Mediados de octubre, 14 D.Y.
El repiqueteo incesante de un metal chocando con otro hacía de metrónomo en conjunto con una gotera que, de haber enfrentarse a otra fuente de ruido con más volumen, habría pasado completamente desapercibida. En aquel amasijo de sombras y humedad serpenteaban dos personas cuyos pasos eran prácticamente imperceptibles. Ambos llevaban el mismo ritmo y la misma cadencia al andar, hasta que la armonía acabó destruida por el carraspeo de garganta de uno de ellos, que anunciaba unas palabras venideras.
— ¿No crees que deberíamos mejorar la seguridad? — Inquirió a la otra presencia. — Que no hayamos tenido percances últimamente no significa que no vayamos a tenerlos… — Si uno se esforzaba podía notar algo de nerviosismo en aquellas palabras. Quien hablaba, sin embargo, trasmitía un dejo de experiencia y una sensatez que solo los años podían regalar.
— Todo está bajo control. Dedícate a lo tuyo y yo a lo mío. — Respondió la otra voz tan tajantemente que no esperó respuesta alguna antes de cambiar su grácil marcha y alejarse de quien había hablado primero. Este último, recibiendo un comentario tan seco, simplemente escupió al suelo buscando poner balance en su mente mientras tomaba un rumbo diferente envuelto en las mismas sombras.
28 de Octubre, 14 D.Y.
Horas de la mañana.
El clima en el País de las Montañas era una constante durante casi todo el año, y para visitantes ajenos era algo a considerar. Aquella no era una mañana distinta a las incontables que habían venido antes, y los habitantes de aquel pequeño poblado parecían ser expertos en ignorar el frío viento que rondaba por ahí.
Rodeado de árboles, a algunos minutos de caminata de la base de la montaña más cercana, el poblado sin nombre parecía llevar allí desde el inicio de los tiempos. Una calle principal lo atravesaba y daba nacimiento a varios callejones más que permitían acceso a establecimientos variopintos. La mayoría de las edificaciones no superaba los 6 metros de altura, con tejados de madera y paredes de piedra. Si uno prestaba atención detallaría un mercado principal, una posada, algunos puestos de comida, y cabañas que probablemente estuviesen habitadas por los locales.
La gente, por su lado, lucía tan plácida y centrada como de usanza. No acostumbraban a recibir visitantes pero no por ello se negaban a tal posibilidad. De vez en cuando algún mercader ambulante les visitaba y les permitía tener acceso a noticias y bienes de lejanías incomprendidas, pero salvo eso, resultaban ser un poblado remoto y recluido. La mayoría de los transeuntes hablaban y reían entre sí, cotilleando con quien pudiesen encontrar, y haciendo lo que sus rutinas les indicaban.
El único punto a resaltar de aquel poblado yacía en los documentos que algunos imperiales se habrían intercambiado entre sí. A manera estrictamente confidencial el sitio era el único punto de referencia para ubicar el búnker, que, según investigaciones, fungía de guarida para una banda criminal que estaba en la mira del imperio. Por tanto, y para los interesados en dar con el sitio, el poblado era un punto de partida más que perfecto.