La bruma que se extiende
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Última modificación: 04-04-2024, 10:43 PM por Aoi. Razón: Colocar apariencia.
30 de enero, 16 DK
Puertas de Hoshigakure no Sato, País de los Osos, 09:22AM

Aoi había pasado la mayor parte de su viaje escondiendo su chakra, o al menos lo había hecho en intervalos donde podría haber patrullas y rastreadores. Así lo hizo cuando bordeó cada una de las aldeas ninja por las que tuvo que pasar para llegar al País de los Osos. Proveniente de su natal País del Fuego, 8 días le costó alcanzar uno de los puntos más occidentales del continente, casi llegando al gélido clima de Yuki. Entre descansos y desviar rutas principales, el peliazul se mantuvo fuera del radar de cualquier curioso que pudiese detectarlo. Además, sus técnicas sensoriales le permitían peinar la zona y asegurarse de que fuese seguro circular, por lo que siendo todo un tiempista, logró ingresar a territorio de los Osos, aquel país tan rural y lejano, con mucha clase.

Chakra no Yosei

Entrado en los bosques, dejó de ocultar su presencia y realizó una cadena de sellos, cuando todavía le faltaban bastantes kilómetros entre montañas y bosques (tomando en consideración que Hoshigakure está al oeste del país y Aoi ingresa por el este). Así, su color de chakra cambió, al igual que su apariencia, su voz y todas sus características físicas e identificatorias. Se transformó en aquel comerciante, Samuru, del cuál sabía bastante gracias al acceso a su bitácora de recuerdos. Así pudo adaptar su personalidad, gracias a la facilidad para fingir, y podría pasar desapercibido como otra persona completamente distinta. ¿De qué le serviría? Lo averiguaría cuando entrase en su destino.

Hitosashi Senmasuku

Así, sin ocultar su chakra, continuó avanzando raudo y veloz por el valle hasta la zona del cráter de meteorito, donde estaba asentada la tan renombrada en esos días Aldea Oculta de la Estrella.

Llegado a las puertas, realizó la fila de quienes planeaban ingresar, aunque seguramente no serían muchos dado que era una aldea bastante menor, y el movimiento de seguridad se veía muy reforzado. Se detuvo nada más el capitán lo frenó con una voz de alto, quien le elevó un papel e inquirió por sus motivos de visita. — Buenos días, señor. Mi nombre es Samuru, soy un comerciante y me dedico a llevar mi emprendimiento por el mundo, pero nunca está de más volver a casa. — comentó pausando para esperar por reacciones. Sin embargo, el capitán mostraba un gesto serio, reacio. — Soy de Hoshigakure, aquí nací. Oí del revuelo y quise venir a colaborar con mis servicios en lo que pudiera a mi patria. — completó Samuru. Luego del aviso del sensor, el capitán no tuvo más remedio que permitirle adentrarse en la villa. Samuru sonrió, y Aoi supo que era el primer paso de salirse con la suya. — Gracias, compañero. Es un alivio estar de nuevo en casa. — dijo guiñando el ojo mientras ingresaba a paso relajado.

Ingresando por las puertas, su huella de chakra efectivamente ya estaba registrada en la barrera. Samuru había vuelto a su natal Hoshigakure. No debería levantar mayores sospechas, por lo que escoltado, se encaminó al recinto de seguridad. En su camino, gracias a sus habilidades perceptivas y como buen sensor que era, notó a shinobis muy bien entrenados observando todo. El patrullaje era muy alto y los protocolos parecían verse reforzados a más no poder. En caso de ser interceptado, mostraría el folleto de su emprendimiento, el cual había recibido por Samuru en su encuentro en los bosques del Fuego: la fachada de comerciante era sumamente útil, aunque alguien que trabajase en inteligencia o fuese un antiguo miembro de la aldea, sabría que Samuru era un ex-shinobi de allí, que se había transformado en errante.

OFF

Apariencia de Samuru
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Enero, 16 D.K.
Horas de la mañana.
En algún punto del perímetro de la aldea.

Las aldeas consideradas menores siempre eran un caso particular de estudio para versados en la materia. Todas, o al menos la gran mayoría, funcionaban como un universo en sí. Sus habitantes por norma general no sabían ni querían saber de lo que sucedía fuera de sus fronteras, y perfectamente la misma tendencia podía extrapolarse hasta el final de los tiempos. Al menos en los libros de los catedráticos, donde la suerte, el azar, y el destino manipulado por las manos de los frecuentes desquiciados que el mundo ninja ponía ahí de vez en cuando, no existían.

Hoshigakure no Sato no era la excepción a la regla. Una comunidad aislada, rica en secretos y cultura, que hacía lo posible por mantenerse estoica ante un caótico porvenir. El imperio, los rebeldes, los criminales, y cuanto más bando quisiera dibujar en el lienzo aquel que llevaba las riendas del camino, resultaban indiferentes para los bendecidos por el chakra de la estrella. Hasta que el mismo azar mencionado antes jugó en contra de todos.

Aquella mañana, de un día no muy lejano al presente, se reunían algunos ninjas de bajo rango en una de las pocas entradas que adornaban los límites de la aldea. Todos tenían la espalda tan erguida que cualquier movimiento en falso amenazaba con quebrar columnas, y los más desdichados por la genética no podían parar de sudar. Sus miradas se fijaban al frente, mientras esperaban con una paciencia militar que la marcha del pelotón que recién llegaba les pasase por el frente.

— … no quiero tener que repetirlo de nuevo. NADIE cruza éstas fronteras. — diría una voz femenina y tan autoritaria como del mismísimo Kami-Sama. La elegante locutora andaba con un contoneo delicado, parecía deslizarse sobre la tierra, navegando a través de aguas de tintes lilas para ninjas que tuviesen la habilidad de sentir el chakra más allá de lo evidente.

Sus órdenes eran claras y vinculantes para todos, fueran testigos en primera fila del decreto o no. Cada uno de los eslabones de la cadena militar de Hoshi estaba instruido a hacer saber al resto. La aldea estaba, determinante y definitivamente, cerrada a visitantes. Todo acto acarrea consecuencias, y el caos traído por aquel invasor terrorista ameritaba acciones equivalentes.

Una vez la figura máxima de autoridad se hubiese alejado junto con su pelotón, el resto de los presentes se permitió respirar. Algunos, con el temor de que volviese y les encontrase demás relajados, no alcanzaron a bajar los hombros del todo. Pero la instrucción era clara, y la iban a llevar a cabo a cabalidad.



30 de Enero, 16 D.K.
Horas de la mañana.
En una de las entradas de la aldea.

Semanas más tarde de la toma de efecto de aquella orden fronteriza, los guardias dedicados a la gestión de visitantes -por no llamarlo directamente rechazo- se rotaban constantemente en sus funciones. Todos se habían relajado hasta el punto de bromear, beber y jugar juegos en sus horas de vigilia, pues la voz de mando no se paseaban hacía mucho por los bordes de la aldea y hasta ahora nadie había tenido que rechazar más que a mercaderes y viajeros que no opusieron mucha resistencia al rechazo.

Otros pocos, sin embargo, se aferraban al patriotismo para considerar que su labor de defender la aldea era tan vital como mandatoria, y se alejaban del ocio al tiempo que intentaban mantener a sus compañeros de turno enfocados. Habían puestos estacionarios, y patrullas móviles, y todas resultaban una mezcla entre unos y otros. Al final se había logrado un balance casi sin quererlo, y el cierre funcionaba. Salvo por una situación imprevista.

— ¡Capitán! ¡Un transeúnte! — anunció el vigilante de turno haciendo vibrar el recinto fronterizo. El capitán, con desgano, se levantó de su asiento para acercarse a la zona por la que el pelimorado pasaría. — Tráiganme otra copia del decreto, las últimas las usé de servilleta. — El capitán, con una barba poblada llena de migas de comida, dejaba en claro que no se tomaría muy en serio la interacción.

Aoi estaría al alcance del sensor del pelotón tan pronto como se acercase al puesto fronterizo. El sensor, sin embargo, no notaría nada extraño. Incluso, por el contrario, notaría cierta familiaridad en aquel sujeto que se acercaba. Por un momento se sobresaltó, pero no lo anunciaría en caso de que sus sentidos, que rara vez se equivocaban en esto, estuviesen confundidos.

El visitante, por otro lado, vería el puesto fronterizo junto con unos 4 ninjas de Hoshi poblándolo. El vigilante, el sensor, el capitán, y uno dedicado exclusivamente a correr de un puesto a otro en caso de que hubiese algo que informar. Además, si prestaba suficiente atención a sus habilidades sensoriales, Aoi notaría como una delgada capa de chakra de colores lilas se expandía por todos los alrededores. Probablemente sabría que se trataba del tan peculiar chakra que abundaba en aquellas tierras, gracias a los recuerdos de Samuru.

— Alto ahí. — anunciaría tajante y fuerte el capitán, mostrando la hoja recién traída por el mensajero. Era una copia del decreto de la Hoshikage que indicaba, en pocas palabras, que la aldea estaba cerrada a visitas. — ¿Qué desafortunada situación te ha hecho venir a perder el tiempo aquí, muchacho? — preguntaría el capitán.

El grupo entero escucharía lo que Aoi, disfrazado de Samuru, tenía para decir. El sensor estaba buscando qué momento era el preciso para intervenir en favor a quien ahora reconocía como un viejo conocido. Y su chakra hacía juego con sus sospechas. No había duda alguna. — Da igual, tengo órdenes directas de no deja… — era la nueva negativa del capitán. Aunque de mala gana, ya estaba acostumbrado a decir que no. Y antes de completar su frase sería interrumpido por el incauto sensor. — Ca-capitán. — el mencionado giraría el rostro para enfocar la mirada gruñendo al tiempo. — Reconozco su chakra. Es un habitante de la aldea. Cr-creo que deberíamos dejarle pasar. — el capitán no cuestionó al sensor, pese al titubeo y los nervios al hablar de este, pues claramente sus habilidades estaban ahí para eso.

Con otro gruñido volvió su mirada al visitante, que ahora parecía jugar de local. Una mirada escudriñadora bastó para que encogiera los hombros y escupiera al suelo. — Supongo que el maldito decreto no dice nada sobre compatriotas que vuelven a casa. — murmuró. — Espero que tus intenciones sean transparentes, no quiero tener que lidiar con cualquier problema que puedas causarme. — con una seña indicaría a los otros presentes que abriesen la puerta tras él, el mensajero saldría a toda velocidad y una comitiva de escoltas llegaría un par de instantes más tarde. — Ellos te acompañarán. Bienvenido de vuelta. terminó el capitán mientras volvía a sentarse.

Aoi entonces sería escoltado dentro de la aldea, con destino a un recinto de seguridad en otro punto de la aldea. La intención sería indagar más en la historia del recién llegado, y discernir si aquello que salía de él resultaba ser cierto. Era extraño recibir coterráneos de vuelta en aquella comunidad aislada, pero no era un caso descabellado. Por ello se le había permitido la entrada, pero debía saberse más de sus intenciones antes de permitirle libre tránsito por la golpeada aldea.

Una vez llegasen al sitio, una muy amable recepcionista se encargaría de recibirle. Ya había sido notificada de la situación, y con una sonrisa extendería una pequeña planilla donde la información de Aoi debía ser plasmada. O en tal caso, la de Samuru. Entre los datos, los más importantes resultarían ser su nombre, el de algunos de sus familiares, su procedencia más reciente, y sus intenciones de visita. — Bienvenido de vuelta. — segunda vez que le repetirían aquello. — Por favor, tómese su tiempo para llenar el formato con toda la información que pueda proporcionar. Nos será de extrema utilidad para confirmar la información rápido y que pueda proseguir con sus negocios en la aldea. — terminó.


OFF
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Ingresó al recinto donde los escoltas lo trasladaron. Allí, la recepcionista muy amablemente lo recibió. Samuru sonrió y realizó una reverencia en señal de respeto. — Muchas gracias. — dijo luego de inclinarse. Tomó la planilla y le dio un ojeo rápido, intentando identificar los campos más relevantes. Asintió un par de veces y, tras tomar una pluma de un escritorio, se apartó hasta una silla y comenzó a rellenar la hoja.

Los recuerdos de Samuru estaban en su mente, al menos los de los últimos días del supuesto "comerciante". Así, pudo consultar mínimamente que su nombre, Samuru, era el auténtico. También sabía que venía de Konoha, por lo que rellenó esos campos sin problemas. Debió hacer un poco más de memoria y esfuerzo, pero logró recordar los nombres que inundaban los pensamientos del Kujaku en sus días más melancólicos: los de sus padres, que colocó en la respectiva casilla. Ahora sabrían quién era exactamente. No estaba seguro de si el chico tenía excelentísima reputación en Hoshi, pero por lo menos su chakra estaba registrado y no como el de un renegado, era un punto a favor importante.

Por último, completó la casilla con sus intenciones: "- Trasladar mi negocio comercial a Hoshigakure de vuelta. En vista de la situación económica, y atravesando nuestro hogar por una brutal tragedia reciente, mis hermanos de la Estrella necesitan apoyo, por lo que mi idea es que mi esquema de operaciones comerciales involucre descuentos importantes, importación de mercaderías costosas e insumos para los nuestros, aprovechando mis contactos y mi red de transporte de mercaderías. Adjunto información sobre mi emprendimiento en el folleto a continuación", rezaba el casillero. Tras el formulario, doblando las puntas de ambos papeles para simular que estaban pegados - ya que no tenía una abrochadora -, colocó el folleto del emprendimiento de Samuru, que él mismo le había suministrado en su encuentro aquella vez en los bosques del Fuego.

Tras terminar, levantó la mirada y se volvió hacia la recepcionista. Ella reparó en él y se acercó. Poniéndose de pie con una agradable sonrisa, Samuru extendió el formulario con el folleto. — Listo. Coloqué el folleto de mi negocio detrás, para más detalles sobre él. — dijo mientras la chica lo tomaba. — Esperaré por aquí hasta que me permitan entrar por completo. ¿Puedo? — dijo señalando la silla.
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Aquella imponente mujer de cabellos blancos soltaba más aire por la nariz con cada palabra que uno de sus subordinados pronunciaba. La pipa que sostenía entre sus manos ya se había quedado sin fuego, y la pierna derecha repiqueteaba sin cesar contra el suelo de madera de su despacho. No podía entender cómo, tras tanto énfasis y esfuerzo, sus órdenes eran directamente ignoradas. No era considerada en las filas de su milicia como una mala lider, pero aquella paranoia y sobreprotección que la habían invadido tras el ataque eran injustificadas por muchos. Temían que con aquel cierre de fronteras la aldea, ya de por sí excluida del mundo, terminase en el olvido y muriendo de hambre.

— ¿Qué hacemos, mi-mi señora? — titubearía el informante. Momentos atrás había traído consigo la data que indicaba la entrada de un extraño que al mismo tiempo no era tan extraño. Y el informante entendía el por qué. Incluso, la Hoshikage entendía el por qué. Era una minúscula pero importante oposición a su totalitarismo.

— Que lo retengan la mayor cantidad de tiempo que puedan. Iré personalmente. — respondería, fría y con la mirada fijada en un montón de papel que tenía sobre su escritorio. El mensajero saldría disparado, desapareciendo del despacho en cuanto la última letra de la locución fue pronunciada.



En la pequeña pero cómoda comisaría había ahora 3 personas. Aoi era vigilado de cerca por un ninja que se había quedado en la puerta, y la recepcionista se encargaba de recibir el papeleo correspondiente. Esta última, con una sonrisa dibujada en el rostro, le invitaría a esperar en lo que todo era chequeado. — ¡Por supuesto! — diría. — Puedes esperar aquí. Si gustas algo de tomar, un té o algo de agua, puedo conseguirlo para ti. — la chica era amable en demasía, pero al final del día aquel era su trabajo. Además, era de los pocos que estaban en contra de la idea de cerrar la aldea, y tener a un visitante parecía ser refrescante, aunque estuviese siendo fuertemente cuestionado.

Poco después, Aoi notaría -si es que su técnica de detección seguía activa- como un par de fuentes de chakra considerables se acercarían y entrarían por la puerta, saludando con un gesto al vigilante que estaba cerca de esta. Uno de los dos se quedaría hablando en secreto con el vigilante, y el otro se acercaría a la recepcionista. Tras un breve intercambio de palabras la recepcionista adoptaría un gesto de miedo y se levantaría de su asiento un poco nerviosa para acercarse al pelimorado. — Se me ha informado que tu chequeo va a demorar un poco más de tiempo. Por favor, ten paciencia. — podía notarse la tensión en sus palabras. Y es que, aún sin haber hecho nada malo, recibir la visita que estaba por recibir no terminaba de convencerle del todo.

Otro rato más de espera, y fuentes de chakra inundarían los alrededores de la comisaría. Eran unos 4 guardias más, además de los 3 que ya estaban dentro. Y, eventualmente, una monstruosa cantidad de chakra atravesaría la puerta. Esta era una mujer de cabellos blancos, alta, con una pipa en mano y vestimenta elegante. La ligera reverencia que todos mostraron al momento de su entrada añadía más a su aura ya imponente. Enseguida, la recepcionista se acercó a ella con la hoja que Aoi le había entregado. Esta sería quien se encargaría de juzgar al intruso.

— ¿Vuelves a terminar el trabajo, terrorista? — clavaría sus ojos carmesíes en el chico. No creía en realidad que fuese un terrorista, pero lo trataría como tal. — ¿Qué clase de imbécil viene a infiltrarse en mi aldea tras todo lo que ha pasado? ¿Por qué no debería clavarte en una estaca y exhibirte en una de las puertas? — la agresividad de sus palabras no hacía juego con una apariencia física tan delicada como fina, pero así era ella. Y todo, al final, era una prueba para el supuesto Samuru.

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Samuru dirigió una sonrisa al ninja que lo vigilaba desde la puerta antes de proceder a sentarse en el mismo asiento donde llenó el formulario. El repiqueteo de sus dedos en su propia pierna mostraba un ligero dejo de ansiedad. — Oh, te lo agradezco, pero estaré bien. — respondió Aoi al cortés ofrecimiento de una bebida. Pero la llegada de nuevas fuentes de chakra y presencias, lejos de traer calma, indicaba que todo comenzaba a complicarse aún más. Y el gesto miedoso de la recepcionista acercándose a comentarle sobre la demora, no hizo más que elevar sus preocupaciones. — ¿Más? Está... bien. ¿Por qué exactamente? — preguntó un tanto extrañado. Como un local que regresaba a su hogar, debía mostrarse consternado ante las dudas sobre su identidad, para mantener las apariencias. Sin embargo, no llevaba un tono de excesiva preocupación, sino de duda y un toque de cansancio.

"Aldea en la actualidad completamente cerrada al mundo. Una política de defensa común y anti-terrorismo. ¿Qué harán si sospechan de mí? Dudo que me dejen defenderme siquiera. Si no logro suscitar su confianza de inmediato, habré fracasado", pensó mientras un grupo de presencias rodeaban la comisaría. Samuru se sonó el cuello y bostezó, manteniendo la calma. "Tienes que ser empático. Samuru sabe exactamente cómo se siente que ataquen el hogar de todos, así que sé comprensivo. Si fallo... tocará correr, y no habrá una segunda oportunidad de vender mis servicios". Finalmente, vio atravesar la puerta a la Hoshikage. Se puso de pie y realizó una ligera reverencia también, imitando al resto de ninjas, pero con fluidez en sus movimientos.

Levantando su mirada, los ojos del joven Samuru se entrecruzaron con la mirada carmesí penetrante de la fina e imponente dama que fungía como kage y líder espiritual de la Aldea Oculta de la Estrella. — ¿Cómo dice, señora? — preguntó abriendo los ojos, un tanto sorprendido. "Con que terrorista... Bueno, sin dudas tengo como refutar eso" pensó. — Mi señora, si intentase colarme en la aldea no hubiese venido por la puerta. — dijo negando dos veces con seguridad. — Mi nombre es Samuru. Entiendo que la situación es difícil, y lamento haber hecho saltar sus alarmas, pero los míos me necesitan. He recorrido el mundo y hecho suficientes contactos como para poder volver y, con mi emprendimiento comercial, ayudar en este momento de crisis. — con su mirada señaló la hoja que la recepcionista le había entregado a la mujer de cabellos blancos. — Ahí puede encontrar mi información comercial y algunos de mis datos. Si chequea en los registros de la aldea seguro estaré ahí: soy un nacido de la Estrella. La radiación de este glorioso cráter corre por mis venas.

— Aborrezco con todo mi alma lo que esos terroristas han hecho con nuestro hogar. — negó rotundamente y, con determinación, clavó su mirada solemne en los orbes rojo-sangre de la líder de Hoshi. — Y estoy dispuesto a hacer lo necesario para colaborar, incluso si eso implica arriesgar mi vida viniendo hasta acá.
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Los presentes, en su mayoría, esperaban que la situación marchara de la misma manera que lo estaba haciendo. Todos en aquella relativamente pequeña aldea conocían, hasta cierto punto, la forma en la que su líder lidiaba con los problemas, y a su óptica, aquel falso Samuru era un problema en todas y cada una de las casillas del folio. Por ello la gota de sudor frío que corría por la columna de varios en aquella pequeña sala de espera. Cada palabra que quien tomaba la delantera pronunciaba era acompañada, a su vez, por un silencio sepulcral que invitaba a la parte contraria a responder pronto para evitar inducir a la locura al resto. Sin embargo, si pudiesen escuchar los pensamientos más allá de la caja de huesos que los contenía, aquello sería un concierto, y de los más escandalosos.

— ¿Por quién me tomas? — la severidad y frialdad que regalaba al hacer vibrar sus cuerdas vocales congelaba el aire a su alrededor. «Samuru» podía notar sin esforzarse mucho que no estaba jugando al policía malo, y si ahondaba un poco más en la probable sensación que estaría dibujándosele en el estómago, se daría cuenta de que corría el riesgo de servir de chivo expiatorio a frustraciones.

— No dudo que seas uno de nosotros. — diría para corregir enseguida. — Que pudieses llevar nuestra sangre por tus venas, mejor dicho. Pero tu llegada trae más preguntas que respuestas, y ahora mismo estamos en el momento menos indicado para dudas. — sus palabras no carecían de lógica, y además, traían consigo el cansado peso de ser pronunciadas por quien probablemente había tomado decisiones impensadas en el último tiempo.

La única certeza que la mujer tenía para con el pelioscuro era su procedencia. Efectivamente se trataba de alguien oriundo de la misma tierra que ella, y tanto su fenotipo como su huella de chakra jugaban a favor de él. Su versión no era descabellada, pero en contraposición estaba la seguridad de la aldea entera. No iba a permitirse ser la causante de otro ataque si pudiera evitarlo.

Y lo haría, en otra circunstancia al menos. En sus tiempos mozos habría tajado aquella cabeza por muy familiar que pareciese, de un solo movimiento. El tiempo la había vuelto un mínimo más permisiva, pero también sabia. Y cuando el extraño mencionaba la razón de retorno a casa, no pudo evitar escuchar murmullos en los alrededores. Sus guardias eran fieles a ella y sus decisiones, pero no podían hacer oídos sordos a lo que la oposición mencionaba entre callejones; aquellas políticas aislacionistas estaban ahogando la aldea, y más que una consecuencia directa del ataque parecían un segundo castigo inmerecido.

Por lo tanto tragó hondo y se permitió bajar los hombros, pero solo un poco. Con un gesto pidió y consiguió que se le acercase una silla para poder sentarse, e invitó al extraño a hacer lo mismo frente a ella, mientras ojeaba la información suministrada. — Hasta ahora has tenido una racha de suerte a tu favor para llegar aquí. Veamos qué tanto puedes estirarla. Cuéntame a qué has venido exáctamente, Samuru de la Estrella. ¿Qué traes de vuelta a casa? — su mirada ardía como dos carbones al rojo vivo, pero todo lo que su rostro dibujaba era frío. «Samuru» tenía que elegir con cuidado sus palabras a partir de ahora, pues tenía permitido hablar con soltura. Los guardias y el resto de los presentes no pudieron sino sorprenderse y pedir, muy a sus adentros, que aquel movimiento terminase bien y resultase en un avance para el pueblo. Quizás el extraño no lo sabía, pero empezaba a jugar con algo que quizás estaba por encima de sus aspiraciones.
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Samuru tragó saliva. ¿Tendría sentido mostrarse humano? No lo sabía, pero aunque Aoi fuese normalmente capaz de reprimir cualquier emoción, y de hecho era tan frío que las palabras de la mujer que se clavarían como dagas en el pecho de cualquiera, le resbalaban. Pero se había metido tanto en el papel de su compañero Kujaku, que ya no estaba velando solo por sus propios intereses, sino también por los del comerciante y líder espiritual de Kakusei.

Asintió cuando le acercaron una silla a la Hoshikage, e hizo lo propio emulando sus movimientos, tomando asiento con cuidado y muy lentamente en su silla. La observó y esperó su pregunta. Si revelaba sus verdaderas intenciones, no quería dejar pegado al chico de la Estrella, por lo que primero haría su movimiento más arriesgado, pero a la par su carta más fuerte. Arriesgaría su propia vida con tal de obtener ese encargo. Después de todo, un suceso tan importante le ganaría una reputación enorme de contribuir con su solución, y la influencia que podría ejercer sobre otro de los países de la Gran Cordillera del Oeste era un hito importante para Aoi. Pero, si la imponente mujer al frente suyo decidía no confiar en sus actos y recobraba su instinto asesino, quizá todo habría acabado para él. Era un gran dilema, pero el sentimiento de supervivencia y miedo habían sido casi suprimidos de la retorcida mente del peliazul. — Le mostraré lo que traigo para ofrecerle. Pero antes de eso, permítame sacar algo. No haré nada peligroso, confíe en mí. — dijo para luego pausar durante un segundo y levantar ambas manos, en señal de ser inofensivo. — Si ve que hago algo extraño, no dude en cortarme la cabeza. Sé perfectamente que usted es capaz de ello, no dudo de sus capacidades. Pero estoy dispuesto a poner mi vida en juego con tal de que me permita ofrecerle mi propuesta. — sentenció, seguro de sus palabras y con un gesto de total convicción. Sus ojos no se intimidaron para nada de los orbes ardientes de la albina. Por el contrario, se clavaron en ellos, y esperaron cualquier gesto de aprobación o disgusto.

Pasase lo que pasase, Samuru metería la diestra al bolsillo interior de su chaleco. Sacaría un sello, uno capaz de bloquear el flujo de chakra de una persona. Normalmente, se colocaba sobre prisioneros para evitar que utilizasen jutsus, pero el falso Samuru tenía una intención diferente. Se levantó la manga izquierda y elevó la diestra para colocarse el sello a sí mismo. Pero cuando estaba por hacer que contacte con su piel, se frenó y levantó la mirada, buscando los ojos de la Hoshikage. — Te diré lo que pasará ahora. Su barrera de detección detectará a un intruso. No se alarme, simplemente soy yo. Cuando haga esto, será una muestra de que me dejo ver vulnerable ante ustedes, y dispongo mi vida para que usted considere las palabras que quiero decirle. —. No demoró más, y se colocó el sello. Su técnica de transformación, el Hitosashi Senmasuku, se desactivó. La huella de chakra de Samuru desapareció por completo, y en su lugar se notó la de Aoi, con su color característico. Su apariencia volvió a ser la de siempre: bajito, de pelo azul claro y ojos ámbar. Su gesto sereno denotaba la calma que mantenía el joven. Ofreció una sonrisa muy amable y tierna a la mujer. Seguramente todos se alterarían un poco. Dejó sus manos a la vista, con las palmas abiertas.

— Esto es un sello inhibidor de chakra. Soy completamente incapaz de usarlo a partir de ahora, así que pueden estar tranquilos de que nada raro sucederá. — suspiró y luego irguió la espalda. — Mi nombre es Aoi, no soy Samuru, aunque conozco a ese chico bastante. Soy un mercenario, pero también tengo un sentido de la justicia que me impide hacer la vista hacia otro lado. Así como logré llegar hasta aquí, con lo agitadas que están las cosas en su hogar, puedo entrar a cualquier lugar del mundo conocido. A eso es a lo que me dedico.

— Seguramente ya me conozca, aunque no por mi nombre y apariencia verdadera, que es esta. Soy capaz de infiltrarme hasta en el lugar con la seguridad más alta del mundo shinobi. Podría estar ganando dinero en cualquier encargo que algún millonario o empresario me diese para solucionar sus asuntos, pero decidí atender a lo que me parece importante. — dijo empezando a bajar los brazos poco a poco, si es que notaba que la tensión había bajado aunque sea un ápice. Era suficiente para él. — Escuché que algunos de los terroristas que atacaron su aldea hace poco eran del País del Fuego. Los rumores se expanden tanto como la bruma durante la noche. Pero yo estoy acostumbrado a moverme entre las brumas. — agachó la cabeza un poco, como si hiciese una reverencia simbólica. — Siento mucho lo que pasó. Por eso vengo a poner mis servicios a disposición. Si me ayuda a identificar algún dato sobre los sospechosos, le traeré sus cabezas. Y cuando prometo algo, lo cumplo, así tenga que poner mi vida en riesgo. Viniendo aquí ya arriesgo demasiado, así que no dude de que soy un tipo obstinado.
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