[No recuerdo cuantas veces lloré con exactitud, mucho menos si mi corazón alguna vez se quebrantó y tensó de tanto miedo y dolor. No recuerdo de alguna vez haber tenido tanto miedo, no a algo, sino a mí. No recuerdo que haya perdido tanto el equilibrio con movimientos controlados que no controlo.]
[Tampoco recuerdo este suceso, ni recuerdo recordarlo. Sucedió, y ya no estoy para contarlo.]
[Recuerdo muy bien que no recuerdo cómo transcurrió esa noche. Fue extraño, la primera vez que tuve tanto terror recorriendo mi cuerpo, sólo para enterarme que yo era el mismo causante de ello. O más bien, una parte de mí.]
Pasos se daban en aquella noche fría, en un principio era un intento de escape de un infierno sin límites que acechaba con cadenas oxidadas, poniéndose cada cadena un paso más adelante del que aquél de sombrero blanco daba. Generaba incertidumbre, deseos de desaparecer, una catástrofe abriéndose paso por los más simples de los sentimientos que en profundidad no ven un detenimiento en ninguna de sus expresiones; sentimiento simple, pero profundo, sin límite, hondo, tanto así que daba miedo que el miedo tocara fondo.
"No tengo lugar a donde correr" repitió en su mente. Estaba cansado, agotado, sin embargo le resultaba imposible por impulso biológico el parar de correr, o al menos el parar de moverse, porque fue después de una hora que empezó a caminar. Cansado estaba desde los primeros minutos, pero lo único que realmente lo relantizó más adelante fue los límites de su propio cuerpo, que a diferencia del miedo profundo sin límite que lo amenazaba, este sí que tenía un límite.
Corrió. Caminó. ¿Y luego?
Luego no, durante: Corrió, gritó, forcejeó, agitó, caminó, perdió, amó, deseó, añoró, detestó, susurró, carcomió, atormentó, creyó, obligó, y por último vomitó.
Un pequeño canal vestido de lo que alguna vez fue naturaleza, luego corrompido por la zona más inferior de las inferiores, ahora ajeno a aquel charco de vomito verde que largó en desesperación y cuerpo ajetreado del de sombrero. Sombrero que cayó sobre aquel canal. Los tres intentando separarse uno de otro, el canal del vómito por diferencia química e intento de evitar pudrir más lo que ya podrido está, luego el sombrero del canal y el vómito, separándose en un intento de evitar ser mojado o ensuciado cuando por sí mismo se trata de una obra de arte hecha para sólo bañarse por el mismo sol.
Por último el vómito.
[El vómito lo recuerdo, él no quería estar solo, pero debía porque sus características no lo hacían sonar al unísono con el resto. Y el vómito provino de mí, provino de una parte mía, generado por una parte mía, generado por mi boca pero causado por otra boca mía]
Y ahí entra él. El que no quieren reconocer aunque derecho propio tenga desde siempre marcado el ser siempre y en todo lugar, un "siempre". Siempre siendo esta su palabra favorita, siendo su tiempo favorito, siendo su diversión ilimitada por vivir en un siempre. Irreconocible el hecho de no reconocer que éste ha de ser reconocido como lo que no desea ser reconocido por nada ni por nadie.
Cara de madera, títere proveniente de un mundo donde los maestros de títeres aprenden escribiendo sobre sus mesas de pizarra, con tiza, y las marionetas enseñando con libros de roca, escritos por quién sabe quién, porque este mundo se trata de uno no donde las cosas son al revés, sino el revés no existe, el derecho tampoco, sólo la duda de quién creo y si quien creó es alguien real, o si el que algo haya sido creado puede haber sido creado por alguien o algo que también haya sido creado por otro algo que...Una cadena continua, que quién sabe dónde termina, un "quién" que quizás lidera el extremo final de esta cadena interminable pero con límite, insufrible pero con atisbo de relajación al último, eterna o no, porque el "quién" quizás sabe que ha de ser otro quién que lo enganche a él.
No importa, cañones suenan, disparos ahuyentan animales. Los tigres y los leones tienen miedo, se desconocen y conocen en medio del deseo de sobrevivir juntos. Barcos caen sobre tierra firme, se hacen lugar donde no corresponden y sacuden el terreno de aquel propietario quien tiene propietario no de papeles, sino de aquel que le sigue por arriba de aquella cadena interminable. Pero otra vez, no importa, porque ya no se abren ni cierran cortinas, fueron voladas por plomo, convertidas en ceniza, en la ceniza de la ceniza, o el "quién" sabe que fueron convertidas en la ceniza de la ceniza de la ceniza.
Ya no importa. Un lenguaje ya extinto revivió para sus palabras ser deconstruidas y transformadas no en un nuevo legado, sino en un colonizador que atormenta el hecho de que un "algo" alguna vez haya existido para ser reconocido sólo por haber sido un "algo" y no por lo que realmente fue. Cansado de que el "quién" sea el único omnisciente de las realidades de aquella cadena interminable de "algos"; ellos cansados de ser sólo "algo" para el "quién" de quienes. Ha de quebrarse de una buena vez el hecho de no tener conocimiento absoluto de lo que a uno le pasa, pero quién es el de sombrero blanco sin sombrero para tener conocimiento absoluto, no del todo, ¿Sino al menos de sí mismo?
Quebraron su armonía y acumularon su llanto para desperdiciarlo en sí mismo, en un acto que parece egoísta y él quiere convertirlo en sumamente egoísta, porque miedo tiene que aquél que posa sobre su cuerpo sea el "quién" de quienes que lo aterrará infinitamente. Está completamente aterrado de que cadenas rojas se acumulen sobre su cuerpo, sus ropas destrocen, su piel se queme y selle heridas sobre sí misma, que su cuerpo sea atado al suelo y no pueda moverse más para que generarse aún más dolor, que los ojos le sean quitados de lugar para darlos vuelta y observarse a sí mismo en eternidad ser carcomido por el "quién" de quienes; un ser omnisciente, que por el máximo conocimiento que él tenía sobre la situación, se podía tratar únicamente sobre el verdadero "quién".
Pues, ¿Quién es capaz de habitar el cuerpo de uno sin ser otro, y sólo un constante quién que propio cuerpo no puede tener?
-¡PÁRASITO!-
-Párasito que habita tu cuerpo quizás, más no soy el quién de quienes, porque privilegio no tengo. Sólo el aquél de vivir en tu cuerpo. Cara de madera tengo, o es eso lo que puedes, ¿O quieres? ver. Soy más capaz de acompañar tu sangre de lo que pueden tus huesos. Soy aquel que te acompaña en momentos de soledad, muy irónicamente, siendo los únicos momentos donde solo te voy a dejar. No me olvidarás, porque constante será la punzada que te hará recordar este recuerdo que para tu mente, o nuestra mente compartida, puede ser infernal. Tengo tanto miedo como tú, pero soy tanta amenaza a ti como tú a mí. Soy carne de tu carne, pero objetivamente sólo "quién" sabe quién es carne de quién.-
Un rostro.
Carne de la carne de donde emerge.
Abriéndose paso entre venas, tejido, músculo, poros de piel.
Un rostro.
Cráneo de cráneo de donde emerge.
Abriéndose paso entre cabellera, nervios, cuello.
Un rostro.
Un rostro que se deforma, acumula piezas de tejido, las convierte en suyas, destroza el rostro real, se crea uno pero detrás del original. Acomoda sus ojos retorcidos, bañados de blanco vacío y rojo sangre causado por el aturdimiento de cráneo, desestabilizando nervios, convirtiendo a cada uno estos en un sin fin de sintientes de dolor, miseria, pena, terror. Un rostro que se abre paso, arranca cabello, rompe cuello, quiebra huesos, pela piel y escupe sangre, pero sin usar las manos, porque allí sólo rostro existe. Un rostro que con su misma aparición genera sonidos de desesperación.
Un rostro se formó detrás del que rostro ya tiene, detrás del que busca correr y alejarse de lo que está implantado en su ser, detrás del que grita, siente terror, egoísmo quiere desechar por odiarse tod olo que ahora en adelante conlleve la palabra "yo". El rostro es el nuevo él de él, el que crea su propia historia y grita "¡Libertad! ¡Soy eso al fin! ¡No seré el "quién" de quienes, pero sí seré el tu de tú!"
Garganta atrofiada, el verdadero él, llanto y jadeos no podía ya largar. Como si toda su vitalidad desapareciese por ser consumida por el él de él, estaba ahora sin oportunidad de queja, frente a un tribunal, presentado como testigo vital de su propia pesadilla contra la que no puede testificar, porque de hacerlo, una soga colgará al culpable de semejante calvario, pero también a él. No había escapatoria, y recordarlo ya no quería más, olvidarlo sin embargo no podría, ¿Cómo olvidar a aquél que susurra, cuestiona, grita, insulta, provoca, y presenta cualquier tipo de ruido constante en forma de palabras, pero palabras no sin sentido, sino con?
-¡SOY EL TUYO DE TÚ! ¡NO ERES EL QUE ESCAPA DE MÍ, NI YO DE TI!
Somos los que juntos comparten lo que nadie podrá compartir nunca. Un pensamiento doble pero propio, constante, dudas y guías filosóficas que se opondrán en una batalla sin fin. Un choque de pensamientos opuestos, siendo contraproducentes incluso cuando contraproducentes quieren ser. Soy lo que tu tú no puede ni quiere pensar, y tú lo que mi yo no ha de nunca aceptar; el perder control, a cambio de tener el saber absoluto de lo correcto que hacer.
Soy sólo yo el que correcto está, mas tú el que cuerpo mueve, no a dirección de lo correcto, sino a lo que tu miedo por mí grite hacer.-
Ambos en un mismo cuerpo, arrodillados frente a una tubería de agua con punta filosa. Ambos, uno con mente perturbada y el otro calmada, pero escondiendo bajo risas un sufrimiento que rabia genera por no poder controlar ese tan preciado cuerpo. Ambos, uno preparado para enterrar, con su último atisbo de esperanza de escape, el cuello en aquella tubería filosa, puntiaguda y oxidada; el otro, ojos podridos, blancos y rojos, temblando de enojo, furia, pero sin registro de miedo, siquiera mínimo, de lo que aquella tubería causaría.
Uno, tres segundos con paciencia contó.
El otro, por tres segundo con rabia gritó.
Uno, dos, tres.
Sólo el segundo número cuatro sabe lo que pasó.