En una isla remota de Kirigakure no Sato, Aoro Hozuki se había apartado nuevamente para entrenar. Eran entrenamientos distintos a los que podría tener con otra persona. Eran sin dudas entrenamientos más tranquilos, pero intensos. En su isla predilecta de entrenamiento siempre se sentía como rodeado por el sonido constante de las olas rompiendo contra las rocas. Para cuando llegó al campo de entrenamiento el Sol apenas se asomaba en el horizonte, proyectando una luz tenue sobre la escena. Aoro lograba así concentrarse, o al menos lograr una concentración mejor que la que puede tener en el bullicio de la ciudad, en su isla su mente esta completamente absorta en la dedicación del entrenamiento.
"Hoy tengo que superar mis límites", pensó, una y otra vez. Como si de un mantra se tratase.
Sintiendo la fría brisa marina en su piel. Aoro extendió sus manos hacia el agua, cerrando los ojos para sentir cada partícula de humedad a su alrededor. Lentamente, comenzó a manipular el agua, formando una esfera líquida que flotaba frente a él.
"Debo mantener el control, sin importar lo que pase", se dijo a sí mismo. Frente a la libertad de su vida diaria, en su fuero íntimo solía ser muy exigente consigo mismo. Pensar en términos absolutos y exagerar alguna que otra situación, las historias que había leído alguna vez lo inspiraban sin dudas en este cometido.
La esfera de agua empezó a girar rápidamente, mientras Aoro intentaba aumentar su tamaño y densidad a la vez que variaba su chakra, lo manipulaba y distribuía por todo su cuerpo. El esfuerzo mental sin dudas era intenso, pero su determinación era más inquebrantable. De repente, la esfera se desmoronó, salpicando agua por todas partes. Aoro cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo.
"No puedo rendirme", murmuró. Y golpeó el suelo, o mejor dicho el charco de agua que cubría el cesped de sus pies.
Se levantó y volvió a intentarlo, reuniendo toda su energía y concentración. Esta vez, la esfera se mantuvo firme, reflejando su propia imagen en su superficie.
"Así es, ¡Aaaaaggg!", pensó, y le pegó una patada fuerte a la esfera, volviendola a destruir y hacer varios charcos su alrededor. No pudo evitar la carcajada.
A medida que el entrenamiento continuaba, Aoro se sumergía cada vez más en su conexión con el agua, sintiendo cómo su control y dominio mejoraban con cada intento. Sabía que, aunque el camino fuera difícil, su objetivo de proteger Kirigakure dependía de su habilidad para dominar completamente su elemento. Horas más tarde, exhausto pero satisfecho, Aoro miró el horizonte, donde el sol ya se había alzado.
"Un día más de progreso", pensó y juntó sus cosas. Pero esta vez no volvería a su hogar, sino que decidió de antemano reservar una de las habitaciones de la Mansión que ocupaba la isla, así pasar varios días allí entrenando y entrenando.
"Hoy tengo que superar mis límites", pensó, una y otra vez. Como si de un mantra se tratase.
Sintiendo la fría brisa marina en su piel. Aoro extendió sus manos hacia el agua, cerrando los ojos para sentir cada partícula de humedad a su alrededor. Lentamente, comenzó a manipular el agua, formando una esfera líquida que flotaba frente a él.
"Debo mantener el control, sin importar lo que pase", se dijo a sí mismo. Frente a la libertad de su vida diaria, en su fuero íntimo solía ser muy exigente consigo mismo. Pensar en términos absolutos y exagerar alguna que otra situación, las historias que había leído alguna vez lo inspiraban sin dudas en este cometido.
La esfera de agua empezó a girar rápidamente, mientras Aoro intentaba aumentar su tamaño y densidad a la vez que variaba su chakra, lo manipulaba y distribuía por todo su cuerpo. El esfuerzo mental sin dudas era intenso, pero su determinación era más inquebrantable. De repente, la esfera se desmoronó, salpicando agua por todas partes. Aoro cayó de rodillas, jadeando por el esfuerzo.
"No puedo rendirme", murmuró. Y golpeó el suelo, o mejor dicho el charco de agua que cubría el cesped de sus pies.
Se levantó y volvió a intentarlo, reuniendo toda su energía y concentración. Esta vez, la esfera se mantuvo firme, reflejando su propia imagen en su superficie.
"Así es, ¡Aaaaaggg!", pensó, y le pegó una patada fuerte a la esfera, volviendola a destruir y hacer varios charcos su alrededor. No pudo evitar la carcajada.
A medida que el entrenamiento continuaba, Aoro se sumergía cada vez más en su conexión con el agua, sintiendo cómo su control y dominio mejoraban con cada intento. Sabía que, aunque el camino fuera difícil, su objetivo de proteger Kirigakure dependía de su habilidad para dominar completamente su elemento. Horas más tarde, exhausto pero satisfecho, Aoro miró el horizonte, donde el sol ya se había alzado.
"Un día más de progreso", pensó y juntó sus cosas. Pero esta vez no volvería a su hogar, sino que decidió de antemano reservar una de las habitaciones de la Mansión que ocupaba la isla, así pasar varios días allí entrenando y entrenando.