— No te apresures tanto. Sabes que nada sale bien con prisas. — Retumbaban las palabras en aquel claro adornado con un riachuelo y delimitado por una densa línea de árboles y arbustos. Quien hablaba lo hacía pausadamente, como intenando atrapar aire, y con un subliminal fastidio.
— Terminemos con esto rápido. Sabes que esta mierda no es lo mío ni va a funcionar. — Respondió, con frustración notoria, un pelilargo que yacía sentado en la tierra con la espalda erguida. Su tono de voz y ritmo para hablar era similar al del otro, pero se notaba más enérgico y juvenil.
Y las similitudes entre ambos no paraban allí, pues como padre e hijo que resultaban ser no era descabellado confundirles con clones. Salvo por, claro, la obvia diferencia de edad y estado físico.
— No seas altanero. — La reprimenda verbal tuvo lugar mientras el más viejo de los dos se recostaba en uno de los árboles que se atrevían a crecer más cerca del arroyo. — Estás haciendo los sellos mal por tu propia indisposición. — Al final soltó un suspiro repleto de indignación mientras el joven respondía con un gruñido, otra tanda de sellos, y un golpe en el suelo con la palma abierta. Tras lo cual, nada sucedió.
— Me voy a desangrar antes de lograr algo. — Diría mientras llevaba el pulgar de la diestra a su boca para deshacerse del exceso de sangre que brotaba de la herida hecha por sus propios dientes momentos atrás.
El toma y dame de ambos se extendió por al menos una hora más, o eso era lo que el sol atestiguaba mientras se movía en su cúpula. De tanto en tanto, también, otro intento fallido de parte del más joven de los dos tenía lugar, agregando toneladas de frustración a sus músculos que iban tensándose poco a poco.
— Me niego a creer que alguien con mi sangre no pueda dominar una técnica tan simple como esa. — Aquel alegato iba tan afilado como una katana, pero el orgullo del joven no era fácilmente mancillado luego de una vida entera enfrentándose a aquel filo verbal. Por tanto, y sacrificando un poco de sanidad mental, el más joven se limitó a virar la cabeza en dirección a su padre y sonreír sarcásticamente. En respuesta, el más viejo simplemente se encogió de hombros, giró sobre sí mismo, y se perdió en la espesura andando a paso lento. Sin mediar palabra el padre parecía haberse rendido y volvía a casa. Y quizás, solo quizás, el pelilargo debía tomarle como ejemplo.
Pero aunque el orgullo no estaba entre sus cualidades -o defectos-, la testarudez sí. Y no iba a quedarse con una derrota anotada en su récord. Aunque ya nadie le estuviese mirando. En consecuencia, otro intento más. Y tras este, uno más. Todos fallidos hasta que sus estrellas se alinearon.
En un movimiento más renuente que torpe, la tanda de sellos y el foco de chakra tuvieron lugar, previos a la palmada al suelo con más fuerza de lo normal. La siniestra, estrellada contra el suelo, había sido manchada con sangre previamente y de repente pintaba el suelo a su alrededor con una serie de garabatos. Una nube de humo a escasos centímetros de aquel punto de contacto con la tierra apareció, marcando, por primera vez, el éxito de la técnica.
Perplejo, el joven abriría los ojos de par en par, permitiendo que su cuerpo cambiase el cansancio por adrenalina. Mientras esperaba que la humareda se disipase, giraría el cuello buscando con la mirada a su padre, esperando que milagrosamente hubiese vuelto. Pero no estaba ahí, y el ceño del chico se frunció con una sonrisa formada más abajo. — Voy a volver a casa con mi propia puta rana de 10 metros y me vas a pedir perdón, imbécil. — Pensó, haciendo referencia a su padre y la invocación de este.
Pero el destino le tendría planes ligeramente diferentes, y -definitivamente- menos anfibios. De la nube de humo ya prácticamente inexistente saldría un animal de 70 y tantos centímetros andando en cuatro patas hasta sentarse en la frente al ninja.
— ¿Tienes comida? — Fue lo primero que salió del “hocico” de aquella bestia en miniatura. El ojicarmesí giró la cabeza buscando entendimiento. No porque nunca hubiese visto un oso, sino por esperar cualquier cosa menos eso. Y encima la rechoncha y peluda alimaña tenía la osadía de pedir comida de buenas a primera.
— ¿Qué clase de oso habla para pedir comida? — Respondió el chico. Era una situación un tanto surrealista, pero entendía como iba aquella técnica. — No esperaba invocarte a ti, la verdad. Pero no voy a irme con las manos vacías. ¿Dónde firmo? — Fue directo y tajante, más por frustración y cansancio que por iniciativa propia.
El pequeño oso se limitó a mirarlo por unos instantes más antes de echarse a un costado hasta quedar acostado. Seguía mirando fijamente al ninja, sin despegar aquellos oscuros ojos de él. — Me invocas mientras estoy comiendo, te pido amablemente enmendar tu error, te niegas, ¿Y así quieres que te permita firmar? — Un bostezo marcó el final de aquel puñal verbal. — No te voy a privar del derecho a firmar, pero a ti te tocará el camino difícil. — Continuando post-bostezo, el pequeño oso que seguía tumbado sobre sus costados, golpeó el suelo con la pata más cercana al cielo. En un instante, y a unos metros de ambos, otra nube de humo apareció, esta vez con un tamaño considerablemente mayor.
La ansiedad y curiosidad con la que el ninja observaba aquel amasijo de humo hizo que el tiempo empezara a transcurrir más lentamente, hasta que por fin el recién llegado se dejó ver. Era otro oso pardo, parado sobre sus patas traseras y erguido hasta los 4 metros de altura. Una visión imponente en definitiva, pero la sabiduría y sapiencia de estos animales invocados era conocida por todo el que buscase adentrarse en el mundo del Kuchiyose. Por tanto, y sin amedrentarse, el joven ninja se levantó del suelo y dirigió unas palabras al oso recién llegado.
— ¿Y tú quien eres? ¿El hermano mayor de éste pequeñín? ¿Tú si estás dispuesto a dejarme firmar? — Lanzó las preguntas, pero no consiguió respuesta. El enorme animal cambió su postura, poniéndose sobre sus 4 patas, y soltó un gruñido amenazador. Estaba a la defensiva. El ninja volvió su atención al primer oso, que parecía estar a punto de quedarse dormido. Al percatarse este último de la situación, se vio obligado a atender. — No pierdas el tiempo, este no tiene la capacidad de hablar ni entenderte. Es tu prueba y nada más. Tu tarea será doblegarlo, pero debes pensar cómo lo haríamos nosotros los osos. — Al terminar, volvió a intentar dormirse. — ¿Doblegarlo? ¿Y qué cojones significa eso? — Preguntó, aunque -de nuevo- sin recibir respuesta. Volvió a mirar al oso más grande, que no había despegado la mirada de él ni por un segundo. Parecía ignorar por completo la existencia del oso más pequeño.
Los instantes posteriores se alargaron hasta parecer eternidades, en los que ambos contrincantes no cesaban de mirarse entre sí. La armonía se rompió cuando el ninja decidió dar pasos al frente muy lentamente hasta acercarse al oso. Cuando la distancia que les separaba era de unos 6 metros, el animal se alzó de nuevo en sus patas traseras y soltó un rugido que estremeció el claro entero. Con suficiente atención al detalle se podría notar cómo el agua del riachuelo temblaba ante tal demostración de poder latente. El rugido duró unos cuantos segundos en los que cada fibra del cuerpo del shinobi pedía huir o atacar. Pero todo se mantuvo bajo control.
Tras aquel rugido el ojicarmesí abrió los brazos a modo de mostrarse indefenso mientras seguía acercándose al animal ahora bípedo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca notó el error de su aproximación. Un zarpazo rápido y certero, dirigido a su pecho, provino del oso. Con los reflejos necesarios el shinobi pudo aminorar el impacto que potencialmente iba a ser letal, cruzando los brazos y recibiendo el zarpazo en aquellos musculosos apéndices. Presa de la adrenalina no sentiría dolor alguno y se permitiría saltar hacia atrás. Con la distancia prudente podría por fin sentir el correr de la sangre brotar de sus antebrazos a través de aquellas heridas de garra. Ahí empezaba a doler.
— Hijo de puta. — Fue lo único que elucubró y posteriormente dijo. El oso pequeño seguía en su mundo, y la tarea iba a ser compleja. Pero para nada imposible. Soltó todo el aire de sus pulmones mientras adoptaba una posición de combate y llevaba los brazos, heridos, a la altura del pecho para ejecutar un sello.
— ¡EH! — Le interrumpió un grito antes de que pudiese ejecutar sello alguno. — Usa una pizca de chakra y quedas fuera. Como un oso, te dije. — Una regla más agregada por el oso pequeño que parecía más despierto ahora. Aunque no duró demasiado, pues volvió a su somnolencia una vez aclarada la situación. El otro oso había vuelto a su posición cuadrupedal y seguía con la mirada adherida al ninja.
— Sin chakra entonces… — Escupió al suelo el ojicarmesí mientras volvía a ponerse en posición de combate, aunque esta vez como más le gustaba; a puño limpio. Se sacudió todo rastro de dudas para abalanzarse sin más en busca del oso, que respondió volviendo a levantarse.
Un combate encarnizado empezó ahí, con el shinobi esquivando cuando podía, bloqueando cuando podía, y buscando golpear sin mucho éxito. Los pocos golpes que lograba encajar no inmutaban al contrario, viéndose prácticamente anulados contra la densa capa de pelo y grasa. Y, por supuesto, el dolor y el cansancio parecían afectar únicamente al lado humano del enfrentamiento, que seguía recibiendo zarpazos, golpes y mordidas sin contemplación alguna. De vez en cuando nacía la necesidad de separarse por unos segundos para recuperar el aliento e intentar no caer víctima de la perdida de sangre, a lo que el oso respondía rugiendo de nuevo.
En uno de esos “tiempos muertos”, el ninja entre jadeos y sudor se contempló tirar la toalla. La sangre le dejaba a borbotones, el dolor no le dejaba pensar con claridad, y la mente empezaba a jugarle en contra, haciéndole sentir insuficiente. La tentación de usar chakra no faltó tampoco en ningún momento, pero si algo disfrutaba él eran los retos. Y solo por esto intentaría una nueva aproximación. Tomó tanto aire como sus costillas fracturadas le permitieron antes de punzarle los pulmones, y volvió a emprender carrera. Esta vez, iba por el cuello del animal.
Esquivando y bloqueando consiguió llegar a su objetivo, y valiéndose de su propia estatura y corpulencia abrazó con todas las fuerzas que le quedaban en el cuerpo al oso por el cuello, buscando asfixiarlo mientras aguantaba los golpes y embestidas desesperadas del animal. Luego de un par de eternidades, el movimiento había cesado y la respiración del oso terminaba por cortarse al fin. El shinobi dibujó una sonrisa de victoria mientras empezaba a saborear las mieles de la gloria en su mente y todo dolor era reemplazado por orgullo.
El oso desaparecería en una nube de humo dejando al ninja envuelto en ella. A unos metros de él, sin embargo, el oso más pequeño parecía moverse y golpear dos veces el suelo con su pata. Y dos nubes de humo más aparecieron en el campo de batalla, despejando la que envolvía al ninja.
Con los ojos abiertos como platos y la mandíbula desencajada por la incredulidad el ojicarmesí sería testigo de la aparición de dos osos pardos más, idénticos a aquel que había hecho desaparecer segundos antes. Uno de los osos recién llegados, apareciendo a escasos metros de él, se lanzó a toda velocidad para dar un zarpazo que impactaría en la espalda descubierta del ninja, mandándolo a volar para terminar dando vueltas sobre la tierra y quedar acostado boca arriba. Su límite parecía haber llegado.
El dolor ya era insoportable, el cansancio lo hacía todo más difícil, y no poder acceder al chakra lo volvía imposible. Se había dejado todo en el campo de batalla para ganar el combate contra un oso y ahora debía ir contra dos. Intentó levantarse, pero no lo logró. Al menos no las primeras tres veces.
La cuarta fue diferente, aunque deseaba que no lo hubiese sido. Su mente pedía acabar con aquello ya. Era como intentar mover una montaña a puño limpio. Pero su convicción le hacía querer intentarlo de nuevo. Una vez más, quizás la última. Se alzó, irguió su cuerpo, y cuando intentó avanzar fue detenido por el rugido de uno de los osos. Un rugido aterrador que mellaría la confianza de hasta el más poderoso de los seres. Un rugido que congeló al ninja en su sitio y le hizo replantearse todo. Pero ahí su instinto llegó.
Volviendo a llenar sus pulmones de aire mientras ignoraba el dolor de sus costillas y espalda, se preparó unos segundos, y soltó un rugido. O el intento de uno. Descargó toda la frustración, el enojo, la violencia que pedían sus músculos. Todo se unió para crear un grito gutural que removió cada órgano de su cuerpo. El otro oso rugiría también, con una intensidad más parecida a su similar que al rugido del ninja. Y el ninja no se quedó atrás. Volvió a tomar aire mientras abría los brazos para lucir amenazador. Respondió con otro rugido más fuerte que el anterior, haciendo vibrar sus propios pulmones hasta que pidieron clemencia. Ambos osos, que hasta ahora se habían mantenido alzados sobre sus patas traseras, cayeron hacia adelante producto de la gravedad y, en 4 patas, desaparecieron dejando humo detrás.
El ninja no entendía del todo lo que había sucedido, pero desde el punto de vista de un espectador su apariencia habría inspirado pesadillas a los más débiles de temple. Ensangrentado, corpulento, aparentemente inamovible y amenazador. Sus jadeos se confundían con la amenazadora respiración de un depredador acechando a una presa. Hasta que ya no pudo sostener su propio peso y cayó desplomado boca arriba.
Apenas podía mover los dedos, y tenía los brazos extendidos mientras intentaba encontrar aliento. Los ojos estaban fijados en el celeste cielo, al menos hasta que pudo sentir como el oso más pequeño se acercaba a él a paso lento. — Bien hecho. Te tomó algo más de lo normal, pero entendiste el punto. — Dijo el animal, con voz complaciente. — Nosotros los osos podemos lucir amenazadores, pero no luchamos entre nosotros. No vale la pena. — Agregaría estando lo suficientemente cerca. Con otro toque a la tierra una nube de humo mucho más pequeña aparecería dejando un pergamino abierto de tamaño considerable en el sitio. — Debes aprender a imponerte sin usar la fuerza, y solo usarla para defender a los tuyos o cuando no haya de otra alternativa. — Mientras hablaba, hacía lo posible por alzar la mano del ninja, llena de sangre tras el combate, y ponerla sobre un espacio en particular del pergamino. Para entonces, la lucidez y consciencia del ojicarmesí empezaban a dejarlo. — ¿Cómo te llamas, chico? — Preguntó el oso. — Isshin… — Respondió mientras cerraba los ojos para no volver a abrirlos en un muy buen rato. — Bienvenido a la manada, Isshin. — Dicho esto, todo terminó por desvanecerse en la memoria del joven. Días más tarde despertaría en la cálida seguridad de su hogar, aún recuperándose.
— Terminemos con esto rápido. Sabes que esta mierda no es lo mío ni va a funcionar. — Respondió, con frustración notoria, un pelilargo que yacía sentado en la tierra con la espalda erguida. Su tono de voz y ritmo para hablar era similar al del otro, pero se notaba más enérgico y juvenil.
Y las similitudes entre ambos no paraban allí, pues como padre e hijo que resultaban ser no era descabellado confundirles con clones. Salvo por, claro, la obvia diferencia de edad y estado físico.
— No seas altanero. — La reprimenda verbal tuvo lugar mientras el más viejo de los dos se recostaba en uno de los árboles que se atrevían a crecer más cerca del arroyo. — Estás haciendo los sellos mal por tu propia indisposición. — Al final soltó un suspiro repleto de indignación mientras el joven respondía con un gruñido, otra tanda de sellos, y un golpe en el suelo con la palma abierta. Tras lo cual, nada sucedió.
— Me voy a desangrar antes de lograr algo. — Diría mientras llevaba el pulgar de la diestra a su boca para deshacerse del exceso de sangre que brotaba de la herida hecha por sus propios dientes momentos atrás.
El toma y dame de ambos se extendió por al menos una hora más, o eso era lo que el sol atestiguaba mientras se movía en su cúpula. De tanto en tanto, también, otro intento fallido de parte del más joven de los dos tenía lugar, agregando toneladas de frustración a sus músculos que iban tensándose poco a poco.
— Me niego a creer que alguien con mi sangre no pueda dominar una técnica tan simple como esa. — Aquel alegato iba tan afilado como una katana, pero el orgullo del joven no era fácilmente mancillado luego de una vida entera enfrentándose a aquel filo verbal. Por tanto, y sacrificando un poco de sanidad mental, el más joven se limitó a virar la cabeza en dirección a su padre y sonreír sarcásticamente. En respuesta, el más viejo simplemente se encogió de hombros, giró sobre sí mismo, y se perdió en la espesura andando a paso lento. Sin mediar palabra el padre parecía haberse rendido y volvía a casa. Y quizás, solo quizás, el pelilargo debía tomarle como ejemplo.
Pero aunque el orgullo no estaba entre sus cualidades -o defectos-, la testarudez sí. Y no iba a quedarse con una derrota anotada en su récord. Aunque ya nadie le estuviese mirando. En consecuencia, otro intento más. Y tras este, uno más. Todos fallidos hasta que sus estrellas se alinearon.
En un movimiento más renuente que torpe, la tanda de sellos y el foco de chakra tuvieron lugar, previos a la palmada al suelo con más fuerza de lo normal. La siniestra, estrellada contra el suelo, había sido manchada con sangre previamente y de repente pintaba el suelo a su alrededor con una serie de garabatos. Una nube de humo a escasos centímetros de aquel punto de contacto con la tierra apareció, marcando, por primera vez, el éxito de la técnica.
Perplejo, el joven abriría los ojos de par en par, permitiendo que su cuerpo cambiase el cansancio por adrenalina. Mientras esperaba que la humareda se disipase, giraría el cuello buscando con la mirada a su padre, esperando que milagrosamente hubiese vuelto. Pero no estaba ahí, y el ceño del chico se frunció con una sonrisa formada más abajo. — Voy a volver a casa con mi propia puta rana de 10 metros y me vas a pedir perdón, imbécil. — Pensó, haciendo referencia a su padre y la invocación de este.
Pero el destino le tendría planes ligeramente diferentes, y -definitivamente- menos anfibios. De la nube de humo ya prácticamente inexistente saldría un animal de 70 y tantos centímetros andando en cuatro patas hasta sentarse en la frente al ninja.
— ¿Tienes comida? — Fue lo primero que salió del “hocico” de aquella bestia en miniatura. El ojicarmesí giró la cabeza buscando entendimiento. No porque nunca hubiese visto un oso, sino por esperar cualquier cosa menos eso. Y encima la rechoncha y peluda alimaña tenía la osadía de pedir comida de buenas a primera.
— ¿Qué clase de oso habla para pedir comida? — Respondió el chico. Era una situación un tanto surrealista, pero entendía como iba aquella técnica. — No esperaba invocarte a ti, la verdad. Pero no voy a irme con las manos vacías. ¿Dónde firmo? — Fue directo y tajante, más por frustración y cansancio que por iniciativa propia.
El pequeño oso se limitó a mirarlo por unos instantes más antes de echarse a un costado hasta quedar acostado. Seguía mirando fijamente al ninja, sin despegar aquellos oscuros ojos de él. — Me invocas mientras estoy comiendo, te pido amablemente enmendar tu error, te niegas, ¿Y así quieres que te permita firmar? — Un bostezo marcó el final de aquel puñal verbal. — No te voy a privar del derecho a firmar, pero a ti te tocará el camino difícil. — Continuando post-bostezo, el pequeño oso que seguía tumbado sobre sus costados, golpeó el suelo con la pata más cercana al cielo. En un instante, y a unos metros de ambos, otra nube de humo apareció, esta vez con un tamaño considerablemente mayor.
La ansiedad y curiosidad con la que el ninja observaba aquel amasijo de humo hizo que el tiempo empezara a transcurrir más lentamente, hasta que por fin el recién llegado se dejó ver. Era otro oso pardo, parado sobre sus patas traseras y erguido hasta los 4 metros de altura. Una visión imponente en definitiva, pero la sabiduría y sapiencia de estos animales invocados era conocida por todo el que buscase adentrarse en el mundo del Kuchiyose. Por tanto, y sin amedrentarse, el joven ninja se levantó del suelo y dirigió unas palabras al oso recién llegado.
— ¿Y tú quien eres? ¿El hermano mayor de éste pequeñín? ¿Tú si estás dispuesto a dejarme firmar? — Lanzó las preguntas, pero no consiguió respuesta. El enorme animal cambió su postura, poniéndose sobre sus 4 patas, y soltó un gruñido amenazador. Estaba a la defensiva. El ninja volvió su atención al primer oso, que parecía estar a punto de quedarse dormido. Al percatarse este último de la situación, se vio obligado a atender. — No pierdas el tiempo, este no tiene la capacidad de hablar ni entenderte. Es tu prueba y nada más. Tu tarea será doblegarlo, pero debes pensar cómo lo haríamos nosotros los osos. — Al terminar, volvió a intentar dormirse. — ¿Doblegarlo? ¿Y qué cojones significa eso? — Preguntó, aunque -de nuevo- sin recibir respuesta. Volvió a mirar al oso más grande, que no había despegado la mirada de él ni por un segundo. Parecía ignorar por completo la existencia del oso más pequeño.
Los instantes posteriores se alargaron hasta parecer eternidades, en los que ambos contrincantes no cesaban de mirarse entre sí. La armonía se rompió cuando el ninja decidió dar pasos al frente muy lentamente hasta acercarse al oso. Cuando la distancia que les separaba era de unos 6 metros, el animal se alzó de nuevo en sus patas traseras y soltó un rugido que estremeció el claro entero. Con suficiente atención al detalle se podría notar cómo el agua del riachuelo temblaba ante tal demostración de poder latente. El rugido duró unos cuantos segundos en los que cada fibra del cuerpo del shinobi pedía huir o atacar. Pero todo se mantuvo bajo control.
Tras aquel rugido el ojicarmesí abrió los brazos a modo de mostrarse indefenso mientras seguía acercándose al animal ahora bípedo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca notó el error de su aproximación. Un zarpazo rápido y certero, dirigido a su pecho, provino del oso. Con los reflejos necesarios el shinobi pudo aminorar el impacto que potencialmente iba a ser letal, cruzando los brazos y recibiendo el zarpazo en aquellos musculosos apéndices. Presa de la adrenalina no sentiría dolor alguno y se permitiría saltar hacia atrás. Con la distancia prudente podría por fin sentir el correr de la sangre brotar de sus antebrazos a través de aquellas heridas de garra. Ahí empezaba a doler.
— Hijo de puta. — Fue lo único que elucubró y posteriormente dijo. El oso pequeño seguía en su mundo, y la tarea iba a ser compleja. Pero para nada imposible. Soltó todo el aire de sus pulmones mientras adoptaba una posición de combate y llevaba los brazos, heridos, a la altura del pecho para ejecutar un sello.
— ¡EH! — Le interrumpió un grito antes de que pudiese ejecutar sello alguno. — Usa una pizca de chakra y quedas fuera. Como un oso, te dije. — Una regla más agregada por el oso pequeño que parecía más despierto ahora. Aunque no duró demasiado, pues volvió a su somnolencia una vez aclarada la situación. El otro oso había vuelto a su posición cuadrupedal y seguía con la mirada adherida al ninja.
— Sin chakra entonces… — Escupió al suelo el ojicarmesí mientras volvía a ponerse en posición de combate, aunque esta vez como más le gustaba; a puño limpio. Se sacudió todo rastro de dudas para abalanzarse sin más en busca del oso, que respondió volviendo a levantarse.
Un combate encarnizado empezó ahí, con el shinobi esquivando cuando podía, bloqueando cuando podía, y buscando golpear sin mucho éxito. Los pocos golpes que lograba encajar no inmutaban al contrario, viéndose prácticamente anulados contra la densa capa de pelo y grasa. Y, por supuesto, el dolor y el cansancio parecían afectar únicamente al lado humano del enfrentamiento, que seguía recibiendo zarpazos, golpes y mordidas sin contemplación alguna. De vez en cuando nacía la necesidad de separarse por unos segundos para recuperar el aliento e intentar no caer víctima de la perdida de sangre, a lo que el oso respondía rugiendo de nuevo.
En uno de esos “tiempos muertos”, el ninja entre jadeos y sudor se contempló tirar la toalla. La sangre le dejaba a borbotones, el dolor no le dejaba pensar con claridad, y la mente empezaba a jugarle en contra, haciéndole sentir insuficiente. La tentación de usar chakra no faltó tampoco en ningún momento, pero si algo disfrutaba él eran los retos. Y solo por esto intentaría una nueva aproximación. Tomó tanto aire como sus costillas fracturadas le permitieron antes de punzarle los pulmones, y volvió a emprender carrera. Esta vez, iba por el cuello del animal.
Esquivando y bloqueando consiguió llegar a su objetivo, y valiéndose de su propia estatura y corpulencia abrazó con todas las fuerzas que le quedaban en el cuerpo al oso por el cuello, buscando asfixiarlo mientras aguantaba los golpes y embestidas desesperadas del animal. Luego de un par de eternidades, el movimiento había cesado y la respiración del oso terminaba por cortarse al fin. El shinobi dibujó una sonrisa de victoria mientras empezaba a saborear las mieles de la gloria en su mente y todo dolor era reemplazado por orgullo.
El oso desaparecería en una nube de humo dejando al ninja envuelto en ella. A unos metros de él, sin embargo, el oso más pequeño parecía moverse y golpear dos veces el suelo con su pata. Y dos nubes de humo más aparecieron en el campo de batalla, despejando la que envolvía al ninja.
Con los ojos abiertos como platos y la mandíbula desencajada por la incredulidad el ojicarmesí sería testigo de la aparición de dos osos pardos más, idénticos a aquel que había hecho desaparecer segundos antes. Uno de los osos recién llegados, apareciendo a escasos metros de él, se lanzó a toda velocidad para dar un zarpazo que impactaría en la espalda descubierta del ninja, mandándolo a volar para terminar dando vueltas sobre la tierra y quedar acostado boca arriba. Su límite parecía haber llegado.
El dolor ya era insoportable, el cansancio lo hacía todo más difícil, y no poder acceder al chakra lo volvía imposible. Se había dejado todo en el campo de batalla para ganar el combate contra un oso y ahora debía ir contra dos. Intentó levantarse, pero no lo logró. Al menos no las primeras tres veces.
La cuarta fue diferente, aunque deseaba que no lo hubiese sido. Su mente pedía acabar con aquello ya. Era como intentar mover una montaña a puño limpio. Pero su convicción le hacía querer intentarlo de nuevo. Una vez más, quizás la última. Se alzó, irguió su cuerpo, y cuando intentó avanzar fue detenido por el rugido de uno de los osos. Un rugido aterrador que mellaría la confianza de hasta el más poderoso de los seres. Un rugido que congeló al ninja en su sitio y le hizo replantearse todo. Pero ahí su instinto llegó.
Volviendo a llenar sus pulmones de aire mientras ignoraba el dolor de sus costillas y espalda, se preparó unos segundos, y soltó un rugido. O el intento de uno. Descargó toda la frustración, el enojo, la violencia que pedían sus músculos. Todo se unió para crear un grito gutural que removió cada órgano de su cuerpo. El otro oso rugiría también, con una intensidad más parecida a su similar que al rugido del ninja. Y el ninja no se quedó atrás. Volvió a tomar aire mientras abría los brazos para lucir amenazador. Respondió con otro rugido más fuerte que el anterior, haciendo vibrar sus propios pulmones hasta que pidieron clemencia. Ambos osos, que hasta ahora se habían mantenido alzados sobre sus patas traseras, cayeron hacia adelante producto de la gravedad y, en 4 patas, desaparecieron dejando humo detrás.
El ninja no entendía del todo lo que había sucedido, pero desde el punto de vista de un espectador su apariencia habría inspirado pesadillas a los más débiles de temple. Ensangrentado, corpulento, aparentemente inamovible y amenazador. Sus jadeos se confundían con la amenazadora respiración de un depredador acechando a una presa. Hasta que ya no pudo sostener su propio peso y cayó desplomado boca arriba.
Apenas podía mover los dedos, y tenía los brazos extendidos mientras intentaba encontrar aliento. Los ojos estaban fijados en el celeste cielo, al menos hasta que pudo sentir como el oso más pequeño se acercaba a él a paso lento. — Bien hecho. Te tomó algo más de lo normal, pero entendiste el punto. — Dijo el animal, con voz complaciente. — Nosotros los osos podemos lucir amenazadores, pero no luchamos entre nosotros. No vale la pena. — Agregaría estando lo suficientemente cerca. Con otro toque a la tierra una nube de humo mucho más pequeña aparecería dejando un pergamino abierto de tamaño considerable en el sitio. — Debes aprender a imponerte sin usar la fuerza, y solo usarla para defender a los tuyos o cuando no haya de otra alternativa. — Mientras hablaba, hacía lo posible por alzar la mano del ninja, llena de sangre tras el combate, y ponerla sobre un espacio en particular del pergamino. Para entonces, la lucidez y consciencia del ojicarmesí empezaban a dejarlo. — ¿Cómo te llamas, chico? — Preguntó el oso. — Isshin… — Respondió mientras cerraba los ojos para no volver a abrirlos en un muy buen rato. — Bienvenido a la manada, Isshin. — Dicho esto, todo terminó por desvanecerse en la memoria del joven. Días más tarde despertaría en la cálida seguridad de su hogar, aún recuperándose.