[Autonarrada - C] Festival de golpes
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1 de marzo, año 15 D.K
20:35 P.M



- ¿Y.... y bien? Es mi mejor oferta. Ni un solo Ryo más... Es lo justo por solo unas pocas horas de trabajo...

El hombre que hablaba con voz algo indecisa y entrecortada se encontraba inquieto tras la barra del local que él mismo aparentemente regentaba; una posada de aspecto no muy llamativo a las afueras de un pueblo costero del País del Té. No paraba de hacer repicar los dedos de su diestra contra el mueble de madera desgastada en el que se apoyaba, dedicando únicamente miradas fugaces y cargadas de desconfianza al muchacho con el que conversaba al otro lado de la barra. En un principio uno se preguntaría a que venía tal actitud, al menos hasta echar un vistazo al joven en cuestión.

- ¿500? — diría el chico, en un susurro gélido, con la mirada clavada en sus propios pies. - Eso es casi lo que me costará quedarme aquí a pasar la noche... no es algo a lo que yo llamaría justo. — cuestionaría, alzando su vista hacía el nervioso hombre frente a él. Sus ojos fríos cubiertos por unos parpados a medio caer palidecían en comparación de los grotescos injertes de piel ennegrecida que cubrían su rostro casi en su totalidad. Una estampa que sin duda ponía nervioso a la gran mayoría, incluido a aquel posadero de las afueras. - Incluye la comida en el trato. Los 500 más una cena gratis cuando termine. — sentenciaría. 

El hombre, de cabello que comenzaba a mostrar los tonos grisáceos propios de la edad, esbozaría una mueca de disconformidad junto a un amago de protesta, más tras un segundo de reflexión optaría por dejarlo pasar. Tal vez encontraba la contraoferta justa, tal vez no quería discutir con un sujeto cuyas pintas parecían sacadas del mismísimo infierno, o quizás sencillamente el horario apretaba y no tenía tiempo de seguir discutiendo sobre pequeñeces. En cualquier caso, el cansado posadero dejaría escapar un suspiro resignado para después asentir con un gesto de la cabeza. Trato cerrado.

El trabajo era sencillo. Nada del otro mundo que Kotsu no hubiera hecho ya varias veces, o algo similar al menos. Tantas que el pelinegro había llegado a aburrirse de encargos así. Prefería trabajos... más estimulantes. Pero en ocasiones el rugir de su estómago y lo vacío de sus bolsillos le obligaban a hacerse cargo de tareas mundanas como aquella donde quiera que las encontrase. Eran tediosas y aburridas, y si bien era cierto que podían llegar a involucrar alguna clase de violencia, apalear borrachos no era precisamente lo más emocionante del mundo.

Una vez alcanzado un acuerdo, el posadero procedería con su exposición de los problemas que creía que su recién contratado empleado podría encontrar aquella noche. Había un festival en el pueblo, a Kotsu no le interesaba lo más mínimo el motivo del mismo, que sin duda atraería la fiesta y el descontrol a la humilde posada en la que se encontraba. Esa era, de hecho, la única razón por la que le habían contratado y el foco de preocupaciones de aquel hombre que ahora se esforzaba en elaborar un listado de posibles individuos problemáticos a los que mantener vigilados. El azabache, por su parte, tomaría asiento en uno de los taburetes cercanos, dejando descansar el peso de su espalda sobre el borde de la barra del local haciendo caso omiso a las interminables indicaciones que recibía por parte de su empleador. No las necesitaba para lidiar con unos tristes pueblerinos ebrios. Su atención se centraba tan solo en los últimos rayos de luz que se filtraban por las ventanas.

Pronto anochecería y empezarían los golpes.
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