Última modificación: 14-04-2023, 12:20 AM por Isshin.
Con cada gota de sudor que se desprendía del cuerpo del joven shinobi él mismo soltaba una maldición a los cuatro vientos como si los improperios fuesen a sacarle de la situación en la que estaba. Además del sudor, un hilo carmesí le recorría la sien derecha y el adormecimiento que le acompañaba indicaba una herida que, aunque severa o no, le tenía sin cuidado. No podía apartar los ojos de una enorme masa de pelos que se extendía, fácilmente, hasta los 6 metros de alto y 4 de ancho.
– Pon de tu parte, me estás haciendo trabajar el doble. – Dijo el shinobi, sin respuesta alguna más que un bufido proveniente de su contraparte.
Alrededor de ambos seres vivos se extendía un denso bosque más allá del claro en el que estaban, entorpeciendo la visión hasta el punto de no lograr ver más que un par de metros de espesura antes de perder noción de todo. Pero los sonidos retumbaban en aquel sitio aparentemente apartado de todo, incluso del viento. Entre las ramas de los árboles empezó a reptar algo, prácticamente en todas las direcciones hacia donde el pelilargo pudiese mirar.
– No me jodas, ¿Esto no acaba? – Volvió a decir antes de ponerse en guardia.
– ¿Será cierta esta mierda o me estarán tomando el pelo? – Se preguntó en voz alta mientras se rascaba la nuca. – No sería la primera vez que me toman como payaso esos osos… – Y lo diría con una expresión lamentable. Desde que se había visto involucrado con los animales de su pacto le habían mandado a hacer recados tan inusuales como absurdos con el único motivo de reírse de él y su inocencia. Esta vez, sin embargo, había cierto nivel extra de seriedad que antes no había visto. Pero uno nunca podía saberlo realmente.
En sus manos sostenía un trozo de pergamino con un texto escrito a mano. La letra era suya, y el contenido había sido dictado por uno de los ancianos del clan de los osos.
Durante su viaje había indagado como podía con los lugareños, quienes parecían ignorar por completo aquello por lo que él preguntaba. Y no era extraño recibir miradas extrañas o incluso insultos a cambio. Mientras más intentos fútiles hacía, se sentía más víctima de una manipulación extravagante que no parecía tener fin. Preguntó en tantos puertos y posadas cómo pudo, a tantos viajeros y lugareños con los que se cruzó. Pero sin éxito.
En una de sus últimas noches antes de la fecha límite comunicada por el sabio oso, estuvo andando por un bar en medio de la nada cuando uno de los comensales escuchó al shinobi hacer las preguntas de rutina al bartender y decidió ser portador de buenas noticias. – Chico. – Dijo el anciano de aspecto desagradable y con una locución que gritaba ebriedad. – Creo que sé de lo que hablas. ¿Tienes un mapa? – El hombre se esforzaba en hilar palabra tras palabra, dando un sorbo a la botella de licor que tenía enfrente luego de preguntar. – Eh, si, aquí tengo uno. – Respondió Isshin, sacando de entre sus pertenencias un pequeño mapa del país de la montaña y sus alrededores.
El sujeto ojeó el mapa con una expresión amarga mientras enfocaba detalles, intentando ubicar un punto en particular que, tras mucho esfuerzo, señaló con el índice de la diestra. Isshin no dudó un segundo antes de marcar el sitio con lo que tuviese al alcance. – Pero ten cuidado. Para estas épocas las bestias están más territoriales por alguna razón. – Terminó el viejo, volviendo a refugiarse en su bebida.
Isshin leería el mapa tratando de ubicarse y establecería una ruta. El objetivo no estaba lejos, con unas horas de viaje a pie le alcanzaría para llegar cercano al amanecer. Eso, claro, si las palabras de aquel borracho escondían un ápice de verdad. De cualquier forma, estaba dispuesto a seguir cualquier pista, real o imaginaria, y por ello saldría disparado atravesando la entrada de aquel bar e internándose aún más en su aventura.
El amanecer llegaría, y con él el sol. Isshin ya estaba rodeado de árboles y aquel bosque recóndito que se mencionaba en su pergamino no parecía ser solo su imaginación. Respiró aliviado al llegar a un claro y notar que no estaba persiguiendo fantasmas, aunque no estaba del todo seguro si aquel era el lugar correcto. Después de todo, no había sido atacado en ningún momento. Lo que es más, no había visto ninguna forma de vida desde que se había internado en aquel bosque.
El claro en el que estaba no guardaba mayor secreto salvo una evidente cueva de tamaño colosal a unos 30 metros de donde él estaba. La pared de un barranco se abría al tocar el suelo y hacía de la entrada de dicha cueva una escena de lo más pintoresca. – Quizás ahí esté lo que busco… – Murmuró en lo que se acercaba poco a poco. A mitad de camino, sin embargo, un rugido le haría frenar en seco. Otros cuantos segundos más y un oso de tamaño colosal saldría de la cueva a toda velocidad, embistiendo al incauto shinobi quien no pudo hacer más que cubrirse con los brazos y estrellarse de espaldas contra un árbol. – ¿Qué cojones? ¡Estoy de tu lado! – Gritó. Pero el oso lanzó otro rugido. Solo que esta vez no parecía dirigido a Isshin.
De la espesura del bosque empezaron a surgir todo tipo de bestias de todos los tamaños. Desde serpientes hasta aves, pasando por murciélagos y felinos. Algunos eran del tamaño de un niño chico y otros del tamaño de un adulto humano. Ninguno superaba en altura o corpulencia a Isshin, mucho menos al imponente oso que ahora se paraba en sus patas traseras y llegaba a medir 6 metros. El oso se había postrado frente a la entrada de la cueva y hacía hasta lo imposible por evitar que alguna de esas bestias se colase. El shinobi entonces entendió. Tomó impulso, sacó un kunai y corrió en auxilio a su inusual compañero de equipo.
La batalla encarnizada tomó todo el día. Habían momentos de paz de unos 10 o 15 minutos en los que las bestias parecían retirarse y el oso se dedicaba a lamerse sus propias heridas. Isshin hacía un esfuerzo por vendar y curar las suyas propias entre oleadas que parecían no terminar. Las maldiciones no faltaban, y ambos luchadores empezaban a cansarse. Si Isshin se acercaba mucho a la cueva, el oso lo tomaba como otro hostil más y le atacaba. Era un baile sin fin, especialmente cuando el shinobi intentaba no acabar con la vida de ninguna de las bestias. El oso, por su lado, masticaba cabezas y rompía cuerpos en dos con un solo zarpazo.
La noche llegaría eventualmente y con ella volvemos al presente. Isshin y el oso ya estaban en su límite, y una última oleada vendría, anunciada por el movimiento en los árboles. Y la intensidad sería tal que, desde el primer instante, todo parecía en contra de los dos osos. – ¡VAMOS! – Gritaría Isshin al ver al primer animal, con una mezcla entre grito y gruñido, acompañado por un rugido potente por parte de su compañero de lucha.
Para cuando la batalla había terminado, Isshin y el oso apenas podían moverse. Entre los cadáveres de animales y los restos de la batalla la imagen resultaba desalentadora. El oso tomaría fuerzas y se deslizaría dentro de la cueva, y el shinobi tendría que sacar energías de donde no tenía para seguirle. Después de todo, todavía tenía que recuperar el tesoro antes de declarar la misión como cumplida.
El oso le permitiría acercarse esta vez, e incluso entrar en la cueva. Esta última era enorme, con una especie de pedestal de piedra en el centro. Sobre el pedestal, una docena de huevos dorados, de unos 40 centímetros de alto. Brillaban con luz propia aún en medio de las penumbras de aquella cueva. El oso se acercaba a ellos con lo que parecía un murmullo entre labios. – ¡Eh! ¿Puedes hablar? Uno de los osos sabi… – No pudo terminar su frase.
– ¡YA ME CANSÉ DE ESTA MIERDA! – Dijo el oso clara y rotundamente, tanto que algunas piedrecitas se despidieron del techo de la cueva. – ¡LA PASCUA DE MIS COJONES! AÑO TRAS AÑO EN ESTE PUTO MARTIRIO PARA NADA. NO SÉ A QUIÉN COÑO SE LE OCURRIÓ ROBAR ESTOS HUEVOS EN PRIMER LUGAR. – El oso no debaja de gritar y hacer un berrinche tal que Isshin no pudo decir palabra alguna ni mucho menos elevar la voz. – ¿QUE VIENES A LLEVARTE LOS HUEVOS? TU PUTA MADRE SE VA A LLEVAR LOS HUEVOS. – Isshin no sabía si hablaba con él o hacía referencia al resto de animales, pero no pudo responder al ver que el oso había tomado un huevo en sus garras y lo había lanzado al suelo, destruyendolo por completo. El contenido del huevo no distaba a lo de un huevo normal. – Espe… – Trató de decir Isshin, sin éxito. Ya el oso había lanzado al suelo otros 5 huevos y se había comido 6 más.
– Dile al anciano que si tiene alguna queja que venga él mismo a decirlo. – Esta vez más calmado, Isshin tuvo la certeza de que hablaba con él. – 300 años de esta mierda… Debí hacerlo el primer día. – Luego de decir esto último el oso se daría media vuelta y se echaría a dormir.
Isshin no tuvo más modo de reaccionar que soltar un suspiro y salir de la cueva. Tomó una píldora de soldado para recuperar un poco de sus reservas y con los sellos necesarios ejecutaría un kuchiyose inverso para volver al glaciar. Sería él quien llevase la noticia del fin de la pascua de los osos...
– Pon de tu parte, me estás haciendo trabajar el doble. – Dijo el shinobi, sin respuesta alguna más que un bufido proveniente de su contraparte.
Alrededor de ambos seres vivos se extendía un denso bosque más allá del claro en el que estaban, entorpeciendo la visión hasta el punto de no lograr ver más que un par de metros de espesura antes de perder noción de todo. Pero los sonidos retumbaban en aquel sitio aparentemente apartado de todo, incluso del viento. Entre las ramas de los árboles empezó a reptar algo, prácticamente en todas las direcciones hacia donde el pelilargo pudiese mirar.
– No me jodas, ¿Esto no acaba? – Volvió a decir antes de ponerse en guardia.
Días antes.
En algún lugar del país de las montañas.
– ¿Será cierta esta mierda o me estarán tomando el pelo? – Se preguntó en voz alta mientras se rascaba la nuca. – No sería la primera vez que me toman como payaso esos osos… – Y lo diría con una expresión lamentable. Desde que se había visto involucrado con los animales de su pacto le habían mandado a hacer recados tan inusuales como absurdos con el único motivo de reírse de él y su inocencia. Esta vez, sin embargo, había cierto nivel extra de seriedad que antes no había visto. Pero uno nunca podía saberlo realmente.
En sus manos sostenía un trozo de pergamino con un texto escrito a mano. La letra era suya, y el contenido había sido dictado por uno de los ancianos del clan de los osos.
Durante su viaje había indagado como podía con los lugareños, quienes parecían ignorar por completo aquello por lo que él preguntaba. Y no era extraño recibir miradas extrañas o incluso insultos a cambio. Mientras más intentos fútiles hacía, se sentía más víctima de una manipulación extravagante que no parecía tener fin. Preguntó en tantos puertos y posadas cómo pudo, a tantos viajeros y lugareños con los que se cruzó. Pero sin éxito.
En una de sus últimas noches antes de la fecha límite comunicada por el sabio oso, estuvo andando por un bar en medio de la nada cuando uno de los comensales escuchó al shinobi hacer las preguntas de rutina al bartender y decidió ser portador de buenas noticias. – Chico. – Dijo el anciano de aspecto desagradable y con una locución que gritaba ebriedad. – Creo que sé de lo que hablas. ¿Tienes un mapa? – El hombre se esforzaba en hilar palabra tras palabra, dando un sorbo a la botella de licor que tenía enfrente luego de preguntar. – Eh, si, aquí tengo uno. – Respondió Isshin, sacando de entre sus pertenencias un pequeño mapa del país de la montaña y sus alrededores.
El sujeto ojeó el mapa con una expresión amarga mientras enfocaba detalles, intentando ubicar un punto en particular que, tras mucho esfuerzo, señaló con el índice de la diestra. Isshin no dudó un segundo antes de marcar el sitio con lo que tuviese al alcance. – Pero ten cuidado. Para estas épocas las bestias están más territoriales por alguna razón. – Terminó el viejo, volviendo a refugiarse en su bebida.
Isshin leería el mapa tratando de ubicarse y establecería una ruta. El objetivo no estaba lejos, con unas horas de viaje a pie le alcanzaría para llegar cercano al amanecer. Eso, claro, si las palabras de aquel borracho escondían un ápice de verdad. De cualquier forma, estaba dispuesto a seguir cualquier pista, real o imaginaria, y por ello saldría disparado atravesando la entrada de aquel bar e internándose aún más en su aventura.
El amanecer llegaría, y con él el sol. Isshin ya estaba rodeado de árboles y aquel bosque recóndito que se mencionaba en su pergamino no parecía ser solo su imaginación. Respiró aliviado al llegar a un claro y notar que no estaba persiguiendo fantasmas, aunque no estaba del todo seguro si aquel era el lugar correcto. Después de todo, no había sido atacado en ningún momento. Lo que es más, no había visto ninguna forma de vida desde que se había internado en aquel bosque.
El claro en el que estaba no guardaba mayor secreto salvo una evidente cueva de tamaño colosal a unos 30 metros de donde él estaba. La pared de un barranco se abría al tocar el suelo y hacía de la entrada de dicha cueva una escena de lo más pintoresca. – Quizás ahí esté lo que busco… – Murmuró en lo que se acercaba poco a poco. A mitad de camino, sin embargo, un rugido le haría frenar en seco. Otros cuantos segundos más y un oso de tamaño colosal saldría de la cueva a toda velocidad, embistiendo al incauto shinobi quien no pudo hacer más que cubrirse con los brazos y estrellarse de espaldas contra un árbol. – ¿Qué cojones? ¡Estoy de tu lado! – Gritó. Pero el oso lanzó otro rugido. Solo que esta vez no parecía dirigido a Isshin.
De la espesura del bosque empezaron a surgir todo tipo de bestias de todos los tamaños. Desde serpientes hasta aves, pasando por murciélagos y felinos. Algunos eran del tamaño de un niño chico y otros del tamaño de un adulto humano. Ninguno superaba en altura o corpulencia a Isshin, mucho menos al imponente oso que ahora se paraba en sus patas traseras y llegaba a medir 6 metros. El oso se había postrado frente a la entrada de la cueva y hacía hasta lo imposible por evitar que alguna de esas bestias se colase. El shinobi entonces entendió. Tomó impulso, sacó un kunai y corrió en auxilio a su inusual compañero de equipo.
La batalla encarnizada tomó todo el día. Habían momentos de paz de unos 10 o 15 minutos en los que las bestias parecían retirarse y el oso se dedicaba a lamerse sus propias heridas. Isshin hacía un esfuerzo por vendar y curar las suyas propias entre oleadas que parecían no terminar. Las maldiciones no faltaban, y ambos luchadores empezaban a cansarse. Si Isshin se acercaba mucho a la cueva, el oso lo tomaba como otro hostil más y le atacaba. Era un baile sin fin, especialmente cuando el shinobi intentaba no acabar con la vida de ninguna de las bestias. El oso, por su lado, masticaba cabezas y rompía cuerpos en dos con un solo zarpazo.
La noche llegaría eventualmente y con ella volvemos al presente. Isshin y el oso ya estaban en su límite, y una última oleada vendría, anunciada por el movimiento en los árboles. Y la intensidad sería tal que, desde el primer instante, todo parecía en contra de los dos osos. – ¡VAMOS! – Gritaría Isshin al ver al primer animal, con una mezcla entre grito y gruñido, acompañado por un rugido potente por parte de su compañero de lucha.
Para cuando la batalla había terminado, Isshin y el oso apenas podían moverse. Entre los cadáveres de animales y los restos de la batalla la imagen resultaba desalentadora. El oso tomaría fuerzas y se deslizaría dentro de la cueva, y el shinobi tendría que sacar energías de donde no tenía para seguirle. Después de todo, todavía tenía que recuperar el tesoro antes de declarar la misión como cumplida.
El oso le permitiría acercarse esta vez, e incluso entrar en la cueva. Esta última era enorme, con una especie de pedestal de piedra en el centro. Sobre el pedestal, una docena de huevos dorados, de unos 40 centímetros de alto. Brillaban con luz propia aún en medio de las penumbras de aquella cueva. El oso se acercaba a ellos con lo que parecía un murmullo entre labios. – ¡Eh! ¿Puedes hablar? Uno de los osos sabi… – No pudo terminar su frase.
– ¡YA ME CANSÉ DE ESTA MIERDA! – Dijo el oso clara y rotundamente, tanto que algunas piedrecitas se despidieron del techo de la cueva. – ¡LA PASCUA DE MIS COJONES! AÑO TRAS AÑO EN ESTE PUTO MARTIRIO PARA NADA. NO SÉ A QUIÉN COÑO SE LE OCURRIÓ ROBAR ESTOS HUEVOS EN PRIMER LUGAR. – El oso no debaja de gritar y hacer un berrinche tal que Isshin no pudo decir palabra alguna ni mucho menos elevar la voz. – ¿QUE VIENES A LLEVARTE LOS HUEVOS? TU PUTA MADRE SE VA A LLEVAR LOS HUEVOS. – Isshin no sabía si hablaba con él o hacía referencia al resto de animales, pero no pudo responder al ver que el oso había tomado un huevo en sus garras y lo había lanzado al suelo, destruyendolo por completo. El contenido del huevo no distaba a lo de un huevo normal. – Espe… – Trató de decir Isshin, sin éxito. Ya el oso había lanzado al suelo otros 5 huevos y se había comido 6 más.
– Dile al anciano que si tiene alguna queja que venga él mismo a decirlo. – Esta vez más calmado, Isshin tuvo la certeza de que hablaba con él. – 300 años de esta mierda… Debí hacerlo el primer día. – Luego de decir esto último el oso se daría media vuelta y se echaría a dormir.
Isshin no tuvo más modo de reaccionar que soltar un suspiro y salir de la cueva. Tomó una píldora de soldado para recuperar un poco de sus reservas y con los sellos necesarios ejecutaría un kuchiyose inverso para volver al glaciar. Sería él quien llevase la noticia del fin de la pascua de los osos...