De nuevo un trabajo más. Era temprano, quizás demasiado temprano para su gusto, pero no reprochaba nada. Su madre dormía en el cuarto de al lado, uno de los pocos días en la semana donde la mujer podía estar en su hogar descansando de los tratamientos exhaustivos a los que se enfrentaba cada semana. Cuando Tokuma se enteró de la enfermedad de su madre pensó que no era nada serio. Los avances en la medicina, además de la utilización de técnicas sofisticadas capaces de recrear partes apuntadas del cuerpo como las extremidades. Aún con todo el avance en la medicina, propulsado por la rama militar de la aldea, nadie había encontrado la cura a una enfermedad genética que poco a poco consumía a su madre. Lo único que, en tres años de tratamiento, habían logrado era calmar el dolor y la angustia de una mujer que se aceraba cada vez más a los cincuenta.
Sus manos buscaron dentro de la caja de herramientas sin hacer mucho ruido, no quería despertar a la mujer que dormía profundamente. Tampoco tenía la intención de salir sin tener las herramientas necesarias; cada vez que eso sucedía terminaba gastando dinero en comprar las herramientas en el momento y eso disminuía considerablemente sus ganancias — Dónde demonios dejé la mandarria… — buscaba con intención, concentrado, ya que la luz de la sala estaba apagada y dependía seriamente de su tacto para encontrar lo que buscaba.
Eventualmente encontró todas las herramientas que creía necesitar. Aquel día le habían contratado para trabajar en una reparación simple en una de las zonas más alejadas de la aldea — Tengo que pasar a buscar la escalera por dónde Takashi. — Musitó, recordándose a sí mismo que ese día iba a trabajar en la reparación de un techo, pero no cualquier techo, repararía el techo del templo budista más importante dentro de la aldea. Takashi no era más que un compañero de la obra, quién vivía cerca para la suerte del carpintero — ¡Listo! — Exclamó finalmente.
Ya fuera del apartamento verificó que todo lo que necesitaba estaba dentro de aquel estuche reforzado por una capa de cuero gruesa color marrón oscuro. Dicho estuche, el mismo que llevaba usando desde hace casi una década, era de un tamaño considerable, pesando casi diez kilos contemplaba una correa ancha, de cuero, la cual Tokuma utilizaba para engancharse el bulto en su hombro derecho. Vestía igual que siempre; pantalones color marrón claro, camisa maga larga blanca de lino con cuello en forma de ‘v’ que mantenía levemente atado con un cordón de cuero. Botas de cuero de un marrón aún más oscuro que sus pantalones; altas, pero no tan altas como sus botas militares. Un cinturón de herramientas sujetaba los pantalones en su lugar, la escalera la sujetaba con la mano izquierda, usando el hombro como apoyo según fuera necesario.
Llegó al templo en poco tiempo, más no comenzó a trabajar inmediatamente. Antes de trabajar, necesitaba comer algo. Dejó las herramientas dentro del lugar junto a la escalera, y fue al puesto de comida más cerca donde consiguió algo de comida caliente. El invierno se adentraba más y más en el País del Fuego, lo que hacía disfrutar aún más de una buena sopa por la mañana. Ya con el estómago lleno colocó la escalera justo enfrente de la entrada al templo — A ver con qué estoy lidiando. — murmuró, la primera etapa del trabajo era inspeccionar el techo para saber que tanto trabajo tendría aquella mañana.