[FlashBack] 30 de Ichigatsu
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 30 de Ichigatsu: Fortaleza Shoseki



El humo de los alrededores envolvía la Fortaleza Shoseki en un manto oscuro, solo interrumpido por la luz de las antorchas y las llamas que parpadeaban esporádicamente en la periferia de los pasillos. El sonido de las pisadas resonaba en los corredores mientras Uchiha Muken avanzaba con determinación hacia la zona donde se libraba un feroz enfrentamiento. Casi llegando a las celdas principales, Muken se encontró frente a frente con siete individuos encapuchados, figuras sombrías que representaban la amenaza rebelde. El joven Uchiha no vaciló. Sus ojos negros, intensos y penetrantes, reflejaban la chispa de la batalla inminente. Las llamas de las antorchas destellaban en su rostro, delineando la expresión decidida y fría que se apoderaba de él.

El primer rebelde atacó con rapidez, pero Muken esquivó sus golpes con movimientos ágiles y precisos. Un giro rápido y un barrido de su pierna enviaron al oponente al suelo. Sin darle respiro, Muken se enfrentó al siguiente adversario con una elegante serie de movimientos de taijutsu. Su agilidad y destreza eran evidentes mientras evitaba y contraatacaba con golpes certeros. Los otros rebeldes rodearon a Muken, pero su destreza en el combate cuerpo a cuerpo era asombrosa. Cada movimiento suyo era un baile letal, una danza de destreza marcial que dejaba atónitos a sus oponentes. Utilizando su Sharingan, anticipaba los movimientos de los rebeldes, convirtiendo la pelea en una coreografía mortal. En el fragor de la batalla, Muken desató su verdadera personalidad. El ambiente se cargó con una energía oscura y sádica mientras el joven Uchiha se sumergía en su alter ego más peligroso. Con una risa despiadada, Muken intensificó sus ataques, desarmó a sus oponentes con facilidad y los dejó en el suelo, derrotados y desorientados.

Muken, con la energía de la batalla aún palpitando en sus venas, avanzaba por los intrincados pasillos de la Fortaleza Shoseki. Su paso era sigiloso, y su Sharingan estaba atento a cualquier indicio de peligro. La oscura dualidad que residía en él se mantenía latente, un recordatorio constante de la delgada línea que separaba su yo apacible del demonio interior. Los rebeldes seguían siendo una amenaza persistente, infiltrándose en la fortaleza para liberar a sus compañeros. Sin embargo, Muken se interponía en su camino con una mezcla de astucia y brutalidad. Cada encuentro era una danza mortífera, con Muken utilizando su destreza en el combate cuerpo a cuerpo y su Sharingan para anticipar los movimientos de sus adversarios. A medida que avanzaba, se dio cuenta de que los rebeldes parecían conocer la fortaleza más de lo que deberían. Cada intento de liberar a prisioneros estaba sincronizado y coordinado, como si tuvieran información interna. La intriga crecía en Muken mientras descendía por los niveles de la fortaleza. Bajó escaleras oscuras y pasó por pasillos iluminados solo por la luz de las antorchas. Los sonidos de la batalla resonaban en las paredes de piedra, indicando que la lucha aún continuaba en otros rincones de la fortaleza. Muken, con su aguda percepción, siguió los rastros de chakra de los rebeldes, descendiendo cada vez más profundo en las entrañas de Shoseki. A medida que avanzaba, se encontró con celdas más resguardadas, diseñadas para contener a los prisioneros más peligrosos. Puertas de acero macizo y sellos de contención indicaban la seriedad de los residentes de estas celdas. Muken sabía que la situación se volvía más crítica a medida que se adentraba en lo más profundo de la fortaleza. De repente, se encontró con una puerta sellada con chakra, un sello potente que advertía de la peligrosidad que yacía detrás. Sin dudar, Muken liberó el sello con una serie de sellos de mano expertos y empujó la pesada puerta. Lo que descubrió dentro fue un conjunto de celdas de máxima seguridad, albergando a los ninjas más peligrosos que la fortaleza había capturado. Entre las celdas, Muken identificó a algunos conocidos criminales: asesinos a sueldo, traidores y ninjas renegados. La atmósfera se volvió tensa cuando los cautivos notaron la presencia de Muken. Miradas frías y desafiantes se cruzaron entre ellos, mientras Muken evaluaba la situación. Entonces, un rebelde aprovechó la distracción y atacó desde las sombras. Muken reaccionó instantáneamente, desviando el ataque con su Sharingan activado. Una breve pero intensa escaramuza se desató en el nivel más profundo de la fortaleza. Los criminales encarcelados, aprovechando la oportunidad, intentaron liberarse, y Muken se vio atrapado en el caos. La batalla se volvió más compleja cuando los rebeldes, apoyados por los prisioneros liberados, intensificaron sus esfuerzos para subyugar a Muken. El joven Uchiha, sin embargo, desplegó su completa habilidad, combinando jutsus de fuego y movimientos ágiles para enfrentar la amenaza doble. La danza del combate resonó en las celdas, con Muken luchando contra una amalgama de enemigos. Su Sharingan brillaba con intensidad, anticipando cada movimiento. A pesar de la complejidad de la situación, Muken logró mantener su calma, adaptándose a las diversas tácticas de sus oponentes. Mientras tanto, las celdas se abrían una tras otra, liberando a ninjas peligrosos que se unían al conflicto. La fortaleza Shoseki, en su núcleo más oscuro, se convirtió en un campo de batalla caótico. La luz de las antorchas parpadeaba, reflejando en las armas y en los ojos de los contendientes.

A medida que el enfrentamiento continuaba, Muken se encontró contra la pared. La despiadada combinación de los rebeldes y los criminales liberados amenazaba con abrumarlo. Sin embargo, en ese momento crítico, cuando la oscura dualidad de Muken luchaba por encontrar un equilibrio, un inesperado respiro llegó desde las sombras de la fortaleza. Desde los pasillos laterales emergieron refuerzos de la fortaleza Shoseki, shinobis veteranos cuyas habilidades habían sido afiladas por años de servicio. Su entrada fue como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Los oponentes, ahora rodeados, se encontraron enfrentando no solo al enigmático Muken sino también a una coalición formidable de fuerzas leales a la fortaleza. La batalla se intensificó a medida que los refuerzos demostraban su valía. Cada choque de espadas, cada estallido de chakra, creaba un espectáculo sangriento en el corazón de Shoseki. Los rebeldes y criminales liberados se vieron superados por la experiencia y la destreza de los refuerzos, pero no se rendían fácilmente. Las antorchas parpadeaban, iluminando la escena surrealista de una batalla brutal en el lugar más profundo de la fortaleza. Las celdas, que antes albergaban la oscuridad encerrada, se convirtieron en testigos mudos de la furia desatada. Muken, ahora apoyado por sus camaradas, aprovechó la oportunidad para demostrar su maestría en el combate. Su espada parpadeaba con destreza mortal mientras enfrentaba a múltiples adversarios simultáneamente. No había lugar para la piedad; la única música que resonaba en el aire era el choque de metal y el grito de los combatientes. El suelo se manchó de rojo a medida que la batalla se volvía cada vez más sangrienta. Algunos ninjas, tanto del lado de Muken como del bando opuesto, sufrían heridas serias. Los chirridos de dolor se mezclaban con los rugidos de la lucha, creando una sinfonía discordante que llenaba la oscura fortaleza. Los jutsus se desataron en el lugar, pero los shinobis expertos manejaban sus técnicas con precisión para minimizar el daño colateral. Murmullos de sellos de mano resonaban en las paredes de piedra, invocando relámpagos, proyectiles de fuego y ondas de choque controladas. La fortaleza temblaba, pero su estructura se mantenía firme. El líder rebelde, un individuo imponente con una cicatriz en el rostro, lideró un último intento desesperado. Utilizando su propio chakra oscuro, desató una técnica prohibida que alteró la realidad misma. Las sombras cobraron vida, envolviendo a los oponentes en una danza caótica de ilusiones mortales. Fue en este momento crítico cuando Muken, ahora consciente de su papel como defensor de Shoseki, se convirtió en un faro de determinación. Liderando a los shinobis de la fortaleza, resistió la embestida de las ilusiones con astucia y fuerza de voluntad. Las sombras retrocedieron, revelando la realidad cruda de la contienda. La batalla no tenía un claro ganador; más bien, se convirtió en un enfrentamiento prolongado y caótico.

Hasta hace unos minutos el silencio descendió sobre la fortaleza Shoseki cuando la entrada de los refuerzos cambió el curso de la batalla. Los rebeldes y criminales liberados, obligados a reagruparse, se encontraron con la resistencia reforzada de los shinobis de la fortaleza. Mientras las sombras de la noche se retiraban ante la luz del amanecer, la atención se centró en un duelo singular que estaba a punto de desplegarse en medio del caos. En el corazón de la fortaleza, Uchiha Muken se preparó para enfrentarse a un prisionero de la sección especial, un individuo inmortal y devoto seguidor de Jashin, un dios que había aterrorizado el mundo años atrás. Muken, con su Sharingan ardiendo de determinación, se encontró cara a cara con este adversario formidable. El prisionero, vestido con harapos que apenas ocultaban su figura esbelta, emanaba una presencia siniestra. Sus ojos eran vacíos, sin la chispa de la vida, y su sonrisa retorcida denotaba la naturaleza inmortal que poseía. El silencio previo al enfrentamiento era tenso, lleno de anticipación y un presentimiento de violencia inminente. La batalla comenzó con una ferocidad inesperada. El prisionero se movía con una agilidad sorprendente, esquivando los ataques iniciales de Muken con gracia y facilidad. El Uchiha, por su parte, desplegó una serie de taijutsus y movimientos de espada en un intento de sopesar la resistencia aparentemente inagotable de su oponente. Muken, consciente de que enfrentaba a alguien más allá de lo mortal, decidió desatar su habilidad con el fuego. Formó sellos de mano rápidos y exhaló con fuerza, creando una bola de fuego masiva con su técnica Goukakyuu no Jutsu. La esfera ardiente se lanzó hacia el prisionero, iluminando el lugar con su resplandor crepitante. Sin embargo, el prisionero pareció absorber el fuego en lugar de ser consumido por él. Muken, desconcertado, observó cómo las llamas danzaban alrededor de su oponente sin infligirle daño. Fue entonces cuando se dio cuenta de que este ser inmortal tenía el favor de Jashin, un dios que desafiaba las leyes naturales. La pelea continuó con una serie de intercambios rápidos y letales. Muken intentaba infructuosamente encontrar la vulnerabilidad de su adversario, pero el prisionero esquivaba y contraatacaba con una destreza que desafiaba la lógica. La tensión en el aire se espesaba, y los demás shinobis observaban en silencio, sintiendo la presión de una lucha que desafiaba las expectativas. En un intento desesperado por obtener ventaja, Muken se apartó, creando distancia entre él y su adversario. Formó sellos de mano con rapidez, invocando su técnica más potente: Ryu Kabe no Jutsu. De las llamas que danzaban a su alrededor surgió un dragón de fuego, rugiendo con intensidad mientras se dirigía hacia el prisionero. Muken, con una velocidad asombrosa, se movió hacia su oponente y ejecutó una serie de sellos de mano. En un movimiento fluido, lanzó un proyectil que se enredó en las piernas del prisionero, anclándolo firmemente al suelo. El preso luchó contra las llamas que lo envolvían, pero la fuerza del ataque de Muken era abrumadora. Con el prisionero momentáneamente inmovilizado, Muken se posicionó a una distancia segura y ejecutó el Ryu Kabe no Jutsu. El dragón de fuego se lanzó hacia el prisionero, envolviéndolo en llamas furiosas. Las llamas rugían y retorcían, consumiendo el lugar mientras la intensidad de la pelea alcanzaba un nuevo clímax. El prisionero, atrapado entre las llamas y el suelo, resistía con ferocidad sobrenatural. Muken, con sus ojos centrados en la batalla, observó la resistencia aparentemente interminable de su oponente. La sorpresa y la incredulidad se reflejaron en su rostro cuando, después de que las llamas se disiparon, el prisionero se puso en pie, indemne y sin una sola quemadura en su piel. Fue entonces cuando Muken comprendió la verdadera naturaleza de su adversario. El prisionero, seguidor de Jashin, era inmortal. Incluso cortarle la cabeza no sería suficiente para detenerlo, como lo demostró cuando levantó su propia cabeza cortada y la volvió a colocar en su cuello con una risa siniestra. La batalla alcanzó un nivel de surrealismo que desafiaba la lógica. Muken, ahora enfrentándose a un ser inmortal, sintió una mezcla de horror y determinación. Era consciente de que enfrentaba a algo que trascendía las leyes normales de la vida y la muerte. Decidió cambiar su enfoque y, en un ataque arriesgado, ejecutó el Raikiri, canalizando una gran cantidad de chakra eléctrico en su mano. La velocidad del ataque fue impresionante, y Muken atravesó el corazón del prisionero con una precisión letal. La mirada del prisionero se volvió vacía mientras la electricidad recorría su cuerpo inmortal. La escena quedó congelada por un instante, el prisionero sintiendo el aguijón de la muerte de una manera que nunca había experimentado. Muken lo observó a los ojos, su propio rostro reflejando la gravedad de la situación. El prisionero, con sangre brotando de su boca, finalmente cayó al suelo, derrotado en un sentido que su inmortalidad no podía mitigar. La fortaleza Shoseki, después de haber resistido un asalto implacable, estaba marcada por el caos y la violencia. Muken, envuelto en la dualidad de su propia naturaleza, observó el cuerpo del prisionero inmortal aliviado esperando a que no se levantara por un tiempo.
 
Muken se encontraba en el centro del silencio que siguió a la cruenta batalla. El aire pesado estaba cargado de un agotamiento palpable, y aunque su figura permanecía erguida, su cuerpo llevaba las marcas del incesante desgaste físico y la extenuación causada por el gasto excesivo de chakra. Los ojos del Uchiha, normalmente alerta y penetrantes, reflejaban ahora un atisbo de fatiga que no podía ocultar. El cansancio se manifestaba en cada fibra de su ser. Cada músculo, cada articulación, gemía con la tensión acumulada de las batallas sucesivas. La ropa que vestía, antes impecable, estaba ahora desgarrada y manchada con el polvo y la sangre de los enfrentamientos. La esencia de las llamas que ardían a su alrededor parecía haberse desvanecido, dejando solo el eco de la intensidad que había marcado cada uno de sus movimientos. El chakra, esa fuerza vital que los shinobis utilizan para ejecutar sus técnicas más poderosas, había sido agotado más allá de los límites normales. Muken podía sentir cómo la energía que normalmente fluía libremente a través de su cuerpo ahora se movía con lentitud, como un río que había perdido su fuerza. Cada técnica, cada sellos de mano, le había exigido una cuota considerable, y las reservas de su chakra estaban en peligro de agotarse por completo. Las llamas de su Sharingan, que antes ardían con intensidad, ahora centelleaban débilmente. Era un recordatorio visual de la tensión constante que había puesto en sus habilidades visuales, anticipando cada movimiento y leyendo las tácticas de sus oponentes. Aquellos ojos, heredados de su linaje Uchiha, mostraban signos de fatiga mientras la lucha se extendía. Su respiración, una vez rítmica y controlada, ahora era profunda y irregular. Cada inhalación resonaba en su pecho como un eco de la lucha intensa que había librado. Cada exhalación llevaba consigo no solo el aire agotado de sus pulmones, sino también el peso de las decisiones difíciles y las tácticas calculadas que habían marcado cada uno de sus movimientos. La fatiga mental se entrelazaba con el agotamiento físico. La constante necesidad de evaluar estrategias, anticipar ataques y tomar decisiones en fracciones de segundo había desgastado la claridad de su mente. Aunque intentaba mantener su enfoque, los pensamientos parecían tambalearse en el límite de su conciencia, como sombras que se deslizaban en los rincones oscuros de su mente. El entorno a su alrededor, que antes había sido el escenario de la batalla, se volvía borroso y distante. El sonido de las llamas crepitantes y los susurros lejanos de la fortaleza se volvían distorsionados, como si estuviera atrapado en un sueño interminable. La realidad misma parecía desdibujarse mientras el agotamiento se apoderaba de él. Muken, sin embargo, resistía. Su voluntad, forjada en las llamas de las adversidades y las pérdidas, se mantenía firme. Cada paso que daba, aunque pesado, llevaba consigo la determinación de proteger la fortaleza que ahora estaba sumida en el silencio post-batalla. La dualidad dentro de él, la lucha entre la oscuridad y la luz, se reflejaba en su expresión fatigada pero resuelta. A pesar del cansancio evidente, Muken seguía siendo un guerrero formidable. La mirada de sus ojos, aunque empañada por la fatiga, aún conservaba la chispa de la voluntad. Sus manos, que sostenían la espada con firmeza, no temblaban, a pesar de la tensión acumulada. Era un recordatorio de la tenacidad inherente a su naturaleza como shinobi. La fortaleza Shoseki, aunque marcada por el caos, se mantenía en pie. Los cuerpos de los enemigos caídos yacían como testigos mudos de la lucha que se había librado. Muken, en medio del agotamiento que se cernía sobre él, permanecía como un guardián en la encrucijada entre el pasado y el futuro incierto. El cansancio, ese enemigo invisible pero implacable, había dejado su marca en Uchiha Muken. Aunque cada músculo gritaba por descanso y cada reserva de chakra se agotaba, el guerrero se mantenía de pie. La fatiga no había derrotado su espíritu, y mientras contemplaba el campo de batalla, una sombra de determinación brilló en sus ojos.

El silencio envolvía la fortaleza Shoseki como una manta oscura después de la feroz batalla. Muken, exhausto pero aún de pie, se sumía en el cansancio que resonaba en cada fibra de su ser. Los demás shinobis, aunque victoriosos, compartían la fatiga que colgaba en el aire. Sin embargo, en medio de la quietud, algo siniestro se gestaba en las sombras. Un susurro apenas perceptible se deslizó por el aire, una traición a la paz momentánea que se había instalado en la fortaleza. Alguien, oculto entre las sombras de las paredes desgastadas, acechaba en silencio. Un preso, el mismo que Muken había enfrentado en una batalla que desafiaba las leyes de la vida y la muerte, emergió de la penumbra. Con sigilo y astucia, el prisionero inmortal avanzó hacia Muken, quien, ajeno a la amenaza que se cernía sobre él, estaba completamente absorto en la fatiga de la batalla. Los ojos del Uchiha, normalmente alerta, habían perdido su intensidad, y su postura reflejaba la extenuación de las luchas sucesivas. En un movimiento calculado, el prisionero levantó su mano y, con una precisión quirúrgica, golpeó la nuca de Muken. El impacto fue rápido y certero, un golpe destinado a dejar inconsciente al Uchiha sin que este tuviera la oportunidad de defenderse. El sonido sordo del golpe resonó en la quietud de la fortaleza, un eco de traición que cortó el aire. Muken, sin previo aviso, se desplomó al suelo como un títere con sus cuerdas cortadas. La fuerza de la batalla, el agotamiento físico y el inesperado ataque se combinaron para dejarlo vulnerable y sin capacidad de respuesta. El prisionero inmortal, con una sonrisa maliciosa, se inclinó sobre el cuerpo inconsciente de Muken. La sorpresa se reflejó en los rostros de aquellos que presenciaron la repentina traición. La fortaleza, que había resistido la embestida de los rebeldes y criminales liberados, ahora se encontraba amenazada desde adentro. El prisionero, aprovechando la confusión momentánea, se movió con una agilidad sobrenatural, cargando el cuerpo inerte de Muken sobre sus hombros. La retirada del prisionero fue tan sigilosa como su ataque inicial. Se deslizó entre las sombras de los pasillos, esquivando a los shinobis que aún se recuperaban de la batalla. La quietud de la fortaleza se rompió por el sonido amortiguado de pasos rápidos y decididos que se alejaban. Los demás, al percatarse de la desaparición de Muken, reaccionaron con un desconcierto creciente. La traición en sus propias filas había sacudido la confianza que habían depositado en la victoria. Algunos shinobis corrieron hacia la salida, intentando interceptar al prisionero antes de que lograra escapar con su valioso prisionero. Sin embargo, la habilidad del prisionero inmortal demostró ser formidable. Sorteó los intentos de interceptación con una destreza que desafiaba la comprensión, moviéndose con una velocidad y agilidad que parecían no tener límites. La fortaleza, que antes había sido el bastión de la resistencia, ahora se veía invadida por la sombra de la traición. Finalmente, cuando los shinobis se dieron cuenta de la magnitud de la situación, el prisionero inmortal había alcanzado la salida. La puerta se cerró tras él, dejando a los defensores de la fortaleza impotentes ante la fuga sorpresiva. La noche, que había traído la victoria efímera, se desvaneció en la oscuridad de la traición. La revelación final llegó cuando, en un rincón de la fortaleza, una sombra emergió de las sombras. El prisionero inmortal, ahora fuera de peligro y con una risa burlona, mostró el rostro de Muken, aún inconsciente, a aquellos que quedaban atrás. La verdad se manifestó de manera brutal: la traición había sido orquestada por el mismo prisionero que se suponía había sido derrotado. Con un último vistazo desafiante, el prisionero inmortal desapareció en la negrura de la noche, llevándose consigo el cuerpo de Muken. La fortaleza Shoseki, marcada por la victoria y la traición, quedó sumida en la incertidumbre. La dualidad de Muken, que había enfrentado las sombras dentro y fuera de sí mismo, ahora se veía reflejada en el giro inesperado de los acontecimientos.

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