4 A.M.
Afueras de Kirigakure no Sato.
Quien se postraba frente a él a escupir ordenes adornadas con saliva era un hombre de mediana edad, con la cabeza rapada quizá por decisión, que pretendía ser una figura de autoridad aún cuando aquel a quien le hablaba fácilmente le doblaba en estatura. Sin embargo, el más alto y joven de los dos mantenía la mirada firmemente a algún punto del imaginario horizonte por puro respeto, mientras las palabras de su aparentemente malhumorado superior le retumbaban en los oídos a tan tempranas horas de la madrugada. Su semblante quería, muy honestamente, mostrar respeto para evitar problemas al comenzar el día.
— … entonces basta con que pongas tu puta cara en el camino, te mantengas ahí hasta que el sol se oculte, y en caso de algún percance, notifiques a tu superior inmediato. — Espetaba el Imperial. — ¿Entendido? — Murmuró la última de las preguntas mientras clavaba una mirada inquisitiva en el ojiceleste, que instintivamente se erguía tanto como su columna se lo permitiese, asintiendo con firmeza.
Poco tiempo necesitó el Heizu para partir de aquel cuartel imperial donde se le había llamado. Para hacer honor a la verdad, y viendo que el sol ni siquiera empezaba el esfuerzo por asomarse en oriente, su plácida noche de sueño se vio interrumpida por un llamado “urgente” a la acción. Que no era más que una patética tarea de suplencia.
Uno de los tantos guardias que patrullaba la ciudad había caído enfermo por, aparentemente, sobredosis accidental de alcohol la noche anterior, y haciendo uso de favores para zafar del castigo, probablemente estuviese durmiendo mientras al soldado raso le tocaba cubrir su puesto. Pero, de cualquier forma, Sevro aceptaría sin rechistar. Por las malas había aprendido a hacerlo hace mucho ya.
Mientras se acercaba al punto en que debía sembrarse cual árbol y pasar el resto de la jornada, alcanzó el único trozo de información relevante que le entregaron aquella mañana, leyéndolo en el acto ahora que tenía oportunidad. — ¿Un cargamento? ¿A estas horas? — Murmuró para sí, mientras volvía a guardar el papel en alguno de sus bolsillos. No había mucho que entender más que tener en consideración que, en algún momento de la mañana un “cargamento importante” pasaría por la ruta que el vigilaba y debía cerciorarse de que todo estuviese en orden.
Una vez en la encrucijada de caminos que iba a encargarse de vigilar, en algún punto de las afueras de Kirigakure, estiró como pudo su cuerpo intentando alcanzar el cielo con la punta de sus dedos, y dejó escapar un profundo suspiro a ojos cerrados. Cuando los orbes celestes volvieron a abrirse, y su cuerpo tomó la forma usual, el enfoque se fue a uno de los matorrales a un costado del camino. Iluminado por la luz de la luna que aún hacía presencia en el cielo, una pequeña bestia cruzaba miradas con él.
El intercambio duró a penas un par de segundos en los que el felino estudió al shinobi y viceversa. No había nada que resaltar en el uno ni en el otro, especialmente dada la distancia y la complicada visibilidad, por lo que sin más, el gato decidió internarse en aquellos arbustos con un salto grácil.
— Pensé que tendría algo de compañía… — Murmuró, de nuevo para sí, al tiempo que alzaba la mirada al extrañamente despejado cielo. En aquellas horas de la madrugada la niebla abundaba, pero parches de claridad como aquel en el que estaba no eran inusuales tampoco. El frío también se colaba en los huesos para aquel que no estuviese abrigado, pero por fortuna el Heizu tenía su abrigo oscuro usual.
De ahí en más, lo que el día le deparase, iba a resultar en una sorpresa. Grata, quizás.