Aquel día fue el ultimo día que Matteyo vio a sus padres. El ultimo día en que su nación seria una potencia mundial. La caída del Imperio del Rayo.
Ya la batalla habia cesado, el emperador habia muerto y los altos magistrados presentaron su rendición frente a los lideres de la alianza shinobi. Un acto que seria visto como una vergüenza y deshonra por parte de muchos ciudadanos que habrían preferido morir batallando. Pero la decisión habia sido tomada, el ejercito depuso las armas, por lo menos los pocos que sobrevivieron. Y en algun lugar del amplio campo de batalla sus padres se encontraban difuntos sobre la tierra manchada de carmesí. Era lo que tocaba, eran shinobis del Imperio, debían luchar por el mismo hasta las ultimas consecuencias. Como ellos muchos perdieron la vida, cientos, incluso miles. Aquellos que acudieron a la tierra del Rayo predicando libertad y justicia eran los verdugos de incontables almas.
Si solo hubiera ocurrido en el campo de batalla habría sido algo comprensible y normal. Dos ejércitos enfrentados en una lucha por la supervivencia de cada uno. Pero el escenario que Matteyo encontraba por las calles de la ciudad era francamente desolador. Aun se alzaban en el cielo las columnas de humo y ascuas del palacio imperial, sus cenizas volaban por el aire cubriendo el suelo como de una fina capa de polvo que dejaba las huellas de aquellas almas errantes que sobrevivieron y caminaban sin vida por las calles asimilando la cruel realidad y con el miedo constante de encontrar un rostro conocido.
La joven aprendiz de sacerdotisa observaba la muerte y la ruina de la ciudad. Si los que proclamaban justicia habian causado esto que los diferenciaba de los Oni y diablos que en las historias se mencionaban. Que culpa tenían de lo ocurrido el panadero del distrito, o la anciana amable que alimentaba a los gatos callejeros cada noche o ese niño que apenas debía haber cumplido su quinto cumpleaños. Su crimen habia sido nacer en el imperio y la alianza Shinobi no perdonaba a ninguna alma hasta que la rendición se hizo firme, e incluso tras la misma algunas victimas hubieron antes de que el mensaje llegara a todos los frentes.
Sus padres estaban muy lejos del lugar por donde caminaba la pequeña, ni siquiera estaban juntos y tampoco seria capaz de identificar el cuerpo carbonizado de su madre, el cual acabaría indudablemente en alguna fosa común entre los muertos no identificados mientras la familia se veía obligada a colocar una tumba vacía. Pero incluso con aquellas circunstancias la joven no se libro de encontrar un rostro conocido extendido en el suelo de la calle, solo mostrando su torso superior y un brazo, teniendo el resto de su cuerpo enterrado bajo unos escombros.
Se trataba de Hiruko Yotsuku, su prometido apenas un año mayor que ella. Ella era muy joven una niña prácticamente. Pero sus padres ya habian pactado el matrimonio entre ambos y hacia poco se lo habian dicho. No obstante ellos dos se conocían de hacia mucho más tiempo. Prácticamente desde que tenia memoria él acudía a su casa para jugar de vez en cuando o a la inversa cuando los padres de ambos se reunían. Ahora comprendía que durante mucho tiempo estuvieron preparando las bases para la unión de ambos. Sembrar la semilla solida de una amistad para posteriormente transformarla en amor.
Pero ya no importaba, por mucho que Matteyo se aferrara al cuerpo de aquel joven intentando tirar de él entre lagrimas y gritos ahogados de agonía no tenia la suficiente fuerza para hacerlo. Y nadie acudía a los gritos de la niña, muchas personas hoy estaban llorando de desesperación, más de una gritaba de agonía y muchos otros simplemente permanecían vacíos como si estuvieran muertos en vida aguardando a la revelación de que todo eso fuera una pesadilla.
Y lo cierto es que Hiruko aun estaba vivo cuando Matteyo lo encontró. Pero ella no tenia los conocimientos para verificar su estado, no tenia la fuerza para liberarlo y no tuvo las habilidades para sanarlo. Su muerte fue inevitable.
Ya la batalla habia cesado, el emperador habia muerto y los altos magistrados presentaron su rendición frente a los lideres de la alianza shinobi. Un acto que seria visto como una vergüenza y deshonra por parte de muchos ciudadanos que habrían preferido morir batallando. Pero la decisión habia sido tomada, el ejercito depuso las armas, por lo menos los pocos que sobrevivieron. Y en algun lugar del amplio campo de batalla sus padres se encontraban difuntos sobre la tierra manchada de carmesí. Era lo que tocaba, eran shinobis del Imperio, debían luchar por el mismo hasta las ultimas consecuencias. Como ellos muchos perdieron la vida, cientos, incluso miles. Aquellos que acudieron a la tierra del Rayo predicando libertad y justicia eran los verdugos de incontables almas.
Si solo hubiera ocurrido en el campo de batalla habría sido algo comprensible y normal. Dos ejércitos enfrentados en una lucha por la supervivencia de cada uno. Pero el escenario que Matteyo encontraba por las calles de la ciudad era francamente desolador. Aun se alzaban en el cielo las columnas de humo y ascuas del palacio imperial, sus cenizas volaban por el aire cubriendo el suelo como de una fina capa de polvo que dejaba las huellas de aquellas almas errantes que sobrevivieron y caminaban sin vida por las calles asimilando la cruel realidad y con el miedo constante de encontrar un rostro conocido.
La joven aprendiz de sacerdotisa observaba la muerte y la ruina de la ciudad. Si los que proclamaban justicia habian causado esto que los diferenciaba de los Oni y diablos que en las historias se mencionaban. Que culpa tenían de lo ocurrido el panadero del distrito, o la anciana amable que alimentaba a los gatos callejeros cada noche o ese niño que apenas debía haber cumplido su quinto cumpleaños. Su crimen habia sido nacer en el imperio y la alianza Shinobi no perdonaba a ninguna alma hasta que la rendición se hizo firme, e incluso tras la misma algunas victimas hubieron antes de que el mensaje llegara a todos los frentes.
Sus padres estaban muy lejos del lugar por donde caminaba la pequeña, ni siquiera estaban juntos y tampoco seria capaz de identificar el cuerpo carbonizado de su madre, el cual acabaría indudablemente en alguna fosa común entre los muertos no identificados mientras la familia se veía obligada a colocar una tumba vacía. Pero incluso con aquellas circunstancias la joven no se libro de encontrar un rostro conocido extendido en el suelo de la calle, solo mostrando su torso superior y un brazo, teniendo el resto de su cuerpo enterrado bajo unos escombros.
Se trataba de Hiruko Yotsuku, su prometido apenas un año mayor que ella. Ella era muy joven una niña prácticamente. Pero sus padres ya habian pactado el matrimonio entre ambos y hacia poco se lo habian dicho. No obstante ellos dos se conocían de hacia mucho más tiempo. Prácticamente desde que tenia memoria él acudía a su casa para jugar de vez en cuando o a la inversa cuando los padres de ambos se reunían. Ahora comprendía que durante mucho tiempo estuvieron preparando las bases para la unión de ambos. Sembrar la semilla solida de una amistad para posteriormente transformarla en amor.
Pero ya no importaba, por mucho que Matteyo se aferrara al cuerpo de aquel joven intentando tirar de él entre lagrimas y gritos ahogados de agonía no tenia la suficiente fuerza para hacerlo. Y nadie acudía a los gritos de la niña, muchas personas hoy estaban llorando de desesperación, más de una gritaba de agonía y muchos otros simplemente permanecían vacíos como si estuvieran muertos en vida aguardando a la revelación de que todo eso fuera una pesadilla.
Y lo cierto es que Hiruko aun estaba vivo cuando Matteyo lo encontró. Pero ella no tenia los conocimientos para verificar su estado, no tenia la fuerza para liberarlo y no tuvo las habilidades para sanarlo. Su muerte fue inevitable.