Entre las ruinas de Kaze no Kuni, el antiguo Pais del Viento, no puede verse nada más que kilómetros de desierto hasta donde alcanza la vista. Hace ya más de una década desde que toda la civilización residente en Sunagakure no Sato y la capital del viento fue erradicada de su existencia, junto a edificios, carreteras y, en general, todo signo de que en algún momento hubiera existido algún tipo de civilización, quedando los pocos remanentes que sobrevivieron al exterminio enterrados en la arena...
Y sin embargo, de alguna manera, la civilización ha logrado "abrirse paso" de nuevo en estas tierras; si es que a la nueva sociedad asentada en estas tierras puede llamársele "civilización". Unos pocos ciudadanos respetables habitan junto a centenas de ladrones, bandidos y criminales genéricos, ocultos en las profundidades de la tierra, donde ni el inmisericorde sol de Sunagakure ni la vista de "Dios" puede encontrarlos.
Es en este nuevo núcleo pseudo-habitable en donde se realizan los más importantes intercambios de información del mercado negro. Técnicas prohibidas, recetas de venenos mortales y, en algunos casos, información comprometida de distintos paises. Y es a causa de este último tipo de información que 4 ninjas, cada uno de un lugar distinto, han sido contratados con un mismo objetivo: Reunirse a la entrada de la ciudad en la que se ha localizado la venta, obtener la información comprometida y eliminarla de la faz de la tierra.
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A cubierto de los pocos minutos de paz y tranquilidad otorgados por el atardecer en el desierto, una figura cubierta con una túnica blanca que le protege del sol, con la que cubre su cuerpo y cabeza, camina con naturalidad entre las dunas. Tras unos minutos, para cuando el sol casi se ha escondido por completo en el horizonte y el frío nocturno característico del lugar empieza a caer, la figura llega finalmente a su objetivo; la entrada subterránea a una de las muchas ciudades ocultas bajo las arenas del desierto.
Una vez a resguardo en la entrada del túnel, la figura se quita la túnica, dejando su rostro y cabello al descubierto, así como el resto de su ropaje: un kimono blanco con decorados florales, que cierra un cinturón rojo, varios adornos; cabello oscuro, con mechones rojos y unos ojos de color dorado que contrastan enormemente con el maquillaje rojizo que los rodea... Samuru siempre ha parecido más un hombre de compañía que un guerrero, a fin de cuentas ha sido su profesión por muchos años, pero en esta ocasión su ropa lo hace incluso más evidente, en parte para facilitar la infiltración. Tanto es así que, el único detalle que podría llamar la atención de uno observador entrenado, son los dos pergaminos que cuelgan de su cinturón bajo la espalda, pergaminos que quedan inmediatamente cubiertos por su túnica (ahora un capote ceremonial improvisado) que, tras sacudir la arena y voltear muestra una segunda capa de color negro y diseños florales.
- Parece que hemos llegado a tiempo - Dice en un susurro hacia si mismo, mientras extrae un tercer pergamino entre sus ropajes y examina su contenido, confirmando así que se encuentra en el lugar adecuado a la hora adecuada.
Guardando de nuevo el identificador de misión, Samuru se aparta del camino y se apoya contra la pared, dispuesto a esperar con tranquilidad mientras examina con la mirada el lugar en el que se encuentra, por si se le hubiera pasado la existencia de algún otro individuo que hubiera llegado antes que él a aquel lugar. La cueva parece de lo más normal, una formación rocosa circular con estalactitas que llevan ya secas varias décadas o incluso centenas... Sin embargo, algo de luz puede verse a lo lejos, indicativo de que para quien siga adentrándose, hay mucho más de lo que alguien podría esperar.