Cuando los primeros rayos de luz se filtraron por la ventana de su habitación y su mascota empezó a dar señales de que comenzaría su canto, la kunoichi se levantó de la cama. Bostezando, se puso rápidamente el primer kimono que encontró tirado en el suelo y se calzó unos zuecos de madera. Con una mano sostenía a su gallo y con la otra sujetaba una sombrilla para protegerse del sol o la humedad.
Sin tomar desayuno y manteniendo al animal distraído para evitar que comenzara a cantar, se dirigió hacia el parque más tranquilo de la zona. Una vez allí, soltó a su querido gallo para que picoteara y cantara a su gusto, sintiéndose aliviada de que en ese lugar no perturbaría el descanso de sus vecinos.
Se sentó en un banco de madera del parque y abrió su sombrilla para evitar la molestia de los rayos matutinos en sus ojos. Permaneció allí un rato, relajada, pensando en sus asuntos mientras distraídamente observaba a los pajarillos, las copas de los árboles y las ventanas de los edificios cercanos. Era una lástima tener que abandonar su hogar tan temprano, pero era la única solución que se le había ocurrido para no molestar a nadie con el canto del animal. Mientras el gallo cantaba y cantaba, ella pacientemente esperaba, aprovechando el tiempo para peinarse despreocupadamente su larga melena.
-Es muy temprano, dudo que encuentre a alguien conocido a esta hora. Qué aburrimiento. Supongo que regresaré a casa a desayunar cuando el gallo termine de anunciar que ya es plena mañana- Pensó Suiko, algo aburrida y sintiéndose un poco sola.