A medida que los presentes ayudaban a acomodar al hombre herido, su cuñado expresaba su gratitud con una mezcla de alivio y preocupación. La esposa, al llegar, abrazó a su hijo con efusividad, su rostro reflejaba la alegría de tenerlo a salvo, pero también mostraba una sombra de ansiedad por la condición de su esposo.

Por mi parte, me sumergí en la tranquilidad de la penumbra que ofrecía la posada. Las lámparas titilaban, creando danzas de sombras en las paredes de madera desgastada. El aroma a madera y mar se fusionaba en el aire, proporcionando una sensación hogareña que me permitía relajarme por primera vez desde que inició mi viaje.

En la sala común de la posada, las risas y las historias de los parroquianos fluían como las olas del mar cercano. Opté por un rincón discreto, donde la penumbra y el rumor de las conversaciones ajenas me ofrecían un manto de anonimato reconfortante. Pedí una taza de té caliente, dejándome llevar por el vapor que ascendía en espirales hacia el techo. Mis pensamientos vagaron por la odisea de la noche anterior y de aquel día entero. Aunque no quería volver al lugar donde era atendido, un pequeño rincón de mi ser se preguntaba por la suerte del hombre herido.
Mientras comía, me asomé por la ventana, como un gato que observa apacible la luz mortecina de la noche. La ciudad costera, con su arquitectura marinera y el sonido constante de las gaviotas, brindaba el escenario perfecto para dejar volar la imaginación. Con el sonido del oleaje de fondo y el murmullo de conversaciones, me dejé envolver por la calidez de la posada, prometiéndome disfrutar de este breve respiro antes de ir de camino a la habitación que me habían preparado para dormir y recuperar mis fuerzas antes de continuar el viaje.
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Desperté con el primer resplandor del sol que se filtraba por las cortinas de la posada. La luz cálida acariciaba la habitación, invitándome a comenzar el día. Sin embargo, decidí darme un tiempo más, reconociendo la necesidad de recuperar fuerzas por completo antes de emprender la siguiente etapa de mi travesía. A pesar del calor asfixiante, logré sumergirme nuevamente en el sueño reparador. Sabía que nadie me esperaba en ningún lugar, así que no tenía prisa alguna por continuar mi viaje hacia ninguna parte. Sin embargo, aquel terrible clima del País del Viento era insoportable, además de los tantísimos crímenes impunes que ocurrían en su cotidianidad en aquella región, así que no debería quedarme mucho tiempo allí.
Al despertar por segunda vez, el reloj marcaba un avance considerable en el día. <<Casi todo el día durmiendo>>, murmuré para mí, sintiendo cierta mezcla de sorpresa y vergüenza por el tiempo invertido en el regazo de los sueños. Me levanté de un salto, lista para enfrentar lo que quedaba del día. La temperatura exterior era abrasadora, recordatorio constante de que estaba en las costas del desértico paisaje. La necesidad de un baño urgente me llevó a buscar una ducha disponible, donde el agua fresca lavó la pesadez de la noche y preparó mi espíritu para lo que vendría.

Con la mochila cargada de provisiones para la travesía, decidí abandonar la idea de subirme a otra embarcación. Mi resolución no se fundamentaba en la convicción de explorar nuevas sendas, sino en el miedo que me acaecía a partir del naufragio, había decidido que la primera y última vez que me subiría a un barco sería esa. Por lo tanto, empecé a indagar sobre los medios de transporte terrestres disponibles en la pintoresca localidad costera. La variedad de opciones se extendía ante mí: desde modestos carros tirados por animales hasta rutas comerciales con vehículos un poco más modernos. Evaluar las posibilidades me llevó más tiempo del que había anticipado, pues no quería caminar largas distancias que podrían suponerme horas o incluso días, en medio del desierto, lleno de parajes inhabitados y solitarios en los que podría morir deshidratada o en manos criminales.
Así que me decidí a pagar un billete de viaje, en un pequeño carro tirado por tres caballos, en cuya estructura viajaríamos 5 pasajeros. No era el medio más cómodo ni el más fresco, pero al menos dispondría de compañía e iría por una ruta conocida, al menos por el cochero, en caso de que algún evento negativo ocurriese.

El carro crujió levemente cuando subí a bordo, sintiendo el chirrido de la madera que evidenciaba los años de servicio del vehículo. El cochero, un hombre moreno y de avanzada edad, con una barba irregular, me saludó con una sonrisa cansada. Al abordar, noté la presencia de otros pasajeros, cada uno con su propia historia y razones para aventurarse en este viaje.
Mis ojos, acostumbrados a percibir más allá de las apariencias, identificaron a un hombre de gesto adusto que miraba fijamente por la ventanilla, sumido en sus pensamientos. Al otro lado, una mujer de edad avanzada cargaba un pesado saco que dejaba entrever objetos metálicos relucientes, desatando mi curiosidad sobre su contenido.

Con una brisa ligera acariciando mi rostro, el viaje comenzó y, junto a los demás pasajeros, me adentré en la vastedad del desierto. La inmensidad de las dunas se extendía a lo lejos, deslizándose como olas congeladas en el tiempo. Durante el trayecto, la monotonía del paisaje se veía interrumpida por la aparición de pequeñas caravanas y comerciantes que se desplazaban con cautela. Sin embargo, entre la arena y el horizonte distante, detecté la presencia de dos figuras que caminaban al margen del sendero.
Mi intuición se agudizó, alertándome sobre la posible amenaza que representaban. No eran viajeros comunes, sino individuos que se movían con sigilo, evitando ser detectados por los demás. Intrigada y cautelosa, decidí observar desde mi lugar, calculando cada uno de sus movimientos. El hombre de gesto adusto también parecía haber notado su presencia y mantenía la mano cerca de una empuñadura oculta bajo su atuendo.

A medida que el sol descendía en el horizonte, las sombras se alargaban y la tensión en el carro aumentaba. En un instante, los sospechosos se abalanzaron sobre nosotros, desencadenando un frenesí de caos y gritos en la caravana. – ¡Anciano infeliz detén el puto carro! – Gritó uno de los asaltantes, mientras su compañero con una envidiable destreza se montó en uno de los corceles y trataba de forzarlo a detenerse. - ¡Me roban mis caballos! – Gritó nuestro guía con desesperación y angustia, mientras tomé un arma de mi mochila, sin saber realmente qué haría a continuación.

El cochero manejaba las riendas con destreza, tratando de escapar del ataque. Los pasajeros, incluida yo, nos vimos envueltos en una danza frenética de esquivas y golpes. La mujer de edad avanzada desenvainó un cuchillo con destreza, demostrando que llevaba consigo algo más que simples pertenencias. Aunque todos estábamos preparados para enfrentar a aquellos sujetos, yo no sabía con total certeza cómo usar mis técnicas de ninjutsu, y de usarlas podría causar daños a todos a mi alrededor.

Así que me concentré únicamente en el sujeto que estaba por encima del carruaje, que gritaba improperios al anciano y amenazaba con arrancarle la cabeza. Era evidente su falta de astucia y habilidad, porque fácilmente podría haber bajado de allí y cortarle el cuello, pero a penas podía sostener su humanidad en el techo de la estructura de madera y casi era lanzado al camino con cada sacudida que daba el carro debido al forcejeo de los caballos por mantener el trote y los movimientos bruscos causados por su propio compañero, quien intentaba sin éxito detener el paso de los animales. Hice un silbido que lo sacó de toda concentración posible y soltó los bordes de los cuales se sostenía, cayendo irremediablemente.
La escaramuza se prolongó hasta que, finalmente, logramos repeler al segundo de los asaltantes. La anciana, a lo mejor una ninja con veteranía, lanzó su arma con tal precisión que traspasó la nuca del criminal, haciendo que su cuerpo quedase inmóvil y ocasionando su posterior e inevitable caída. Con la adrenalina aún palpable en el aire, la caravana siguió su marcha, dejando atrás la polvareda del enfrentamiento. En ningún momento se detuvo, nadie quería saber qué fue de la suerte de aquellos dos y mucho menos adivinar si había más asaltantes en la zona.

En ese momento, confirmé lo que había imaginado desde el inicio, que el viaje por el desierto no solo sería una travesía física, sino también un desafío para la supervivencia. <<He escuchado muchas historias sobre las cosas negativas que ocurren en este lugar, pero nunca imaginé que viviría algo parecido>> No pude darme el lujo de permitirle a mis pensamientos volar, ni enajenarme y relajarme como si quisiera que la marea de arena caliente me llevara por el camino, como cuando tenía viajes tranquilos y de los cuales podría gozar por la paz que se respiraba en los parajes recorridos, <<Este no es lugar para la calma, debo estar siempre alerta… Siempre>>
Salto de foro:

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