- Creo que los hemos dejado atrás - Murmura al bulto que lleva en brazos, pegado a su pecho, justo antes de torcer el gesto, consciente de que ha vuelto a hablarla directamente.
Entonces desenvuelve el paquete que con tanto apremio ha intentado conservar, hasta el punto de huir de la guardia cuando estos amenazaron con quitársela, a ella; su única compañía; su fuente de ingresos; su único recuerdo del pasado... Y es así como al ser retirada la última venda, una muñeca de tonos azulados ve la luz entre sus brazos. La que podría ser una vista extraña para el espectador externo, debido a lo extraño que suele resultar al ojo del desconocedor la posesión y atesoramiento de una muñeca por parte de un joven ya bastante crecido, no podría importarle menos al extranjero, que comprueba con sumo cuidado que nada le haya pasado a la pieza de "juguetería", mientras continúa hablándola directamente.
- Madre siempre decía que el momento en que uno de los nuestros empieza a hablarle a sus marionetas es que todo está perdido... - Mueve las articulaciones de la muñeca con cuidado, buscando cualquier imperfección que pudiera haberse producido durante la huía - Y no seré yo quien la lleve la contraria, pero tampoco tengo nadie mejor con quien hablar.
Sonríe con tranquilidad, habiendo comprobado que su tesoro está en perfecto estado, y vuelve a envolverla en sus trapos protectores, antes de guardarla en una bolsa de tela vieja que cuelga a modo de mochila improvisada de su espalda. Hecho esto, rebusca dentro del saco hasta extraer un telar algo más pequeño, acordonado con un grueso hilo de color rosado, síntomas de un tono carmesí perdido con el desgaste del tiempo, que desata para poder ver el contenido del mismo... Unos pocos Ryos, que con suerte le servirán para comer durante dos días.
- Podría ser peor - Murmura entre dientes, con una confianza tan inexistente, demostrando que ni si quiera el mismo se cree sus palabras - Supongo que tendremos que comer fideos de nuevo.
Vuelve a cerrar el pequeño saco y se lo hecha al bolsillo, retomando su camino de vuelta a las concurridas calles del comercio, dispuesto a buscar algún puesto de comida que, con suerte, esté dispuesto a no ofenderse, o escupir en su plato, cuando trate de regatearle el precio de su comida. No está siendo un buen día para Sam.