—¡Ja! Si me pongo a pensar en todos los compañeros que podrían haberme acompañado en esta misión... — comenté burlonamente, dejando ver mis filosos dientes. — Me deprimo al saber que el que camina a mi lado ahora eres tú, Horaime. La verdad es que creí que la graduación de la Academia sería la última vez que vería esa puntiaguda careta tuya.
Caminaba en dirección a las puertas de la aldea listo para partir en una nueva misión. Esta vez la cosa había conseguido picar mi atención: al parecer varios sucesos misteriosos (paranormales, dirían algunos de los testigos) habían estado sucediendo cerca de una frondosa arboleda justo a las afueras de la aldea. Sin embargo, lo que volvía aquella misión particularmente interesante y, dicho sea de paso, un tanto fastidiosa, era el hecho de que me habían emparejado con Horaime Kurama, el sujeto más nefasto que yo había tenido la desgracia de conocer en mi vida. No solo eso, sino que pasé algunos años estudiando a su lado en los carcelarios salones de la Academia. La verdad es que desconocía como se relacionaba Horaime con nuestros demás compañeros, pero desde el primer día ese hombre largucho me había dado una mala impresión que, claramente, perduraba hasta la actualidad. De más estaba decir que habíamos tenido un par de encontronazos durante nuestros años de estudiantes.
Hubiera sido mucho mejor que Saito me hubiera acompañado en aquella misión, sus habilidades para ver espíritus seguramente habrían resultado de lo más útiles teniendo en cuenta las necesidades del operativo.
Y con todo, no estaba por completo descontento con que Horaime me acompañara. De esa forma al menos teníamos el entretenimiento garantizado, pues yo siempre estaba dispuesto a quedarme afónico de discutir con él y si había que irse a las manos, nos íbamos a las manos.
—Pero bueno, el azar está en mi contra. Eso es sabido desde hace ya unos cuantos años. Así que preguntaré para reírme un rato con la respuesta: ¿cómo has estado desde la graduación? ¿Igual de competitivo que antes?