Volviendo a la arena Kaito vs Jikaro
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Los alrededores del Coliseo Sabakugami eran un hervidero de emoción y actividad. Desde lejos, Kaito podía percibir la mezcla de risas, gritos y la animada charla que resonaba en el aire caliente del desierto. El sol se cernía implacable sobre las altas paredes de arena, creando un paisaje deslumbrante que parecía vibrar con la intensidad del día. A medida que se acercaba al majestuoso coliseo, la imponente estructura se alzaba ante él, un testamento a la grandiosidad y la brutalidad de las competiciones que tenían lugar en su interior.

La entrada al coliseo estaba marcada por arcos majestuosos que se erguían como guardianes imponentes. En lo alto de cada arco, banderas coloridas ondeaban en la brisa, llevando los emblemas de los luchadores más destacados y las casas nobles que patrocinaban los eventos. El bullicio de la multitud se intensificaba a medida que Kaito se acercaba, anticipando la emoción que se desataría en el corazón de la arena.

Al cruzar el umbral del coliseo, una sensación palpable de electricidad recorrió su ser. La atmósfera vibraba con la anticipación de la acción que estaba a punto de presenciar. El zumbido de las conversaciones, los cánticos y los rugidos de la multitud se entrelazaban en una sinfonía peculiar, una que solo podía surgir en un lugar donde los guerreros se enfrentaban en batallas épicas.

Los muros del coliseo estaban adornados con elaboradas pinturas y relieves que contaban historias de héroes y villanos, de triunfos y tragedias que habían tenido lugar en la arena. Las gradas se extendían hacia arriba, llenas de espectadores que se amontonaban ansiosos por obtener una vista privilegiada de la contienda que estaba a punto de desarrollarse. Desde lo alto, los estandartes de las distintas casas nobles ondeaban con orgullo, cada uno simbolizando el apoyo a un gladiador específico.

Kaito avanzó por un corredor que lo llevaba más profundamente hacia el centro del coliseo. A su alrededor, podía sentir la energía intensa que emanaba de los competidores, guerreros de diversas habilidades y orígenes que se preparaban para enfrentarse en combate. Los sonidos de las armas chocando en el entrenamiento resonaban en el aire, creando una sinfonía metálica que reverberaba en los huesos.

Finalmente, emergió en la arena misma. El suelo árido estaba marcado con líneas que delineaban el campo de batalla, y en el centro, un pedestal elevado aguardaba al próximo vencedor. Desde las altas gradas, la multitud observaba con ojos expectantes, esperando el espectáculo que estaba por comenzar. Los reflectores iluminaban el espacio, centrándose en la plataforma central donde los gladiadores se destacarían.

La atención se centró en Kaito cuando ingresó a la arena. La multitud rugió en una mezcla de aclamaciones y especulaciones. Aquellos que conocían su reputación como habilidoso shinobi seguramente esperaban una exhibición impactante. 

A medida que avanzaba hacia el pedestal central, Kaito podía sentir la intensidad del escrutinio de la multitud. Los ojos de la gente lo evaluaban, tratando de discernir la fuerza que yacía tras su aparente serenidad. Era un forastero en un terreno donde la lealtad y la destreza marcial eran honradas y desafiadas en igual medida.

En el pedestal, Kaito se detuvo, sus ojos recorriendo la extensión de la arena. El rugido de la multitud alcanzó su punto máximo, un coro ensordecedor que resonaba en sus oídos. Se sentía como si estuviera en el ojo de un huracán de emoción y anticipación.

El anunciador del coliseo, ataviado con ropajes ostentosos, tomó un micrófono y elevó su voz por encima del estruendo de la multitud. —¡Ladies y caballeros! ¡Demos la bienvenida al marionetista errante, Kaaaito Chikamatsu! —proclamó, desencadenando una nueva oleada de ovaciones.

Kaito se preparó mentalmente para la batalla que lo esperaba. Sabía que en ese lugar de desafío y honor, cada movimiento sería observado, cada estrategia evaluada. En el Coliseo Sabakugami, el destino de los guerreros se forjaba en el crisol de la competencia, y Kaito estaba listo para dejar su huella en esa arena ardiente.
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