- ¡Bienvenidos, bienvenidos sean todos, damas y caballeros, al Festival de la Víspera del Solsticio de Invierno! – La voz de aquel showman se proyectaba entre la muchedumbre. No era más que un artista callejero, uno de tantos otros, que tenía preparado su propio espectáculo en aquella noche. Sin embargo, este parecía tener ya cierta veteranía en el oficio callejero y tal vez por ello destacaba más que otros entre tantos posibles atractivos que el festival ofrecía. Vestido con un traje rojo con remaches dorados y brillantes, con un llamativo bigote y un abanico en la mano que aleteaba al ritmo de sus palabras, parecía –sin serlo- el protagonista de aquella alegre noche en Kirigakure no Sato.
La multitud se había arremolinado ya alrededor del showman. Otros tantos, sin embargo, pasaban de largo como buenamente podían, pues la afluencia de personas era mucho más elevada que en un día normal. ¡Era el Festival de la Víspera del Solsticio de Invierno! Y bien podría tener un nombre más corto… Fuera como fuere, este festival era ya un habitual no solo en Kirigakure no Sato sino en todo el País del Agua. Días festivos que se alargaban durante toda una semana anticipando, como bien decía su nombre, la llegada de la fría estación. La estampa, el ambiente y la energía, sin embargo, no podía ser más cálida.
Las calles estaban abarrotadas. Puestos de comida por doquier hacían casi imposible no querer gastar algunos ahorros en uno u otro manjar, y es que el olor a algodón de azúcar en una esquina, a palomitas de mantequilla en otra, a yakisoba recién hecho en otra… Abrían el apetito a cualquiera.
Además del showman que quién sabe qué espectáculo iba a ofrecer, otros tantos artistas y artesanos callejeros exponían su arte, habilidades o mercancía. Un ágil y joven muchacho subido en un improvisado escenario con cuatro tablas de madera hacía un aparente espectáculo visual con pompas de agua, una entrañable anciana vendía abalorios artesanales hechos a mano, un acróbata en zancos paseaba entre la multitud haciendo el gamberro y consiguiendo las sonrisas de los más pequeños… Todo ello en una Kirigakure no Sato que, si bien no iba esa noche a dejar de ser oscura e inundada por la niebla y la humedad, se bañaba en el calor de la luz de faroles tradicionales que colgaban de cada farola, cada balcón y cada puesto callejero.
Shozo estaba más que contento. Esos días tan especiales para la aldea le llenaban de orgullo como adorador de la más tradicional Kirigakure no Sato que era. No había un año que no dedicara, al menos un día o dos, a dar un paseo por el centro para atesorar otros doce meses aquel recuerdo. Por ello, caminaba con una sonrisa en su rostro. Una sonrisa sincera, por mucho que la gente se empeñara a decir que esta era siniestra y aparentemente fingida. No, no era el caso. Incluso cuando dejaba que en sus labios reposara el cigarro encendido al que de cuando en cuando daba una calada, seguía manteniendo esa sonrisa.
El filtro de ese cigarro siempre terminaba algo manchado de carmín dado el maquillaje del shinobi. Para aquella noche especial había optado por pintar sus labios como de costumbre y había hecho una marca similar a una “X” de colores azules tibios en su mejilla derecha. Un poco de sombra de ojos y listo. No estuvo tan acertado con su vestimenta, claro está, pues la ocasión era ideal para llevar un traje tradicional blanco, largo y holgado, como el que él llevaba, pero… poner encima del mismo, sobre sus hombros, ese abrigo de pluma negro que siempre llevaba consigo, desentonaba bastante. Al menos aquel día había tenido la decencia de dejar en casa sus gorros de dormir.
Absorto en sus pensamientos, de vez en cuando chasqueaba la lengua con disgusto cuando alzaba la vista y veía hondear las banderas del Imperio. Al fin y al cabo, era la época en la que le había tocado vivir. Sí, todo aquel festival era solo fachada, al menos hasta que consiguieran cambiar las cosas en el País del Agua.
- ¡Al ladrón! – Por suerte, no tuvo demasiado tiempo para aquellos pensamientos negativos. El grito de un hombre, propietario de uno de aquellos puestos de comida, le hizo girar el cuello como un resorte. - ¡Que alguien lo pare! – El hombre, de aspecto rudo y trabajador, con una barba mal dejada y unos cincuenta años a su espalda, dejaba a su mujer en el puesto en el que estaba trabajando aquella noche para echar a correr mientras se quitaba el delantal detrás de… Un niño. Un niño pálido y famélico aunque de pelo oscuro que no alcanzaría los siete u ocho años y sin embargo corría como el viento con un saco de manzanas que había robado, aparentemente, a aquel hombre. Manzanas que habrían sido untadas en caramelo si no se las hubiera llevado aquel chaval, pues de eso era el puesto del tipo del delantal.
Shozo entornó los ojos por un instante. No tenía nada en contra de aquel hombre, pero menos aún de aquel niño muerto de hambre. Viendo como ambos corrían en su dirección esquivando a la gente, él simplemente se puso en medio del camino del cocinero fingiendo chocar con el y pasando su cigarro por el pecho de la camiseta bajo su delantal.
- ¡Uah! Qué torpeza la mía, perdón, perdón… - Actuaba mientras sacudía con la mano el pecho de aquel hombre, quitando la ceniza de su camiseta aunque sin poder con ello solucionar el agujero que había dejado en la misma. Con aquel gesto seguía disimulando para dar ventaja al muchacho.
- Pero, ¿qué…? – El hombre se mosqueó e intentó zafarse. – D… Da igual, ¡mis manzanas! ¡Que alguien lo…! – Elevaba la voz, pero pronto sería interrumpido de nuevo por un Shozo que fingiría no darse cuenta de lo que pasaba e incluso se esforzaba por gritar más que él para asegurarse de que nadie le obedecía.
- De veras, discúlpeme, ¿le he hecho daño? Qué torpe, que torpe… - Seguía bloqueando su paso y no dejaba de, como si de una pluma se tratase, frotar el “chinazo” de aquel cigarro.
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