(Rango D) - Ayudando a la vieja
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Última modificación: 29-03-2024, 11:10 PM por Sayuri.
Pista de ambiente

Mision
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Imagen solo de referencia

El trayecto que debían emprender aquellos dedicados al comercio transfronterizo o los shinobis, cuyas misiones los arrastraban constantemente a través de vastas distancias hacia rincones remotos y a menudo hostiles del mundo, era uno de innumerables desafíos y peligros. En particular, el viaje hacia el País de la Cascada, destino de nuestro relato, se presentaba como una odisea en sí misma. Aquí, en este lugar de belleza natural y misterios ancestrales, una anciana de edad venerable aguardaba la llegada de un trío de genin, convocados para asistirla en la búsqueda de ciertos materiales esenciales.

Para acceder a este reino oculto, los viajeros debían, como era de esperar por su nombre, atravesar una cascada imponente, puerta de entrada a un laberinto de cavernas subterráneas que serpenteaban bajo la tierra hasta desembocar en el sitio del Gran Árbol. Este era un espectáculo que, en tiempos pasados, habría dejado sin aliento a cualquier observador, un testimonio de la armonía entre la naturaleza y las creaciones humanas, forjado a lo largo de más de un siglo. Sin embargo, el escenario que se desplegaba ante los ojos de los recién llegados distaba mucho de ser el paraíso que alguna vez fue. En el corazón de lo que había sido un vibrante asentamiento, ahora yacía un tocón gigantesco, todo lo que quedaba del Gran Árbol que una vez se alzaba orgulloso y lleno de vida. Este vestigio de un pasado glorioso se erigía ahora como un sombrío monumento a la decadencia, un testigo silencioso de las décadas de abandono y desesperanza.

Lo que en otro tiempo fueron villas encantadoras, hogar de una comunidad próspera y llena de vida, se había transformado en un grotesco campo de concentración. Pequeños y grandes almacenes de personas se esparcían caóticamente, mientras soldados patrullaban el área, indiferentes al sufrimiento que se gestaba a su alrededor. Si uno se detenía a observar más allá de las estructuras en ruinas, podía atisbar, en la distancia, escenas de violencia y opresión, un reflejo desolador del estado actual del mundo.

Este paisaje desolado, antítesis de la belleza y la esperanza que alguna vez caracterizaron al País de la Cascada, servía como un crudo recordatorio de cómo incluso los lugares más sagrados y protegidos pueden caer ante la adversidad, transformándose en escenarios de desesperación y lucha por la supervivencia. 

Sin embargo, el destino que aguardaba a nuestros valientes protagonistas no se encontraba en el corazón de aquel sombrío escenario, ni tendrían que enfrentarse directamente a las injusticias que allí se perpetraban. Al menos, esa no era la misión que les había sido encomendada. A pesar de todo, este lugar ofrecía un oasis de descanso para aquellos viajeros que, provenientes de tierras distantes, buscaban refugio en sus confines. En las inmediaciones, pequeños comercios y humildes moradas se erigían como bastiones de hospitalidad, sirviendo a su propósito con una calidez que contrastaba con el frío desolador del entorno.

Entre estas modestas edificaciones, una anciana aguardaba con paciencia. Su cabello, teñido de un plateado que hablaba de incontables lunas vividas, enmarcaba un rostro surcado por las huellas del tiempo. Las arrugas que adornaban su semblante y su andar encorvado eran testigos mudos de las batallas libradas contra los años, revelando a los jóvenes que la carga de la existencia se hacía sentir con inusitada fuerza. Su destino, sin embargo, yacía más allá de este enclave olvidado por la civilización, en unas montañas que se alzaban majestuosas hacia el sur.
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Kurenai

Era evidente que la travesía que les esperaba no era una que pudiera emprender en solitario. Por ello, con la esperanza anidada en su corazón, la anciana había elegido este lugar, en los confines de lo conocido, para encontrarse con el trío de jóvenes que la acompañarían en su viaje. En este rincón del mundo, donde la civilización parecía haberse detenido, se gestaba el inicio de una aventura que los llevaría a enfrentar desafíos desconocidos y a descubrir verdades ocultas en las sombras de las montañas sureñas.
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Última modificación: 30-03-2024, 12:40 AM por Shikagetsu Nara.
El sol comenzaba a ceder ante el avance de la noche cuando Shikagetsu se encontraba en la Academia Ninja de la aldea de la Hoja. El joven genin había estado repasando sus técnicas y habilidades en el campo de entrenamiento, preparándose para futuras misiones y desafíos que pudieran surgir en su camino como shinobi.

De repente, un chūnin se acercó a él con un pergamino en la mano, anunciando que tenía una misión asignada. Shikagetsu sintió una mezcla de emoción y curiosidad al recibir la noticia. Era la primera vez que se le encomendaba una tarea fuera de los límites de la aldea, y estaba ansioso por demostrar su valía como ninja.

Abrió el pergamino con cuidado y leyó detenidamente las instrucciones. La misión parecía ser de rango D, pero eso no disminuía su importancia. Se trataba de acompañar a una anciana llamada Kurenai a las montañas en busca de unos productos especiales. Shikagetsu asintió con determinación, listo para aceptar el desafío y cumplir con su deber como shinobi de la Hoja.


Shikagetsu contempló con atención las instrucciones de la misión que había recibido, leyendo detenidamente cada palabra para comprender la tarea que le aguardaba. La idea de aventurarse fuera de los límites de la aldea de la Hoja despertaba en él una mezcla de emoción y nerviosismo, pero estaba decidido a enfrentar los desafíos que se presentaran en el camino.


Después de equiparse apropiadamente y asegurarse de tener todo lo necesario para el viaje, partió hacia el lugar indicado en la misión. El trayecto hacia el País de la Cascada era una odisea en sí misma, y el joven genin se preparó mentalmente para lo que le aguardaba en aquellas tierras lejanas y desconocidas.

Al llegar al destino, Shikagetsu se encontró con un paisaje desolado y sombrío, muy diferente de lo que había imaginado. Las ruinas y la opresión en el ambiente le recordaron la fragilidad de la paz en el mundo shinobi, pero también avivaron su determinación para cumplir con su deber y ayudar a aquellos que lo necesitaban.

Entre las modestas edificaciones del lugar, divisó a quien creía era aquella anciana, cuyo semblante reflejaba la sabiduría y la fortaleza de quien ha vivido muchas vidas. Con paso firme pero gentil, se acercó a ella para presentarse y recibir sus instrucciones.

- Buenas tardes, señora Kurenai -saludó con respeto Shikagetsu-. Soy Shikagetsu, y estoy aquí como enviado de la hoja para ayudar en su encargo-

Esperó con atención las palabras de la anciana, listo para emprender la travesía hacia las montañas y enfrentar los desafíos que les esperaban en el camino.

Estadísticas de Shikagetsu Nara
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El viaje desde Konoha hasta el País de la Cascada se reveló como una travesía profundamente conmovedora para mí, Iwao. Jamás había cruzado los límites de mi aldea natal, y cada rincón de esta tierra desconocida me brindaba un estímulo nuevo. Las montañas que se erguían con majestuosidad hacia el cielo, el aire fresco y puro que llenaba mis pulmones y el sonido ensordecedor del agua al caer desde la cascada se combinaban para formar un paisaje que despertaba en mí un asombro y una curiosidad insaciables.

Al cruzar el umbral de la imponente cascada que custodiaba la entrada, una oleada de emoción y expectativa me inundó. Las gotas de agua que chocaban contra mi piel mientras avanzaba y el estruendo del agua resonando en mis oídos me recordaban la inmensidad y el poderío de la naturaleza. A medida que me internaba en las intrincadas cavernas subterráneas, una atmósfera de misterio empezó a envolverme. Sentí un profundo respeto por aquellos ancestros que habían erigido aquel intrincado laberinto en épocas pasadas, y una sensación de admiración y reverencia se apoderó de mí.

Sin embargo, al llegar al corazón de lo que alguna vez fue un vibrante asentamiento, la alegría y la curiosidad que me habían acompañado hasta entonces se transformaron en tristeza y preocupación. El Gran Árbol yacía como un tocón gigantesco, un sombrío testimonio de la decadencia y el abandono. Las estructuras en ruinas y los rostros preocupados de las personas que encontraba en mi camino hablaban de desesperanza y sufrimiento.

A pesar de la desolación que se extendía ante mi, encontré refugio en las inmediaciones del asentamiento. Los pequeños comercios y las humildes moradas que se alzaban entre las ruinas ofrecían un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Entre estas modestas edificaciones, una anciana nos aguardaba con paciencia. Su cabello plateado y su rostro surcado por el tiempo me recordaban a las personas mayores de mi aldea, y sentí un profundo respeto por ella y por las historias que sus ojos debían haber visto a lo largo de los años.

Con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho y la piel ligeramente humeante por la emoción del momento, me presenté frente a ella. Aunque el paisaje desolado que se extendía ante mi era desgarrador, una chispa de esperanza y determinación ardía en mi interior.

¡Hola, soy Iwao, Gennin de Konoha! ─exclamé con entusiasmo, extendiendo mi mano hacia ella en un gesto de saludo─. Es un honor conocerla. Estoy decidido a hacer todo lo posible para ayudarla a usted y a su comunidad ─tras presentarme, me giré hacia mis compañeros y esbocé una sonrisa amistosa─. Encantado de conoceros. Estoy seguro de que formaremos un gran equipo.

Estadísticas de Iwao Pakura
Pasivas

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Una nueva misión fuera de la aldea fue recibida por Miku por parte de su padre quien era originalmente el encargado de realizarla. El hombre a pesar de ser Jounin recibió aquella misión tan sencilla por parte de la aldea solo con el objetivo de intentar investigar un grupito rebelde del que se tenían ayuntamientos en las cercanías del País de la Cascada, pero al final, decidió no ir él y en su lugar mandar a su hija Miku, él ya tendría tiempo para investigar, por ahora, aquella misión le serviría mucho a la Yuki para su desarrollo como Ninja así que simplemente decidió cederle la misión a ella.

El camino hasta el País de la Cascada fue largo y aburrido como siempre son los viajes desde el País del Agua, la Yuki se sentía orgullosa de haber nacido dentro de Kirigakure, pero también odiaba lo lejos y apartado que estaba su país de otros. Cuando finalmente arribó al lugar, pudo ver los enormes cambios dentro del País, anteriormente, la chica había leído un poco sobre cómo era el País en ese momento y en antaño, claramente la forma de antaño le gustaba más que ese país lleno de campos de concentración y de guardias por todos lados, hasta miedo le daba si se podría decir.

Pero no estaba ahí para pensar eso, solo tenía que buscar a una señora ya avanzada de edad de nombre Kurenai para ayudarla y eso hizo, cuando la logró observar a lo lejos, su paso sobre su camino se apresuró pues sus otros dos compañeros ya estaban en el lugar, por primera vez en mucho tiempo, ella era la última en llegar a una misión, y si, culpó al País del Agua por ello.

- Espero no haber tardado mucho, soy Miku de Kirigakure y seré parte de esta misión, es un placer - Dijo la Yuki para presentarse frente a Iwao y la anciana. - Shikagetsu, un gusto volver a verte - Claro, Miku recordaba aún al Genin Nara de un enfrentamiento en el Coliseo hace algo de tiempo.

Pese a que sus palabras eran fluidas, por dentro sentía nervios, nunca se terminó de acostumbrar a socializar con la gente y todo eso le causaba que se pusiera nerviosa, pero nada que no pudiera controlar.
Pasivas


Hablo / Pienso / Narro
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Última modificación: 06-04-2024, 01:41 AM por Sayuri.
OST

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Uno tras otro, como hojas arrastradas por un viento incierto, los shinobis aún verdes en experiencia comenzaron a congregarse, cada uno portando la responsabilidad de llevar a buen puerto la misión encomendada, una misión que debía culminar en éxito y seguridad para la señora Kurenai. Los primeros en hacer acto de presencia fueron dos individuos cuyas raíces se hundían en el fértil suelo de una aldea no muy lejana, conocida como la Aldea de la Hoja. Situada al sur del escenario de nuestra narrativa, esta aldea se erigía como un bastión de poder y estrategia, cuya proximidad y ubicación privilegiada en el tablero geopolítico la convertían en un frecuente punto de partida para shinobis en misiones hacia los paises norteños a sus fronteras. 

En contraste, el último de los convocados a esta asamblea de futuros héroes provenía de un rincón mucho más remoto, un lugar donde el mar susurraba secretos antiguos y el horizonte se perdía en la inmensidad del océano. Esta joven kunoichi era hija del País del Agua, una nación insular cuya existencia estaba marcada por el vaivén de las mareas y el misterio de las profundidades. Su viaje hasta el lugar de encuentro estaba teñido de la sal del mar y la paciencia de quien depende de los caprichos de la naturaleza para avanzar. La espera por una embarcación que la llevara a través de las aguas hasta estas tierras le había impuesto un retraso, un pequeño desvío en el camino hacia su destino.

Con un suspiro que parecía arrastrar consigo los ecos de incontables historias, la anciana se dirigió a los jóvenes shinobis que finalmente habían logrado reunirse en aquel lugar remoto, casi borrado de la memoria del mundo. Sus palabras, teñidas de una calidez que contrastaba con el frío ambiente de la posada, flotaban en el aire como hojas llevadas por el viento.

-Ahh, chicos, por fin veo que lograron llegar a este recóndito y olvidado rincón del mundo. Espero que el viaje no haya sido demasiado arduo para ustedes, pero deben entender que una vieja como yo no podría esperarlos a las afueras. Por eso he decidido acogerme al cálido refugio de esta posada, para mantener mis viejos y frágiles huesos lejos del frío que acecha allá afuera.-

Kurenai se encontraba sumergida en la sencillez de su atuendo. Las túnicas de un profundo color vinotinto que vestía se ajustaban a su figura con gracia, protegiéndola del frío con capas adicionales que apenas se insinuaban bajo la superficie. Su pantalón, abombado y de un tono oscuro, complementaba a la perfección el conjunto, otorgándole una libertad de movimiento esencial para cualquiera que emprendia un viaje largo. Las sandalias abiertas, a pesar de la baja temperatura, eran una muestra de su resistencia y adaptabilidad.

Mientras degustaba un estofado de verduras, Kurenai parecía sumida en sus pensamientos, quizás repasando mentalmente los detalles de la misión o simplemente disfrutando de un momento de calma antes de la tormenta. A su lado, una silla sostenía una bolsa de tamaño considerable, repleta de artículos variados que, a primera vista, podrían parecer comunes, pero para el ojo entrenado de los shinobis que se acercaban, revelaban su propósito: utensilios para la recolección de plantas.
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-Bueno muchachos, sera mejor que partamos cuanto antes les parece... Las montañas estan creo que a una hora, aun que con mi caminar eso se extendera un poco jejeje- Mientras Kurenai se levantaba, su entusiasmo por la aventura que se avecinaba era palpable, incluso a pesar de la broma que hacía sobre su propio ritmo de caminata. Su risa, ligera y auténtica, servía para aligerar el ambiente, recordando a los jóvenes genins que, a pesar de los desafíos que pudieran enfrentar, el viaje también era una oportunidad para disfrutar y aprender.

-El problema será una vez comencemos a subir por la montaña, ojala no nos encontremos con algun puente roto o que nos caiga encima una enorme roca- La mención de posibles obstáculos en su camino, como puentes rotos o desprendimientos de rocas, no era para tomar a la ligera. La naturaleza podía ser tan formidable adversario como cualquier enemigo. Sin embargo, la forma en que Kurenai lo mencionaba, con una mezcla de precaución y humor, demostraba su experiencia y su capacidad para enfrentar lo inesperado con calma y resolución.

Al comenzar a caminar hacia la salida de la villa, Kurenai parecía completamente enfocada en la misión que tenían por delante. Sin embargo, su olvido de la bolsa con los utensilios necesarios para la extracción de plantas era un descuido poco característico de alguien con su experiencia. Este pequeño lapsus podría interpretarse de varias maneras: quizás la emoción de embarcarse en una nueva aventura le había hecho olvidar momentáneamente los detalles prácticos, o tal vez, en el fondo, esperaba que los jóvenes genins demostraran su atención al detalle y su disposición para asumir responsabilidades, llevando la bolsa por ella.

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El tiempo para postear de 168 horas ya ha expirado.

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Con una mezcla de anticipación y curiosidad palpable en el aire, clavé mi mirada en mis futuros compañeros de misión. Miku, una kunoichi de Kirigakure, me intrigaba particularmente. Nunca había tenido la oportunidad de conocer a alguien de esa aldea y, para mi sorpresa, parecía tener una conexión previa con Shikagetsu. Aunque me hubiera gustado entablar una conversación para empezar a conocerlos mejor, Kurenai, nuestra líder, interrumpió mis pensamientos anunciando que era hora de ponerse en marcha hacia la montaña.

Al notar que la señora, nuestra guía y experta en hierbas medicinales, se levantaba para iniciar la marcha, no pude evitar notar que había olvidado su bolsa. Rápidamente, reaccioné agarrando la bolsa antes de que se diera cuenta.

¡Oh, la señora ha olvidado su bolsa! ─exclamé, sosteniendo la bolsa con cuidado. Dirigiéndome a mis compañeros con una sonrisa genuina, añadí─: ¿Os importaría llevarla vosotros? A veces me resulta complicado controlar el calor de mi cuerpo, y me preocupa quemarla.

Aunque mi preocupación era sincera, era consciente de que algunos podrían interpretarlo como una excusa para evitar cargar con el peso. Si ninguno de ellos aceptaba, me resignaría y me colgaría la bolsa al hombro, dispuesto a llevarla yo mismo.

Sin perder tiempo, aceleré el paso para colocarme al lado de Kurenai, caminando en sincronía con ella mientras avanzábamos por el sendero serpenteante que nos conduciría a la montaña. El bosque, bañado por los rayos dorados del sol de primavera, parecía un remanso de paz. Sin embargo, esta serenidad se vio abruptamente interrumpida cuando un coyote salvaje emergió de entre los arbustos, sus ojos centelleaban con una mirada amenazante y sus dientes afilados dejaban claro que no estábamos solos.

¡Cuidado! ─advertí mientras hacía una rápida tanda de sellos, colocándome entre el coyote y el grupo─. Proteged a Kurenai. No sabemos si hay más cerca, así que me encargaré de este.

Con determinación, moldeé mi chakra para elevar la temperatura de mi sangre. El animal se agazapó mientras gruñía agresivamente, mostrando sus caninos y babeando, listo para atacar en cualquier momento. Rápidamente hice otra secuencia de sellos mientras concentraba el calor en mi piel─. ¡Cerrad los ojos si no queréis quedaros ciegos! ─gritaría a mis compañeros, una exageración pero en una situación así era lo mejor.

Shakuton: Nekketsu no Jutsu


Justo cuando el depredador comenzó a correr hacia mi para atacarme, disipé todo el calor de mi cuerpo en un potente destello de luz. El brillo cegador desconcertó al coyote, que retrocedió momentáneamente, claramente intimidado por la repentina explosión de luz y calor. Aprovechando la oportunidad, levanté algunas piedras cercanas y las arrojé hacia el animal, haciendo que huyera despavorido de vuelta al espeso bosque, alejándose de nuestro camino.

Shakuton: Hoshasen no Jutsu


Tras ahuyentar al animal, realicé un único sello de manos y concentré mi chakra Shakuton en mis ojos. En apenas unos segundos, patrones de calor comenzaron a formarse en ellos. Con mi Dojutsu activado, escaneé los alrededores en busca de cualquier rastro térmico que pudiera delatar la presencia de más animales. Afortunadamente, no detecté ninguna señal, lo que indicaba que el coyote había actuado por cuenta propia.

Shakuton: Hi no Me


Parece que el camino está despejado. Podemos continuar ─informé al grupo, girándome hacia ellos con una expresión de alivio y orgullo.

Chakra: 129/159

Estadísticas de Iwao Pakura
Pasivas

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Mientras caminaban por el sendero, Shikagetsu aprovechó la oportunidad para entablar conversación con sus compañeros, buscando conocer más sobre ellos y establecer lazos de camaradería que fortalecerían su trabajo en equipo. Observó a Miku y a Iwao con interés, preguntándose qué habilidades y experiencias podrían aportar al grupo.

- ¿Qué les parece si aprovechamos el camino para conocernos un poco mejor? -propuso, con una sonrisa amistosa en el rostro, mientras se acercaba a su compañero de aldea y le ayudaba en cargar aquella bolsa-. Creo que sería útil conocer nuestras habilidades y experiencias para poder trabajar mejor en equipo, Yo soy Shikagetsu, soy de konoha como tú hermano ¿Que es de ti?- mencionó d enuevo en dirección a Iwao mientras terminaba de acomodar en su espalda aquella mochila. -Y bueno, tu y yo ya nos conocemos más, ¿No Miku?- continuo esta vez en dirección a la mujer con quien alguna vez había librado combate.

Con esa idea en mente, Shikagetsu se preparó para compartir más sobre sí mismo y escuchar lo que sus compañeros tenían que decir. Sabía que la confianza y la comunicación eran fundamentales en una misión como esta, y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para garantizar el éxito del equipo.


Shikagetsu observó con atención cómo Iwao se adelantaba para proteger a Kurenai ante algo que percibió mas adelante,  Poco habían podido hablar el grupo de genin cuando un evento fortuito se presentó en lo que hasta ahora había sido un tranquilo viaje. Un animal peludo alargado y afilados colmillos, un coyote se hizo presente, el Nara tomó un Kunai, y se dispuso a la derecha de Kurenai, cuidando los alrededores por más coyotes, pero poco más pudo hacer antes de que su conciudadano pidiera cerrar los ojos., mostrando una rápida capacidad de reacción frente al peligro. Aunque inicialmente se preparó para intervenir, quedó impresionado por la prontitud y la eficacia con la que su compañero enfrentaba la amenaza.

Mientras Iwao desataba su jutsu Shakuton para disuadir al coyote, Shikagetsu permaneció alerta, evaluando la situación y listo para intervenir si fuera necesario. Admiró la forma en que Iwao utilizó su chakra para generar una explosión de luz y calor, ahuyentando al animal sin necesidad de un enfrentamiento directo.

Cuando el peligro hubo pasado y el grupo se reunió nuevamente, Shikagetsu asintió en aprobación al escuchar la propuesta de Iwao de continuar con su viaje. Reconoció la valentía y la habilidad de su compañero para enfrentar el peligro y mantener la calma en momentos de crisis.

Con una expresión de alivio y orgullo, Shikagetsu se unió al grupo mientras avanzaban por el sendero, agradecido por tener a compañeros tan competentes y decididos a su lado. Se sintió fortalecido por la experiencia compartida y renovado en su determinación para completar con éxito su misión.


Con el sol arrojando sus últimos rayos sobre el bosque, Shikagetsu avanzaba con paso decidido junto a sus compañeros de equipo. Después del breve encuentro con el coyote, se sentía alerta y vigilante, consciente de los posibles peligros que acechaban en el entorno selvático. Su mente estaba enfocada en la misión que tenían por delante y en el desafío de ayudar a Kurenai a recolectar los ingredientes necesarios para sus pociones.

Mientras avanzaban por el sendero que serpenteba hacia las montañas, el grupo de shinobis se encontró con un desfiladero estrecho y escarpado. El camino se estrechaba a medida que ascendían, y pronto se encontraron frente a un obstáculo aparentemente insuperable: un puente colgante que se tambaleaba sobre un abismo profundo.

Shikagetsu evaluó la situación con rapidez, consciente de que debían cruzar el puente para continuar con su misión. Sin embargo, el puente parecía inestable y peligroso, con tablones rotos y cuerdas desgastadas por el paso del tiempo, claramente la mujer mayor no sería capaz de cruzar.

- Parece que tenemos un pequeño problema aquí -comentó Shikagetsu, señalando hacia el desvencijado puente colgante-. Pero no podemos permitir que esto nos detenga. LLevaré a Kurenai a mi espalda, si pasamos uno a uno, podremos conseguir llegar al otro lado, crucemos el puente con cuidado. Uno puede ir adelante para probar la estabilidad mientras el otro lo sigue de cerca.

Sin perder tiempo, Shikagetsu tomó a Kurenai en su espalda pasando la mochila al frente, él y sus compañeros se prepararon, cada uno de ellos cruzó el puente tan lento como les fue posible, bien espaciados para distribuir el peso.

Una vez al otro lado, se tomaron un momento para recuperar el aliento y celebrar su éxito antes de continuar con su viaje hacia las montañas.
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En el alba de su aventura, tres genin novatos, recién unidos como equipo, enfrentaban su primera misión. Entre ellos, Iwao, de cabello rojo y puntiagudo, demostró una agudeza particular al notar una bolsa olvidada. Esta contenía los esenciales materiales que la anciana Kurenai necesitaría para la recolección de plantas en la cima de la montaña, ingredientes vitales para sus enigmáticos menjurjes y pócimas. Con un gesto que rozaba la audacia, Iwao recogió el equipo olvidado. Sin embargo, en lugar de cargarlo él mismo, propuso que sus compañeros se hicieran cargo. Alegó que el calor de su cuerpo podría afectar los delicados materiales, aunque sus compañeros sospechaban que simplemente prefería evitar el peso extra. A pesar de esto, el joven del clan Nara, conocido por su fortaleza y disposición, aceptó sin titubear la responsabilidad y se ajustó la carga a la espalda.

Este pequeño acto, aunque trivial para algunos, marcó la primera prueba superada por el equipo en su camino hacia mayores desafíos. Cada paso que daban no solo los acercaba a la cima de la montaña, sino también a su evolución como shinobi. Un paso más cerca de convertirse en chunin.

El trayecto prometía durar aproximadamente dos horas, quizás incluso menos. Sin embargo, el paso se ralentizaba debido al andar lento y medido de Kurenai, quien, a pesar de su avanzada edad, se mantenía firme en su propósito. Los jóvenes genin, aunque pacientes, no ofrecieron soluciones para acelerar el paso o aliviar el esfuerzo de la anciana. Un descuido quizas notable. Pero no me pondre quisquilloso con eso, tranquis.

Claramente, esta misión no sería un paseo tranquilo para nuestros protagonistas. Les esperaban varios desafíos que deberían superar para alcanzar la cima de la montaña. ¿Qué les depararía el destino una vez allí? Eso estaba por descubrirse. Pero antes, permitidme relatar los acontecimientos que siguieron.

De repente, un animal salvaje y feroz emergió en el camino de los senderistas. El primero en detectar la amenaza fue el joven de cuerpo caliente, quien rápidamente alertó a los demás y se posicionó valientemente frente a la bestia. Lejos de retroceder, el animal aceptó el desafío, mostrando sus poderosos dientes y gruñendo con ferocidad. En ese momento crítico, se reveló una de las habilidades sorprendentes del muchacho: su cuerpo no solo era cálido, sino que podía emitir un brillo intenso. Esta luz deslumbrante cegó momentáneamente a la bestia, dándole al joven la oportunidad de actuar. Con astucia, lanzó unas rocas hacia el animal, logrando ahuyentarlo con éxito.

El segundo desafío que enfrentaron se materializó en la forma de un puente colgante que, a simple vista, parecía desafiar la prudencia de cualquier viajero que se atreviera a cruzarlo. Los tablones, desgastados y carcomidos por el implacable paso del tiempo y la negligencia en su mantenimiento, yacían frágiles y vacilantes, como si estuvieran a punto de rendirse ante el más mínimo peso.

En ese momento crítico, fue el Nara quien emergió con una propuesta cautivadora. Sus palabras destilaban una perspicacia que no pasaba desapercibida; era evidente que la señora Kurenai, con su delicada condición, no podría afrontar el cruce por sí sola. Por lo tanto, Shikagetsu se ofreció a cargarla en su espalda. -Jjejejeje, siii si claro, no hay problema chico.- Sin embargo, antes de proceder con su valiente acto, sugirió que uno de ellos avanzara primero para testar la estabilidad del puente y asegurar así la seguridad de todos.

Con el corazón palpitante y reteniendo el aliento, observaron mientras uno de los compañeros se adelantaba con pasos medidos y cautelosos. Cada crujido de la madera añadía una nota de suspense al silencio tenso que los rodeaba. Tras varios minutos que se sintieron como una eternidad, finalmente alcanzó el otro extremo sin incidentes. Inspirados por este pequeño triunfo, el Nara, con Kurenai asegurada firmemente a su espalda, inició la travesía. El ultimo de ellos lo siguio de cerca, distribuyendo cuidadosamente su peso y moviéndose con una sincronía que reflejaba su unidad y determinación. A pesar de los gemidos y quejidos del viejo puente, este resistió valientemente su carga.

Al llegar al otro lado del cañón, un suspiro colectivo de alivio y satisfacción se elevó entre ellos. Habían superado juntos un obstáculo formidable, reforzando no solo su misión, sino también el vínculo de camaradería y confianza que los unía.

Tras una hora y media de caminata por el sinuoso sendero de montaña, Kurenai, con un gesto de su mano, solicitó una pausa. El grupo, atento, se detuvo para escucharla.
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-Ya casi hemos llegado- comenzó, su voz teñida de una mezcla de seriedad y afecto. -Pero creo que ahora nos enfrentamos quizás a lo más peligroso de nuestra jornada.- Hizo una pausa dramática, señalando con su mano un punto más arriba en la montaña. -Me han sido de gran ayuda, sí. No recordaba que ese puente estuviera en tales condiciones la última vez que vine. Y lo del animal aquel, me tomó por sorpresa; antes no los había por estos lugares. Pero eso es lo de menos. Más arriba, en aquel lugar, habita un oso bastante peculiar. Es territorial, sí, pero es... tonto, jejeje. No los he traído aquí para que luchen con él o algo por el estilo. Simplemente necesitamos mantenerlo alejado de su cueva mientras uno de ustedes y yo aprovechamos para recolectar las plantas que estan ahi arriba-

Kurenai lanzó una mirada rápida hacia quien llevaba su bolso, fijándose en Nara.
-Ah, sí, quien vaya conmigo debe llevar eso, claro- dijo, y luego dirigió su mirada hacia Iwao. -Creo que esa técnica brillante podría volver a ser útil, ojalá aún conserves chakra, muchacho.-

Continuando su marcha por unos minutos más, la anciana señaló la ubicación exacta del hábitat del feroz animal que obstaculizaba la misión. Una pequeña y oscura cueva al pie de un risco servía de antesala para llegar finalmente a las anheladas flores que necesitaban recolectar.

Si alguno agudizaba la vista hacia lo más alto, lograría ver una extensa hilera de flores y arbustos cubiertos por una ligera capa de nieve. Esta capa se perdía ocasionalmente cuando los fuertes vientos azotaban contra sus tallos, desplegando un espectáculo de hermosas hojas y flores que danzaban al ritmo del viento, como si celebraran la proximidad de los valientes visitantes.

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Pasivas
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El equipo reunido estaba listo para partir en ayuda de la anciana Kurenai, siendo la Kunoichi de Kirigakure quien se ofreció amablemente a cargar con aquella bolsa de herramientas y demás cosas, un poco pesada para su gusto pero podía llevarla con naturalidad. El equipo partió acompañando a Kurenai, en el camino, Shikagetsu aprovechó para intentar establecer algún tipo de conversación.

Más adelante, el grupo fue interceptado por el ataque de un coyote salvaje, de mirada asesina y retadora. El primero en actuar fue Iwao, quien con valentía, se dispuso a enfrentar solo al animal que los atacaba. La Yuki cerró los ojos y apartó su cabeza de la zona brillante que el Clan de Iwao podía generar. Al final, el joven de Konohagakure confirmó que no había más peligros por la zona y podían continuar con total naturalidad.

O eso parecía, pues ahora estaban frente a un puente colgante de madera, bastante viejo y a ojos de Miku, bastante inestable, quería sugerir tomar otro camino pero Shikagetsu se adelantó, dando una solución más “suicida”. ¿Por qué suicida? Bueno, si alguien pisaba ese puente y se caía, se moría, así de simple. Iwao ya había salvado al equipo del coyote y Shikagetsu se ofreció a cargar a Kurenai en su espalda, así que la Yuki fue quien caminó hacía el puente para comprobar su estabilidad, no sin antes concentrar algo de chakra en la planta de sus pies, por si aquel puente se derrumbaba, al menos no moriría ese día.

Cuando Kurenai solicitó una pausa a su avance, Miku la escuchó atentamente y en silencio, bueno, todo el camino estuvo en silencio, muy tímida para ha alrededor abiertamente, pus no es Kin. Ahora el grupo tenía dos opciones, uno acompañaría a Kurenai y los otros dos irían a mantener tranquilo y alejado al oso que según la anciana era tonto. - Eh… si me permite… quiero ser yo quien la acompañe a recolectar… -. Diría la Kunoichi de la Niebla hacía la anciana con cierto toque de determinación, aunque su nerviosismo era palpable.
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Shikagetsu, observando a Miku mientras hablaba, notó el nerviosismo en su voz y el leve temblor en sus manos. Sin embargo, también vio la determinación en sus ojos. Se rascó la cabeza pensativamente, evaluando la situación. Con una sonrisa que pretendía transmitir confianza, asintió y se adelantó un paso para dirigirse al grupo.

-Está bien, Miku,- dijo, su voz firme pero amable. -Tú irás con Kurenai-san. Me aseguraré de que tengamos todo lo necesario.- Se giró hacia Kurenai, su mirada mostrando una mezcla de seriedad y camaradería. -Cuenten conmigo para mantener al oso a raya-

Se inclinó ligeramente para recoger la bolsa de herramientas que Miku había estado cargando, sintiendo el peso en sus manos antes de pasársela a Miku. -Aquí tienes. Cuida bien de Kurenai-san y asegúrate de recolectar todo lo necesario. Yo me ocupo del oso.-

Shikagetsu se tomó un momento para mirar a su alrededor, evaluando el terreno y las posibles rutas de escape en caso de que las cosas se complicaran. El bosque a su alrededor parecía tranquilo, pero sabía que la calma podría ser engañosa. Respiró hondo, llenándose de una determinación tranquila. Se acercó a Kurenai, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.

-Kurenai-san, confío en que Miku te cuidará bien.  Solo dame una señal si necesitas ayuda.-
Con una última mirada de aliento hacia Miku, Shikagetsu se preparó para la acción. -Recuerda, estamos en esto juntos. Si algo pasa, confíen en que nos apoyaremos mutuamente. Buena suerte a ambas. Vamos a demostrar de qué estamos hechos.-

Mientras Miku y Kurenai comenzaban su ascenso hacia la cueva para recolectar las plantas, Shikagetsu se dispuso en camino a la ruta marcada para ubicar al peludo, su mente ya planificando cómo distraer al oso de manera efectiva. La misión no solo era un desafío físico, sino también una prueba de su capacidad para con otras aldeas y no planeaba dejar el nombre de la hoja mal parado
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Las cartas ya estaban echadas. Tras un arduo y peligroso viaje, el grupo compuesto por dos shinobis de Konoha y uno de Kirigakure se encontraba a un paso de culminar la misión que les había sido encomendada. A pesar de los desafíos imponentes y los obstáculos del traicionero camino hasta la cima de la montaña, habían logrado llevar a la anciana Kurenai hasta el lugar donde las preciadas hierbas florecían majestuosas en lo alto de la cresta. No obstante, debían actuar con paciencia y cautela, pues el peligro aún no había pasado. Una amenaza latente se encontraba en las inmediaciones: un oso que había tomado residencia en una pequeña cueva justo debajo del risco. Según la anciana Kurenai, el oso no era más que una criatura tonta y territorial, lo cual podría hacerlo aún más imprevisible y brusco en su actuar. Sin embargo, la misión no se limitaba solo a lidiar con este peligro; la recolección de las flores en sí misma también presentaba sus propios desafíos.

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Mientras la joven Miku ascendía al lado de la anciana Kurenai, sus ojos se alzaron hacia las alturas, descubriendo un espectáculo de ensueño: flores de tonos violeta y dorado se mecían suavemente con la brisa helada, resaltando con su vibrante colorido en medio del nevado paisaje rocoso. Los pétalos, delicados y etéreos, parecían brillar con luz propia bajo el sol montañés.

El sendero que tenían por delante no era menos desafiante que el recorrido anterior. A medida que subían, Miku y la anciana se encontraron con un estrecho y precario paso rocoso. Las rocas, húmedas y resbaladizas por la nieve derretida, exigían cada gramo de su destreza y equilibrio. Un paso en falso podría significar una caída peligrosa hacia el abismo.

-¡Señorita, espere!- alertó Kurenai, deteniendo el avance de la joven Miku con una voz gentil pero firme. La anciana, con una sonrisa llena de dulzura y sabiduría, dejó escapar una leve risa. -Creo que ya mi edad no me permite ir más allá- dijo Kurenai entre bromas y algunas carcajadas. -Parece que hasta aquí llega la vieja Kurenai.- La anciana, con un brillo travieso en los ojos, añadió -A ver... ¿tú tienes la mochila con las cosas, verdad? Acércamela y te enseño los utensilios a usar. Solo debes traerme algunos pétalos, con unos diez será suficiente yo creo.-

Kurenai la abrió de par en par y la dejó en el suelo, mientras buscaba una roca cómoda donde reposar su cansado cuerpo. Una vez acomodada, comenzó a sacar los utensilios con la precisión de alguien que ha realizado esta tarea muchas veces antes.

-Aquí están, querida,- dijo Kurenai, sacando unas tijeras de podar de precisión, un par de guantes resistentes y unas pinzas delicadas. -Estas tijeras te ayudarán a cortar los pétalos sin dañarlos. Los guantes te protegerán de las espinas y la flora venenosa, y con estas pinzas podrás manipular las flores de manera suave y precisa.- 

Con manos temblorosas pero seguras, Kurenai también sacó suaves paños de algodón y pequeños frascos de vidrio. -Una vez que hayas recolectado los pétalos, envuélvelos en estos paños para protegerlos durante el transporte. Luego, colócalos en estos frascos, que mantendrán su frescura y los protegerán del daño.- 

-Y sí, escuchaste bien, venenosa dije.- Añadió Kurenai, levantando una ceja con un toque de seriedad. -Pero no te preocupes, eres una kunoichi bastante hábil y estoy segura de que no te pasará nada. Además, para eso son los guantes y las pinzas. Solo ten cuidado con las espinas de los tallos y listo.-

Mientras la joven Miku se preparaba para extraer las valiosas flores, un peligroso y sigiloso guardián acechaba en las profundidades de una cueva cercana. La bestia que habitaba aquel refugio oscuro era un oso colosal, de más de dos metros de altura. Su pelaje era un manto grueso de gris y negro, un camuflaje perfecto para el entorno nevado. Sin embargo, lo que realmente destacaba eran sus ojos: oquedades vacías de visión, pues el animal había perdido la vista, confiando únicamente en su agudo olfato y oído para moverse y cazar.

Los otros dos shinobis, Iwao y Shikagetsu, sabían que su tarea era crucial para el éxito de la misión. Su responsabilidad era mantener al peligroso oso centrado en ellos, dándoles a Miku el tiempo necesario para recolectar los preciados pétalos sin la amenaza de una bestia gigantesca rondando cerca.

Cual sería la estrategia de los chicos seguía siendo un enigma, incluso podría seguir siéndolo para ellos. Sin embargo, plan o no, ya debían actuar, ya que Miku estaba preparada y esperando el momento adecuado para continuar con su avance hacia la cima.

Desde lo profundo de la cueva, los pesados y resonantes pasos del oso comenzaron a escucharse, marcando cada movimiento con la gravedad de un trueno. La bestia, perturbada por la presencia intrusa, se desplazaba lentamente hacia la entrada, sus fosas nasales dilatándose al detectar los olores desconocidos que invadían su territorio.

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-Creo que puedo hacer lo de antes para asustarlo o algo,- comentó Iwao, juntando sus manos para formular unos sellos. Se alejó un poco de su compañero Nara, consciente de que la luz que iba a provocar podría llegar a cegarlo. -Cuando digas, lo hago.- ¿Seguiria el pelinegro el plan de su compañero, o tendría uno propio?

OFF

El tiempo para postear de 72 horas ya ha expirado.

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Aquella misión estaba cerca de su final, Miku se decidió por apoyar en la recolección de las flores a la anciana Kurenai en vez de lanzarse a atacar al oso, pues de eso ya se encargarían Iwao y Shikagetsu, los dos talentosos Genin de Konohagakure. Los ojos de Miku pudieron visualizar en lo alto, un espectáculo majestuoso, lleno de flores coloridas junto a un bonito paisaje, pero no todo era color de rosas, pues el camino para llegar hasta las flores ya representaba un desafío gracias a las rocas resbaladizas de la montaña por la nieve derretida.

Como era de esperarse, Kurenai vio mejores tiempos y ahora, por su edad, no era capaz de sortear a plenitud aquellos obstáculos que la naturaleza había impuesto. La Yuki obedeció a la anciana de cabellos grisáceos y le llevó la bolsa con las herramientas hasta el lugar en donde ella se había sentado. La Kunoichi prestó especial atención en cuanto escuchó que las flores podrían ser venenosas, ahora sabía que debía tener cuidado, no quería llegar a su aldea envenenada o similar.

Una vez la explicación de Kurenai finalizó, Miku se dispuso a comenzar con su camino para recolectar los pequeños y hermosos pétalos de las flores, empezando por una sencilla técnica de Ninjutsu para profundizar su equilibrio en el suelo. Gracias a la técnica, Kinobori No Waza, la Kunoichi de cabello marrón canalizó una pequeña cantidad de Chakra en la planta de sus pies para comenzar a ascender por aquella superficie regular. A pesar de estar usando que Ninjutsu, en ocasiones sentía que sus pies patinaban hacia atrás debido a la humedad, pero no se daría por vencida.

A paso lento y cauteloso, logró llegar hasta la zona alta en donde se ubicaban las flores. Rápidamente comenzó a preparar las herramientas y el equipo, se colocó aquellos guantes en sus manos y con sumo cuidado empezaría a cortar los pétalos. Las espinas puntiagudas y prominentes hacían de eso una tarea difícil, pues tenía que maniobrar las y arreglárselas para evitar ser si quiera tocada por la filosa punta de las espinas. Su concentración se fue totalmente en intentar completar esa labor con éxito, por lo que esperaba que Iwao y Shikagetsu se encargaran del oso y éste no representara ningún problema para ella y su recolección.
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Hablo / Pienso / Narro
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Shikagetsu observó a su alrededor, evaluando la situación con rapidez. El sonido de los pasos del oso resonaba como un tambor en la cueva, aumentando la tensión en el aire. Miró a Iwao, quien ya tenía las manos listas para realizar sus sellos, y luego a Miku a lo lejos, que esperaba su señal para avanzar hacia las flores.

—Esperemos un momento, Iwao —susurró Shikagetsu, levantando una mano para indicarle que se detuviera. —La violencia debe ser nuestro último recurso. Primero, veamos cómo reacciona el oso. Si podemos evitar un enfrentamiento directo, mejor, déjame intentar mantenerlo dentro.

El oso, atraído por los olores extraños, continuaba su avance hacia la entrada. Sus fosas nasales se dilataban, tratando de identificar las intrusiones en su territorio. Shikagetsu observó con atención, notando que el oso parecía más curioso que agresivo en ese momento.

Shikagetsu observó cómo los pasos del oso resonaban cada vez más cerca, marcando su avance hacia la entrada de la cueva. No estaba seguro de las capacidades del animal, pero sabía que necesitaban ganar tiempo para que Miku pudiera recolectar las flores. Con una rápida decisión, decidió usar un jutsu que podría mantener al oso a raya sin dañarlo gravemente.

—Iwao, prepárate para cualquier eventualidad. Voy a crear una nube de humo venenoso en la entrada de la cueva, si no funciona, intenta deslumbrarlo —susurró Shikagetsu, formando rápidamente los sellos de mano necesarios.

Shikagetsu exhaló profundamente, expulsando una nube de gas tóxico en forma de cono que se extendió hacia la entrada de la cueva. El gas se concentró en un radio de 5 metros, creando una barrera que esperaba sería suficiente para mantener al oso alejado.

La nube de humo tóxico se arremolinó, creando un velo oscuro y espeso que bloqueaba la entrada de la cueva. Shikagetsu observó con atención, esperando ver la reacción del oso.


—Miku, ahora es tu oportunidad. Avanza y recolecta las flores, pero mantente alerta por si el oso decide volver —susurró Shikagetsu para sí mientras hacia señas con las manos, manteniendo su enfoque en la cueva y en el animal.




Estadísticas de Shikagetsu Nara

Doku Kiri
 
Chakra: 316/326
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Al joven pelirrojo se le notaba ya algo impaciente por querer actuar rápido. Veía a lo lejos como su compañera ya estaba trepando por aquel peligroso sendero que llevaba a lo más alto de aquella montaña, ahí, en donde estaba el botín que venían a buscar en forma de hermosos pétalos de flores que variaban entre los colores violetas y dorados. Ahí arriba, el viento podría ser más que un fiel acompañante, un peligroso enemigo que podría cambiar las tornas del momento de un segundo a otro... pero de momento, todo estaba más o menos logrado. La chica, más allá de atravesar alguna pequeña dificultad por el estado del terreno, logro llegar a la posición indicada. Ya una vez ahí, comenzó a trabajar en las flores, recordando las palabras de la vieja, quien seguía sentada en aquella roca.

Era fácil ver las espinas de las que debía de tener cuidado de no tocar con su piel al descubierto. Pero para ello es que se había colocado los guantes, estos eran algo gruesos y el material era de cuero, así que sería bastante complicado que unas espinas lo atravesaran. 

¿Se podría sudar estando en un lugar tan frío como el de ahora? Pues sí, y el sudor que recorría la frente de la pelirroja y que caía a la tierra, no era tanto por un esfuerzo físico realizado previamente, que también. Se notaba lo concentrada que estaba en su tarea, ya que un paso en falso y aquellas espinas en vez de rozar o pinchar los guantes, podrían hacerlo con su brazo o peor aún... resbalarse y encontrar aquellas púas directamente con su rostro. Y para esto, necesitaba la ayuda de sus compañeros, esperando que hicieran un buen trabajo manteniendo a ese oso alejado de ella, para así no tener una preocupación más.

Y es con ellos con quien vamos ahora. El Nara había hecho un gesto a Iwao para que no comenzara su ofensiva contra el gran oso. El chico asintió y respondió a su pedido. -Está bien, avísame y listo.- Se encontraba preparado por si debía actuar. -Miku de momento parece estar bien, sigamos así.-

El pelinegro entonces realizaría su ofensiva contra la bestia de la cueva. Sus primeras acciones consistían en tratar de impedirle el movimiento, arrojando una bomba de humo a la entrada de su hogar. El oso, al contar con una visión estable por culpa de su problema de vista, seguía olfateando el escenario en búsqueda de estos aromas extraños que perturbaban su hogar. Así que tiró hacia adelante, entrando en el humo.

Lo que pasaría a continuación podría ser fortuna o no, quién sabe... La bestia, tras estar unos dos segundos ahí dentro, correría en dirección contraria a la que iba. Tal parece ser que el veneno que había imbuido dentro de aquella nube parece haberle confundido de tal manera, que no quiso seguir hacia adelante y por tal motivo echó marcha atrás, regresando a lo profundo de su cueva. Los dos genin de afuera podían escuchar como sus rugidos de desesperación, así como sus fuertes pisadas se iban alejando más y más. Parecía que el plan de Shikagetsu había dado sus frutos.

-¡Bien ahí Nara!- Había gritado el pelirrojo llamado Iwao, la emoción del momento le alegraba, y le hacía gritar también a su compañera en lo alto. -¡Miku, parece tienes vía libre para seguir sin problema!- Diría por último, para luego dejar de concentrarse en los sellos de mano y acercarse a su compañero de aldea. -Vayamos con la vieja, creo que todo aquí está listo-. 




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La concentración de la Yuki era total y absoluta, sus manos trabajaban de forma hábil para recolectar los pétalos de aquellas flores, la tensión en el ambiente era palpable, su frente goteaba cada poco pequeñas gotas de sudor, estaba decidida a cortar todos los pétalos posibles sin pincharse con alguna de esas espinas venenosas, para su suerte, aquellos guantes eran bastante gruesos, pero aún así, no podía fiarse y debía tener el mayor cuidado posible, después de todo no quería volver a Kirigakure en estado de emergencia por algún envenenamiento, si es que tan si quiera lograba llegar.

Por otro lado, Iwao y Shikagetsu se enfrentaban de forma decidida a aquel enorme oso que custodiaba la montaña, Miku sabía que sus compañeros corrían peligro y por eso trataba de cortar los pétalos lo más rápido que podía para cumplir la misión y poder volver. Las palabras de Iwao llegaron hasta los oídos de la Yuki, cosa que ayudó a que su confianza incrementara y terminara de cortar los pétalos, guardándolos en aquel frasco de cristal como la vieja Kurenai indicó.

La joven se levantó, retiró los guantes y pasó su ante brazo por su frente, siendo su guante de rejilla el que ayudó levemente a secar el sudor que ahí se encontraba. De forma lenta y recibida, descendió del lugar alto de la montaña para reunirse con Kurenai, su respiración aún estaba algo alterada, nunca antes en su vida había sentido una presión similar. La chica entregó el frasco a la anciana mientras suspiraba. — Misión Cumplida, señora Kurenai, me sentí bastante presionada… —. Dijo la Yuki con una pequeña risa al final.

Solo restaba que la anciana diera el visto bueno de los jóvenes, esperar el regreso de Iwao y Shikagetsu, y poder regresar de nuevo para escoltar de regreso a la vieja a su casa.
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¿Me creerían si les cuento que es cien por cien posible que una pequeña gota de agua puede convertirse en hielo o nieve, cayendo tan solo unos cuarenta centímetros desde su creación hasta que toca el suelo? Pues no, es casi imposible que suceda algo así, y más si no se dan las condiciones adecuadas. Primero, porque la gota de la que hablamos, lleva algo de grasa y proteínas en ella, sí, estamos hablando del sudor. Y algo que si es sorprendente, es que un cuerpo humano pueda crear tanto de esta sustancia estando a tan bajas temperaturas, aunque estoy exagerando quizás, ya que la temperatura de la que hablamos es de uno quince grados más o menos, algo que bueno, es aguantable con la ropa indicada. 

Ahí teníamos a la pequeña Miku, con su intenso rojizo que acompañaba el paisaje que aquellas plantas doradas y violetas adornaban el suelo blanquecino debajo de los pies de la kunoichi. Desde las alturas, a vista de águila, parecía ser una gota de sangre que ensuciaba un hermoso tapiz florido que decoraba el suelo de madera, recién pulido de un enorme salón de esos que vemos en las películas donde los protagonistas son aristócratas londinenses de peluca blanca.

Más allá de mis idas de olla describiendo el paisaje, la kiriniana había logrado hacerse con ya unas cuantas de las hierbas que había pedido la anciana que le esperaba con paciencia en lo bajo de aquella colina. Había colocado con delicadeza los pétalos dentro de los frascos, y tras cerrarlos debidamente y guardarlos, uso sus guantes para secarse el resto de sudor había quedado en la sien y en su frente. Al percatarse, notaria como había un charco de agua justo debajo de ella, había sido tal la cantidad de sudor que había dejado caer, que incluso la nieve alrededor dejaba huecos donde se podía ver la tierra que había debajo. Su ropa sería más de lo mismo, toda empapada. ¿Quién diría que una tarea que en principio parecía fácil, necesitaría un enfoque tan arduo como este? Pues, la joven lo notaría ese día.

Una vez  abajo y ya fuera de peligro, estaban tanto sus dos compañeros de misión como la anciana Kurenai. Ya de pie, dejando aquella roca detrás para acercarse a la pelirroja y recibirla con un buen abrazo. -Ven ven chica, déjame calentarte tu cuerpo, no te vayas a resfriar jeje.- 

-¿A que estuvo fácil allá arriba?- Preguntaba Iwao, quien se notaba entusiasmado por haber logrado una misión shinobi. Le extendía el puño a la kunoichi para así chocarlo con el de ella.

Luego de tomar los recipientes que había traído la joven, e inspeccionar los pétalos durante unos minutos, observándolos detenidamente uno por uno, dio la señal de que todo estaba en orden y de que la tarea que le había pedido al grupo había sido lograda con un éxito total. -Creo que los pediré más seguidos jejejej- Bromeaba la señora. -El trabajo que hicieron aquí fue fantástico, muchachos, lograron que el osito no interrumpiera a la pequeña Miku, y eso sin hacerle daño.- Le daba una palmadita a cada uno en el hombro. -Bien, ya bajemos de aquí y volvamos, se merecen un buen plato de sopa bien bien calentita.- 

Los dos shinobis masculinos asintieron y comenzaron a caminar, bajando la montaña y retomando el camino de vuelta, no sin esperar claro, a la anciana y a Miku.

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