Llevar una vida lujosa se había vuelto una tarea de esas que requieren esfuerzos titánicos. Según el criterio de cada uno, claro, los lujos inclinaban más o menos la balanza del sacrificio necesario para obtenerlos. Para el Jiki, sin embargo, ningún sacrificio era lo suficientemente grande si la paga le valía para pasar el mal trago. Y por eso estaba ahí, frente a la oficina donde obtendría su misión. Su pie derecho golpeaba el suelo en un incesante vaivén producido por la ansiedad mientras se cruzaba de brazos y llevaba el mismo ritmo con el índice de la diestra golpeando el bícep de la siniestra.
— Siguiente. —
Escuchó una voz casi mecánica proveniente de una de las ventanillas. El camino frente a él, que antes estaba poblado por un grupo de ninjas, ahora se despejaba para dejarle la libertad de acercarse a su destino. Balanceándose, dio una zancada para quedar frente a la anunciante.
— Buenos días. Vengo por una misión. —
Sus palabras fueron casi igual de mecánicas que la de la chica que le había llamado. Estaba molesto por tener que esperar tanto por un papeleo simple, pero no iba a armar un berrinche. Sacó de entre sus bolsillos una ficha donde tenía sus datos y la información pertinente a su rango, y la entregó a la taquillera. Poco tiempo después recibiría sus papeles de vuelta y, adicionalmente, un folio con su misión dentro.
— Mucha suerte. Siguiente. — Terminó la interacción la chica con una simple pero efectiva despedida. El Jiki dió media vuelta mientras echaba un ojo a la información de la misión. Y aún cuando normalmente no miraría con malos ojos casi ningún trabajo, este en particular parecía aburrido en demasía. Suspiró mientras andaba y volvería a casa para prepararse. Su contratante le necesitaría en unas horas.
— Buenos días, señor. Soy el ninja asignado a su solicitud. Puede llamarme Arata. — Se presentó. El objetivo de sus palabras era un hombre regordete con un bigote llamativo. El susodicho estaba sentado en una tumbona mientras bebía de un vaso cuyo líquido recordaba al barro, causando una sutil mueca de disgusto en el peliazul, que trató de disimular. El hombre no se tomó la molestia de mirarlo siquiera, y mientras daba otro sorbo de su bebida hizo un gesto para indicarle al ninja que podía empezar con su tarea.
Con otro suspiro el ninja se alejó de su patrón y se encaminó hacia el otro extremo del terreno. De momento estaba en un área abierta con un montón de mesas y rastros de trabajo de construcción. No había trabajadores a la vista y todo se mantenía en un silencio sepulcral. El terreno estaba siendo preparado para una construcción, y a unos cuantos metros crecía una casa de tamaño considerable y a medio derrumbar. El tiempo había hecho de las suyas con la construcción y se hacía obvio que la intención era derribarla para construir una nueva.
El ninja se acercó a una de las mesas donde colocó sus pertenencias, incluído un pergamino de armas que llevaba consigo a todas partes. Vestía su ropa usual, con el torso medio descubierto y los brazos cubiertos. Leyó de nuevo las instrucciones de su misión, abriría el sello y una calabaza de color terracota aparecería sobre la mesa. El tamaño del recipiente era aproximadamente la mitad del tamaño del larguirucho, quién la tomaría para ponerla en su espalda. Avanzó hasta la entrada de la casa abandonada y con esfuerzo abrió las puertas, que chirriaban con el movimiento.
Dentro de la inmensa casa todo parecía vacío. No había rastros de vida a la vista, y no parecía que tal tendencia fuese nueva. La enorme sala que lo recibiría hacía eco de cada paso que el shinobi daba sobre los pisos de piedra pulida. Definitivamente era la casa de un noble o algún aristócrata, y para un amante de los lujos como lo era el peliazul resultaba una lástima que se perdiese tal majestuosidad. Anduvo unos cuantos pasos, contemplando la zona, hasta encontrarse con la escalera para subir al segundo piso.
El eco se magnificó cuando se dedicó a subir. Cada escalón parecía gritar con el peso del chico, quien no prestó mucha atención. Su tarea parecía sencilla e incluso consideraba un desperdicio de tiempo, pero la paga era buena. Tras llegar a la segunda planta le esperaría un largo pasillo con puertas a ambos lados. Todas abiertas de par en par salvo una; la de más al fondo. Sus pasos le llevaron a recorrer el pasillo, mirando instintivamente hacia cada una de las habitaciones, encontrándolas completamente vacías. Cuando llegó a la última, abrió la puerta con algo de cuidado. No tenía nada que temer, pero si lo que rezaban las instrucciones de la misión era cierto, al menos un susto iba a llevarse.
Pero el silencio lo recibió cuando el eco se deshizo. Esta habitación no estaba vacía. Varias cajas selladas la poblaban. Ese era su objetivo; sacar las cajas de la mansión. Pero, dar un paso dentro de la habitación un ruido desagradable haría retumbar sus tímpanos. Ese era su obstáculo; la habitación estaba maldita. O eso decían los constructores. El ruido era una especie de chillido desagradable. El Jiki abrió sus ojos rojos de par en par y apretó las mandíbulas. Con un movimiento de manos la calabaza que llevaba en la espalda se destaparía y aparecería una corriente de arena desde dentro de ella. Otro movimiento, y la corriente iría directo a las cajas para tomarlas y traerlas hacia él, una a una.
— Vamos, la puta madre. — Diría entre dientes. No quería enfrentarse a ningún espectro de las cuevas ni nada parecido por unas cajas. Cuando dos cajas estaban fuera de la habitación solo quedaba una. Y en un instante el grito cesaría. — ¿Te cansaste? — Preguntó en voz alta, y la respuesta vino del tejado. Desde uno de los agujeros saldría una manada de ratas de tamaño absurdo y se abalanzarían hacia él.
Con otro movimiento de manos la arena se dedicaría a atajarlas con algo de esfuerzo. Los animales en su movimiento errático eran complicados de contener, y los chirridos que soltaban hacían que concentrarse fuese más complicado. El toma y dame duró más tiempo del que le gustaría admitir. Algunas ratas huían al notar que podían sufrir de un destino amargo a manos del ninja, y otras atacaban con más rabia. El Jiki iba acercándose paso a paso a la caja restante mientras se defendía y atacaba con su arena. Tomó la caja con esfuerzo con uno de sus brazos y usó el otro libre para seguir defendiéndose mientras trataba de salir de la habitación. Cuando la puerta estuvo a un par de casos, arrojó la caja hacia afuera rogando que no se rompiera, dejó caer la arena y ejecutó un sello. Concentrando chakra en su puño derecho esperó que las ratas estuvieran cerca y juntas, y lanzó un puño al aire que terminó por empujarlas contra las paredes. La ventana de la habitación estallaría hacia afuera también.
Con un salto quedaría fuera y cerraría la puerta de una patada, sacando la arena por debajo de la misma. Cargó dos de las cajas y la tercera iría flotando tras de sí sobre una nube de arena. Corrió hacia la entrada, jadeando tras el intenso combate, y logró salir para depositar las cajas en el sitio que se le designó.
— Ohh, no pensé que lo lograrías. Vi lo de la ventana. ¿Fue obra tuya o del fantasma? — Preguntó, esta vez, el hombre regordete, que se había dignado a hablarle. El Jiki jadeaba mientras intentaba recuperar el aliento y le miró con cierto grado de rabia. — El fantasma, el fantasma… — No iba a entrar en detalles. No era muy digno de su parte haber perdido tanto tiempo luchando contra ratas y prefería decir que había hecho un sparring sobrenatural.
Cuando logró recuperar el aliento descubrió que habían pasado unas tres horas de alguna forma. Guardó toda su arena en la calabaza y esta última en su pergamino. Recibiría el papeleo necesario por parte del contratante y se iría en busca de su paga. Su misión no había sido la que esperaba, pero al menos había salido bien.