El bueno, el malo y el feo
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Afueras de la aldea.
Pasado el mediodía.

Con cada movimiento de su mandíbula, por más minúsculo que fuese, aquel crujir desalmado invadía sus alrededores. Había tantísimo silencio que no era posible ignorarlo. Y, lo que es más, tal martirio parecía adrede. El ojicarmesí estaba apoyado en una de las varias paredes que adornaban el callejón, delimitando el paso y creando un cuello de botella que, al final, desembocaba en una de las calles principales que rodeaban la entrada a la aldea.

Ya el sol había marcado el paso tras el mediodía, y sus funciones -en teoría- estaban a punto de terminar. Por ello entre la impaciencia y el aburrimiento le habían hecho la jugarreta de traerle a la mente una idea ya desechada, pero que no pudo evitar colarse entre aquellos cajones del “¿Y si esta vez sí funciona?”.

Sin embargo, con un gesto amargo impreso en el rostro haría el fugaz movimiento para para del bolsillo izquierdo de su sobretodo una pequeña libreta con su respectivo lápiz, y escribiría algo del orden de “Sigue sabiendo a mierda”. Acto seguido, con su opinión clara y plasmada sobre el papel, escupiría el manojo de arena que había estado mascando hasta ahora. — ¿Tan asquerosa es la comida de acá que prefieres comer arena? — Preguntó una voz inicialmente incorpórea cuya fuente se dejaría ver al cruzar la esquina más alejada del callejón, en dirección al Jiki. — No es eso. ¿Sabes cuánto ahorraría si pudiese vivir a base de arena? Una vez leí que los antiguos habitantes de Sunagakure usaban arena para condimentar sus platos. — Respondió el peliazul mientras dirigía la mirada hacia el recién llegado, reconociendo desde incluso antes por su voz. — Aunque no sabría decir si por iniciativa propia o mala suerte. — Al terminar agregando se reincorporaría, dejando de apoyarse contra la pared del callejón.

Con poco más que un bufido irónico el recién llegado se sacudiría la insensatez del oriundo del desierto para entrar en materia de lo que lo llevaba allí. Este alcanzó un pequeño trozo de papel de su bolsillo, que iría destinado a la mano extendida de Arata, quien no tardaría mucho en leerlo. Sabía lo que significaba aquello; nuevas órdenes. Y por tanto, más paga. — ¿Otro descarriado? — Preguntó el de ojos rojos, a lo que su compañero de profesión asentiría antes de dejar el sitio con paso tan simple como llegó.

No era extraño que en estos tiempos se decidiera impulsar una vigilancia personal a extranjeros que entrasen en la casilla de sospechosos, y cuando alguno pasaba cerca de algún punto de control era seguido tanto como se pudiese. Arata no era demasiado entusiasta de tal tarea, porque al final siempre resultaban ser falsos positivos. Además, el criterio tampoco estaba muy claro, ¿Era necesario perseguir a cualquiera que luciera un tanto extravagante? Todos terminaban siendo inadaptados o mercaderes, o ambas al tiempo.

Pero no iba a ser él quien se quejase, si al fin y al cabo tocaba seguir -o fingir que seguía- a un extraño por un par de momentos hasta que terminase entrando a un bar o cosas del estilo, y luego iría por su paga.

No invertiría mucho esfuerzo en ubicar al objetivo, pero andaría por los caminos principales de las afueras de la aldea en caso de tener la suerte -o desdicha- de toparse con él o algún otro conocido.
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Aquellas áridas tierras albergaban grandes sombras, como la mayoría de los susodichos imperios en pie en la actualidad. Nuestro héroe de cabellos dorados recorría los casi inhóspitos callejones y las zonas aledañas de las afueras de la Aldea. La remota Iwagakure no presentaba un reto actualmente para nuestro querido Renji; sin embargo, esto no lo detendría de buscar algo un poco más movido por su propia cuenta.

Como era de costumbre, acompañaba su andar con una pequeña bolsa de frituras; una muy pequeña en realidad. "¿Qué demonios ha sucedido por aquí?" Se cuestionó de manera interna al estudiar un poco la zona de manera veloz y meramente visual. Los suaves pasos del Botánico resonaban con tal eco que impresionaría a muchos, o quizá a muy pocos.

El Jōnin de la localidad se abriría paso a través de aquellos callejones sin mucha preocupación ni interrupción alguna. Después de todo, estaban completamente vacíos y la existencia humana era poca o nula por esos lares; aunque para la suerte de nuestro colega, era hora de desempolvar sus estadísticas, pues un encuentro "fortuito" le esperaría a las puertas de su salida de aquel callejón.

Renji alzaría la mirada con cautela, no sin antes cubrir con el dorso de su mano los fuertes rayos de sol que apenas lograban colarse sobre las faldas de las afueras, pero que sin duda alguna lo hacían con tal fuerza que lograban incomodar al rubio.

La diestra elevada y la zurda dentro de aquella bolsa de frituras, dejaría una imagen totalmente "incorrecta" para aquellos desdichados que osaban recorrer las zonas más cautas de las afueras de la aldea. Aunque Renji, cuál explorador perdido, se permitió divagar con tal albedrío que acabaría topándose con una cara un tanto conocida.

— Psst... — No sé cómo describirlo realmente, pero aquel sonido característico siempre era utilizado para llamar la atención de las personas en la vida real, aunque quizá, en este plano, no funcione como él espera. Lo intentó un par de veces más a medida que progresaba su espontáneo acercamiento desde un costado hacia la posición del Jiki. — Psst... — Ondeó ligeramente la mano atrapada en la bolsa de frituras. "¿Aún usará arena en los oídos para dormir?" Se preguntó Renji, pues Arata no parecía reaccionar a primeras a aquellos débiles llamados de atención.

— ¡Arata! — Exclamó el rubio, posterior a unos cuantos intentos, totalmente aislado de la realidad y claramente, ignorando en totalidad la tarea llevada a cabo por el arenoso Shinobi, proveniente de las tierras "arenecas". Aquel grito de seguro dejaría en evidencia la abstracción del chico con respecto a su posición, pues no prestaba ni pizca de atención que aquello, no era más que un simple punto de control de los tantos existentes.
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Qué poco humildes son esta aldea. — Ni para qué hablar del clima. No es tan terrible como Sunagakure, pero el exceso de sol y alta temperatura le incomodan. De hecho, incluso lleva un bastón consigo, el cual le ayuda a avanzar el largo camino recorrido hasta esta zona. En su espalda cargaba su típico saco con artículos para comerciar. No olvidemos que, a vista de la mayoría del mundo, él es un humilde vendedor que se pasea por todas las naciones intentando ganarse la vida. Así es como logra tener pase libre a casi cualquier villa. Obviamente, hay excepciones. Algunas aldeas son más cerradas que otras a los extranjeros. Sin embargo, la Tierra optó por dejarle ingresar.

Pero no podía ser tan fácil, al menos no aquí.

De la manera más oculta posible, miraba en distintas direcciones. Los presentía, los observaba. Varios desconocidos estaban al tanto de su presencia. — ¿Qué tanto me vigilan? No haré nada malo. — No le incomodaba ser visto por ojos juzgadores, pero sí temía ser atacado. Desconoce qué tan malo puede ser el que lo tomen como prisionero y lo encierren en un calabozo. No quiere iniciar una guerra de un solo hombre contra todos, por lo que entiende que debe andarse con mucho cuidado. Fue hasta ahí con un propósito, y espera cumplirlo sin pelear. Claro, a no ser que se vea obligado a hacerlo.

¿Cómo puedo perderlos? O mejor aún, traerlos a mí. — Se pregunta. Maquina y piensa dentro de su cabeza. Cualquier movimiento inusual puede llamar la atención de civiles o shinobis cualquiera. Lo bueno es que pronto logró dar con una zona más solitaria, donde casi no veía individuos paseando por las calles. Claro, esto también lo volvía un sitio más peligroso. Ser atacado sin testigos podía exterminarlo del mapa sin que nadie lo sepa. Lo que el resto no tenía en cuenta es que él poseía información concreta que podía ayudarle. Sí, porque alguien perteneciente a esa nación le compartió los datos que quería, y así es que pudo venir hasta acá con objetivos concretos.

La señal para iniciar su movimiento fue la mención expresiva de ese nombre, “Arata”. Sus piernas comenzaron a correr, yéndose del lugar. Probablemente, esto llame la atención de aquel de arena que recibió la orden de seguir sus pasos. Cualquier vacilación o tardanza provocaría que el supuesto invasor se aleje de su posición y perderlo de vista, lo cual equivaldría a fallar en la labor que sus superiores le dieron.

Pero ¿qué hará nuestro protagonista? Simple, guiarlos hasta una zona aún más apartada. ¿Cómo es que conoce el camino correcto? Como se mencionó antes, un valiente topo le otorgó información, y aquella persona es una que conoce bien al feo y el malo que el bueno intenta atraer. Pues una vez lo sigan, aquellas posiciones de manos intentarán algo para aislarlos a los tres del mundo.

¿Cuánto tardarán? Esta también es una prueba de velocidad.

Vengan, chico planta y chico arena.

Contenido Oculto
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Con algo de fortuna encima y pasos relajados terminaría topándose con quien sería víctima de sus ojos vigilantes. Aunque, francamente, al instante de darse cuenta de tal encuentro fortuito se maldijo para sus adentros. Perfectamente pudo haber tomado un giro hacia al lado contrario, y luego de un rato, reportarse al cuartel fingiendo que el sujeto había salido ya de la aldea. Pero no, no fue así, y no tenía más que aceptar su andar. Ahora quien quizás tuviese ojos vigilantes sobre su existencia era él, y no quería recibir un recorte en la paga por negarse a hacer su trabajo.

Desde la lejanía que su locación le regalaba estudió al morado sujeto. Definitivamente pintoresco, el Jiki ahora entendía el por qué de la persecución. En el país de la tierra todos parecían rocas entre sí, y quien resaltase normalmente era víctima de escrutinio. Él lo había aprendido a las malas, y su andar precavido era prueba de ello.

— Pórtate bien… — Murmuró muy para sus adentros, mirando fijamente a quien no se había percatado aún de su presencia. ¿O sí?

Entre calles, callejuelas y callejones el oriundo del desierto seguiría a su presa. Contrario a otros ocasiones, la persecución no tenía un fin predefinido, y con otro golpe de fortuna se mantendría así hasta que no fuese necesario seguir al extraño. Pero en el guión habían otros planes. Y otros actores.

El primer llamado de atención de parte del chico de las plantas sería ignorado por el de la arena. No por decisión propia, sino por estar perdido entre sus propios pensamientos. El segundo siseo serpentino ya era un poco más difícil de ignorar, más aún cuando la “serpiente” gritaba a los cuatro vientos su nombre. El ojicarmesí se paró en seco, y unos instantes más tarde ya le había dado cara a aquella voz sin tener siquiera la necesidad de mirarle. Reconocer esa voz no era difícil cuando venía acompañada con el crujir de la bolsa de patatas contra el viento. — ¡Renj… — Iba a saludarle, de la manera más casual posible, para que su perseguido no se percatara de sus intenciones. Al fin y al cabo no había nada por lo que sospechar, ¿O sí?

Y unos pasos, apresurados, sirvieron de aplauso para una actuación a medias. El perseguido había emprendido una carrera, y con una velocidad no tan usual para un simple mercader. El Chunin se percató de ello, e instintivamente hizo lo que cualquier otro haría; culpar a otro. Lanzó un vistazo fulminante al escandaloso chico de las plantas, mientras sacaba un puñado de arena de entre sus ropajes y envolvía el papel con la descripción del extraño en una especie de bola de arena, que lanzaría con fuerza en dirección a Renji, tras lo cual, con la cabeza, haría la típica señal de “Vamos por él.”

Estaba motivado cuando echó a correr. Quizás su perseguido era algo más que un mercader extraño, y esto conllevaría una recompensa acorde por atraparle. Sonrió con malicia mientras seguía el rastro dejado por el chico de las estrellas, esperando que Renji hubiese entendido la situación y le prestase apoyo. Si había alguien con quien quería compartir tal tarea era con él, pues no parecía importarle que el Jiki se quedase con la paga.

— Veamos qué tantos puntos de velocidad llevas contigo… — Murmuró en medio de la persecución aquella frase que solo para él tenía sentido. De momento se dejaría llevar a dondequiera que el contrario quisiese llegar, pero siempre con la guardia en alto e intentando mantener al margen a cualquiera que no fuese Renji.
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Evidentemente, nuestro querido rubio no parecía tener reparo alguno. Su grotesca y poco sutil forma de saludar acabó por tirar abajo el escenario que tan poco le había costado al arenoso montar. El rubio se recompuso con un simple salto y una ligera maniobra, siempre cuidando de sus patatas, lo más valioso en aquel instante. Con una mirada dudosa, se acercó a la bola de arena que había caído sobre su cabeza y la recogió con cuidado, despejándola de los ligeros granos de arena que la suave brisa ya limpiaba. La bola reveló una nota en su interior, lo que despertó su curiosidad.

A escasos metros, recibió una palabra por parte del Jiki, quien, sin embargo, no volteó siquiera a verle hasta lanzar la bola de arena con la nota dentro. La bola impactó totalmente sobre la parte superior de la cabellera del rubio, quien cayó sentado. "Vaya, esa sí que son maneras extranjeras de saludar", pensó en voz alta. Con su mano derecha, que gozaba de libertad, alcanzó la nota, poco a poco despejándola de los ligeros granos de arena que la suave brisa ya limpiaba.

Renji se puso de pie, con una expresión de determinación en su rostro. Dudoso y con poca cautela, decidió gritar nuevamente en dirección al Jiki antes de poner marcha a aquella extraña "persecución". — ¡Arata! ¡Espérame, tengo la panza llena!"  exclamó y se echó a correr, tomando impulso de las pocas estructuras cercanas para cortar metros y seguir de cerca al Jiki. "Sí que es rápido...", pensó un tanto sorprendido. Renji tenía una buena cantidad de puntos invertidos en su velocidad, pero aun así, por momentos, Arata parecía ser más rápido. Quizá debía usar la calculadora de puntos para averiguarlo.
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Escuchaba sus pasos, sentía el aire moverse. Los dos ya estaban tras sus pasos, por lo que la misión actual de don sombrero era únicamente llevarlos a una zona sin gente. Necesitaba un encuentro a solas con ellos, charlar, ponerse de acuerdo, convencerlos de que juntos podían lograr mucho más que por separado. Normalmente, permitiría que alguien más reúna integrantes, pero él se esforzó en dar con algunos en los cuales confiar de forma personal. Y, tras mucho estudiar, dio con estos dos. — Creo que aquí es suficiente. — Pensó, a la vez que disminuía el ritmo de su carrera. Obviamente sus perseguidores notarían este cambio, pero quizás no tan rápido.

Bien, hora de vernos las caras. — Lo dijo con un tono de voz lo suficientemente alto como para que ambos lo escuchen. Una vez ambos queden a una distancia adecuada de él, la tierra alrededor del nuevo tridente emergería hacia la superficie, encerrándolos. Dentro, la oscuridad sería protagonista y muy poco podrían verse entre ellos. Esto cambia cuando una pizca de fuego se crea, y es que la mano diestra de Samuru sostiene dos papeles, aparentemente sellos explosivos. Estos tienen un poco de fuego en ellos, aunque aún no explotan. ¿Lo harán en algún momento? Ojalá que no, pueden causar mucho daño en ese espacio reducido dentro de la tierra.

El de sombrero carraspeó la garganta, queriendo aclararla para poder hablar con propiedad. — No intenten nada raro, o los tres haremos boom. — Una pequeña risita escapó de sus labios al mencionar esto, aunque ellos podrían darse cuenta de que no lo dijo de una forma amenazante, sino que solo quiso entregarles un pequeño aviso para que estén tranquilos y, ojalá, no se muevan. — Son tal cual Katsuya los describió, así que no debo equivocarme. — Esperaba captar su atención e interés nombrando a un shinobi de Iwagakure compañero de ellos. Sí, por aquel especialista en taijutsu ha sido su fuente de información en este reclutamiento.

¿Me pueden decir qué cambio han realizado en este país durante todo este tiempo? Veo que no han avanzado mucho. — Creyendo que ya podían estar en un modo más tranquilo, desactivó su jutsu de tierra, permitiéndoles a los tres respirar aire fresco. Los sellos explosivos que descansaban entre sus dedos también desaparecieron. Fue hasta ahí en son de paz, pero con intenciones poco pacíficas de cara al futuro. — Necesitan intentar cosas más grandes, y estoy aquí para ello. Sé que podemos generar un cambio lo suficientemente importante en el mundo. — Sería más fácil si mostrase su chakra para atraerlos, pero es peligroso en el caso de que haya ninjas sensores activos en las lejanías y se percaten de un repentino incremento de energía. Había que mantener bajo el ki.

Luego, por un momento, fijó sus ojos en Renji, el famoso niño planta. — Tú eres el jounin, ¿no? — Pues estaba al tanto del cargo que poseía cada uno en la jerarquía shinobi. Samuru, del saco que cargaba en la espalda, sacó un paquete de papas especial, cuyo sabor solo se comercializa en el Reino del Marfil. Es muy ansiado en todo el mundo, por lo que normalmente tiene un precio bastante alto fuera de su zona de producción. No cualquiera accede a semejante producto. Y Samuru, como si nada, le arrojó el presente al de cabellos amarillos. — Tómalo como un pequeño regalo de mi parte.

Después, miró a Arata. — La verdad es que a ti no te traje nada. — Esto podía provocar una pequeña decepción en el otro, pero sus palabras no se detuvieron ahí. — Pero creo que un comerciante experto como yo puede ayudarte en tus pretensiones económicas. Aquí todos podemos ayudarnos.
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El de ojos rojos notaría, casi a mitad de la persecución, que la intención del contrario no era escapar. La mente de un ninja, por naturaleza y labor, debía estar preparada y analizar cualquier escenario que pudiese nacer detrás de cada paso que daba, y para el Jiki esto más que una regla no escrita era un instinto de supervivencia. Los últimos tiempos, sin embargo, también era un instinto en pro a las riquezas. Por tanto, ya los mil y un escenarios que aparecían para darle sentido a la actitud del extranjero se reproducían en la mente del oriundo de la arena.

Cuando eventualmente la persecución acabó, aquel carrusel de posibles futuros se vio forzado a detenerse también para entrar en visión de túnel. Cada nervio de su cuerpo se activó, su espalda se tensó y casi adopta una posición de combate casi por instinto. Desconocía a ciencia cierta si Renji le había seguido y estaba detrás de él, pero rogaba con cada fibra de existencia que tenía disponible que el chico de las plantas entendiese la situación. Y no llamara la puta atención.

Al menos no más que el domo de tierra en el que ahora estaban encerrados.

— No hace falta llegar a tanto. — dijo Arata, tan serenamente como pudo con ambas manos alzadas a modo de mostrarse indefenso. De sus ropajes escurrían granos de arena en un patrón aparentemente aleatorio, como si momentos antes hubiese estado nadando dentro de una duna del desierto infernal. Para cualquiera no acostumbrado a ello parecería algo fortuito o insignificante, en caso de que siquiera pudiese notarlo, pero el shinobi de la roca acostumbraba a dejar salir al menos un satetsu de esta manera para estar acostumbrado a cualquier eventualidad. Y ahora mismo la eventualidad sería detener la explosión o en su defecto contenerla.

— No hagas nada estúpido. No quieres que todo ninja en kilómetros a la redonda venga acá. Nosotros… — Aún desconocía si Renji estaba ahí detrás, pues toda su atención estaba puesta en quien tenía enfrente. — … somos tu mal menor ahora mismo. — Él podía, quizás, sonar algo altruista con esto. No es que le quisiera dar una oportunidad al chico morado, es que no quería compartir el botín. No quería más narices implicadas de las que ya estaban. A la mención de aquel especialista en taijutsu no hizo ningún gesto, más sí alcanzó a preguntarse cuándo había sido la última vez que le había visto.

El domo de tierra cedería y los papeles también desaparecerían como llegaron. Era el momento indicado para atacar y salir de esta. Ya tenía la certeza de que Renji estaba ahí también. No dudaba que aquel extraño confiaba lo suficiente en su habilidad para la tarea en la que estaba metido, fuese cual fuese, pero el Jiki sabía que él no se quedaría atrás. Sentía, de alguna manera, que sus puntos de stats eran más o menos equivalentes. Pero las preguntas llegaron, y otro mar de posibilidades llegó con ellas. Un mar que apelaba a la innata curiosidad del Jiki.

— No me malinterpretes, pero suenas como una trampa andante. Un imperial buscando disidentes y usando palabras esperanzadoras como cebo. — Cauteloso como podía, lo hizo saber para que Renji no se estrellase con la pared de la realidad en caso de que el ojicarmesí estuviese en lo correcto. — Y si no lo eres, resultas misteriosamente inocente. ¿Consideras que vale la pena el riesgo de venir a pedir “cambios” en tierras fieles al imperio? ¿Y si nosotros dos… — refiriéndose a Renji y a sí mismo. — … fuésemos imperiales de pura cepa? ¿Cómo esperas salir de esta? — No quería que la presa se le escapase, no sin él antes conseguir algún beneficio de tal encuentro. Su primera intención había sido no sonar amenazador, pero necesitaba estar seguro de que podía hablar con tranquilidad.

— Renji. — en voz alta, sin quitar la mirada de Samuru y sin dejar de soltar arena disimuladamente. — ¿Qué piensas tú? — el otro era menos cauto que él normalmente, y de vez en cuando servía para leer a las personas con más facilidad que el del desierto. — ¿Qué fue lo último que supiste de Katsuya? — ahora sí hizo referencia a aquel viejo conocido. Con algo de suerte el chico de las plantas le daría sentido a todo. Al menos un poco más, el justo y necesario sentido para saber cómo actuar.
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— ¿Eh? — El rubio, originario de las afueras de la Tierra, sintió sorpresa al percatarse de que la persecución no iba a escalar a algo mayor. A partir de aquel frenético arranque, lo que parecía ser el objetivo de Arata, acabó por regular su velocidad y detenerse en una posición en particular.

Allí, las palabras sobraban, pues apenas pudo escuchar al desconocido formular una frase, ya su posición había sido superada por aquella cúpula de aparentemente Doton. — Maldición… — Susurró. En aquel momento, lo último que pudo imaginarse era un encuentro fortuito como aquel. — ¿Y bien? — Espetó el Jounin con cierta curiosidad al observar el fuego entre las manos del chico y posteriormente los sellos explosivos bajo la llama. ¿Intenta suicidarse?

— Sabes, Arata, no creo que sea tan peligroso. Después de todo, solo conozco a un tipo que aconsejó a otro chocar una técnica con un par de sellos explosivos y se lo denegaron. — Comentó en voz baja para su compañero que en aquel instante debería estar a un metro más o menos de su posición actual.

La intención del Wanderer no permanecería oculta por mucho más tiempo y siendo sumamente evidente, decidió revelarla. Arata por su parte, intentaría controlar la situación mientras Renji quedaría desplazado a un tercer papel mucho menos protagónico, algo que generalmente era de su agrado. Y allí, a pesar de toda la presión ejercida por la situación, en el momento más oportuno, aquel donde un poco de silencio pudiese hacerse con todo aquel meollo, el crujir de otra bolsa de frituras irrumpiría.

Nuestro intrépido rubio habría comenzado a comer nuevamente mientras observaba la mediación entre su colega y el desconocido. — Tiene razón, vendrían muchos más de los "nuestros". — Fue todo lo que añadió a la primera intervención de Arata, casi con media boca llena de comida, sin embargo, se sobresaltaría ligeramente al escuchar el nombre de “Katsuya”. — ¿Conoces a ese tipo? Qué mala suerte tienen algunos. — Bromeó.

Arata esperaba una segunda respuesta por parte de Renji, pero en aquel momento poco importaba. Nada más era necesario que una bolsa de frituras para que el joven Rubio intentara acercarse a paso lento, pasando justo por un costado del arenoso para ir a tomar aquella bolsa de frituras. — Genial, me vendría bien una bolsa extra, pero vamos. No vayas a estallar esa cosa, ¿de acuerdo? — Preguntó, su andar era lento, a pesar de ser torpe, no era un idiota.

Y solo entonces, retomaría la conversación guiada por el arenoso. — ¿Yo? No sé, mientras tenga más de esas bolsas iré con gusto. Además, los dirigentes de este país no pretenden apoyar a la aldea, mucho menos con ideas tan diferentes. — Renji ejecutó una pausa y se detuvo en seco casi a medio camino, tanto de Arata como de Samuru. — He dado muchas sugerencias, incluso escribí una guía a modo de documento en los archivos de la aldea para ayudar a entrenar las habilidades “únicas” de la mayoría de shinobis. ¿Y qué crees? — Hizo otra pequeña pausa, esta vez un poco más dramática que la anterior. — ¡No la entendieron! ¿Puedes creerlo? Son unos completos idiotas. Quieren cambiar el mundo y las directrices, pero ni siquiera han cambiado las bases de este país y la aldea. — Allí finalizó. Parecía haber culminado su intervención, pero el rubio retomaría la batuta que recién soltaba para añadir unas cuantas líneas más.

— Peor aún, es que solo quieren estar dándose besos y abrazos en cada esquina. Parece que su único objetivo es reproducirse entre sí, como si fuese algo incontrolable. Son tan extraños, que a veces no puedes siquiera estar en la recepción "general" del edificio de servidores administrativos. Negó un par de veces antes de continuar — Como sea, Katsuyu desapareció hace un par de meses o así, no lo recuerdo con exactitud, pero tampoco es un tipo de despedidas. — Su información era casi nula al respecto, así que decidió no ahondar mucho en esos detalles.
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Si bien pudo percatarse de la arena que escapa de uno de ellos, no presintió actitudes hostiles. De todas formas, siempre tiene un plan B para defenderse, incluso en una aldea llena de potenciales enemigos. — En caso de suceder, me pregunto qué pasaría primero. — Una sonrisa maliciosa adornó su rostro, casi desafiante. — Los refuerzos llegarían primero a mí, o yo los mataría antes a ustedes. — Quiso dejar claro que no sentía temor por estar en una aldea ajena. Después de todo, desde hace mucho aceptó que el mismo entero puede convertirse en su enemigo llegado el momento. Temer no tiene sentido.

Pero de pronto, lo amigable retomó su cara. — Pero ninguno de nosotros quiere llegar a ese extremo, ¿verdad? Solo vine a hablar. — Y es verdad, su tono de voz y comodidad en el lugar demuestran que no miente. Sin embargo, pronto una risa escapó de él. Al parecer, había algo que el muchacho de la arena no entendía. Quizás la desaparición de su nación como villa le afectó, pero Samuru es experto en aclarar cosas. — ¿Ustedes imperiales? Ya les dije que Katsuya topeó todo de ustedes. Aunque claro, rompió un código, pero fue por un bien común. — Sabido es que en las calles, el hecho de entregar información de los amigos merece deserción, pero hay ocasiones en que transmitir esos datos puede ocasionar ventajas que beneficien a muchos. Por lo que saber cuándo, cómo y a quién topear es todo un arte.

No se preocupen por él. Le falta humildad, pero es demasiado testarudo para morir. Sin embargo, sé que sus ideales sobre este mundo no están tan alejados de los suyos. — Y ahí fue cuando Renji tomó la batuta de la conversación e hizo saber todas las molestias que lo carcomían por dentro. Aparentemente, sucedían muchas cosas en esas tierras que él no compartía. Lo decía como si fuera el mismo infierno en vida, pero la realidad es que ese sufrimientos se expande por todo el mundo. Samuru, quien ha recorrido el largo y ancho del planeta en su labor de comerciante, ha visto lo que el rubio describe en todos lados.

Una vez terminó su monólogo liberador, Samuru volvió a interceder. — ¡Exacto! Nadie podría haberlo explicado mejor. — Abandonó su lugar fijo en la tierra e inició una caminata, rodeando la posición de ambos shinobis, manteniendo siempre una distancia de unos cinco metros de ellos. — La única manera de destruir todo eso es que alguien nuevo lidere. Que derribe estos cimientos y levante nuevos. — Se detuvo apenas detrás de ellas, ganando su punto ciego. — Debemos eliminar este mundo y empezar uno nuevo, resetearlo, con alguien a la cabeza que no piense solo en hacer cosas para su beneficio.

Acto seguido, dejó caer dos bombas de humo a los pies de sus nuevos amigos. Luego, la figura de Samuru desapareció. Los dos de Iwagakure solo verían debajo suyo una réplica del sombrero que llevaba el peliazul con un papel dentro, ahí estaría escrito dónde podían encontrarse fuera de ese país y así comenzar a escribir nuevas páginas en este libro.
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Contrario a lo que podría pensar el populacho, la vida de aquel ninja de ojos rojos estaba más controlada de lo que él mismo podría siquiera considerar. Pocas veces tenía sobresaltos o desvíos en cuanto a sus planes, y su estilo de vida desde que se había vuelto ninja no había variado mucho tampoco salvo por las ocasionales tareas extrañas que algún cliente le traía a su negocio. Además, no era la primera vez que ideas de insurrección y anarquismo se le atravesaban. No sabía si considerarse afortunado por ello, o es que los idealistas abundaban fuera de las fronteras de lo que él conocía, pero su gesto fue amargo ante las palabras del de tonalidades moradas.

— Otra vez… — dijo entre dientes, a un tono completamente imperceptible para el resto de los presentes. Renji había ventilado unas aparentes frustraciones con el estado actual de las cosas y quienes daban las órdenes. A ojos del Jiki, su amigo tenía ópticas bastante inocentes con respecto a muchos temas, pero si de algo sabía era de cómo hacer funcionar las cosas.

El Jiki, como pocas veces, había dejado la idea de conseguir méritos económicos para dejar que aquella zona de su mente que normalmente estaba desplazada a un quinto plano hablase. ¿Y si esta vez las cosas resultaban diferentes? Aquella y preguntas afines hacían eco en una psique donde las dunas también abundaban. Aquello que el mismo Renji, el desaparecido Katsuya y el intolerable Naoya se habían propuesto varias veces; un cambio.

Suspiró sonoramente mientras el contrario daba sus últimas palabras. Estaba dispuesto a preguntar. A dejar que sus dudas surgieran aún si eso significaba bajar la guardia por un segundo. Miró de soslayo al chico de las plantas en caso de que este tuviera algo que decir, y al no recibir indicios de tal cosa volvió la mirada al otro. Pero ya era tarde, pues este había desaparecido en una nube de humo. — Qué veloz. Apuesto que puede atravesar mapas enteros en un instante. — pensó.

Por su cabeza pasó la idea de que aquello había sido una tanda de palabrería inusualmente bien pensada para distraer a los dos ninjas de la roca mientras el escape tenía lugar. Se sintió un poco ofendido al tiempo que asombrado por la elocuencia del extraño. Pero la presencia del sombrero y la nota despejaron por un instante aquella posibilidad. El ojicarmesí se había acercado -tan cuidadosamente como pudo- y tomó la nota para leerla. Informó del contenido a Renji, quien probablemente estuviese a la expectativa de tal información.

— ¿Qué dices? ¿Lo intentamos? — su pregunta iba acompañada con una mirada al cielo. — De últimas acabamos con cualquier inadaptado que se nos atraviese y volvemos a la aldea. Estoy seguro de que al menos será una aventura interesante. — volvió la mirada a Renji. — Y algo de dinero seguro consigo. — ya la suerte, al menos para el Jiki, estaba echada.

Si su compañero tenía algo que decir, él escucharía. Lo más sensato sería salir de la aldea cada uno por su cuenta para no levantar sospechas, al menos de momento, y así se lo haría saber al otro. Solo bastaba que una misión les ubicase en el extranjero para tomar un pequeño desvío e ir a probar suerte en esta nueva oportunidad.
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Eso, justo eso, era una buena pregunta. ¿Qué ocurriría primero? ¿Podría la incompetencia de la seguridad de la Aldea de la Tierra atender al llamado de manera eficaz por primera vez en tanto tiempo? O, simplemente, acabaría en una posible triple muerte sin más.

La maniobra verbal de Arata no tuvo mucho efecto en nuestro invitado de gran sombrero. Todo apuntaba de manera muy evidente a que el gran Katsuya había dado información vital sobre cada uno de los involucrados por parte de Iwagakure. Era innecesario intentar refutar lo contrario. Si bien no eran precisamente "amigos", sí que Katsuyu fue una persona muy cercana tanto a Renji como Arata y sabía cosas que el resto de personas no podrían discernir solo con una mirada.

— Es debatible. — Comentó el rubio. La humildad era algo muy debatible, o al menos si él estaba comprendiendo el concepto de la idea de humildad que Samuru expuso con aquel comentario. Como sea, no era relevante en aquel punto y lo importante estaba por culminar.

La breve reunión, o como a Renji le había agradado llamarle, un encuentro fortuito, acabó de tajo cuando el joven de gran sombrero se desvaneció entre las cortinas de alquitrán que habían caído a pies de los locales. El chico se desvaneció sin dejar rastro alguno más que un sombrero y una simple nota que especificaba unas cuantas indicaciones y, claro, una ubicación en concreto. — ¿Eso fue rápido o es idea mía? — Pensó en voz alta esperando que Arata complementara con una respuesta. Renji dejó la bolsa de papas a un lado para acercarse un poco más al epicentro de lo que fue la "acción".

— Creo que deberíamos replantearnos nuestros puntos de velocidad. Ese tipo es una máquina. — Nuevamente y haciendo alarde de su osadía, comentó. Arata parecía ser el más abstraído de todos. La idea al parecer resonaba bastante bien en su interior y no tardó en llegar a oídos de Renji, el interés por parte del arenero. — ¿Una aventura? Eso suena bien. Me conformo con que tengamos comida de esa calidad. Me sumo. — Y así, tan sencillo como Renji solía ser, aceptaría la intención de Arata.

El rubio se acercó finalmente a Arata para darle unas cuantas palmadas en el hombro, aunque ciertamente su intención era limpiar aquellos dedos grasientos después de la comida. — Sí, por allí nos vemos. Solo llámame o dame una carta o algo así, yo te sigo. — Tan desenfadado como siempre, el rubio partió de vuelta hacia su andar, aquel guiado totalmente por el azar y su estómago.

Las palabras escaseaban, aunque realmente, para Renji, sobraban. Ya llegaría el momento de dar el paso y ponerse en marcha para salir de la aldea, pero por el momento, simplemente podrían darlo por sentado con un encuentro en el "futuro". — Por cierto, no olvides hacer el papeleo de todo esto. Solo no hagas muchos detalles, sino será un problema abandonar este sitio en el futuro. — Guiñó un ojo su colega, antes de desaparecer a gran velocidad por el mismo camino por donde llegó.
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