Takeshi con una expresión siempre seria y unos ojos que parecían observar cada detalle, se encontraba ya en la puerta principal de la aldea. Aunque antes, esa misma mañana, antes de dirigirse a la puerta, Takeshi hizo una breve parada en una pequeña tienda cercana, famosa por sus sorbetes. Era su pequeño placer culpable, un ritual que siempre le ayudaba a calmar sus nervios.
-¡Takeshi! Justo a tiempo como siempre.- saludó el tendero, un hombre mayor con un brazo mecánico-.
-Hola, señor Taro. ¿Cómo está esta mañana?- respondió Takeshi con una ligera sonrisa, acercándose al mostrador.
-Todo en orden, chico. Aquí tienes tu sorbete de melón, bien frío como te gusta.- dijo el señor Taro, entregándole el sorbete con una sonrisa amistosa. -¿Listo para otra misión?-
-Sí, una escolta esta vez.- contestó Takeshi, aceptando el sorbete y dando un primer sorbo refrescante.
-Recuerda, la mente clara y el estómago lleno, ¿eh?- bromeó Taro, observando al joven shinobi con algo de preocupación paternal.
-Siempre lo tengo en cuenta. Gracias, señor Taro.-Takeshi asintió, agradeciendo el consejo.
Con un sorbete en mano, se dirigió a la puerta, disfrutando del refrescante sabor mientras pensaba en la misión que le esperaba.
-¿Qué tal serán mis compañeros de equipo?-, se preguntó mientras daba otro sorbo. Takeshi estaba acostumbrado a trabajar solo en sus misiones, y la idea de colaborar con otros shinobis le generaba cierta ansiedad
Al llegar a la puerta principal, se apoyó contra una de las paredes de piedra y continuó bebiendo su sorbete. El aire fresco de la mañana le ayudaba a despejar la mente y concentrarse en la tarea que tenía por delante, pero no podía evitar que sus pensamientos volvieran una y otra vez a sus nuevos compañeros de misión.
-Solo mantén la calma y haz tu trabajo, como siempre.-, se recordó a sí mismo.
Mientras esperaba, observó sus alrededores con atención. La puerta de la aldea, custodiada por guardias con equipos tecnológicos avanzados. El sonido de los motores en marcha y el murmullo lejano de los ciudadanos que comenzaban su día proporcionaban un trasfondo animado. Observó a los ciudadanos, algunos saludándole mientras pasaban.
Los primeros comerciantes empezaban a abrir sus tiendas, dejando escapar aromas tentadores de pan recién horneado y especias exóticas. Los trabajadores ajustaban los mecanismos de sus puestos, y las chispas de las herramientas de metal volaban mientras los artesanos afinaban sus creaciones. Los niños correteaban por las calles, riendo y jugando antes de dirigirse a la academia ninja. El aire estaba lleno de una mezcla de olores: el aceite de las máquinas, el dulce aroma de las flores de los jardines colgantes y el inconfundible olor a tierra mojada, reminiscente de la reciente lluvia nocturna. Todo esto formaba un mosaico viviente que mostraba la vibrante vida de la aldea.
El diplomático, el señor Shinji, aún no había llegado, lo que daba tiempo a los shinobis para presentarse antes de emprender el viaje. Takeshi permaneció en su posición, con la mirada fija en el horizonte.
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